sábado, 29 de septiembre de 2007

¡Cuidado con los autos!

Esto era lo que me declamaban cuando era niño, adolescente, adulto joven y también ahora que ya soy otra cosa.

El problema de algunos miedos es que le hacen sombra u ocultan (¿eclipsan?) otras amenazas tanto o más peligrosas.

Cuando compré mi primer auto hice muchas consultas a quienes ya tenían uno y me hicieron ver que no sólo hay que tener el dinero suficiente para comprarlo sino que también aparecen otros gastos importantes, inevitables e impostergables.

Sin embargo, esta recomendación que escuché cuando era adolescente viejo recién la entiendo ahora que soy un anciano joven.

En muchas ocasiones sucede que los ingresos son menores que los egresos y para equilibrarlos uno toma decisiones sin darse cuenta de su verdadero costo.

El auto nos cobrar un sueldo. Aunque le suene descabellado, es así. El auto, a pesar de que no hable y de que no sea ni una persona ni un animal, tiene su salario. Me refiero concretamente a que tenemos que pagar impuestos, comprarle combustible y hacerle gastos de mantenimiento.

Claro que, como no habla ni es una persona ni es un animal, nos creemos que él tolerará pacíficamente que nosotros usemos el dinero de su salario para cubrir nuestros déficits presupuestales. ¡Ahí está el error! Así como lo ven, el auto tiene un comportamiento despótico.

Esos préstamos que uno se toma con total desparpajo postergándole el pago de los impuestos, luego se nos vienen encima como un bumerang afilado, porque el estado nos cobra lo que no pagamos en fecha más multas, recargos e intereses que ningún prestamista inescrupuloso y usurero nos cobraría.

Cuando nos tomamos prestado el dinero que deberíamos destinarle al mantenimiento que él necesita, luego se nos vuelve como un toro enfurecido y nos embiste dejándonos tirados en la carretera más solitaria, empacándose como una mula histérica, haciéndonos gastar en servicios de auxilio impiadosos, en mecánicos infames que siempre incluyen en la factura el alquiler mensual del taller donde nos atienden.

Ahora que ya peino canas, respeto devotamente el pago puntual del salario de mi auto, gracias a lo cual hace unos años que ni siquiera se me desinfla un neumático. Además, no me siento tan mal cuando tengo que pagar los depredadores intereses de la tarjeta de crédito, porque ahora me parecen baratos.

reflex1@adinet.com.uy

sábado, 22 de septiembre de 2007

Test sobre la riqueza

A quienes estén por dedicarse a la psicología, déjenme decirles que es una profesión muy ingrata, para la que hay que estudiar muchos años, estar uno mismo en análisis casi permanentemente y que sobre todo exige mucha dedicación a cambio de una cantidad de frustraciones.

Hace más de cinco años recibí a un señor de unos treinta años, con aspecto saludable, de hablar pausado, sereno, y que estaba muy disgustado porque no podía obtener el dinero suficiente como para cambiar su viejo Fiat 850, el que por otra parte, pude conocer asomándome por la ventana y efectivamente, daba lástima.

Como les digo, comencé a trabajar intensamente con él para poner a su disposición la mayor cantidad posible de los conocimientos que aporta el psicoanálisis.

Confeccioné especialmente para su caso la siguiente batería de preguntas, que me contestó sinceramente aunque reconozco que al final terminamos muy cansados los dos:

Diga que haría si recibiera un millón de dólares: ¿lo cobraría? ¿lo quemaría? ¿lo tiraría a la basura sin que nadie lo viera? ¿lo tiraría por la ventana sin que nadie lo viera? ¿lo tiraría por la ventana justo el día en que pasa mucha gente frente a ella? ¿lo tiraría al mar? ¿lo enterraría en un lugar secreto? ¿lo donaría anónimamente? ¿lo donaría dándose a conocer? ¿le daría un billete a cada transeúnte como si fueran panfletos? ¿cobraría el premio personalmente o en secreto? ¿con quiénes lo comentaría? ¿cómo sería su estado de ánimo en el preciso momento en que se entera de que recibirá esa fortuna? ¿tendría excitación, ansiedad, miedo, angustia, tristeza, preocupación? En el caso de sentir miedo, ¿a quién le temería? ¿a los amigos? ¿a los familiares? ¿a los pobres? ¿a los estafadores? ¿a los ladrones? ¿al gobierno? ¿a los inversores que seducen con maravillosas ganancias? ¿a su deseo largamente postergado de tener placeres que la pobreza le tenía prohibidos? ¿al aburrimiento? ¿a un exceso de alternativas que provocan dudas mortificantes? ¿a quienes lo seduzcan con supuesto amor? ¿a la pérdida de una rutina que, después de todo, no es tan mala? ¿a la independencia, a la autonomía? ¿al poder para tomar decisiones? ¿al aumento de responsabilidad? ¿a descubrir que la felicidad no depende de la fortuna material? ¿a darse cuenta que con dinero no es tan solidario como creía cuando era pobre? ¿a las múltiples opiniones sobre cuál es la mejor manera de administrarlo? ¿a tener pérdidas y sentirse ineficiente, incapaz, torpe? ¿a quedarse sin el pretexto de la falta de recursos para hacer las cosas maravillosas que, según usted, los ricos no hacen porque son tontos, egoístas, incapaces? ¿al vértigo que provoca tener que pensar en grande (grandes pérdidas y grandes ganancias)? ¿al miedo que provoca tener que pensar como adulto (y no como niño)? ¿a no poder seguir siendo empleado y tener que pasar a ser dueño, jefe, patrón, capataz, comandante, responsable, encargado, empresario?

Con todas sus respuestas en mi poder, lo cité para el día siguiente. Trabajé hasta altas hora de la noche para poder hacerle una devolución completa y ¿qué sucedió? Nunca más vino.

Un domingo de tarde estaba lavando mi auto en la vereda cuando desde un Mercedes Benz Clase A último modelo, me toca bocina y me saluda muy afablemente aquel paciente que no regresó. ¿Pueden creer que se lo compró plateado, con lo cursi que es ese color?

reflex1@adinet.com.uy

sábado, 15 de septiembre de 2007

Usted es un emperador

Para comprender lo que habré de explicarle, sería conveniente que usted se sometiera a una breve prueba de admisión. Se trata de un ejercicio de cálculo mental. Deberá calcular 16.712 x 1. (El resultado está al final de este artículo).

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¡Bienvenido! Le informaré sobre dos conceptos científicos. Uno pertenece a la Ingeniería Psíquica y el otro a la Economía Psicoanalítica.

Para que usted aproveche al máximo lo que leerá a continuación, sería bueno que supiera que ningún psicoanalista en el mundo sabe todo lo que yo sé y que, antiguamente, esta sabiduría sólo circulaba dentro de grupos cerrados (logias, sectas, cofradías), pero hoy, gracias a la maravilla de Internet, fluye libremente.

Concepto 1 (de Ingeniería Psíquica): El ser humano disfruta sintiéndose culpable porque ésta es una forma indirecta de sentirse protagonista. Exagerando mucho (sólo para ser más breve y claro) alguien podría decir: «Me duele mucho reconocer que no hice todo lo que estuvo a mi alcance para evitar la invasión a Irak».

Esta persona podría llegar a padecer insomnio de lo mal que se siente, sólo para imaginarse capaz de influir sobre algo tan importante (y acá está su placer).

Concepto 2 (de Economía Psicoanalítica): El ser humano sabe (o intuye) que el afán de protagonismo (ver concepto 1) de los demás podría aprovecharlo si le hiciera creer al imaginario héroe sufriente, que su pobreza se mantiene porque no lo ayuda como debería.

Una forma de lograr este objetivo consiste en mostrarle esa pobreza e insinuarle que él (el héroe sufriente) posee la capacidad y la bondad suficientes para sacarlo de ese estado. Por ejemplo, Fulanito (menesteroso insinuante) le dice a Menganito (héroe sufriente con afán de protagonismo): — ¡Qué poco dinero que tengo! No puedo darle a mis hijos todo lo que éstos necesitan ... Si Menganito es como lo definimos, se convertirá rápidamente en Superman, Batman, el Hombre Araña o cualquier otro súper-amigo.

Al haber superado la prueba de admisión, usted puede entender estos dos conceptos tan importantes sobre el aquí y ahora de la humanidad. También está en condiciones de reconocer que el hecho de haber recibido esta información en forma gratuita, no indica que la misma carece de valor sino que usted es un privilegiado porque, una ofrenda de esta categoría —hace unos pocos siglos atrás—, sólo la recibían los emperadores.

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Respuesta = 16.712.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Sr. Gómez: lo ascendemos de necesario a imprescindible

La humanidad se encamina inexorablemente hacia la aceptación unánime del psicoanálisis. Sin embargo, quizá debido a la redondez de la tierra, aún no se lo ve en el horizonte. Yo les aseguro que se viene.

Me explico: Robinson Crusoe es un personaje de ficción y no puede ser verdadero porque la autosuficiencia, en cualquiera de sus formas, siempre es imaginaria, irreal, utópica, ideal, voluntarista.

Los que más tiempo le dedican a estudiar cómo aumentar la riqueza, han llegado a la conclusión de que es más conveniente conservar los clientes que ya se tienen a intentar conseguir nuevos. Es un problema de costos y de resultados. Atraer nuevos clientes es carísimo, aunque algunos no pueden creerlo. Conservar los antiguos es infinitamente más conveniente.

A otra conclusión que han llegado estos expertos en riqueza es que el vínculo entre el proveedor y el cliente es la clave para que se cumpla el enunciado anterior, esto es, que exista una suerte de fidelidad.

Pensaron un poco más (esos que le dedican todo el tiempo a potenciar el enriquecimiento) y concluyeron que es mejor para todos que el proveedor se esfuerce por satisfacerle al cliente la mayor cantidad de necesidades (y deseos) desestimulándolo para que necesite otros proveedores. Al proveedor le conviene esforzarse para que todo lo consiga a través suyo: así es más necesarios y se acerca a la categoría de imprescindible. Esto lleva a que la relación dure más y sea más conveniente para ambos.

¿Qué es lo que reluce cual sol naciente detrás de todos estos intentos por mejorar los vínculos entre dos seres humanos movidos por las necesidades y el deseo? ¡por supuesto! el psicoanálisis.

Acuérdense que yo se los dije antes.

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sábado, 1 de septiembre de 2007

Cómo llegar antes usando el freno y la marcha atrás

Naturalmente que no me estoy refiriendo a su vehículo, sino a su desempeño como ciudadano del mundo, como integrante de esta modesta especie que orgullosamente denominamos «humana».

La idea (¿receta?) es la siguiente: uno tiene que avanzar todo lo que pueda, a una velocidad tan alta como para que el freno opere instantáneamente cuando las circunstancias lo impongan.

Por ejemplo: a usted le gusta una compañera de trabajo y desea fervientemente fornicar con ella. Aplicando mi receta usted le dice: «Fulana, me gusta mucho tu cuerpo, tu manera de caminar, tu forma de vestirte e imagino que yo disfrutaría mucho conociéndote mucho más. Vos me entendés porque además sos muy inteligente».

Ella puede reaccionar con enojo, indiferencia o satisfacción.

Si usted tiene buenos frenos y marcha atrás, se detendrá o se rectificará en el caso que ella tenga una reacción de fuerte rechazo. Si se termina acostando con usted, sólo deberá usar el acelerador y olvidarse de las otras funciones.

La idea es aplicable con los negocios, con los pedidos de aumento de sueldo, con los reclamos, y con cualquier tipo de propuesta que esté acompañada por un gran deseo suyo.

Cuando uno desea intensamente algo, se pone nervioso porque vislumbra un peligro. A todos nos da miedo y nos ponemos conservadores restringiendo la exposición al riesgo. Esto está perfectamente bien porque de lo contrario sería un intento de suicidio tras otro. Lo que sí digo es: vayamos a la máxima velocidad permitida por la eficacia de nuestro freno e incursionemos en las zonas ajenas y desconocidas, siempre dispuestos a usar la marcha atrás para retirarnos con absoluta prolijidad.

Alguien con mayor capacidad de síntesis que yo, dijo: «Aprendamos a disculparnos para no tener que pedir permiso».

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