domingo, 31 de octubre de 2010

La anarquía placentera que nos enceguece

En dos artículos publicados recientemente (1) les comentaba que

— para que exista justicia distributiva tenemos que ponernos de acuerdo en qué es la justicia; y que

— el dinero es una mercancía que nuestra psiquis entiende con bastante irracionalidad.

Si juntamos ambos conceptos, podemos decir que tenemos fuertes dificultades para realizar una adecuada justicia distributiva del dinero.

La dificultad más importante, grave y difícil de superar, la defino rápidamente como el autoengaño.

En otras palabras, nos cuesta aceptar las cosas como son porque nuestra psiquis insiste en ver al mundo como a ella le gusta, sin tantos problemas, con mejores noticias, con menos responsabilidades.

Cuando los humanos nos ganamos la vida extrayendo alimentos o minerales de la naturaleza (sector primario de la economía), la realidad es muy imperativa y los humanos tenemos que trabajar en ella renunciando a muchas pretensiones. Sobre la lluvia, las plagas o la fertilidad, no tenemos tanto control como para hacer lo que a nuestra psiquis se le antoja (cuando se autoengaña).

Cuando los humanos nos ganamos la vida produciendo bienes (sector secundario de la economía) a partir de materias primas extraídas de la naturaleza (del ya mencionado sector primario), la realidad es menos imperativa porque un fabricante puede dejarse llevar por sus antojos, aunque el mercado se encargará de ponerlo en vereda (limitando su autoengaño)

Cuando los humanos nos ganamos la vida dando servicios (sector terciario de la economía, encargado del turismo (imagen), la educación, los bancos, etc.), se nos presentan las mayores dificultades con nuestro autoengaño y —por lo tanto— con el dinero, pues las leyes naturales nos dan toda la libertad para autoengañarnos.

Precisamente, la elaboración y administración de la justicia (sistema judicial, abogados, parlamento), pertenece a este sector en el que quedamos más expuestos a la anarquía placentera que nos enceguece.

(1) El negocio del crimen desorganizado

Justicia + autoengaño = injusticia

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sábado, 30 de octubre de 2010

Justicia + autoengaño = injusticia

Mi trabajo consiste en entender qué es el dinero para los humanos.

Quiero entenderlo por pura curiosidad —porque para mí encierra algún misterio que lo transforma en algo generador de extrañas emociones—, y en segundo lugar, porque aliento la esperanza de mejorar la justicia distributiva.

Acá aparecen dos grandes incógnitas:

1º) Qué es la justicia para los humanos;

2º) (y si lograra resolver el punto 1º) Qué es específicamente la «justicia distributiva» para los humanos.

Parto de la hipótesis (creencia, prejuicio, sensación) de que siempre hubieron pobres y ricos.

Por lo tanto, todo lo que se ha pensado, escrito y hecho para resolver esa injusticia, está prácticamente descalificado por falta de resultados.

El espacio que me queda para terminar este artículo de trescientas palabras, sólo me da para hacer una mención al primer punto, que repito: «Qué es la justicia para los humanos».

Parecería ser que a medida que vamos resolviendo los problemas de convivencia que se nos presentan, creamos normas de conducta (leyes) que, en caso de incumplirse serán sancionadas de alguna forma, que también redactaremos junto con la norma.

En todo este proceso (experiencia penosa, análisis de la situación, formas de evitar una reiteración), los humanos nos engañamos y acá aparece una causa muy poderosa de toda injusticia.

Si nos mentimos a nosotros mismos, no habrá forma de legislar y juzgar con eficacia.

Me explico:

— Cuando ocurre una conducta inadecuada cuya repetición debe ser evitada en el futuro (por ejemplo, un ciudadano le roba dinero a otro ciudadano), decimos que el ladrón debe ser reeducado, para lo cual se le encierra en un instituto de rehabilitación especializado (cárcel).

— Quienes hablan y legislan sobre el concepto reeducación, se mienten porque lo que quieren es vengarse, y preferentemente, extirpar a ese ciudadano del cuerpo social, es decir, matarlo.

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viernes, 29 de octubre de 2010

La musculatura de la carencia

Mi psicoanalista hablaba muy poco. Casi nada.

Durante los trece años que monologué con él, aprendí de una forma insólita asuntos tan interesantes como «¿quién soy?» y, sobre todo «¿quién me creo que soy?».

Esta actitud es muy frecuente entre los psicoanalistas lacanianos.

Las intervenciones son tan escasas que algunos, exagerando un poquito, dicen que el analista tiene que hacer la función de muerto.

Como se imaginarán, cuando alguien habla tan poco, lo poco que dice parece más significativo.

Este silencioso señor grabó en mi mente el siguiente concepto: «La falta, también es una ofrenda valiosa».

Dicho de otro modo, alguien puede conquistar a una mujer regalándole un auto —lo cual equivaldría a decirle «fíjate cuánto poder económico puedo ofrecerte»—, y también puede ganar su amor permitiéndole saber cuán vulnerables se reconoce.

Estas consideraciones me llevaron a recordar la fórmula mágica que dice «la unión hace la fuerza».

Se trata de una consigna vigente porque en pleno mundo capitalista neoliberal, los agentes económicos procuran formar equipos con gente que sepa compartir, participar, apoyarse.

En otras palabras, el individualismo ya es una aspiración romántica.

Quienes seleccionan personal para su contratación, prefieren personalidades amigables, con espíritu de colaboración, sociables, divertidos y apartan a los cerebros ermitaños —muy útiles y valorados cuando se trata de encerrarse en un laboratorio o con una computadora—, porque logran escasas contribuciones a la producción global.

Quienes no se avergüenzan de su vulnerabilidad, quienes admiten que Robinson Crusoe sólo fue una entretenida historia de ficción, quienes están mejor dispuestos a pedir y ofrecer ayuda, viven en una época que los valora, los necesita, los premia.

No confundir con los «buenos para nada», que viven pidiendo, lamentándose, exigiendo, incriminando, acusando a la mala suerte, abusando de los demás.

En suma: ser humilde y servicial, es rentable.

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jueves, 28 de octubre de 2010

Padres hay muchos

Los niños vienen al mundo con un código que debe ser enmendado al poco tiempo de nacer.

Si bien es la madre la que realiza las primeras intervenciones formativas (educadoras, culturizantes, disciplinadoras), en nuestro fuero íntimo entendemos que esa función, es una función paterna.

En todas las épocas, las generaciones de adultos se quejan de la rebeldía ingobernable de los niños y jóvenes, repitiendo aburridoramente que «todo tiempo pasado fue mejor».

Esto es radicalmente falso: enfrentarse a las preferencias naturales de un niño da tanto trabajo como enfrentarse a una inundación, un terremoto o un huracán.

Sucedió, sucede y seguirá sucediendo de esta forma.

El niño siente miedo del padre (figura paterna, ejercida por quién ocupe ese rol, sin importar de qué sexo sea).

El padre no sabe cómo hacer para que le obedezcan, para que no cometan tantos errores, transgresiones, insolencias.

En la Edad Media era así y cuando tengamos una sucursal de la Tierra en otro planeta, también será así: Ellos nos temen y los adultos nos sentimos impotentes.

Esta situación de convivencia y desentendimiento, se replica (aparece de nuevo), cuando aquel niño sale al mercado a buscar trabajo para formar su familia.

Cuando le va bien, piensa que acertó con lo que quería el padre (mercado) y cuando pierde dinero, cree que no entendió al padre y por eso este lo castiga.

Esta situación también se reproduce en las personas religiosas, en las que Dios es el padre: no se sabe que quiere exactamente, pero a veces premia y otras castiga.

Cuando los religiosos tienen suerte, dan gracias a Dios y cuando tienen mala suerte, reflexionan para averiguar qué pecado cometieron.

La relación padre-hijo más imprevisible, es la que tienen los jugadores con el azar.

Los jugadores prefieren los castigos a los premios. ¡Son gustos!

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miércoles, 27 de octubre de 2010

El avaro es débil y parece fuerte

En otro artículo (1), hablé de la tendencia animal a espantarnos, a reaccionar descontroladamente, a tener ataques de pánico.

Esto no debería alarmarnos si pudiéramos aceptar con más serenidad que somos animales, que poseemos instintos y que estos funcionan a nuestro favor, excepto en aquellas personas que no asumen su animalidad.

Automáticamente, nuestro cerebro se transforma ante una nueva enseñanza de vida.

Si nos quemamos con algo caliente, si dejar la puerta abierta hace que un extraño entre a nuestra casa, si agradecer sinceramente predispone a los demás a beneficiarnos, y demás experiencias por el estilo, modifican el funcionamiento mental.

A esa transformación le llamamos «aprender».

El sistema educativo al que concurrimos, es un centro de transformación mental, donde nos exponen a diversas experiencias para que nuestra mente se transforme.

Las políticas educativas de cada país, están diseñadas para que los ciudadanos acomoden sus mentes, para pensar como los gobernantes prefieren.

Pero no es de esto de lo que quería hablarles sino del miedo a caer en la miseria.

Muchas veces diagnosticamos que alguien es ambicioso, cuando en realidad es alguien que teme la ruina, el hambre, un doloroso deterioro patrimonial.

En casi todos los casos, una cierta actitud muy marcada (visible, notoria), es la consecuencia de una fuga del sentimiento opuesto.

Alguien puede defenderse de los afectos mostrándose artificialmente indiferente, otros pueden ser muy serviciales para disimular su incontrolable insensibilidad o pueden hacer alardes de honestidad cuando les cuesta respetar la propiedad privada.

La causa de la avaricia entonces, puede ser la inseguridad, el miedo, la consecuencia de una experiencia traumática, que lo educó para tener mucho cuidado con los bienes materiales, con las fuentes de ingresos, con los gastos.

Es más, la causa de la avaricia pudo ser que una vez, la madre demoró en alimentarlo.

(1) El contagio inevitable

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martes, 26 de octubre de 2010

Banquete incomible

Casi todos estamos enterados de la teoría de Charles Darwin (1809-1882), según la cual, el ser humano desciende del mono.

Esta explicación se denomina evolucionista porque consiste en suponer que el hombre es un mono genéticamente evolucionado.

Después de Darwin, otros propusieron que la cultura humana (la forma de organizarnos), es como es, debido a una evolución de la forma de organizarse que tienen los monos.

En otras palabras: descendemos de los simios, física y culturalmente.

Esta ampliación de la teoría darwiniana, permitió suponer que la existencia de un macho dominante, que se apodera de las hembras excluyendo a los demás, es algo que también pudo haber ocurrido entre los humanos, en aquella lejana época en la que se produjo la aparición del primer mono transformado en ser humano.

Luego de miles de años, aparecieron los primeros registros que permitieron a los antropólogos e historiadores, suponer cómo actuaban los humanos de los que se poseen datos confiables.

Pueblos que no se conocían entre sí, tenían algunas costumbres similares.

Una de ellas era la creencia en dioses, rituales religiosos y animales totémicos sagrados.

También es compartida la costumbre de realizar sacrificios de esos animales totémicos sagrados, para estimular las acciones bienhechoras de los dioses (buenas cosechas, ausencia de guerra o epidemias).

Siguen las coincidencias en cuanto a que matar (sacrificar) a un animal totémico (vaca, águila, tigre), debía ser una tarea colectiva.

Quizá aún más importante, era la participación en el banquete totémico.

Efectivamente todos debían responsabilizarse del sacrificio para poder recibir los beneficios buscados.

Ese pensamiento primitivo sigue estando en nosotros, como también lo están la forma de respirar y de dormir.

Hipótesis: Quizá la masa de dinero circulante sea, para algunas personas, un animal sagrado al que temen comer (ganar, incorporar), y por eso padecen pobreza patológica.

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lunes, 25 de octubre de 2010

El control racional del sudor

En otro artículo (1) les comento que, debido a la existencia de lo que el psicoanálisis llama inconsciente, nos ocurren dos cosas:

1º) Hablamos sin saber todo lo que decimos; y
2º) Sabemos más de lo que creemos.

Como es algo que no se enseña en la escuela y que luego casi nadie comenta, corresponde agregar un poco más de información para explicarme mejor.

En el mencionado artículo, hago que un personaje imaginario diga: «Si muero, quiero que mis cenizas sean tiradas en el mar».

Lo que este personaje dice —sin darse cuenta—, es que «quizá sea inmortal». Si hubiera dicho «Cuando muera, quiero que ...», daría por seguro ese inevitable desenlace.

La frase puesta en términos condicionales, nos permite interpretar que en su fuero interno —inconscientemente—, cree ser inmortal.

Pero el motivo de este artículo es, como todos los demás de este blog, meditar sobre la gran pregunta que lo guía: «qué es y cómo se cura la pobreza patológica».

Una de las claves para ser personal y socialmente fuerte —y por lo tanto, mejorar las posibilidades de no padecer carencias—, es conocerse a sí mismo.

Conocernos implica interpretarnos, y para eso necesitamos tiempo, dedicación, comodidad para poder reflexionar, es decir, observarnos, escucharnos. Conocernos es entendernos.

En suma, para conocernos a nosotros mismos y mejorar nuestra fortaleza, necesitamos priorizar lo importante y no estar presionados por lo urgente.

Dicho de otra forma, para conocernos y mejorar nuestra posición y actitud ante la vida, no podemos estar nerviosos, ni desesperados, ni angustiados. Tenemos que estar tranquilos, relajados, cómodos.

Por lo tanto, quienes viven la vida agitada, corriendo, estresados, presionados, no pueden conocerse.

Es cierto que «nos ganaremos el pan con el sudor de la frente», pero lo perderemos si sudamos demasiado.

(1) Las exhibiciones para no ser miradas

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domingo, 24 de octubre de 2010

Los errores imposibles

En un artículo publicado recientemente (1), les decía que los animales que estamos dotados de un Sistema Nervioso Central (SNC), compartimos la particularidad de asustarnos, salir corriendo, padecer ataques de pánico.

Los animales humanos agregamos otra particularidad y es que, como tenemos un instinto tan subdesarrollado y —para peor— nos jactamos de esta pobreza instintiva, también nos descontrolamos a impulsos del deseo, esto es, de esas ganas locas que tenemos de hacer ciertas cosas, convenga o no convenga, sea legal o ilegal, cueste lo que cueste.

Para poder cuidarnos de esta debilidad de la especie, hemos inventado leyes, reglamentos, códigos, castigos, amenazas, cárceles, y todo tipo de método punitivo y disuasivo que pudo ocurrírsenos, para —en definitiva—, defendernos de nosotros mismos.

Escribo este artículo porque tengo la sensación de que aún no se ha comentado suficientemente, qué gran ayuda (en este sentido) recibimos de la informática.

Cuenta la mitología, la leyenda y la literatura, que Ulises, el gran guerrero y navegante griego, se hacía atar al mástil de su barco y taponear los oídos con cera, para poder evitar las acciones perjudiciales que cometería influenciado por el canto de las sirenas que habitaban (en la ficción), los mares que él surcaba.

Este y otros miles de dramas ocurridos por nuestra trágica incontinencia, se resuelven gracias a los sistemas informáticos corporativos, con los cuales es el software (la programación) la que determina con rigor inapelable, qué se puede hacer y qué no.

Los trabajadores, jerarcas, empresarios y demás ejecutantes de los procedimientos (trámites, controles, resoluciones), sólo deben ingresar datos y cumplir rigurosamente lo que exige el sistema informático del cual es usuario.

Los antojadizos humanos ya no tienen que hacerse atar a un mástil para no dejarse llevar por un canto de sirenas: simplemente no tendrán libertad ni facultades discrecionales.

(1) El contagio inevitable

Artículos vinculados:

El canto de las sirenas
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sábado, 23 de octubre de 2010

Inmersos en el lenguaje que nos determina

Pedro Ocón de Oro (España, 1932 - 1999), ganó un concurso de crucigramas cuando tenía 16 años.

Alentado por este éxito prematuro y desarrollando aún más un talento que el concurso puso en evidencia, inventó varios pasatiempos que hoy pueblan las revistas especializadas e Internet (por supuesto).

Uno de esos pasatiempos, es el llamado Sopa de Letras.

Para quienes no lo conocen, les informo en qué consiste:

Dentro de un cuadrado, se muestran cientos de letras diferentes. El jugador debe encontrar palabras conocidas, formadas por letras juntas, ubicadas en cualquier sentido (hacia la derecha, hacia atrás, etc.).

Lo divertido está en encontrar la mayor cantidad de palabras posible.

Ahora le propongo imaginar una Sopa de Letras más compleja.

En lugar de ser un cuadrado como en el pasatiempo, que sea un cubo (o cualquier otro volumen que usted prefiera).

Ahora tenemos un continente, lleno de letras y nuestro pasatiempo consistirá en encontrar vocablos formados por letras que estén juntas y en cualquier orden.

Sin embargo, esto ya no es un juego. Es algo más serio porque nosotros estamos dentro de ese recipiente pues su tamaño nos permite estar ahí dentro.

Sigo agregando complejidades y resulta que ya no son letras las que están rodeándonos, sino palabras ... con las que podremos formar pensamientos, ideas, oraciones, frases, exclamaciones, descripciones, dichos, poemas, ... y —sobre todo—, cosas que hemos oído y que fueron determinantes para la formación de nuestros afectos, personalidad, creencias, miedos, apego o rechazo al dinero.

En suma: Les presento una comparación que puede ser ilustrativa para entendernos mejor.

Así como dentro del vientre de nuestra madre, flotábamos en el líquido amniótico, desde que tenemos uso de razón y accedimos al lenguaje, cada uno flota en su exclusiva sopa de palabras (significantes), que determinan la psiquis que lo caracteriza.

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viernes, 22 de octubre de 2010

Sólo da ganancia un cliente vivo

La industria farmacéutica necesita que la gente viva muchos años ... enferma.

Es decir, el objetivo estratégico, es conservar al cliente, para lo cual, en este rubro particular, es necesario que el cliente no se muera, pero que conserve aquella condición que lo hace dependiente de las mercaderías que vende la industria farmacéutica.

La socia principal de este negocio, es la corporación médica, la cual tiene a su cargo la venta profesionalizada de la referida mercadería.

Esta industria destina parte de sus grandes ganancias a:

— Procurar que sus clientes vivan la mayor cantidad de años posible;

— Convencer a la población de que la vida está tan asociada a la medicina como al aire. El eslogan sería: «Sin medicina, no hay vida».

— Lograr que esa longevidad esté acompañada por dolencias que justifiquen la compra de mercadería farmacéutica (medicamentos, remedios, medicinas).

Esa población artificialmente envejecida, está compuesta por jubilados.

Los organismos previsionales que pagan las jubilaciones, son financiados por una contribución (generalmente obligatoria), que hacen los jóvenes trabajadores.

Si verificamos una simple trazabilidad (recorrido) de este dinero que ganan los jóvenes, pero que no cobran porque le son retenidos por los organismos previsionales, observaremos que terminan en la industria farmacéutica.

En suma: el negocio de la salud, utiliza el instinto de conservación de los humanos, los recicla para que su satisfacción esté asociada a la medicina y, de esa forma, prácticamente todos somos clientes de esa industria.

Para que esto funcione así, la publicidad que recibimos debe provocarnos la mayor hipocondría posible (miedo a las enfermedades), debe poner nervioso a nuestro instinto de conservación, y necesita fortalecer esa enfermedad que no se escapó de la caja de Pandora: la Esperanza.

La prolongación de la vida, es real. La medicina y la farmacéutica, alargan existencia. El negocio funciona y todos felices.

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jueves, 21 de octubre de 2010

«No quiero verte en ese estado»

Es oportuno mencionarles dos conceptos que refieren a los dos tipos de pobreza sobre los que trabajo desde hace unos años.

La pobreza egosintónica es aquella que no molesta, la que es tolerada e inclusive buscada por quien la posee.

La pobreza egodistónica es aquella que sí molesta, la que no es tolerada y permanentemente es rechazada por quien la padece.

Incorporados estos dos conceptos, corresponde decir que pobreza patológica es aquella pobreza egodistónica cuya solución está inhibida, dificultada, postergada y hasta saboteada, por algo que puede tipificarse como resistencia a la cura (las soluciones y acciones, son contraproducentes).

En un artículo publicado con el título La narcisísticas distribución del amor, reconozco que todos quienes luchamos para erradicar la pobreza que afecta a millones de personas en el mundo, lo hacemos por amor propio, esto es, por amor a nosotros mismos, por egoísmo, porque no podemos aceptar que «un hermano de nuestra especie tenga menos recursos que otros seres vivos de especies ajenas».

Sería un error y una ingenuidad, suponer que este pesar que nos provoca ver que otros humanos viven mal, está causado por amor hacia él, por piedad, filantropía, amor al prójimo, caridad.

El problema que nos provoca la pobreza ajena consiste en que nos duele que alguien porte (use, utilice, posea) nuestra misma imagen (tenga forma humana), en ese estado tan lamentable, vergonzoso, miserable, indigno.

¿Por qué este comentario?

Además de considerarlo tan verosímil y honesto como cualquier otro de los que publico, tiene un fin notoriamente práctico (como los demás).

En medicina dicen que un buen diagnóstico equivale a la mitad de la curación.

Si nos engañamos (diagnosticamos mal) respecto a por qué trabajamos, pensamos, estudiamos, proponemos, quienes queremos terminar con la pobreza patológica (egodistónica), seremos tan ineficientes como quienes nos antecedieron.

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miércoles, 20 de octubre de 2010

La narcisística distribución del amor

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el vocablo ETOLOGÍA significa:

1. Estudio científico del carácter y modos de comportamiento del hombre. ||
2. Parte de la biología que estudia el comportamiento de los animales.

Por su parte, el vocablo PSICOLOGÍA, significa:

1. Parte de la filosofía que trata del alma, sus facultades y operaciones. ||
2. Todo aquello que atañe al espíritu. ||
3. Ciencia que estudia los procesos mentales en personas y en animales. ||
4. Manera de sentir de una persona o de un pueblo. ||
5. Síntesis de los caracteres espirituales y morales de un pueblo o de una nación. ||
6. Todo aquello que se refiere a la conducta de los animales.

Con estas dos definiciones de una fuente tan prestigiosa como es el diccionario, podemos avanzar un poco más y decir que estos dos vocablos refieren al estudio de los procesos mentales y las conductas.

Dejamos en suspenso la discusión sobre si los procesos mentales, el alma, el espíritu o la moral, tienen un origen orgánico (materialismo) o no (idealismo).

Si los humanos pudiéramos sentir que todos los seres vivos tenemos el mismo valor, probablemente toleraríamos mejor, que algunos caballos de carrera consuman recursos económicos que podrían alimentar a varias familias, o que existan seres humanos que viven en lugares inhóspitos, húmedos, sucios, mientras que a poca distancia geográfica, un gato disfruta de aire acondicionado, alimentación balanceada y un servicio veterinario de primer nivel.

Por lo tanto, es oportuno reconocer que, tanto mi dedicación a erradicar la pobreza patológica (aquella que es padecida y no aquella que es buscada como filosofía de vida), como la de tantos otros que luchan como yo, lo hacemos porque nos amamos narcisísticamente (a nosotros mismos) y no amamos de igual forma al resto de los seres vivos.

Nota: Las imágenes muestran a la actriz francesas Brigitte Bardot (1934- ), que fue famosa como símbolo sexual y ahora lo es por defender a los animales del maltrato humano.

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martes, 19 de octubre de 2010

El salario de Lassie

Desde hace milenios, algunos perros dejan en suspenso sus rasgos salvajes caninos, para adherir a los rasgos salvajes humanos.

Perros y lobos son genéticamente casi idénticos. Ambos pertenecen a la familia de los Canidae.

Esta afinidad de comportamiento no depende de la forma exterior de sus cuerpos (porque somos muy diferentes), sino de algo menos visible, como podrían ser los sistemas nerviosos centrales de ambas especies.

Me enteré no hace mucho, que para adiestrar a los perros, existen algunas ideas que todo entrenador utiliza.

La más interesante (por llamarlo de alguna manera), es que el perro tiene que estar con hambre.

Además, debe saber que la comida no está lejos. Convendría que la olfatee.

Es aconsejable que sea alimentado con horarios fijos, en dosis suficientes pero no excesivas.

Esa comida debe ser interpretada como un premio por haber cumplido con las órdenes dadas por el entrenador.

Repito: los premios-alimenticios no deben ser demasiado abundantes. El perro, por mejor que se comporte y obedezca, no tiene que hartarse comiendo premios.

Hay que tener en cuenta que la alimentación debe ser agradable, apetitosa, muy atractiva. Escasa pero deliciosa.

Los ejercicios de entrenamiento no deben ser abrumadores, aburridos, mortificantes.

Da buenos resultados intercalar algunos ejercicios sencillos entre dos muy exigentes.

La incorporación de ejercicios nuevos y difíciles, debe hacerse en forma gradual, progresiva.

Si se aumenta repentinamente la exigencia, eso hará que el animalito tienda a rehusar el entrenamiento, no preste atención, pierda entusiasmo.

Las sesiones de entrenamiento deben finalizar con ejercicios que notoriamente le agradan para seguidamente, entregarle su premio-comida.

Esto le condicionará para pensar que adiestrarse es divertido y delicioso.

En suma: Desde el principio del artículo —donde digo que los perros deben estar con hambre—, todo se parece mucho a cómo son tratados los pobres.

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lunes, 18 de octubre de 2010

El futuro está escrito

En otro artículo publicado con el título «Mi historia es fabulosa...», les comento algo sobre cómo necesitamos que nuestra historia tenga ciertas características particulares, con relativa independencia de los hechos realmente ocurridos.

Cada vez que alguien se interesa por saber cómo llegamos a ser lo que somos o —menos frecuentemente—, por qué no somos lo que podríamos haber sido, tenemos la necesidad de entregar un relato coherente con la situación actual.

En otras palabras, contaremos nuestra historia, con los cambios que hagan falta para que el desenlace (lo que hoy soy, como hoy estoy, lo que hoy tengo), encaje perfectamente.

Se agrega otro factor que retoca ese texto casi inventado que usamos como respuesta: la historia deberá generar en quien la escucha (el consultante), la imagen que deseamos que tenga de nosotros (héroe, víctima, audaz, etc.).

Ocurre algo parecido en la industria de las editoriales.

Éstas sólo imprimen libros o discos que casi seguramente encontrarán compradores, esto es, serán del agrado del público consumidor.

Estos fenómenos tienen mucha relación con algo poco conocido y relativamente increíble.

Efectivamente, nuestro deseo es ser el deseo de los demás.

Como les decía en artículos publicados anteriormente (1), cuando comprendemos que nuestra madre cuida tanto lo que desea (su esposo, su trabajo, su casa), procuramos convertirnos en algo así, en algo (no dije «alguien») que ella pueda desear tanto que no pueda evitar cuidarnos.

Para ir redondeando estas ideas, nuestra historia actual, esa que contamos sinceramente porque la creemos, tiene los elementos necesarios para que se cumpla nuestro deseo de ser deseables, para que nos acepten, para seducir a quienes nos rodean, lo cual seguramente incluye nuestra actitud frente al dinero, la riqueza, el patrimonio.

En suma: La historia que necesitamos contar, nos impone ciertas actitudes inflexibles frente al dinero.

(1) Los antojos son sagrados

Soy una cosita adorable

El deseo del cachorro

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domingo, 17 de octubre de 2010

El coronel no tiene quien le gane

En otro artículo (1), dije que mi cerebro está configurado para pensar que la educación que recibimos los civiles, está en función de lo que necesitan los militares para ejercer su rol.

En forma refleja, esto me autoriza a decir que los militares, son educados en función de cómo estamos educados los civiles.

Por eso algunos dicen, quizá en un tono algo irónico, que «los pueblos tienen los militares que se merecen».

En suma 1: Las naciones tenemos armonía. Sus integrantes (ciudadanos), cual células de un organismo viviente, tienen un formato y un desempeño que sintoniza con el resto.

En el artículo referenciado, también decía que los militares cumplen sus objetivos mediante la fuerza, tanto física (actuando directamente), como disuasiva (amenazando, haciendo alarde de poderío, disuadiendo).

Como un estamento y otro de las sociedades, parecen estar cuidadosamente separados —al punto que está en la mente de una mayoría de ellos, un sentimiento de desconfianza recíproca—, las buenas ideas, las mejores prácticas, los mejores procedimientos que están en uno, difícilmente también estén en el otro.

¡Aguarde! Verá que esto se aclara enseguida.

Entre los civiles, tenemos la idea de que la calidad triunfa sobre la cantidad, suponemos que el saber triunfa sobre la ignorancia o que la paciencia triunfa sobre la impulsividad.

Entre los civiles también creemos, que una empresa llega a ser exitosa cuando cuenta con trabajadores de probada buena conducta, con la mejor capacitación estudiantil y con más inteligencia que astucia.

Entre los militares lo que importan son los resultados: repeler, defender, evitar, conquistar, extinguir, resolver definitivamente.

Como digo al principio, civiles y militares quizá seamos educados para ser diferentes y hasta con valores opuestos.

En suma 2: El enfrentamiento a nuestros competidores (laborales, comerciales, industriales) ¿será más efectivo con criterios civiles o militares?

(1) La obediencia debida

Nota: La imagen es una escena del film norteamericano A few good men (Cuestión de honor - 1992), en el que Tom Cruise y Demi Moore representan a dos abogados militares. El argumento discute el concepto de obediencia debida en un caso de homicidio.

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sábado, 16 de octubre de 2010

La digna prostitución obligatoria

Con ese mágico magnetismo que tienen los números para ciertas personas,

— fueron 33 los mineros chilenos finalmente rescatados después de estar literalmente enterrados en una mina durante 69 días;

— fueron 33 años los que vivió Jesús Cristo, aunque después revivió y —para muchos—, continúa con vida; y

— 33 fueron los revolucionarios que el 25 de agosto de 1825, comenzaron la insurrección que expulsó a los brasileros del territorio que hoy es Uruguay.

La bandera de estos treinta y tres héroes, tenía los mismos colores de la Revolución Francesa (azul, blanco, rojo), pero con una consigna que decía «Libertad o muerte».

«Morir con las botas puestas», es una expresión que propone convertir la vida en una lucha permanente (en tanto las botas son un calzado militar).

«Es preferible morir de pie a vivir de rodillas», es una expresión que señala poéticamente el mayor valor de la dignidad por sobre la sumisión.

Otra coincidencia: Todas las consignas refieren a la muerte.

Retomo la consigna «libertad o muerte» —que no fue sólo de estos revolucionarios de 1825, sino que también fue incluida en varios manifiestos en los que se reivindicaba el fin de alguna forma de explotación, dominio, invasión.

La mayoría somos esclavos de los opuestos, de la duda, la contradicción, la bipolaridad, la ambivalencia, de la lógica, de la coherencia.

Aunque es cierto que existen —y seguirán existiendo—, situaciones en las cuales es lógico sublevarse por el abuso que algunos humanos perpetran contra otros humanos, en el fondo, todos somos víctimas de una esclavitud constante, contra la cual no es coherente, ni lógico, sublevarse.

Me refiero a las molestias que nos provoca soportar la educación, las normas de convivencia, tener que pagar por lo que recibimos, tener que complacer a otros por dinero, como si fuéramos prostitutas.

Nota: La imagen corresponde a una de las portadas del film Belle de jour (1967) protagonizado por Catherine Deneuve. Aunque ella tiene un matrimonio feliz, ejerce la prostitución porque no puede evitar su humana dualidad.

Artículo vinculado:

El patriarcado femenino

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viernes, 15 de octubre de 2010

El patriarcado femenino

La mujer apasionada, le dice a su hombre: «Si me dejas, me mato».

El hombre apasionado, le dice a su mujer: «Si me dejas, te mato».

Parecería ser que la mujer está más expuesta a la muerte que el varón, aunque las estadísticas dicen, que en promedio, viven algunos años más que ellos.

La psicología de la mujer, la hace sentir y decir cosas como, por ejemplo:

«Soy débil, no me pertenezco. Sin ti no soy nada. Espero todo de ti. Sobre todo, no te alejes. Cuando no estás aquí, no vivo. Seré como quieras: bella, infantil, pero también apasionada. Seré tu amante, tu esposa, tu hermana y tu madre, todo junto, y hasta tu amiga. Pero con la condición de que me ames».

Parece que ella construye al amo de la que quiere ser su esclava.

Sin embargo, paulatinamente, la sociedad está cambiando como para que ella no encuentre tantos hombres que acepten su propuesta.

Ser amo de una esclava sumisa, se presenta como algo tentador, hasta que aparecen los costos (compromiso) de un rol tan prestigioso.

Nunca, cuando tratamos este tipo de temas, podemos hablar de unanimidades. Lo más que podemos considerar son mayorías, tendencias, actitudes predominantes.

Un grito de guerra de los varones, dice: «Libertad o muerte».

Siempre me sonó muy exagerada esta pretensión. La encuentro mejor ubicada en un psicópata, en tanto estos enfermos tienen perturbada la noción de legalidad, de normatividad, de respeto por los derechos ajenos.

Para que un hombre pueda satisfacer a una mujer que lo erige en amo, tiene que abandonar esas aspiraciones de libertad, como propone tan ambicioso eslogan.

La economía capitalista y el mercado laboral, también cancelan esas aspiraciones femeninas, especialmente en las clases socio-económicas menos favorecidas, donde generalmente desempeñan el rol de amo.

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jueves, 14 de octubre de 2010

La huelga de hambre y el chantaje

La «huelga de hambre» me parece un método de lucha particularmente alocado, fuera de lugar y lleno de arrogancia.

Por tratarse de un chantaje emocional, provoca en quienes la observan, un sentimiento de culpa tan injusto como ineludible.

Es una forma de «suicidio lento», con la suficiente parsimonia como para que las verdaderas víctimas a quienes va dirigido el ataque (gobernantes, pueblo, grupo de poder), reaccionen a tiempo y se salven de sentirse homicidas indirectos.

En general, cualquier forma reivindicativa que recurra a la violencia, debería ser automáticamente descalificada.

Golpear, herir o torturar, son métodos universalmente condenables, sin dejar de reconocer que la ausencia de otras alternativas, terminan justificándolos aún entre personas habitualmente humanitarias.

El chantaje emocional no es menos grave que una picana eléctrica.

Hasta podría decir que es más grave, porque todos estamos preparados para condenar el sadismo explícito, mientras que para el chantaje emocional, no estamos educados para percibir el grado de violencia que aplica.

La fundamentación de mi acusación al método, no es lineal e implica aceptar ciertas hipótesis previas.

Además del hecho más notorio de que, los humanos nos identificamos con los semejantes inevitablemente y que, por lo tanto, quien nos muestra cómo se auto-agrede, nos está agrediendo, también es digno de mencionar otro hecho que habla de la arrogancia del huelguista.

Su jactancia consiste en pensar que es tan importante, que su muerte alterará el curso de la historia.

Este sentimiento de ser imprescindile, está en la cabeza y el corazón de millones de personas.

Repetimos mecánicamente que «nadie es imprescindible», sólo para mentirnos y suponer que somos humildes.

La especie sigue adelante si una madre muere en el parto, si un joven muere en la guerra y si un presidente fallece.

Nota: el 9-4-2009, el presidente de Bolivia, Evo Morales (imagen), inició una huelga de hambre exigiendo una cierta votación al Congreso Nacional de su país. Cinco días después, logró su objetivo.

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miércoles, 13 de octubre de 2010

La mano de Dios

En todo grupo, cada integrante procura la máxima productividad con el menor esfuerzo.

Cuando uno de los integrantes es Dios (porque todos los demás creen y cuentan con Él), es probable que inconscientemente:

— (Envalentonados por este integrante tan poderosos), vivan la ilusión de que ningún otro grupo, equipo o familia, podrían superarlos; además

— Cuando prometen ciertos logros espectaculares, es probable que deleguen (imaginariamente) lo más importante, pesado, difícil o cargado de responsabilidad, al integrante Todopoderoso, quién, seguramente, basado en su propia inexistencia, no cumplirá el cometido que le fuera asignado.

Cuando las tareas asignadas al integrante Dios (rezándole, confiando ciegamente en Él, rogándole con la humildad que Él reclama), no se cumplen, los integrantes no dudarán de la existencia del todopoderoso, sino que supondrán otras hipótesis, inclusive las más delirantes (alguno de nosotros no confía lo suficiente, Él estará atendiendo asuntos más urgentes, ¡por algo que nos beneficia a todos, no hace lo que le pedimos!).

Como Dios, entre otras cosas, no habla, su discurso queda librado a la imaginación más gratificante de sus humanos compañeros de trabajo.

Lo que siempre ocurre cuando nos enfrentamos a un hecho de causa desconocida, es que le inventamos por lo menos una explicación, que a su vez, tendrá la característica de ser lo más placentera posible, esto es, que no sólo ratifique las creencias sino que evite oponerse groseramente a la falta de lógica.

Se agrega a estas circunstancias y valoraciones, un amor muy grande hacia Dios.

Su figura ocupa en nuestra mente el lugar de un padre severo, pero justo y solidario.

Lo paradójico, es que existen personas que viven en la miseria por tener estas ideas disparatadamente irreales, mientras que otras, conquistan el máximo poder humanamente posible, con las mismas ideas disparatadamente irreales.

Nota: El 22 de junio de 1986, el futbolista argentino Diego Maradona, hizo un gol al equipo de Inglaterra, golpeando antirreglamentariamente la pelota con la mano. Por el triunfo y la ausencia de penalización, convirtieron al hecho en el “Gol del siglo” ejecutado por «la mano de Dios».


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martes, 12 de octubre de 2010

La corrupción como fenómeno natural

La corrupción es un fenómeno natural en los seres vivos, porque algún día morirán y los cuerpos se descompondrán en sus elementos básicos.

Todos los seres vivos somos bio-degradables.

El verbo «degradar», define la transformación de un elemento complejo en otros más sencillos.

Por eso podemos usarlo metafóricamente, para decir que alguien es humillado, rebajado, despreciado.

También metafóricamente usamos el vocablo «corrupción», para referirnos a la degradación moral que puede afectar a una o varias personas.

Según observo, los actos de corrupción y el repudio que provocan en sus testigos, son fenómenos naturales.

Porque el cerebro padece insalvables dificultades para comprender situaciones complejas, no tenemos más remedio que seccionar el fenómeno en lo que suponemos son sus partes integrantes.

Por ejemplo, decimos que los países subdesarrollados constituyen contextos adecuados para que se generen hechos de corrupción (política, económica, individual).

No tenemos más remedio que reconocer que en los países desarrollados, también existen abusos de poder, acciones ilegítimas, malversación de fondos públicos, favoritismos lucrativos y demás "patologías de las decisiones".

Podemos sí afirmar que esta particularidad de nuestra naturaleza humana, es genéricamente empobrecedora, malgasta dinero, desvía inversiones, desestimula la productividad y, por lo tanto, será más notoria en aquellas economías en las que ese empobrecimiento mantenga a amplios sectores de la población en condiciones indignas (menesterosos, sumergidos, indigentes).

Por lo tanto, en los países ricos, la corrupción existe, pero los costos sociales son menos visibles y dramáticos.

Suele ocurrir que en los países menos desarrollados, el pueblo crea que la industria de la construcción sea muy beneficiosa por la demanda de mano de obra (directa e indirecta) que genera, sin considerar que también es el sector en el que mejor pueden ocultarse enormes diferencias de precio, provocadas por coimas, sobornos, robo de materiales, asesorías innecesarias, y demás acciones corruptas.

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lunes, 11 de octubre de 2010

¿Cuánto valgo?

Concurrí a una entrevista de trabajo con poca ilusión.

En esta ocasión, había consultado una experta en tarot —la más famosa de mi ciudad— quien me dijo que conseguiría un buen trabajo en menos de 30 días.

Al pagarle lo que me cobró, comencé a dudar sobre la confiabilidad del arte adivinatorio.

Sin embargo, en esta ocasión parecía haber acertado porque lo que buscaba la empresa de selección de personal, se ajustaba a mi capacidad mejor que en ocasiones anteriores.

Todo iba bien hasta que en la tercera entrevista, cuando ya todo hacía suponer que me dirían cuándo comenzar a trabajar, me hicieron una pregunta que me cayó como un balde de agua fría:

— ¿A qué remuneración mensual aspira por una dedicación total, de horas semanales?

No sé qué caras le habré puesto al psicólogo que me entrevistaba, pero imaginé que serían de sorpresa, susto, confusión, desilusión y fracaso (por orden de aparición).

Al notar mi perturbación, continuó diciendo:

— Usted nos ofrece una determinada producción que nos parece aceptable. Como cualquier otro servicio, queremos saber cuánto vale para usted, así podemos evaluar si está dentro de lo que podemos y nos conviene pagar por él.

Su respuesta —a una pregunta que no hice—, me pareció más que razonable, pero ahora tenía dos problemas:

— continuaba con la confusión y

— reconocía como imperdonable no saber cuánto (creo yo que) vale mi trabajo.

Logré recuperarme y le respondí:

— Ustedes díganme cuánto están dispuestos a pagar por lo que les ofrezco. Yo necesito trabajar.

El psicólogo —con una mirada más linda que sus ojos—, me dijo:

— Usted nos interesa. Llámeme mañana con una cifra para comenzar a negociar su contratación.

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domingo, 10 de octubre de 2010

Mi amada fábrica

Anteriormente (1) he comentado con usted que la reproducción de las especies se vale del período de celo por el que pasan las hembras, y que desencadena en los machos un deseo de «copular o morir» ... provocado por la necesidad de eyacular su semen dentro de la hembra en celo.

Es importante tener en cuenta que esos machos que compiten entre sí como postulantes a fecundar la hembra, necesitan hacerlo.

Al pelear (competir) arriesgando la vida, demuestran que el orden de prioridades se invierte transitoriamente.

Ejemplares que —hasta el momento de sentir el perfume erótico que tiene la hembra—, se cuidaban de no correr riesgos, de estar atentos a la presencia de cualquier depredador, hasta la ridiculez de no mojarse las patas al cruzar un curso de agua, repentinamente se olvidan de sí mismos y sólo defienden la conservación de la especie (reproduciéndose).

Nuestro pensamiento reacciona muchas veces por metáforas, esto es, puede estimularse por fenómenos que parecen similares, aunque generalmente, el titular de ese pensamiento, no se da cuenta que hace una interpretación metafórica de las circunstancias.

Exponiendo el motivo de este artículo, se aclarará la idea.

Una fábrica hace correr la noticia de que necesita contratar trabajadores.

Ante la puerta del edificio se forma una fila de postulantes que necesitan y desean trabajar.

Los interesados son consultados sobre sus habilidades, posibilidades, antecedentes y finalmente, son llenadas las vacantes que provocaron la convocatoria.

La fábrica es una metáfora del cuerpo de la mujer porque en una y en otra, ingresan insumos (materia prima o espermatozoides), que luego se transforman en algo de mayor valor.

El miedo a postularse como interesados que padecen muchas personas, es también metafórico porque remite a cierta lucha a muerte que realizan los pretendientes (como fecundadores) de otras especies.

(1) A este lo quiero para mí

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sábado, 9 de octubre de 2010

La insoportable posibilidad de perder

Los neuróticos —según les comentaba en otro artículo (1)— somos personas que lamentamos haber perdido nuestro primer objeto de amor, y por eso somos temerosos, nos imaginamos culpables de haber cometido el gran error que nos privó de ese vínculo tan preciado, y ahora agrego: nos paralizan las dudas.

Es muy probable que esta forma de encarar el corte del cordón umbilical (separarnos física y afectivamente de la dependencia de nuestros mayores), nos deje una secuela traumática tan profunda que, sin darnos cuenta, inconscientemente, continuamos pensando que otra gran pérdida podría volver a ocurrirnos.

Cualquier toma de decisión, consiste en elegir una opción entre varias.

Cada una de la opciones (dos, como mínimos para que ocurra el fenómeno de la duda), tiene puntos a favor y puntos en contra.

Un ejemplo exagerado (sólo para ser breve y claro), es el aceptar el compromiso de unirnos a una persona que nos exige exclusividad matrimonial (monogamia).

Si aceptáramos este compromiso —y en el entendido de que estamos dispuesto a cumplirlo fielmente—, estaríamos renunciando a vincularnos íntimamente con todas las demás personas que pudieran aparecer en nuestra vida de casados.

Los neuróticos que dudamos de tomar esta decisión —al punto que podemos pasarnos varios años madurando la idea—, sentimos el temor de cometer el mismo error que nos llevó a perder a nuestro primer objeto de amor (nuestra madre, por ejemplo).

En otras palabras, como al casarnos con alguien renunciamos a todos los demás, tememos que dentro de esas personas que abandonaremos, esté justamente quien mejor suplante al primer objeto de amor que tanto añoramos.

Estamos convencidos de que las dificultades realmente inhibitorias son las que nos impiden ver (ceguera), oír (sordera), andar (parálisis), pero no, la dificultad que realmente nos inhibe y nos empobrece, es la duda neurótica.

(1) La boda Perverso-Neurótica

Artículos vinculados:

El neurótico «sano», sabe ganar y perder

Los descansos de la represión neurótica

La generación acorralada por el miedo

P.A. (perverso anónimos)

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viernes, 8 de octubre de 2010

Quienes deciden, ganan más

Desde que el mundo es mundo, existen ricos y pobres, pero aún no sabemos por qué.

En mis prácticas como psicoanalista, aplico un razonamiento que a veces me da resultado.

Cada persona posee algún grado de equilibrio (excepto que esté en coma, inconsciente o carente de lucidez).

Por lo tanto, cuando alguien llega a mí (vestido, por sus propios medios y comprendo lo que me dice), ya lo diagnostico como «persona equilibrada» (compensada, en armonía).

Claro que no es posible desoír el motivo de consulta que, generalmente es una queja, un conflicto, alguna expresión de dolor (angustia, insomnio, duelo, etc.).

Al pensar que una persona, por el simple hecho de estar viva y autogestionable, posee armonía, me conduce inevitablemente a la conclusión de que para poder introducir cambios curativos en su vida, debo desaromonizarla, quitarle el equilibrio que trae, descompensarla para restablecer esas condiciones, pero de una forma diferente y lo más rápido posible.

Es decir, alguien que se siente mal, no puede curarse sin ayuda, porque no puede perder el equilibrio que incluye el padecimiento.

Imaginemos un ejemplo: alguien se queja de que tiene que andar por la vida cargando una piedra que pesa 50 kilos.

Para quitarle la piedra, antes tengo que enseñarle a caminar de otra forma, porque hasta ahora ha estado inclinándose hacia atrás para compensar el peso que aguanta con sus manos.

En suma: lo que llamamos resistencia a la cura, no es más que un estado de equilibrio difícil de romper.

En otro artículo (1) mencioné que los individuos en grupo, instintivamente nos dejamos llevar por lo que hace la mayoría.

Sin embargo, no todos reaccionamos con igual intensidad.

Quienes logran equilibrarse obedeciendo las modas, las tendencias, los informativos, están condicionados a que otros tomen las decisiones ¡y las ganancias!.

(1) Psicosis colectiva y vulnerabilidad individual

Cómo Dios ayuda a los ateos


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jueves, 7 de octubre de 2010

Psicosis colectiva y vulnerabilidad individual

¿Qué llama la atención de la figura? Claramente, nos extraña tanta flexibilidad, la realización de movimientos que nuestro cuerpo no es capaz de hacer.

Aunque la comparación parezca exagerada, algo similar ocurre con nuestras creencias.

Si no las comparamos, es porque la flexibilidad corporal es visible mientras que la rigidez de las creencias es invisible.

Acá tenemos una situación que refiere a la percepción. Solemos decir: «Si no lo veo, no lo creo».

Sin embargo sabemos que existen fenómenos que están fuera de la percepción de alguno de los cinco sentidos.

Cuando nos unimos a un grupo, actuamos como un niño actúa con su madre.

Los miembros de un grupo creen a los otros miembros y en particular a los líderes que lo conducen.

Un soldado en combate hace lo que le dice el superior que está a cargo y lo seguirá literalmente hasta la muerte.

Si alguien es incorporado a un grupo de experimentadores desconocidos, pero que se pusieron de acuerdo en afirmar que algo no es rojo, o cuadrado, o que está frío, el que está siendo evaluado sin saberlo, terminará creyendo más a los demás desconocidos que a sus propios sentidos.

La rigidez de esta conducta es tal que, aún cuando estamos advertidos de que podemos ser víctimas de una psicosis colectiva, es casi imposible resistir nuestro impulso a seguir la tendencia de la mayoría.

La publicidad apela muy amenudo a mostrarnos qué hacen los demás (actores contratados), para que los imitemos (comprar un producto, etc.).

En economía, es práctica frecuente que se hagan anuncios para provocar decisiones. Quizá el método más efectivo de difusión es favorecer ciertos rumores (de devaluación, de suba de precios, de crisis).

La mayoría cree tener un pensamiento flexible, contorsionista, gobernable, pero las creencias, instintos y prejuicios, son bastante más rígidos.

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miércoles, 6 de octubre de 2010

El negocio de liderar colectivos

Uno de los tantos problemas contemporáneos, está provocado por las drogas adictivas (cocaína, marihuana, psicofármacos medicinales).

El negocio del narcotráfico consiste en comercializar clandestinamente las sustancias prohibidas, mientras que la medicina, por su parte, está autorizada a vender otras sustancias, supuestamente curativas pero que, en realidad, sólo permiten facilitar (aliviar, calmar) la vida de los consumidores (en este caso, llamados «pacientes»).

Los mercados objetivos de unos y otros proveedores (narcotraficantes y psiquíatras), padecen características similares: angustia, dolor en el alma, depresión, ansiedad, disconformidad, sensación de vacío interior.

Todos esos síntomas tan penosos, se aplacan, disimulan, ocultan, con la ingesta de sustancias psicoactivas, es decir, que provocan alteraciones somáticas a nivel del sistema nervioso.

Toda industria tiene fines de lucro.

El estímulo de quienes la crean (organizan, administran, protegen), es ganar dinero, enriquecerse, ampliar su poderío económico.

Las industrias que fabrican y venden sustancias psicoactivas (legales o ilegales), no escapan a esta regla.

El poder político también se genera, organiza, administra y protege con metodología similar a la de cualquier otro emprendimiento que persiga el lucro.

Así como a los fabricantes de drogas psicoactivas les conviene que más gente padezca esa dependencia (fidelización del cliente), a los políticos les conviene que más gente los vote, apoye, es decir, delegue en ellos su pequeña cuota de poder ciudadano, para que, por acumulación, puedan tomar grandes y lucrativas decisiones.

Cuando casi todos los partidos gobernantes de occidente eran de centro o de derecha, se puso de moda una foto del Che Guevara (imagen).

Estos consumidores del ícono, agotaban en ese acto, casi la totalidad de su militante oposición a las decisiones antipáticas de sus gobernantes de turno, facilitándoles la tarea, porque su agresividad subversiva se agotaba, paseándose con esa fotografía y gritando consignas de izquierda iluminada.

Nota: Esta fotografía fue tomada por el fotógrafo cubano Alberto “Korda” Díaz (1928-2001), el día 5 de marzo de 1960.

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martes, 5 de octubre de 2010

Cómo Dios ayuda a los ateos

Para ganar dinero, es preciso hacer lo que otros no hacen.

Cuando alguien ingresa a un sector de la economía (venta de alimentos preparados, por ejemplo), se pone en competencia con los demás agentes que se dedican a lo mismo.

Eso determina que lo que haya para ganar en ese sector, se reparta entre los que participan en él.

El caso extremo ocurre cuando los competidores son demasiado numerosos. Esto determinará que unos cuantos reciban ganancias insuficientes.

Todos tendemos a hacer lo que nos gusta y a no hacer lo que nos disgusta. Esto es natural.

Sin embargo, la realidad nos manda señales muy pedagógicas y nos educa para cambiar nuestras estrategias y actitudes.

Ocurre lo mismo en todas las especies: los cambios en el ecosistema que cada uno habita, impone radicación, emigración, adaptación o muerte.

En suma: cada mercado (o ecosistema, hábitat) impone ciertas conductas adaptativas.

En el mercado capitalista (hábitat más generalizado de los seres humanos), tenemos que atender la demanda, debemos satisfacer las necesidades o deseos de otros, a cambio del dinero que les cobraremos.

Para mejorar nuestros ingresos, tenemos que ser creativos, originales, diferentes a nuestros competidores.

Ser diferente implica quedarse un poco solo y la soledad es un esfuerzo que la mayoría no está en condiciones de hacer.

Esa mayoría puede trabajar 12 horas diarias de lunes a domingo, pero ser impopular le resulta trágico.

El miedo a proponer ideas muy diferentes a las que ya están aceptadas, impuestas (y llenas de competidores), puede verse disminuido con la ayuda de Dios.

Efectivamente, si nos inhibe la vergüenza de proponer ideas descabelladas, podemos darnos ánimo considerando que la creencia en Dios es bastante irracional, pero millones de personas inteligentes igual la aceptan.

Por esto, el margen para proponer ideas creativas sin avergonzarnos, es enorme.

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lunes, 4 de octubre de 2010

«Sírvenos que te serviremos»

La mayoría de nosotros tiene una buena opinión de las personas cultas, entendiendo por tales, aquellas que han desarrollado su inteligencia, que poseen conocimientos variados y acertados.

En definitiva, una persona culta, suele ser un buen ciudadano, alguien que aporta a la colectividad más de lo que toma, es decir, alguien que da más de lo que recibe y que nos enriquece a todos, tanto en bienes materiales como en bienes menos tangibles como son servicios a la comunidad, buenos ejemplos, tolerancia a la diversidad.

No podemos olvidar que alguien que posee esas características, saca partido de ellas.

Este ciudadano que nos enriquece, lo hace porque haciéndolo mejora su calidad de vida.

Si no recibiera de los demás aquello que beneficia sus intereses biológicos (alimentación, abrigo, casa, familia, seguridad, compañía, afecto, respeto), su gestión sólo duraría lo que tarden en agotarse las energías que no se reponen, es decir, se desilusionaría, se deprimiría, nos abandonaría.

Ahora volvamos a la palabra culto.

Este adjetivo proviene de la agricultura, y significa cultivar, favorecer la producción de vegetales.

Todos tenemos nociones de cómo funciona la producción agrícola: semillas, siembra, cuidados, riego, pesticidas, fertilizantes, cosecha.

Eso es lo que también ocurre con los ciudadanos cultos.

Ellos han recibido un tratamiento adecuado para favorecer un desarrollo que luego les permita obtener beneficios personales que generen y conserven una buena calidad de vida, porque los demás los ayudamos por considerar que su inclusión entre nosotros, nos enriquece, nos ayuda, nos sirve.

Esta simple descripción, nos puede servir para orientar nuestra estrategia de vida hacia la búsqueda de elementos favorecedores de nuestra cultura.

Si bien la buena suerte es la que tiene la primera y la última palabra en cómo nos va, esta percepción de la realidad puede predisponer la acción de la buena suerte.

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domingo, 3 de octubre de 2010

Un regalo para el enemigo

Una de las características que posee el animal humano —para compensar su vulnerabilidad inicial—, es lo que algunos llaman la «confianza primigenia».

Cuando somos niños, confiamos en que no nos harán daño.

Claro que, posteriormente, algunas experiencias, nos hacen dudar de la buena intención ajena y es entonces cuando, nuestra capacidad de aprendizaje, fomentada (alimentada, estimulada) por el instinto de conservación, nos instala las primeras suspicacias, dudas, temores, miedos, paranoia, resentimiento y desconfianza.

A partir de este nuevo estado de cosas, los vínculos se reciclan (reformulan, rediseñan) y empezamos a padecer las primeras soledades por desconfianza.

Los únicos perjudicados con ella, somos nosotros.

La primera infancia produce nostalgia porque desearíamos volver a tener aquel modo de amar desprejuiciado, puro, sin oscuridades.

Como ocurre en nuestra cultura, cada vez que algo no funciona como desearíamos, aparece la invalorable (aunque no desinteresada) colaboración de los comerciantes, quienes se las ingeniaron para institucionalizar días señalados para la reconciliación.

En occidente, la fecha principal e indiscutida desde hace siglos, es Noche Buena.

Se han agregado otros (día de la madre, etc.), porque todos queremos reconciliarnos más, la nostalgia de la infancia es muy grande e insaciable y los promotores (comerciantes), tampoco quieren perderse las oportunidades de ganar dinero que puedan surgir.

Los regalos tienen ese objetivo: apaciguar tensiones interpersonales, limar asperezas y reforzar los sentimientos positivos ... porque nunca está de más.

El milagro ocurre porque, unos pocos días al año, tenemos en cuenta al otro.

Haciendo un regalo estamos diciendo: «Observa cómo he dejado de mirarme el ombligo por un instante, para prestarte atención».

Claro que, si bien el receptor del regalo aprecia la intención amorosa, suele sentirse apenado con los desaciertos (tamaño inadecuado, colores horrendos, utilidad neutra o negativa).

Eso sí, el regalo más reconciliador, es el que entregamos a un enemigo.

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sábado, 2 de octubre de 2010

¡Mira qué me regalaron!

Algunas recomendaciones no tienen sentido. Mejor dicho: son contraproducentes.

Si cuando te despides, la otra persona te recomienda «¡cuídate!», no solamente está olvidándose de que tu posees un instinto de conservación sano, sino que además cree que necesitas que externamente alguien refuerce tu responsabilidad más básica (cuidarte).

Los que creen en la existencia de Dios, suelen pensar que él nos recomendó genéricamente: «cuídate que te cuidaré».

Esta fórmula fue tomada sagazmente por las compañías aseguradoras y cuando nos venden una póliza contra cualquier riesgo, nos obligan a tomar todas las precauciones para evitar un siniestro, esto es, para asegurarse de que nunca tendrán que indemnizarnos, logrado lo cual, lo que les pagamos anualmente se convierte en una donación.

Hace siglos circula un proverbio que dice «Si con caldo te vas curando, sigue tomando».

¡Otra obviedad mayúscula! ¡Quién —en su sano juicio— dejará de hacer aquello que lo beneficia!

Sin embargo, estos comentarios tan lógicos, no son suficientes.

Quienes han dedicado más tiempo y talento a encontrar explicaciones, causas y soluciones para las conductas animales, perfeccionan las técnicas para educar, adiestrar, disciplinar.

Si a la recomendación expresada como «…seguir tomando caldo», la traducimos como «reforzamiento operante», pasamos de la escena cotidiana de tomar sopa, a la incuestionable sabiduría de los científicos de ceño fruncido y túnica blanca.

Los aplausos al artista, son dados para que siga divirtiéndonos; si no le damos comida al perro impertinente que nos molesta cuando estamos almorzando, lo condicionamos para que deje de hacerlo; los regalos que recibimos de los comerciantes, son para que sigamos siendo sus clientes.

Aunque los métodos conductistas son bastante rudos, no podemos negar que suelen dar resultado.

Su eficacia demuestra cuán parecidos somos todos los animales, cuán poco efectiva es la voluntad y qué improbable es que exista el libre albedrío.

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viernes, 1 de octubre de 2010

«Pan y circo» para empobrecer con alegría

Cuando mi trabajo era visitar médicos para informarlos sobre las bondades de la línea farmacéutica que vendía mi empleador, me llevaba un libro que generalmente no podía leer porque, mucho más interesantes, eran las conversaciones de los pacientes.

En un hospital alejado de todo bienestar socio-económico, una señora le preguntó a otra:

— ¿Nosotros somos pobres o indigentes? —y la aludida respondió:

— Me parece que somos gente y que merecemos otra cosa.

El verbo «merecer» puede contener la clave que determina a qué clase socio-económica pertenecemos.

Cuando alguien piensa que los demás tienen que resolverle los problemas, que el bienestar es un derecho cuyo disfrute depende de la obligación de otro, estamos en problemas.

Para quienes posean la salud suficiente como para trabajar, el bienestar es un derecho y una obligación que tiene la misma persona consigo misma.

El derecho que tenemos todos y que se corresponde con una obligación de los demás, es a no ser atacados, pero el derecho a una calidad de vida digna, se corresponde con una obligación nuestra, de hacer lo que las condiciones de mercado determinen en cada lugar y época.

El Imperio Romano ocupaba una superficie superior a los seis millones de quilómetros cuadrados. Era más grande que la Unión Europea actual.

Durante cinco siglos (27 a.C. – 476 d.C.), fue la mayor potencia mundial.

Su derrumbe ocurrió porque la economía colapsó.

Los últimos gobernantes creyeron inteligente abaratar, subsidiar, facilitar el costo de vida de los pobladores (Estado de Bienestar), los beneficiarios perdieron la necesidad de trabajar para ganarse el sustento y sin producción, el desenlace fue rápido.

Para suponer que «merecemos» una calidad de vida digna, sólo tenemos que regresar mentalmente a nuestra querida infancia, en la que «merecíamos» ser alimentados, cuidados, mimados, consentidos, por nuestros padres.

La adultez funciona de otra forma.

Nota: La imagen corresponde al Coliseo Romano.

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