sábado, 30 de diciembre de 2006

Las matemáticas como fracaso pedagógico

Información fehaciente

Hoy, 30-12-2006, a las 10:35, llamé al teléfono 0900.2020 (Servicio de Información General de Uruguay), me atendió Marina y le pregunté «cuál es la probabilidad de sacar el 5 de Oro» (1). Como no tenía la respuesta en el momento, me dijo que llamara en 30 minutos al teléfono 628.4818 refiriendo el código de «Respuesta postergada» Nº 228095.

Cuando realicé la segunda llamada, me atendió Daniel y me informó que existe UNA POSIBILIDAD DE SACAR EL 5 DE ORO EN 1:086.008.

Opinión

En el lema de este blog yo afirmo que la pobreza (no la escasez) debería ser resuelta por los psicoanalistas y ya varias personas pusieron el grito en el cielo.

La psicología seguramente resuelve infinidad de problemas de aprendizaje y el fracaso pedagógico con las matemáticas es algo que sucede en todos los países y desde tiempos inmemoriales.

No quisiera pecar de paranoico pero, ¿no será un buen negocio para muchos agentes económicos que la mayoría de los ciudadanos tropecemos con esa asignatura? ¿No es una verdadera estafa que los apostadores participen en este juego donde existen casi nulas posibilidades de ganar? ¿Cuánto perdemos los ciudadanos que estamos pobremente capacitados en matemáticas? Carecer de esta destreza, ¿no equivale a tener que pelear por la subsistencia con una mano atada? El sistema educativo ¿quiere que podamos razonar, o a los gobernantes de todas las épocas y países les conviene más que los gobernados seamos incapaces?

Los psicólogos, ¿tenemos algo para aportar? Parece obvio que tenemos mucho para aportar!!

(1)(Para quienes no lo conocen, el 5 de Oro consiste en seleccionar 5 números del 1 al 44. El premio mayor sólo se logra si salen sorteados esos cinco números. También existen algunas otras posibilidades de obtener premios insignificantes).

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reflex1@adinet.com.uy

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viernes, 29 de diciembre de 2006

Hoy - Gran Baile - Hoy -

Caballeros: $ 100.-; Damas: $ 50.-; Mujeres: Gratis.


¿Por qué los psicólogos nos resistimos a cobrarle los honorarios a nuestros pacientes?

A poco de recibido una paciente enojadísima me dijo: « ¡Ustedes estudian psicología para curarse y como no lo logran, pretenden curar a los demás!»

Si hubiera contado con veinticuatro horas para darle una respuesta, seguramente no me hubiera quedado cayado como me quedé. ¡Tenía razón!

Esa irritada señora me ayudó a pensar que cada uno estudia para desangustiarse. Por ejemplo, estoy convencido de que la mayoría de los médicos son hipocondríacos. Cuando alguien me hace una consulta me siento habilitado para suponer que yo estoy sano, que poseo la verdad, que sé bien cómo es esto de vivir y otros delirios.

Si esta creencia es muy fuerte, podemos suponer que en el análisis personal del psicólogo aún no se trabajaron estas fantasías y por eso se da por suficientemente pagado con la actitud consultante del paciente. Efectivamente, quien me hace una consulta y me permite creer tan enorme y gratificante disparate, no merece que le cobre. Es más: podría dejarme tan contento que tendría ganas de pagarle yo a él.

En suma

Querido psicólogo/a: Si no sabes cómo cobrarle a tu paciente, es porque tu natural honestidad te indica que es él quien te está dando algo que tu necesitas. Cuando dejes de ser cliente de tus pacientes (relee esto de «ser cliente de tus pacientes»), verás cómo ya no tendrás más motivo para realizar un trabajo tan valioso «al bajo precio de la necesidad». ¡Te lo aseguro!

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viernes, 22 de diciembre de 2006

Anorexia monetaria

El otro día tuve la suerte de juntar en mi apartamento de Montevideo a seis queridos colegas para departir unos whiskies etiqueta roja, con papitas fritas, longaniza, queso (colonia y parmesano), sándwiches, masitas y un té de marcela que tuve que agregar porque una de ellas venía gástricamente mal herida de varias reuniones similares.

Después de entrar en los temas más interesantes de nuestra profesión, como por ejemplo «quién anda con quién», «la que parece que se divorcia es», «¿se enteraron la última de...?» y demás temas científicos, se me ocurrió hacerles un test, incorporando a la reunión a la señora que me mantiene esta guarida como si fuera un hogar, cuyo currículum es tener varias décadas, 8 hijos (uno de ellos caucásico) y una capacidad de adaptación a las circunstancias asombrosa; yo diría que tiene neurosis cero.

Para realizar esta prueba psicológica arranqué en la mañana pidiendo en la Biblioteca de la Facultad un libro que estuviera muy usado, notoriamente maltratado, de esos que ya tendrían que haber mandado a encuadernar.

Sentados los ocho alrededor de una mesita ratona, les dije que se imaginaran muy hambrientos. Esta parte fue muy complicada porque ya estaban todos pipones y con la imaginación hecha jirones por el alcohol,... excepto doña Maruja que se la pasó yendo y viniendo y no probó una gota.

Después de que todos me confirmaron que ya estaban en trance con el tema hambre, les presenté sobre la mesita dos bizcochos idénticos (en Uruguay les llamamos pan-con-grasa o cuernitos), uno sobre el libro hipermanoseado y el otro sobre un billete de diez pesos.

La pregunta fue: ¿Cuál no comerían a pesar del hambre?

Científicamente quedó confirmado que nadie comería el bizcocho apoyado sobre el dinero, a pesar de que ambos «objetos de papel» lucían idénticamente usados. Hasta doña Maruja, sindicada como clínicamente no-neurótica, puso una carita de « ¡No lo comería ni loca!».

Como lo más importante en la ciencia no son las respuestas sino las preguntas, ahora te pregunto a ti lector/a:

  • ¿Habrías comido el pan-con-grasa apoyado sobre el dinero?
  • ¿Te es fácil cobrarle a tus pacientes?
  • ¿Tenés una actitud distendida cuando recibís su dinero?
  • ¿Lo contás en su presencia o te limitás a preguntarle si está justo?
  • ¿Pensás que los psicólogos tendríamos que tener superados los tabúes?

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    reflex1@adinet.com.uy

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Sinagoga S.A.

El siguiente relato encubre la intención de señalar la diferencia que existe entre quienes creen que deben recibir dinero de la sociedad porque son psicólogos y los que, por el contrario, asumen que para recibir dinero deben entregar un servicio tan verdadero como aquel dinero.


Los neuróticos nos angustiamos pensando que el mundo está equivocado y no nos comprende. Poseemos la verdad pero neciamente no nos creen. Esta existencia a contrapelo es dolorosa, llena de sinsabores y nos impone el sacrificio de tener que luchar para vivir.

Una de las principales discrepancia que sostenemos con este inhóspito entorno es que no nos valoran por lo que somos sino por lo que tenemos. El paraíso se terminó cuando mamá comenzó a tener otras ocupaciones, a prestarle más atención a mi papá, a mis hermanos, a su trabajo, a sus comedias. Ella no sólo me abandonó ostensiblemente sino que se volvió agresiva al extremo, pidiéndome primero, exigiéndome después y finalmente coaccionándome para que modificara mis hábitos, para que aprendiera destrezas que la independizaran a ella de la ayuda que hasta ese entonces me daba de muy buen grado.

¿Qué la llevó a perder el interés por mí? ¿Por qué ya no me quiere porque soy su hijo sino que me quiere porque tengo buena conducta y obtengo buenas notas en la escuela?

Alguna vez fui valioso sólo por existir ( por “ser”) pero ahora me valoran por lo que pueda dar. ¡He caído dolorosamente y tengo nostalgia de aquella etapa! Es más: reniego de esta nueva realidad e insisto en que valgo por lo que soy y no por lo que tengo y puedo dar.

El otro día escuché en un programa de chimentos de la televisión argentina, cómo una vedette decía, —con total desparpajo—, que ella sólo se vinculaba con hombres adinerados que estuvieran dispuestos a ofrecerle un buen nivel de vida. Sentí vergüenza ajena por ella y lástima ajena por los pobres incautos que se dejaran seducir por semejante vampiresa.

Con estas preocupaciones en mi cabeza, fui a charlar con mi rabino de confianza, quien me escuchó atentamente, envuelto en ese extraño olor que tienen ellos.

Luego de escuchar mirándome concentradamente a los ojos, cuando captó que había terminado de desarrollar mi pregunta, siguió en la misma posición pero su mirada ya convergía en algún lugar lejano detrás de mí.

Amagó una respuesta, ... pero no. Repentinamente arrancó, hablando bajito, lentamente, balbuceando quizá.

— Mirá Jaimito, me estás haciendo preguntas que no son propias de tu edad. Se me ocurren algunas ideas pero no sé cómo decírtelas para que sean comprensibles y puedas seguir confiando en mí. ¿Por dónde empiezo? A ver ... intentemos por acá: Esa vedette fue muy sincera y quizá eso es lo más sorprendente para mi. Todos intentamos reeditar aquella etapa en la que pudimos pensar que nos amaban por el solo hecho de existir, y también todos lamentamos que aquella etapa no vuelva nunca más.

¿De qué vivimos mi familia y yo? Vivimos fundamentalmente de lo que ustedes nos dan, pero ¿por qué nos dan lo que nos dan? Porque las necesidades espirituales suelen ser tan importantes como las necesidades materiales y saben que yo vivo trabajando permanentemente para no fallarles nunca, para estar siempre en el momento que me necesitan, para estar al día con mis conocimientos de las Sagradas Escrituras y de cuanta solución exista que algún día pueda sacarlos de una dificultad. Ustedes no me dan dinero real a cambio de palabras huecas, sino que todos cuentan conmigo para recibir soluciones tangibles en el momento oportuno: ni antes —porque no es bueno para ustedes que alguien les esté augurando peligros—, ni después —porque cuando me consultan necesitan la solución «para ya». También saben que el dinero efectivo, real, verdaderamente útil que ustedes me entregan tiene que ser a cambio de mi trabajo efectivo, real y verdaderamente útil que yo habré de entregarles.

Yo no estoy aquí porque soy un hombre que merece amor graciosamente, sino que soy un religioso que trabaja incansablemente para ganarse minuto a minuto el amor y el respeto de todos mis hijos espirituales. Pero a mi no me quieren por lo que soy sino que me quieren por lo que doy, y para poder dar, primero tengo que conseguir, trabajar, luchar, pelear por la vida.

Me cuesta confesártelo pero te debo respeto, consideración y esfuerzo. Esa vedette vende su glamour así como yo vendo mis conocimientos y una conducta ejemplar para todos ustedes.

— ¡Es mucha información Jacobo! Dame tiempo para digerir todo eso.

— ¿Le digo a Rebeca que te prepare un tecito de boldo, marcela, menta, manzanilla, mixto?

— No, no, era una metáfora.

— Entendí. Era una bromita para distendernos.

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