viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuando el fracaso es exitoso

Hace falta sinceramiento para reconocer que un estudiante NO quiere recibirse (graduarse) para asumir responsabilidad como trabajador.

En algunas ocasiones podemos decir que un fracaso es un éxito.

Si le preguntamos a un estudiante avanzado si quiere terminar sus estudios, recibir un título y comenzar a trabajar, su respuesta será un rotundo y sonoro «SI».

Tan clara será su afirmación que hasta él mismo la creerá.

Sin embargo, casualmente la última prueba, el último examen, la tesis de grado o como se denomine en su lugar de estudio, no podrá aprobarla.

Un problema tras otro irán postergando ese último esfuerzo para recibir «el tan anhelado título habilitante para comenzar a trabajar».

Lo que acá podemos decir sin temor a equivocarnos es que el éxito de este esfuerzo por terminar los estudios ocurrirá cada vez que fracase en lograrlo.

¿Sería justo decir que este estudiante nos y se miente? Sería injusto. Él lucha responsablemente por terminar la carrera pero algo se lo impide, quizá la mala suerte, quizá un sabotaje organizado por los profesores responsables de evaluarlo, o cualquier otro motivo igualmente «razonable».

¿Por qué entonces este joven quiere pero no quiere? ¿Por qué triunfa si fracasa?

La situación que se le presenta es ambivalente.

Por un lado no quiere perder su condiciones de estudiante, teme sufrir, sabe que tendrá que elaborar un duelo si se terminan los motivos para reunirse con sus amigos-compañeros de estudio, desaparecerán las expectativas de futuro (recibirse, graduarse, conseguir trabajo), para tener que vivir en un presente real.

Por otro lado tiene que decir que desea terminar los estudios porque eso es lo que le impone la sociedad (padres, novia, profesores).

La situación demorará en llegar a una solución porque esta depende de un sinceramiento.

Deberá aceptar que no quiere trabajar, hacerse responsable, ser adulto.

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jueves, 29 de septiembre de 2011

Los humanos creemos saber más que la naturaleza

El pensamiento delirante que caracteriza inclusive a personas muy prestigiosas de nuestra especie, es el que nos hace pensar que los humanos deberíamos participar en un reparto más equitativo de riquezas naturales y económicas.

Dicen que el cosmos es más antiguo que el ser humano y yo lo creo.

También dicen que la naturaleza contiene al ser humano, que el ser humano no contiene a la naturaleza y yo lo creo.

Nuestro cerebro puede comprender y hasta aceptar que la naturaleza es más antigua y más grande que nuestra especie, pero nuestro cerebro también puede hacer otro recorrido para terminar concluyendo que todo los hizo Dios y que Dios nos tiene a los humanos como sus creaturas preferidas.

Esta última idea es la que nos permite suponer que si no somos los más antiguos ni los más grandes, al menos somos los más importantes.

Razonando de esta forma, personas muy respetables por su sabiduría, linaje y honorabilidad, realmente nos hacen dudar sobre quiénes somos (los humanos) en realidad.

Si pudiéramos apegarnos a una percepción fríamente objetiva, tendríamos que aceptar que no existe ningún ser superior y que Dios es una figura mitológica que nos alegra la existencia.

Alejados de este ser superior, terminamos pensando que todos los seres vivos nacen con diferencias vitales (fortaleza, longevidad, inteligencia) y por lo tanto el reparto injusto de la riqueza tiene un origen anterior, esto es, el reparto injusto de condiciones biológicas (cuerpo más o menos perfecto).

Las molestias provocadas por la distribución de la riqueza material surgen porque los humanos pretendemos perfeccionar nada menos que la naturaleza que nos incluye, nos contiene y nos determina.

En suma: Es nuestra desproporcionada arrogancia la que nos hace pensar que deberíamos recibir de la naturaleza y de la sociedad, similares cantidades de recursos.

Artículo vinculado:

Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta

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miércoles, 28 de septiembre de 2011

El sobreendeudamiento y los privilegios

Los privilegios generan envidia aunque para conservar esa ventaja el privilegiado tenga que soportar presiones que lo hacen repudiar eso que provoca envidia.

Porque mi madre era maestra, fui a las escuelas donde ella trabajaba.

Sus compañeras tenían una especial consideración conmigo. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Todos suponíamos que mis calificaciones eran excelentes porque las maestras querían quedar bien con su amiga. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Los niños suelen creer que los profesionales nacen, no se hacen. Para ellos es algo genético. La sabiduría brota por sus poros. Los hijos de maestra también son genéticamente sabios. Por ese motivo mis compañeros me envidiaban.

Este clima social para un niño en edad escolar es muy extraño. Yo no sabía qué hacer con tantos honores, ventajas, riquezas.

Lo que mis compañeros no sabían era cómo vivía yo esas ventajas que ellos envidiaban.

A los niños comunes les ponen la nota por lo que han logrado y a los hijos de las maestras les ponen la nota por lo que tendrán que lograr, quieran o no quieran, sin importar los litros de lágrimas que derramen.

Los niños comunes producen primero y cobran (la calificación) después. Los hijos de maestra cobran primero y tienen que producir después, puedan o no puedan, les guste o no, tengan o no la inteligencia suficiente.

Los niños que tienen el dudoso privilegio de ser hijos de la maestra viven «sobreendeudados » (fueron calificados tomando en cuenta rendimientos futuros), bajo la presión agobiante de la obligación. Viven prematuramente a crédito.

Es posible deducir que algunos adultos perjudicados por el costo emocional y económico de estar sobreendeudados, necesitaron sentirse privilegiados, envidiados, «hijos de la maestra».

En suma: Algunos sobreendeudados gozaron (necesitaron) el beneficio de sentirse dignos de crédito, confiables, amados.

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martes, 27 de septiembre de 2011

«Ser» o «tener» una enfermedad

Algunas personas deterioran la calidad de vida ajena como si fueran una enfermedad y lo hacen creyendo que así conservan su propia salud.

En varios artículos (1) hago comentarios referidos a los grandes verbos de nuestra existencia, además de «vivir», esto es «ser» y «tener».

Esas publicaciones refieren fundamentalmente a ser queridos por lo que «somos» y ser queridos por lo que «tenemos».

Estos temas son importantes para nuestra vida, sobre todo para quienes además agregan un verbo tan prescindible como es «pensar».

De los artículos mencionados hay un señalamiento privilegiado y que nos recuerda cómo la condición de «ser» y de «tener» son complementarias, al punto que si «somos» no «tenemos» y viceversa.

Por ejemplo, si «somos» parte imaginaria de nuestra madre, no «tenemos» vida propia que nos permita fundar una familia.

En este artículo quiero comentarles que dentro de esta lógica de «ser» y «tener», encontramos personas que —sin saberlo, inconscientemente—, como no quieren «tener» una enfermedad, adoptan la estrategia de «ser» una enfermedad.

Sabemos que una enfermedad causa complicaciones: malestar, incapacidad, gastos en servicios de salud.

Algunas personas pueden adoptar el rol de «ser» una enfermedad para otros porque inconscientemente creen que de esa forma no «tendrán» una enfermedad (conservarán la salud).

A veces escuchamos quejas del tipo « ¡Fulano me tiene enfermo!», «Este matrimonio es un padecimiento» o más indirectamente, aludiendo a sus consecuencias: «Fulano me produce muchos dolores de cabeza», «Estoy harto de Mengano», «Perengano gasta tanto que nunca tenemos dinero».

Repito: Esta estrategia tiene por objetivo «ser» una enfermedad para no «tener» una enfermedad y por ser inconsciente, el actor no sabe qué está haciendo y no puede rectificarse.

En suma: Nadie quiere vincularse (empleador, cliente) con alguien que inconscientemente —y por razones de salud— opte por «ser» tan molesto como una enfermedad.

(1) ¿SER o TENER? Esa es la cuestión

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lunes, 26 de septiembre de 2011

La paja en el ojo ajeno

Aunque es fácil, la mayoría no lo aprovecha: nuestras opiniones son un buen material para lograr el rentable «conócete a tí mismo».

Sólo podemos percibir objetos conocidos. Si apareciera algo que no conocemos (un marciano, por ejemplo), no podríamos decir cómo es sino que sólo podríamos decir a que se parece (un hombre chiquito y verde, una botella de Coca-Cola que se desplaza a unos 10 cms. del suelo, etc.).

Con esto lo que quiero decir es que el fenómeno de percepción consiste en ir a buscar algo similar en nuestra memoria y luego evocarlo con algunos ajustes, los cuales también están en nuestra memoria. Por ejemplo, el marciano es «un hombrecito» [evocamos al hombre ya conocido] y verde [evocamos el color verde ya conocido].

Luego, terminamos el proceso de percibir un objeto nuevo haciendo las combinaciones que hagan falta [hombrecito verde].

Nuestra capacidad comparativa es muy eficiente, podemos encontrar semejanzas entre un toro y un encendedor de supergás, por poner algún ejemplo elocuente.

Los test proyectivos son una herramienta que usa la psicología para saber del consultante.

Les pedimos al analizado que dibuje un árbol, que dibuje a su familia, que comente qué ve en unas manchas de tinta.

La técnica se basa en lo que decía al principio: los humanos vamos a buscar referentes en nuestra psiquis para cumplir la consigna del árbol o vamos a buscar recuerdos similares a lo nuevo que intentamos conocer (manchas de tinta).

Cuando oímos a otro o nos oímos a nosotros mismos opinando sobre cualquier cosa, estamos enterándonos de los contenidos psíquicos del opinólogo. Sólo eso. No está diciendo la verdad objetiva, está hablando de sí mismo, está mostrando su psiquis.

En suma: Si opino de otros sobre dificultades, tristeza, corrupción, miedo, belleza, moral, producción, familia, así está compuesto mi patrimonio psíquico.

Artículos vinculados:

El control del azar
La psicología es difícil por ser muy sencilla
Mariposas en el estómago

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domingo, 25 de septiembre de 2011

Dios es un seguro costoso

Nuestra inteligencia disminuye su rendimiento inventando creencias muy tranquilizadoras pero generadoras de desvalorización, miedos, subordinación.

Todos creemos ser realistas aunque quizá este sea un logro inaccesible para nuestra pequeña inteligencia.

Si necesitamos dinero para solventar los gastos personales y familiares, exprimimos nuestro cerebro tratando de entender cómo funciona el mercado para poder participar en él y llevarnos lo que necesitamos, entregando lo que nos pidan.

En realidad no sabemos si es pequeña o grande al compararla con una inteligencia ideal, imaginaria, soñada, añorada, perfecta, infalible, certera, veloz.

Si esa inteligencia maravillosa no fuera nuestro modelo, nuestro talento estaría relativizado con menos exigencias y podríamos comenzar a considerar que no estamos tan mal, que no será portentosa, espectacular, prodigiosa, pero al menos nos alcanza para aprender nuevas destrezas, recordar algunos datos, investigar por cuenta propia, sacar conclusiones que luego pueden corroborarse en la práctica y que si con un uso humanamente inteligente de nuestra inteligencia en el año 2000 nuestro patrimonio era de 100 y en el año 2010 fue de 120, entonces tan mal no está funcionando.

Es que la propia inteligencia inventa ideas que la sabotean, le quitan rendimiento, la enlentecen.

Cuando nuestra inteligencia nos induce a creer en Dios para sentirse protegida por un padre todopoderoso, simultáneamente nos convierte en hijos eternos, subalternos, temerosos de correr riesgos que no podrían estar cubiertos por ese gran personaje asegurador cuya póliza está colmada de condicionamientos (exigencias, precauciones, amenazas, leyes, críticas).

Quizá lo peor de este sabotaje de nuestra inteligencia está en que si nunca vamos a poder superar a nuestro padre celestial o terrenal, quedamos confinados a un límite autoimpuesto, pues recordemos que fue nuestra inteligencia la que diseñó y creó ese personaje que nos protege pero que también nos desvaloriza porque es ideal (perfecto, infalible, omnipotente, irreal, imposible).

Artículo vinculado:

Un costoso seguro de vida

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sábado, 24 de septiembre de 2011

Confusión entre «causa» y «culpa»

La confusión conceptual entre «causa» y «culpa» provoca ineficiencias en el desempeño de los agentes económicos.

«No pudimos ir a la feria por culpa de la lluvia» —protesta alguien y todos le entendemos.

La cultura y la educación nos proveen de algunos elementos (idioma, cálculo, geografía, biología, arte) para comunicarnos y entender eficazmente el entorno donde podremos ganar dinero.

La cultura tiene como desventajoso que nos distorsiona nuestra naturaleza, neurotizándonos (1).

Es la cultura la que puede llegar a permitirnos entender que no es lo mismo «causa» que «culpa».

Quien dijo que la lluvia tuvo la culpa de algo, está pensando en términos animistas (2), esto es, atribuyéndole a la naturaleza una intencionalidad (responsabilidad) humana.

Con esta forma de entender el escenario en el que nos movemos, es muy probable que nuestro esfuerzo por ganar dinero sea reiteradas veces un fracaso.

En capas socio-económicas muy bajas, esta forma de pensar no tiene graves consecuencias porque cuando un colectivo «no puede estar peor», tanto da que haga las cosas bien, regulares o mal.

Sin embargo, este blog tiene como objetivo encontrar las «causas» de por qué tantas personas necesitarían vivir mejor y no pueden lograrlo.

Obsérvese que los economistas son personas que dedican toda su vida a comprender el funcionamiento de los mercados y es muy poco lo que saben. Sus mayores logros consisten en explicar qué fue lo que pasó. Si esta explicación fuera correcta, podría tener alguna utilidad sólo en el caso de que los hechos se repitieran.

Cuando alguien piensa que el capitalismo es el «culpable» de su infortunio, está suponiendo que el capitalismo es un señor malintencionado que sólo quiere perjudicarlo.

Cuando alguien piensa que el capitalismo es la «causa» de su infortunio, se predispone a convivir (adaptarse, utilizar, negociar, interactuar, beneficiarse) armónicamente con ese escenario donde habita.

(1) La mayor cultura de los ricos

La neurosis es útil para vivir entre neuróticos

(2) «La naturaleza piensa como yo»

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viernes, 23 de septiembre de 2011

Pudor y asco hacia el dinero

La vergüenza para hablar de dinero es una especie de «pudor», en tanto significa «recato» y también en tanto significa «hedor».

En un artículo anterior (1) tendí un puente conceptual entre la acción de lavarse las manos como gesto asociado con la irresponsabilidad y la disminución del «Estado de responsabilidad» como documento que informa sobre el patrimonio del que dispone su titular.

Dicho de otro modo, lo que tenemos cada uno es aquello de lo que nos hacemos responsables, que cuidamos para que no lo roben, para que no se desvalorice por el paso del tiempo o la mala administración.

Me estoy refiriendo a bienes tales como inmuebles, vehículos, animales (semovientes), marcas de fábrica, derechos de autor.

Por lo tanto, tener bienes significa tener una responsabilidad proporcional al valor de esos bienes: si tenemos muchos bienes, tenemos mucha responsabilidad.

Entonces, quien tiene la obsesión de lavarse las manos cada cinco minutos, además de poseer un rasgo obsesivo muy molesto, podría estar denotando que no puede asumir responsabilidades.

Hace un tiempo usé una expresión que me pareció idónea. Dije que existe una especie de «pudor económico» cuando no podemos hablar libremente de dinero ni siquiera con personas de trato particularmente íntimo, confiado o profesional.

La palabra pudor tiene dos acepciones, una popular y otra muy poco usada pero que para este análisis sobre las causas de la pobreza patológica, puede aportarnos algo interesante.

Vulgarmente «pudor» equivale a «Honestidad, modestia, recato.» y en el significado menos usado equivale a «Mal olor, hedor».

En suma: combinando los datos que mencioné más arriba, podemos pensar que la vergüenza que sentimos para hablar de dinero es una especie de

— «pudor» (modestia o recato); y también es una especie de

— «asco», como el que sentimos por los malos olores humanos (excrementos, suciedad, sudoración, vómito, putrefacción).

Nota: La imagen pertenece a Gollum, personaje de El señor de los anillos, de aspecto desagradable, con personalidad bondadosa y maligna a la vez, como el dinero.

(1) Lavado de manos y pobreza

(2) Vergüenza de hablar de dinero

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Lavado de manos y pobreza

A través de fenómenos psíquicos de simbolización, los hábitos higiénicos pueden bajar la responsabilidad e indirectamente el patrimonio.

La neurosis que nos impone la cultura (y sin la cual sería muy difícil y hasta imposible convivir) (1), incluye los hábitos higiénicos.

Con el argumento de conservar la salud hemos llegado al extremo de encontrar en muchos lugares públicos dispensadores de alcohol en gel para librarnos de la gripe N1H1 y demás gérmenes patógenos.

Otros animales también tienen hábitos de ese tipo (pájaros, gatos), pero llevamos la delantera en cuanto a dedicación, minuciosidad y exageración.

Desde hace siglos prospera la industria de los jabones, champús, detergentes, suavizantes, antisépticos, dentífricos, antisudorales, talcos, perfumes, toallas, cremas.

No son los motivos explícitos los que ocupan mi mente sino aquellos menos obvios que sin embargo nos condicionan silenciosamente en áreas que no deberían estar involucradas.

Me explico.

«Lavarse las manos» es un gesto que está íntimamente asociado con «quitarse la responsabilidad».

Su origen es bíblico y el primer “usuario” de esta conducta fue Poncio Pilatos cuando con esa limpieza quiso remarcar su convicción de que la muerte de Cristo no era de su responsabilidad.

Un “Estado de responsabilidad” es la lista de bienes y deudas que tiene una persona (2).

Con estas ideas podemos armar una hipótesis que nos ayude a encontrar una posible causa de la Pobreza patológica.

Efectivamente, podemos decir que los hábitos higiénicos que se concentran en el «lavado de manos», metafóricamente desestimulan asumir responsabilidad, lo que indirectamente puede terminar perjudicando los valores del «Estado de responsabilidad».

De más está decir que millones de personas consideran que el dinero mismo es sucio, material y simbólicamente. Muchas personas se lavan las manos compulsivamente después de haberlo tocado.

En suma: este conjunto de hipótesis, ideas, fantasías, creencias, sensaciones, hábitos, se oponen a ganar y conservar dinero.

(1) La neurosis es útil para vivir entre neuróticos

(2) El privilegio de trabajar demasiado

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miércoles, 21 de septiembre de 2011

La mayor cultura de los ricos

El ser humano «natural» es pobre, no necesita ser rico. La incorporación de rasgos culturales lo aleja de la pobreza y lo vuelve neurótico.

En otro artículo (1) titulado La pobreza inconsciente, resumía su contenido diciendo:

«Conscientemente queremos ser ricos aún cuando hipócritamente rechacemos esa condición. Como la mayoría obedecemos al inconsciente y este quiere ser pobre como los demás animales, los ricos son las excepciones que evaden el mandato del inconsciente


En otro artículo (2) titulado La neurosis es útil para vivir entre neuróticos, resumía su contenido diciendo:

«La neurosis no debería ser considerada una enfermedad porque la padecemos casi todos y sin ella no podríamos convivir.»

Y para terminar con estas autorreferencias, en otro artículo (3) les comentaba que «… los neuróticos andamos por la vida disimulando nuestra incapacidad para conciliar los instintos con la educación».

Con estos tres elementos que vienen de artículos ya publicados, puedo formar a su vez otro resumen, cuyo texto dice:

La educación nos aparta de nuestra esencia animal, nos aleja del inconsciente donde yacen los instintos básicos, generando varios conflictos pues en definitiva quedamos peleados con el deseo, ese impulso vital que colorea nuestra existencia, haciéndonos sentir vivos, afectivos, naturales.

La educación es un proceso por el cual la cultura trata de controlar al máximo nuestros rasgos naturales que desde hace millones de años vienen desarrollándose (evolución).

Si esto fuera cierto, accederíamos a dos explicaciones interesantes:

1) El psicoanálisis es impopular porque intenta aceptar la cultura sin anular los aspectos instintivos (deseo);

2) Las personas con más estudio, más culturizadas, suelen tener más dinero porque están más alejadas de su inconsciente, donde para todos yace el impulso de ser naturales, primitivos, salvajes, felices con lo mínimo indispensable para vivir el presente de forma tan sencilla, pacífica y precaria como cualquier otro animal.

Nota: La imagen muestra un detalle de la famosa librería de Oporto (Portugal) Lello e Irmão. La afinidad con el artículo está en que el libro se asocia al fenómeno cultural.

(1) La pobreza inconsciente
(2) La neurosis es útil para vivir entre neuróticos
(3) El niño juega «como si» trabajara

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martes, 20 de septiembre de 2011

La pobreza inconsciente

Conscientemente queremos ser ricos aún cuando hipócritamente rechacemos esa condición. Como la mayoría obedecemos al inconsciente y este quiere ser pobre como los demás animales, los ricos son las excepciones que evaden el mandato del inconsciente.

Ocultamos la riqueza:

— Para evitar los efectos devastadores de la envidia que otros puedan sentir;

— Porque la sociedad ejerce una mayor presión impositiva sobre quienes más tienen para dar, es decir que aunque somos todos valorativamente iguales, a los ricos se les exige un mayor esfuerzo, cosa que a nadie le gusta;

— Los delincuentes prefieren a los ricos para perpetrar sus fechorías pues el afán de lucro es el principal estímulos de su actividad;

— La religión mayoritaria (católica) condena a los ricos, sin importar que el Vaticano ostente fortunas en medio de la miseria que la rodea;

— Las corrientes de izquierda, de forma similar a como lo hace la iglesia católica, agita un discurso moralista contra la mezquindad, avaricia, inescrupulosidad de los ricos, aunque entre sus filas militen personas con grandes patrimonios;

— Existe la creencia de que el dinero hace la felicidad, aunque simultáneamente todos repetimos mecánicamente que eso no es así;

— Los humanos suponemos que mucho dinero equivale a mucha salud, mucha alegría, mucho poder y eso despierta la envidia ya mencionada pero también indisimulada agresividad porque esas ventajas y privilegios están ideológicamente demonizados.

El ser humano, con o sin fortuna, necesita ser amado, huye de los ambientes geográfica y socialmente hostiles, tiende a buscar lo mejor a cambio del menor esfuerzo (1). Por eso la condición de rico es rechazada instintivamente aunque nuestra racionalidad consciente nos hace pensar que sería lindo tener mucho dinero y que no hay nada mejor que el poder económico.

En suma: Conscientemente queremos ser ricos pero inconscientemente buscamos la pobreza económica que tienen los demás animales.

(1) Sobre la indolencia universal

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lunes, 19 de septiembre de 2011

Robin Hood, presidente

Los votantes apoyan a quien les dice lo que quieren oír y quieren oír que el gobernante hará lo que harían ellos si tuvieran tanto poder.

En otros artículos (1) he mencionado algo sobre nuestras aspiraciones de recibir beneficios gratuitamente (salud y educación), incluyendo en ellos alguna mención sobre que tal gratuidad es poco probable aunque nos quedemos con la sensación de que hemos recibido un servicio sin costo.

Una mayoría de personas (al menos en Latinoamérica), tiene la sensación de que los políticos son personas muy poderosas y que pueden ser buenos administradores del poder.

Uno de los sueños más difundidos entre los pequeños poseedores de poder es que los ricos paguen o devuelvan toda su fortuna, para que en el reparto los pobres puedan terminar definitivamente con las carencias que los abruman.

El modelo perfecto está en la leyenda de Robin Hood, quien en alguna época le robó con audacia a los ricos para repartir con generosidad entre los pobres.

Exactamente este modelo es el que predomina en las promesas preelectorales.

Como los modestos votantes suponen que si tuvieran suficiente poder les quitarían toda la riqueza a los ricos para repartirla entre sus hermanos los pobres, suponen que los políticos cumplirán su promesa de «repartir mejor», de «terminar con las injusticias distributivas», «de exigirle a quien más tiene para darle al que menos tiene».

Si los pobres no soñaran con practicar ellos mismos el rol de Robin Hood, no aceptarían como promesas válidas la expropiación, confiscación, nacionalización, cancelación de privilegios, decomisos, incautación y otras formas de robo legalizado y romántico.

Los políticos, antes y después de llegar al poder, no tienen más remedio que decir lo que sus votantes piden que digan: «robaremos a los ricos y repartiremos entre los pobres», pero en la realidad no podrán hacerlo.

(1) La salud y el aire son bienes públicos

Los honorarios de los trabajadores de la salud

Artículos vinculados:

Dr. Robin Hood

El hurto es un delito simpático

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domingo, 18 de septiembre de 2011

El niño juega «como si» trabajara

La vida estudiantil es un simulador de lo que será la vida laboral adulta.

Los niños juegan. Los adultos también, pero no tanto.

Según creo el juego es un desempeño neurótico aunque saludable.

Me explico: los neuróticos andamos por la vida disimulando nuestra incapacidad para conciliar los instintos con la educación.

Vivimos «como si» fuera normal para nosotros utilizar cubiertos en vez de comer con la mano, o «como si» fuera normal abstenernos de besar en la boca a una persona desconocida y muy atractiva, «como si» todos los días tuviéramos ganas de trabajar, estudiar, saludar.

El juego consiste en actuar «como si» fuéramos ingenieros, madres, jugadores de fútbol, acróbatas, cocineros, combatientes, ...

Los juegos no son neuróticos porque esa actividad «como si» es consciente. Los neuróticos actuamos «como si» pero creyendo que todo es verdad. Lo hacemos inconscientemente. El juego implica no perder totalmente la conciencia.

El juego nos divierte porque no perdemos la total conciencia de la simulación, con la neurosis logramos disminuir la angustia que nos provocaría no poder usar cubiertos, besar a otro pasajero del bus, faltar a nuestros compromisos.

La vida estudiantil es un juego en el que adquirimos ciertas aptitudes para poder convivir en la sociedad que integramos.

En ese juego tenemos que memorizar ideas, conceptos, reglas, o tenemos que incorporar destrezas para hablar por teléfono, para entender un noticiero, para comprender la ecología.

Vamos a los centros educativos «como si» fuéramos a trabajar: nos piden algo y tenemos que hacerlo; cuando llega la hora de la evaluación, los docentes nos «remuneran» (pagan) con la calificación que merecemos.

Por ejemplo, si durante esa etapa estudiantil no nos interesa (o no sabemos cómo) tener buenas calificaciones, es probable que en la vida laboral no nos interese (o no sepamos cómo) tener buenos salarios.

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sábado, 17 de septiembre de 2011

Sólo mejora lo que está mal

Corresponde alegrarse ante toda señal de progreso sin olvidar que este sólo puede ocurrir cuando antes había un retraso.

Contaminado por cierta coherencia que no puedo evitar, retomo un tema ya comentado en otros artículos (1) y que refiere a cómo el animal humano cursa un predominio como especie por la paradójica condición de ser el más discapacitado.

En otras palabras, como los otros animales tienen el instinto híper desarrollado y cuando salen del útero materno están casi maduros para empezar a valerse por sí mismos en poco tiempo, se mantienen en esa condición superior de forma poco cambiante.

Sin embargo los humanos, por el hecho de tener un pésimo desarrollo instintivo y necesitar casi veinte años fuera del útero para acceder a la autosustentación, tenemos un cerebro mucho más grande (en proporción al tamaño del cuerpo) y estamos complementados por un accesorio que funciona como un segundo instinto (la cultura), con el que podemos adaptarnos mejor que las demás especies a los cambios y por eso evolucionamos más que el resto.

De todos modos esto no debe ser leído como un rasgo de superioridad sino todo lo contrario.

Tenemos que tener en cuenta que si el resto de los seres vivos han desarrollado todo su potencial, no tienen margen para seguir desarrollándose, mientras que los peor desarrollados sí lo tenemos.

En suma 1: Los humanos evolucionamos más rápidamente que las demás especies porque somos más imperfectos mientras que las demás especies casi ya no tienen nada para perfeccionar, han llegado al máximo de su potencialidad y por eso no tienen más para desarrollar.

Esto mismo ocurre con los países: los más desarrollados crecen, prosperan y cambian más lentamente que los subdesarrollados (hoy llamados «países emergentes»).

En suma 2: Cuando algo mejora, tenemos una virtud actual derivada de una precariedad anterior.

(1) Los animales se parecen a los especialistas

El deseo es inconveniente

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viernes, 16 de septiembre de 2011

El desencuentro entre alumnos y maestros

Los estudiantes de esta época nacieron en la era digital y piensan en consecuencia, pero son educados por docentes que piensan de un modo desactualizado, inadecuado, obsoleto, arcaico.

Estudiamos para poder trabajar y ganar dinero con el que pagar lo que necesitamos para vivir individualmente y con nuestros hijos.

Para poder trabajar tenemos que saber producir ciertos bienes y servicios que otras personas (empleadores o clientes) necesiten o deseen con tanto afán (interés, pasión, intensidad) que estén dispuestos a canjearlos por ese dinero que ellos tienen y que lo consideran menos importante que nuestro ofrecimiento.

Lo expreso de otro modo:

Para que podamos recibir dinero de nuestros empleadores y clientes, tenemos que ser capaces de entregar bienes o servicios que sean tanto o más valiosos que el dinero que ellos tienen.

Cómo decía al principio, estudiamos para saber cómo ser útiles.

Todas las épocas tienen sus dificultades específicas y la nuestra no es una excepción.

Los jóvenes que necesitan prepararse para convertirse en adultos autosustentables y a su vez proveedores como padres y madres de familia, se enfrentan en esta época a la paradójica situación que están siendo educados por inmigrantes.

Sí, como lo lees. Imaginemos que los hispanoparlantes de América y España tengamos profesores japoneses, chinos o hindúes. No hay otros. Si no son de esos países, no pueden ser docentes en nuestros centros educativos.

¿Por qué digo esto que parece tan poco real? Porque vivimos en una era digital, los alumnos son nativos digitales y los docentes son inmigrantes digitales.

Por lo tanto, las nuevas generaciones que tienen que capacitarse para ganar dinero, son formados, educados y entrenados por extranjeros, educadores que no conocen el contexto en el que viven y vivirán sus alumnos.

Realmente desearía volver a ser joven por muchos motivos, pero no como estudiante.

Nota: La imagen corresponde al óleo del pintor belga René Magritte (1898-1967), titulada Los amantes (II)

Artículo vinculado:

El tejido social

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jueves, 15 de septiembre de 2011

La salud y el aire son bienes públicos

Para algunas personas puede resultar indignante pagar para que le devuelvan su salud accidentalmente extraviada. La atención gratuita sólo es posible para quienes acrediten ser pobres.

Los seres humanos tratamos de vivir en los lugares geográficos y en las culturas donde nos sentimos más cómodos.

El instinto número uno (el de conservación) así nos «aconseja». Porque es inteligente y saludable hacer el menor esfuerzo posible (1), buscamos las mejores condiciones para facilitar nuestra existencia.

La buena salud es un bien «casi» tan importante como el aire.

Digo «casi» porque es posible vivir con poca salud pero no es posible vivir con poco aire.

Por este motivo, nuestro instinto probablemente tenga fuertes resistencias a considerar que la salud sea un bien transable, vendible, comercializable.

Pagar por servicios de salud quizá indigne a muchas personas tanto como si alguien pretendiera cobrarle el aire que respira.

El psicoanálisis supone que los humanos tenemos una parte de la psiquis (el pensamiento, la función intangible de nuestro cuerpo) inconsciente.

Según esta hipótesis, el inconsciente es el encargado en última instancia de tomar todas las decisiones que conducen nuestra vida. Se presume que actúa según criterios instintivos y alejados de la racionalidad consciente.

Con las ideas mencionadas más arriba, es posible suponer que el inconsciente de muchas personas «prefiere» vivir en lugares, culturas o circunstancias en las que la devolución de la salud perdida (curación, restablecimiento) no se cobre.

Para que no nos cobren cuando nos devuelven la salud accidentalmente extraviada, tenemos que buscarla (pedir asistencia) en instituciones que atienden gratuitamente (hospitales públicos, iglesias, curanderos).

Es condición obligatoria que la salud se devuelve en forma gratuita sólo a quienes acrediten ser pobres, insolventes, económicamente carenciados.

En suma: Muchas personas pueden elegir la pobreza porque en esta clase social la salud se devuelve gratuitamente, sin fines de lucro.

(1) Los honorarios de los trabajadores de la salud

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Algunos objetivos sociales deben esconderse

Nuestra sociedad sabe lo que hace pero por algún motivo necesita ocultar ciertos objetivos.

No es que haya muchos delincuentes sueltos sino que el objetivo implícito es mantener una cierta tensión concentrada lejos de algunos temas que no necesitan alarma pública. Es como las palmadas que el vacunador da en el brazo para apartar la atención del pinchazo.

Los fondos públicos aplicados a la higiene ambiental están bien utilizados a pesar de que las calles y veredas rebocen de papeles, bolsas de plástico, botellas vacías, hojas de los árboles, zapatos, televisores, metralletas, dólares.

Aunque se alcen voces que acusen de malversación de fondos, de inoperancia, de indolencia, por algún beneficio no explicitado esa ciudad está así.

Por ejemplo, si los líderes sindicales de los trabajadores de la limpieza son a su vez operadores políticos opositores al gobierno de turno, podemos decir que se trata de una «suciedad con fines proselitistas».

Dos por tres alguien pone el grito en el cielo porque el sistema educativo de su país adolece de una pésima productividad, los jóvenes que egresan no saben casi nada pero lo peor es que una mayoría abandona los estudios prematuramente.

Insisto: eso es lo mejor que puede ocurrir pero no disponemos de las causas que explican y justifican estos hechos.

Por ejemplo, los adultos amamos a nuestros jóvenes y deseamos lo mejor para ellos. Los queremos de la mejor manera, es decir, tal cual son.

Todo intento de educar a un niño implica suponer que tenemos que modificarlo, es decir, que en realidad no lo queremos tal cual es.

Un sistema educativo es exitoso si fracasa dejando a los jóvenes tal cual son.

En suma: la sensación de que tantas cosas están mal en nuestro país, surge de que —por causa justificada—, no sabemos por qué están bien.

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martes, 13 de septiembre de 2011

La rentabilidad de los cinturones de pobreza

Los cinturones de pobreza se conservan porque proveen valiosos beneficios a grandes poblaciones.

Hablemos de algo que ocurre desde hace siglos.

Por algún motivo, muchos pobladores de las zonas rurales se sienten atraídos por las grandes ciudades, abandonan sus casas y se van a probar fortuna a ese lugar donde todos parecen vivir bien.

Cuando llegan al lugar de sus sueños, encuentran lo que encuentran casi todos los que emigran atraídos por una ilusión.

Es así que se pueblan los cinturones de miseria que rodean a las grandes ciudades: gente empobrecida porque en su mayoría sufren dificultades para encontrar trabajo pues lo que saben hacer en el campo no es necesario donde no hay tierra para trabajar ni animales para cuidar.

Pero igual se quedan, para no sentir vergüenza de mostrar el fracaso ante los parientes y amigos que no emigraron y otro poco porque la gran ciudad de alguna manera los necesita.

— Los usa para que trabajen en condiciones que nadie acepta si no es por necesidad (limpieza, sin protección sindical ni legal, con horarios y salarios miserables);

— Los usa para amenazar a los asalariados establecidos, para que nunca se crean imprescindibles pues ese cinturón de pobreza está esperando con desesperación que surja cualquier vacante;

— Los usa para mantener bajos los jornales de los asalariados establecidos porque desde el cinturón de pobreza hay muchos interesados en trabajar por la mitad de precio, durante más horas, sin días de descanso, sin vacaciones, sin pretensiones;

— Los usa porque esta situación presiona a la baja los precios de costo de los productos fabricados y comercializados con esta explotación de hecho, lo cual beneficia directamente las economías personales de todos los ciudadanos.

En suma: Como los cinturones de pobreza son tan útiles, muchos tratamos de conservarlos, sin querer o queriendo.

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lunes, 12 de septiembre de 2011

Monogamia y monoteísmo

El dinero representa una fuente de poder tan grande que puede compararse con un dios omnipotente. Para muchos, aceptar el dinero implica transgredir el monoteísmo predominante en nuestra cultura.

El dinero es la mercancía de mayor versatilidad pero a su vez es la que carece de toda utilidad directa.

El oro, las pieles, los alimentos, también son mercaderías pero si bien no son tan canjeables (permutables) como el dinero, al menos sirven para hacer joyas, abrigarse o alimentarse respectivamente.

Entregando dinero siempre podemos obtener oro, pieles y alimentos, sin embargo no siempre que entreguemos algunas de estas mercaderías podremos obtener dinero u otras que necesitemos oportunamente (combustible, cuidados médicos, vivienda).

Observado desde estas consideraciones (su canjeabilidad), el dinero posee poder total, es omnipotente.

Es por esto que, para quienes poseen una psiquis dispuesta a las creencias religiosas (la mayoría de la población mundial), el dinero tiene características suficientes para ser considerado un dios.

Acá aparece un conflicto: Quienes creen en la existencia de Dios, piensan que existe uno sólo.

Vivimos en una cultura MONOteísta (1). Esa mayoría de seres humanos que creen en la existencia de Dios, consideran que este es uno sólo y que además está terminantemente prohibido rendirle culto a algún otro.

En el mencionado artículo (1) aludía a que nuestra cultura también exige la MONOgamia y eso nos permite inferir (deducir) que creer en la existencia de por lo menos un segundo dios, implicaría una transgresión (infidelidad) a la norma monoteísta y por asociación también una transgresión (infidelidad) a la monogamia.

La suposición inconsciente de que el dinero es un dios dada su omnipotencia, podría explicar por qué se lo desea, luchamos por ganarlo, pero simultáneamente sentimos pudor, recato, y otras resistencias a su uso explícito, llano, sincero, como si se tratara de una relación amorosa clandestina.

(1) Pensamiento monopólico y violencia

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domingo, 11 de septiembre de 2011

Nuestros niños se desarrollan saludablemente

Los adultos (padres, gobernantes, educadores) parecemos preocupados porque nuestros niños podrían estar malformándose por exceso de estímulos, recursos, poder de decisión.

En otro artículo (1) compartí con ustedes la observación de que nunca tomamos en cuenta el capital deseo-necesidad. Al cambiar de punto de vista, pudimos pensar que existe una «tolerancia a la saciedad».

Parece razonable que todo el tiempo hagamos hincapié en las molestias (dolor, irritación, enojo) que causan la privación, insatisfacción, frustración, pero puede llevarnos a una meta interesante pensar en cuánta molestia realmente nos provoca la saciedad, es decir, la ausencia de insatisfacción.

Si consideramos que el verdadero motor de la existencia es la necesidad y el deseo (sumados), es posible justificar que ambos son factores positivos, valiosos, imprescindibles para cumplir nuestra única misión de conservar la vida propia y de la especie.

Parados en este lugar podemos considerar:

1) lo que siempre supimos, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar las carencias, el hambre, la incomodidad, la ausencia de recursos; y

2) lo que ahora estoy pensando con ustedes, esto es, que precisamos cierta fortaleza para soportar la saciedad, la carencia de los «verdaderos motores de la existencia» (la necesidad y el deseo).

Es posible pensar entonces que si una realidad y la otra (la escasez y la abundancia, la carencia y la saciedad, la pobreza y la riqueza) demandan cierta fortaleza para soportarlas, entonces ambas contribuyen a la conservación de la vida propia y de la especie.

Una primera conclusión que extraigo de esta línea de pensamiento es que los adultos (padres, gobernantes, educadores) no tendríamos por qué evitar que nuestros niños tengan un exceso de juguetes, diversiones y hasta de libertad, poder y decisión, pues la naturaleza está construyendo seres humanos adaptados a una nueva realidad que cuenta con más recursos, facilidades, tecnologías, posibilidades.

(1) La tolerancia a la sacieda

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sábado, 10 de septiembre de 2011

Peleas entre herederos

Suele ocurrir que el entusiasmo que aplicamos para defender lo que ganamos con nuestro esfuerzo sea menor al que aplicamos para reclamar riquezas no generadas por nuestro esfuerzo (herencia).


Cuando muere alguien se generan derechos sucesorios, es decir: los bienes que tenía el fallecido son distribuidos entre los herederos.

La forma de realizar el reparto requiere un trámite en el que contadores, escribanos y abogados suelen tener participación para cumplir con las leyes que regulan este fenómeno económico.

La ley no obliga a que también participen los psicólogos pero muchas veces harían falta porque quienes tienen derecho a una parte de la herencia suelen cambiar su sentido del humor.

Recibir una riqueza de regalo podría provocar un cambio favorable en ese humor, pero no, los humanos, siempre dispuestos a sorprendernos a nosotros mismos, tenemos un cambio de humor hacia la irritación, la desconfianza y la agresividad peor disimulada.

Los herederos más irritados suelen actuar con una fuerza reivindicativa feroz, con mucho mayor empeño que si hubieran hecho algún esfuerzo para generar esa riqueza que reclaman.

Por el contrario, quienes ganan el dinero con su esfuerzo suelen ser más serenos en la defensa de aquello a lo que tienen legítimo derecho y por eso, encontramos que «los furiosos» probablemente:

— no sientan necesidad de reclamar un mejor salario (en forman individual o agremiada);

— se avergüencen de regatear por un mejor precio, inclusive cuando es sabido que el valor está determinado para que sea cuestionado hasta llegar al correcto (en rubros muy costosos como inmuebles y automóviles, lo frecuente es «inflar» el precio contando con que los clientes pedirán un descuento y se gratificarán «obteniéndolo»);

— no sepan cómo reclamar el daño que un vecino le provoca con una pérdida de agua, una mascota impertinente o un mal uso de los lugares colectivos.

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viernes, 9 de septiembre de 2011

De imitador a imitado

Cuando estamos desarrollándonos precisamos tomar a otros como ejemplo a seguir, pero una vez desarrollados, sólo podemos ser modelo para otros.

Muchos ciudadanos participamos con mayor o menor intensidad en la lógica perversa que expuse en otro artículo (1).

Ahí proponía el siguiente razonamientos:

1º) Hacer las cosas cuidadosamente da más trabajo que hacerlas con descuido ... aunque ahora reflexiono y digo: a la larga uno trabaja más horas cuando tiene que hacer lo mismo más de una vez porque el descuido provocó desperfectos…, pero, vuelvo al principio, esto no es importante porque haciendo las cosas mal, si bien las hago más veces y pierdo más tiempo por negligente, lo cierto es que hago lo mismo cuando compro a crédito, pues termino pagando mucho más (por los intereses) de lo que hubiera pagado juntando el dinero para hacer la compra al contado.

2º) Nuestros gobernantes son quienes a la postre nos marcan cuál es (o debería ser) la máxima eficiencia, capacitación, esmero, coherencia, ética.

3º) (Conclusión deductiva) A muchos ciudadanos les conviene que sus gobernantes sean un pésimo ejemplo para que el modelo a imitar sea más sencillo, demande poco esfuerzo y los haga sentir tan valiosos como ellos.

Con estas ideas para elaborar, me pregunto cuál sería la mejor opción de vida para que en lo personal, individual y familiar, podamos obtener los mejores resultados.

No creo que los gobernantes deban erigirse como ejemplos para nuestra existencia. Ni los políticos ni los filósofos, ni los ricos, ni los obispos, ni nuestros padres biológicos.

Aunque reconozco que da un poco más de trabajo, es probable que cada uno pueda diseñar la filosofía de vida que mejor le parezca, analizando por sí solo cómo es la naturaleza y el mercado, para luego adaptarse lo más placenteramente posible a ambos.

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jueves, 8 de septiembre de 2011

Vergüenza de hablar de dinero

Por algo es tan difícil conocer el origen de los recursos económicos que necesitan los partidos políticos antes de cada elección.

Uno de los estímulos que me obligó a arrancar con esta idea de buscar las causas de la pobreza patológica fue el sorprendente recato que sentimos por las cuestiones de dinero, superando a la discreción en temas sexuales.

El asunto es serio aunque no dramático.

Es serio porque seguramente esta extraña vergüenza tiene efectos económicos a nivel de personas y también de grandes empresas o países, pero no es dramático porque, al menos directamente, nadie ha perdido la vida por causa del pudor monetario.

Todos tenemos la impresión de que los políticos son personas especiales, diferentes al resto de los ciudadanos, sobre todo por su capacidad oratoria.

Casi ninguno de quienes los observamos en un acto público, en una asamblea partidaria o en la televisión, nos imaginamos respondiendo con tanta claridad y convicción sobre variados asuntos, a veces inclusive enfrentándose en un debate con quien hará todo lo posible para dejarlo mal parado.

Pues estos audaces personajes tampoco pueden hablar libremente del dinero.

Uno de los tantos defectos que tiene el sistema democrático representativo está en que los ricos tienen más recursos para publicitarse y ganar votos, alianzas, lealtades y sobre todo trabajo «voluntario» de «incondicionales» «partidarios» (las comillas tratan de poner en evidencia la «doble intención utilitaria» de estos «devotos colaboradores»).

Efectivamente, las campañas proselitistas anteriores a cada elección son cada vez más costosas (publicidad, mercadotecnia, asesores, encuestas), demandan la colaboración económica de muchas personas, la mayoría de las cuales pretende hacer una inversión y no un gasto desinteresado.

Las leyes que reglamentan ese financiamiento abundan pero saber de dónde sale el dinero que necesitan los políticos sigue siendo un misterio.

El pudor monetario no cede.

Artículos vinculados:

El dinero se gasta pero el amor no

La sexualidad en los temas de dinero

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miércoles, 7 de septiembre de 2011

La lógica informática

Una lógica tan rígida como la usada por la informática nos conduce a saber que somos corruptos.

La expresión coloquial «Sí, es lógico» con la que se aprueba la formulación de algún razonamiento pudo haber surgido de la palabra de origen griego «silogismo».

El más clásico utilizado por los profesores se plantea así:

1º) Todo ser humano es mortal;
2º) Aristóteles es un ser humano;
3º) Aristóteles es mortal.

Como puede verse, se trata de un razonamiento irrebatible.

La clave para que no falle está en la veracidad de las premisas 1º) y 2º) porque la conclusión deriva de ellas.

Ahora que trajimos al presente algo que nos enseñaron hace años, quedamos en condiciones de hacernos un silogismo para nuestro uso abordo (en este artículo).

1º) Todo ser humano se equivoca;
2º) Los políticos son seres humanos;
3º) Los políticos se equivocan.

Cuando se inventaron los silogismos no existía la computación pero ahora podemos hacernos un programita que permita sustituir la palabra «equivoca» por otras que también sean características propias del ser humano, y así habremos construido un software capaz de informarnos sobre qué son los políticos.

Claro que para hacer este programa no necesitamos saber tanto de informática como de nosotros mismos.

Nos encontramos entonces que para desarrollar este generador de atributos de los políticos tenemos que remontarnos otra vez a la Grecia clásica para cumplir el requisito de «conócete a tí mismo».

Aunque también podemos cambiar de objetivo y, en lugar de generar una lista de atributos de los políticos, invertimos el funcionamiento e ingresamos en la conclusión 3º) lo que ya sabemos de los políticos para que nos diga qué somos nosotros como seres humanos.

Y cuando ponemos en el punto 3º) que «Los políticos son corruptos», el punto 1º) mostrará «Todo ser humano es corrupto».

Artículos vinculados:

Las corrupciones
Los gobernantes son menos corruptos de lo que aparentan

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martes, 6 de septiembre de 2011

El poder del pensamiento

«Querer es poder» piensan quienes creen en la desgracia provocada por una maldición y hasta prefieren empobrecer antes que ser envidiados.

Nuestra flexibilidad de criterio está al servicio de nuestro bienestar.

Gracias a esa elasticidad podemos aplaudir a un narcotraficante porque donó una estufa eléctrica en la escuela de nuestro hijo, podemos votar al peor político de nuestro partido y hacer campaña en contra del mejor político del partido opositor y tenemos leyes que no consideran delito que un padre oculte a su hijo delincuente.

Y ya que menciono a la delincuencia, los humanos podemos sentirnos identificados con un ciudadano poderoso, popular, rico utilizando el mismo grupo de sentimientos con el que desconocemos la condición humana de quienes están pupilos en los centros de reclusión (cárceles, reformatorios, manicomios).

Dicho de otro modo: nos identificamos con los prestigiosos y no lo hacemos con los menos favorecidos. Amamos a los ganadores y despreciamos a los perdedores. Reverenciamos a los temibles y «hacemos leña del árbol caído».

Cuando nos complace identificarnos con un semejante, podemos sentir sentimientos de hermandad hacia él. De hecho algunas religiones lo explicitan cuando se refieren a otros adherentes al mismo credo.

«Nada mejor que formar parte de una familia», dice la mayoría.

Efectivamente existe el convencimiento en que una familia es la mejor forma de agrupación.

Sin embargo en este grupo también ocurren circunstancias adversas que arrancan lágrimas de indignación en algunos integrantes.

Los celos entre hermanos son eternos y universales.

Y los celos se agravan con la envidia. Quienes saben lo que se siente por un hermano envidiado, jamás querrían recibir ese sentimiento.

Quien cree en la omnipotencia del pensamiento («Si deseo que alguien muera, morirá»), se horroriza de que alguien sienta por él lo que él siente por quienes envidia.

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lunes, 5 de septiembre de 2011

El valor económico del amor

Necesitar y querer (amar) a un trabajador siempre repercute en la cantidad de dinero que le entregamos a cambio de acompañarnos, ayudarnos, aconsejarnos, protegernos, enriquecernos.

Le pagamos más dinero a quienes tienen mando (líderes, jerarcas, jefes).

¿Por qué les pagamos más?

Una explicación está en que cumplen tres condiciones:

— Saben organizar, ordenar y hacer cumplir sus órdenes;
— Son necesarios para el funcionamiento de los equipos de trabajo;
— Son escasos, muy pocos tienen esa característica personal.

Es una lógica del sistema capitalista que los precios (incluidos los salarios) resulten de la oferta y la demanda del mercado, es decir, que la demanda ofrezca más y más dinero para comprar algo (un bien o un servicio), hasta que esa cantidad de dinero sea tan deseada como el bien o servicio adquirido.

En otras palabras: si en un mercado de libre competencia pago 100 por un bien (o servicio), es porque para mí el uso que puedo darle a esos 100 es igual o inferior (nunca superior) al bien que estoy comprando.

Si a un jefe le pagamos 1.000 es porque la utilidad que tienen para nosotros esos 1.000 es igual o inferior a la productividad, tranquilidad y eficiencia que nos aporta ese trabajador.

Tenemos que pagar esa cifra porque no hemos conseguido a nadie que nos ofrezca lo mismo por 900.

El desempeño de este jefe a quien le pagamos más que a los demás trabajadores, logra que la productividad general de quienes están a su cargo genere ganancias que nos permiten pagarle más que a otros empleados.

No fue fácil encontrar a este líder y nos alegramos mucho cuando se incorporó a nuestra empresa.

Por eso lo queremos, lo amamos, lo deseamos, lo necesitamos, lo extrañamos cuando se toma licencia y por todo eso le pagamos 1.000 y no menos.


Artículos vinculados:

El amor y el dinero
El dinero es amor

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domingo, 4 de septiembre de 2011

El «ser humano básico»

En cada uno de nosotros anida un «ser humano básico» (primitivo) que rechaza tanto la cultura como la riqueza.

No le creo a quienes escriben libros. Lo que más me interesa de estos objetos coleccionables es el índice (si está bien redactado).

Ocurre algo similar con los artículos periodísticos: si son hechos por profesionales, cualquier lector se siente informado tan solo leyendo el título y el resumen (colgado, copete).

Si la nota incluye una imagen, el lector podría dar una conferencia sobre el tema.

De esta forma una atenta lectura del índice es suficiente para saber qué dicen las 300 páginas siguientes.

Con esta postura anti-académica, me permito dialogar con usted para proponerle que un ser humano primitivo, que no ha sido culturizado, no es neurótico y agrego, la neurosis es una enfermedad provocada por la cultura. O sea: alguien muy culto es muy neurótico.

Por lo tanto, el «ser humano básico», el que en cada uno de nosotros yace aplastado por la cultura, es un tipo sano, tranquilo, juguetón, que vive el presente, que trabaja lo imprescindible, que no ahorra para cuando sea viejo, que ama lo que más le conviene y odia lo que menos le conviene.

Ahora imaginemos cómo sería la vida de una persona (hombre o mujer) muy hermosa, seductora, excitante, que provoca oleadas de hormonas reproductoras en quienes la ven.

Quienes conocen a esa persona imaginaria no pueden dejar de acercársele, tocarla, susurrarle, intentar raptarla, decirle poemas, hacerle invitaciones amatorias.

El «ser humano básico» de esta persona imaginaria viviría muy mal y odiaría a todos.

En suma: como la riqueza material atrae a muchos que molestan (fastidian, enojan) al «ser humano básico» del rico, podemos decir que es nuestro «ser humano básico» quien huye de la riqueza, de la cultura y de la neurosis.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

El dinero se gasta pero el amor no

El dinero tiene características del amor pero el dinero se gasta y el amor no. Es un asunto de «suma cero» (1).

Hablar de dinero no es fácil. Aún entre personas que pueden conocerse íntimamente, llegado el momento de tratar un asunto económico, algo parece obstaculizar el libre fluir de las comunicaciones.

— ¿Cómo te fue con tus amigos anoche? —pregunta ella mientras le sirve el desayuno.

— Bien. Siempre hablamos de lo mismo, defendemos idénticas ideas, a los chistes viejos les cambiamos el texto y nos reímos como cuando éramos chicos. Por eso son mis mejores amigos —contesta él feliz de recordar la reunión.

— ¿Cuánto gastaste? —consulta ella con el mismo tono anterior.

— ¡Qué te importa! —responde él, atorándose con la tostada y cara de furia.

Ya podemos imaginar cómo seguirá este día: de pésimo humor, entre sí y ante terceros.

¿Qué tiene de malo que ella quiera saber cuánto gastó, siendo que ambos trabajan, ambos aportan dinero para los gastos de la pareja y a nadie se le ocurre molestarse cuando informa lo que gastó en el súper mercado o en un regalo para el sobrino?

La respuesta más segura que tengo para darles es «No sé».

La respuesta algo insegura que tengo para darles es la siguiente:

— Quien se reunió con los amigos dijo que los quiere y que pasó bien con ellos.

— Inconscientemente el dinero tiene características del amor (2).

— Si ella y él creen que el amor y el dinero funcionan igual, cuando ella le preguntó cuánto gastó fue para recriminarle cuánto dejó de quererla a ella por querer a los amigos (pues el dinero no puede gastarse dos veces sino una).

— Él se atoró con la tostada porque le teme a una escena de celos... como la habría provocado él si la situación hubiera sido la inversa.

(1) Los ricos son campeones
(2) El amor y el dinero
El dinero es amor

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viernes, 2 de septiembre de 2011

Los verbos Ser y Estar

Las consignas «lo único permanente es el cambio» y «se salvan quienes mejor se adaptan», siguen vigentes.

Hace unos años publiqué un artículo (1) referido a un concepto que por ahora parece que utilizo yo sólo a pesar de que no lo patenté.

Lo había bautizado «genocidio laboral» y refiere a lo que ocurre con los trabajadores que pierden su fuente laboral cuando en las empresas incorporan nuevas tecnologías que demandan una capacitación de los usuarios que algunos no pueden aprender.

Aunque perjudica a muy pocas personas, el otro día un ilusionista (artista que se dedica a exhibir actos de magia y prestidigicación) me comentó que unos cuantos «traidores» estaban ganando dinero exhibiendo cómo se hacen esos trucos, con lo cual la rutina queda «quemada», «inutilizada», «inservible».

Efectivamente, en Youtube pueden verse unos cuantos videos, caseros y profesionales, en los que algunos «traidores» muestran cuál es el «secreto» de muchos trucos (buscar por «trucos revelados»).

Estas ideas me inspiraron otras:

1º) La expresiones confirmatorias «Si no lo veo, no lo creo» o «Yo lo vi con mis propios ojos», quedan claramente desautorizadas cuando podemos constatar cómo somos engañados en nuestras propias narices y con relativa facilidad.

2º) Solemos pensar alegremente que estar empleados, tener una fuente de ingresos, una profesión, una empresa, nos da garantías suficientes, sin contar con algunos «accidentes» de la evolución (cambios tecnológicos, modas, tendencias) pueden sacarnos del mercado en poco tiempo.

3º) Un tema más profundo e importante refiere a cómo estamos parados frente a la vida. Alguien puede decir «soy» abogado, carpintero, vendedor cuando en realidad correspondería decir «estoy» (trabajando como) abogado, carpintero, vendedor.

En suma: lo que parece garantizar mejor (aunque no completamente) nuestra estabilidad, es admitir y adecuarnos a la transitoriedad de las circunstancias, las condiciones del mercado, los escenarios económicos.

(1) La ametralladora del progreso

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jueves, 1 de septiembre de 2011

El amor y el dinero

Necesitamos suministros narcisísticos para seguir vivos, esto es, amor, afecto, compañía, reconocimiento, valoración, miradas, dinero. Estos insumos completan nuestra alimentación.

Desde hace tiempo propongo que lo único que tenemos que hacer los seres vivos es mantenernos vivos el mayor tiempo posible.

Necesitamos mantenernos vivos para reproducirnos y que la especie a la que pertenecemos no se extinga (1).

Vivir implica consumir energía. En eso nos parecemos a un motor encendido: siempre estamos consumiendo energía.

Ya todos sabemos que necesitamos comer y beber. Ese tipo de combustible es conocido por todos.

El amor también es conocido por todos pero no necesariamente nos referimos a él considerándolo un combustible, un proveedor de energía.

Con este artículo procuro resaltar esa condición del amor: estimularnos, darnos fuerza, resistencia.

Siempre necesitamos contar con una o más personas que nos conozcan y nos quieran.

Para facilitar la redacción, aludiré a una sola persona, pero debe entenderse que necesitamos una, dos, varias o muchas.

Esa persona es nuestro proveedor de afecto, amor, consideración. Es la que nos suministra esos recursos que son tan imprescindibles como la comida.

Esa persona es tan importante como la persona que le da de comer al niño.

El niño no puede conseguirse el alimento y ninguno de nosotros, ya adultos, tampoco podemos proveernos el afecto, amor, consideración.

Por lo tanto, respecto a la necesidad de amor, funcionamos como niños porque lo necesitamos de alguien externo. Lo único que cambia es que el niño necesita adicionalmente quien le proporcione la comida, pero en cuanto al amor, los niños y los adultos somos igualmente dependientes.

La persona que nos da su amor puede hacerlo mediante su compañía, su mirada (2), escuchándonos, acariciándonos, pagándonos con dinero.

Efectivamente, el reconocimiento laboral o empresarial es una forma de amor que nos da la energía que complementa a los alimentos.

(1) La represión de las coincidencias

(2) Las miradas se parecen al dinero

Artículos vinculados:

La empresa y el dormitorio

El dinero es amor

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