sábado, 24 de febrero de 2007

Miriam: ¡Qué mina!

Fíjate lo que me pasa. Miriam es una prostituta de 34 años, cuerpo escultural, con experiencia internacional y transexual, que accedió hace unos años a charlar conmigo sobre los gajes de su oficio.

Llegué a ella porque me gustó su aspecto personal, la forma de guiñarle a los automovilistas pero explícitamente porque siempre pensé que su rol social soporta el monopolio de una práctica mucho más generalizada de lo que uno supone.

Hace décadas que en mi consultorio escucho a esposas que no abandonan al marido porque necesitan su aporte económico, prósperos funcionarios que han ascendido a costa de arrastrarse con dignidad, algún que otro político que se deja sodomizar por sus votantes, periodistas serviles con pantalones muy rebatibles y un sinnúmero de personajes que no aguantan el rótulo que soporta Miriam pero que desempeñan exactamente la misma función.

Como todo psicólogo hipócrita yo me acerqué a ella con el pretexto de la investigación pero queriendo en realidad justificar una infidelidad conyugal. Aunque te parezca mentira ahí me di cuenta la relación inversa que había entre mi potencia sexual y el pago de sus honorarios. Cuando tengo que pagar funciono como un gay. ¡Es increíble! Pero bueno, los científicos tenemos que estar dispuestos a sobrellevar con entereza cualquier dato que venga de la realidad.

A este tema le di muchas vueltas en mi análisis personal pero ¿sabés cómo se solucionó? Con Miriam empezamos a tener un vínculo más afectuoso y ella prefirió dejar de cobrarme porque se divertía con mis preguntas, reflexiones y conclusiones. ¿Querés creer que fue recién ahí que recuperé mi virilidad?

Recuerdo todo esto porque ahora dedico mucho tiempo a pensar sobre el problema gremial que padecemos los psicólogos en cuanto a la estabilidad y rentabilidad laboral, y una de mis hipótesis es que cuando uno goza con el paciente, no le cobra porque es más acuciante satisfacer el deseo (sexual) que la necesidad (de comer).

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sábado, 17 de febrero de 2007

¡Qué novelista!

Quien se conforma con interpretar que, al decir de Freud, el dinero simboliza a las heces, demuestra que en su cabeza sólo tiene heces reales.

Convengamos en que Freud fue un escritor excelente, que su creatividad está a la altura de los más grandes novelistas y que su estilo literario es casi único. A mí me entretiene mucho más que Cervantes, Tolstoi y Saramago. Lo confieso.

De ahí a que sigamos insistiendo con que sus postulados son reales y que, peor aún, estén vigentes, es un despropósito.

La novela mental que él llamó aparato psíquico es una joyita y lo seguirá siendo hasta que no aparezca otro mito que la sustituya, pero lo que me interesa es encontrar formas de que el oficio de psicoanalista beneficie a más gente y que sus cultores puedan vivir dignamente.

La obra monumental de Freud debe ser la única que por su genialidad pudo convertirse en una fuente de trabajo. Si bien hay personas que se ganan la vida dando clases sobre Sartre, Marx, Proust y muchos otros, Freud logró que la trama de su extenso relato tomara otro vuelo y fuera utilizado exitosamente como forma de mejorar sustancialmente la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo.

Pero claro, detrás de cada ser humano hay un religioso, por más ateo que se muestre, y ahí estamos los psicoanalistas profesando las sagradas escrituras de Freud interpretadas por nuestro evangelizador de cabecera (Klein, Jung, Lacan, etc.), formando detrás de él congregaciones como si fuéramos jesuitas, franciscanos o capuchinos.

Los tiempos cambian y —según Carlitos Darwin— sobreviven los que posean una mejor capacidad de adaptación. La iglesia psicoanalista necesita incorporar técnicas de mercadeo, comercialización, comunicación, publicidad, organización institucional, gerenciamiento, asesoramiento de imagen y probablemente me olvide de algún otro colaborador necesario para que más personas compren los productos de esta industria religiosa, para su propio bienestar y el de los empresarios-psicoanalistas.

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sábado, 10 de febrero de 2007

El honor de los trabajadores honorarios

La expresión popular: «Respira porque el aire es gratis», nos recuerda que hay por lo menos un bien tan imprescindible que no debe ser cobrado. También está en juego la abundancia aparentemente ilimitada, su uso sin ningún valor agregado, cosa que no sucede con el agua que tiene que ser potabilizada y llevada hasta los hogares.

El aire es un bien natural que usan en forma irrestricta todos los seres aeróbicos. Mi pregunta es: dado que hasta el más cuerdo de los mortales posee niveles importantes de narcisismo, ¿existirán psicólogos que no cobran por su trabajo porque tienen la fantasía de que su servicio es tan imprescindible y gratuito como el aire?

También comparo a los psicólogos free con las personas muy bellas que andan por la calle prodigando gratuitamente el paisaje fascinante de su aspecto personal, sin cobrar por ser miradas. En un despliegue de modestia y generosidad digno de ser ovacionado, prodigan sus dotes naturales como psicólogos, gratuitamente, como lo haría cualquier ser humano razonable que reconozca con humildad que su belleza (o sabiduría) es un don que recibió graciosamente de la naturaleza, que no le pertenece y que debe ser prodigado como una puesta de sol.

Clínicamente, quienes trabajan gratuitamente son tímidos o reconocen que su trabajo no vale nada (¿que no tiene precio? ¿que es despreciable?). Sin embargo, asumir esa debilidad sería demasiado doloroso. Es ahí donde surgen estas otras fantasías (la del aire y la de la belleza natural) que, en un nivel menos conciente les permiten elaborar una justificación calmante.

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sábado, 3 de febrero de 2007

Hay dineros que matan

«No hay deseo sin castración» y el dinero es un significante fálico que puede equivaler a cualquier otro significante. Con el dinero se repara cualquier daño, se indemniza y queda neutralizada cualquier castración posible, de donde concluimos que el dinero puede anular el deseo y directamente matarnos (un ser humano sin deseo, muere literal y biológicamente).

La saciedad, el hastío, la plenitud, el hartazgo son situaciones mediante las cuales es muy fácil caer en la depresión, en la angustia, en el aburrimiento. Quien tiene todo lo que desea, deja de desear y se aproxima inexorablemente a la muerte.

Algunas (pocas) veces el dinero aumenta el deseo ¿No les ha pasado que quieren conseguir que alguien les arregle una canilla y no lo consiguen? Teniendo el dinero para pagar lo que corresponda, ese salvador no aparece, o el que aparece nos agrega nuevos problemas. En estos casos el dinero no cancela el deseo, sino que nos aumenta la bronca (deseo) al ver que nuestra fantasía de omnipotencia económica era falsa.

Hay casos en los que el dinero funciona como una leucemia del deseo ¿Alguna vez se pusieron a pensar en la tragedia de alguien tan, pero tan rico que ya no encuentre objetos ni servicios para comprar... porque el planeta se le agotó y ahí se dio cuenta cuán encerrado está dentro de esta piedra redonda que gira alrededor del sol? En estos casos el dinero sí es un problema porque da satisfacciones que agotan el deseo.

Registrar inconcientemente estos conceptos constituye suficiente razón para huir despavoridos de cualquier tipo de «cancelador universal del deseo».

Pero, ¿dónde está la trampa de todo esto? Si nosotros logramos poner en palabras estas reflexiones, no pasará mucho tiempo sin que nos demos cuenta que el riesgo de llegar a ese enriquecimiento mortífero es escaso y que no es tan temerario procurar tener un poco más de bienes materiales como para asegurarnos la autonomía económica, para ofrecérsela a nuestros seres queridos mientras no puedan conseguirla por sí solos y ¿por qué no? para continuar disponiendo de los recursos suficientes cuando seamos viejitos y ya no tengamos tanta energía para atender a nuestros pacientes.

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