viernes, 30 de abril de 2010

La inutilidad rentable

La cultura nos impone ciertos criterios, que todos obedecemos a la corta o a la larga.

Una madre está regida por más leyes que un padre. Como ellas poseen el organismo mejor dotado para la conservación de la especie, todos (hombres y mujeres) controlamos que no haga un mal uso de su cuerpo.

Ellas son ricas por disponer de un cuerpo capaz de gestar y luego de alimentar, y por eso todos le imponemos más obligaciones y restricciones.

Como los varones hacemos un mínimo aporte, tenemos menos responsabilidades, menos compromisos, la cultura es más tolerante con nosotros.

Desde cierto punto de vista, los humanos pensamos así: «a quien más contribuye con la preservación de la especie, más le exigimos».

Si condensamos aún más la idea, podríamos decirlo así: «los que más tienen, más deben».

La idea opuesta también es válida: «los que menos tienen, menos deben».

Razonando de esta forma, llegamos a la conclusión de que es poco conveniente ser o parecer una mujer, y al revés: conviene ser o parecer un varón.

Por lo tanto, el machismo («actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres»), no sólo es un abuso de poder derivado de la mayor fuerza física, sino también es la consecuencia de una objetiva condición desfavorable del sexo femenino.

Dicho de manera más elemental:

— Ser mujer es más difícil que ser varón;
— El machismo es una reacción adaptativa inteligente ante opciones tan dispares en cuanto a conveniencia;
— Todos monitoreamos que ellas cumplan con lo que deben.

Conclusión 1: Es el único caso en el que, quien más tiene y más vale, menos decide, gobierna y enriquece.

Conclusión 2: «Tener» y «ser útil» sólo es conveniente cuando la cultura está dispuesta a remunerar adecuadamente esos méritos. De lo contrario conviene «no tener» y «ser inútil».

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jueves, 29 de abril de 2010

Tengo razón porque soy más fuerte

La mayor parte de la población carcelaria pertenece a la clase socio-económica menos favorecida.

Tan es así, que existe la creencia popular (confesada o negada), de que la pobreza es causa de la delincuencia.

No podemos olvidar que los pobres suelen ser la clase social más numerosa.

Imaginemos una población:

— 1.000 pobres
— 100 de clase media
— 10 ricos

Si estas tres clases socio-económicas, contuvieran el mismo porcentaje de transgresores (por ejemplo, 10%), estarían privados de libertad:

— 100 pobres
— 10 de clase media
— 1 rico.

Como las personas con discernimiento matemático también son muy pocas, en esta población se creería que los pobres son más deshonestos que los ricos.

Peor aún: algunos dirían que los pobres son cien veces más delincuentes que los ricos.

Podríamos pensar entonces que la existencia del prejuicio que asocia pobreza con delincuencia, tendría un apoyo matemático desde el punto de vista cuantitativo (los pobres son más numerosos y es lógico que también tengan más delincuentes), pero no es una justificación desde el punto de vista cualitativo (la pobreza no predispone a la delincuencia).

Sin embargo, existe otro motivo que alimenta el prejuicio (los pobres tienden a delinquir).

Las personas menos favorecidas, son las que más dificultades tienen en cumplir con los criterios del sistema capitalista que nos gobierna.

Las transgresiones son actos propios de cualquier ser humano, pero predominan en quienes menos se ajustan a las normas de convivencia establecidas.

Defendemos e imponemos los valores que más nos gustan y luego
aplicamos nuestro ingenio para encontrar razones que los legitimen.

Conclusión: Como los pobres no se ajustan al sistema que aceptamos los no-pobres, decretamos e imponemos por la fuerza, que ellos están equivocados y deberían ser reprendidos.

De hecho, a algunos inadaptados (a nuestros gustos y preferencias), ya los tenemos entre rejas.

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miércoles, 28 de abril de 2010

El tráfico de carencias

Las personas que se dedican al estudio de las causas, efectos, problemas y soluciones referidos a la pobreza, lo hacen siempre desde un punto de vista que permitiría resumirlo así: «nosotros acudimos en ayuda de los pobres».

Una primera interpretación de este enunciado, daría lugar a estas oraciones: «nosotros damos lo que otros (los pobres) no tienen» y «nosotros hacemos lo que otros (los pobres) no hacen».

En otras palabras, quienes se dedican a resolver la pobreza:

— no se autodefinen como pobres;
— se autodefinen como capaces de hacer cosas que otros no hacen.

Si apelamos a la imagen mental que estas ideas sugieren, estaremos de acuerdo en que la persona que ayuda es más capaz que la persona que recibe esa ayuda.

Las palabras claves acá son: «más capaz que».

Si alguien puede conseguir para su disfrute personal, que otros lo consideren «más capaz que», estará recibiendo un suministro narcisístico que lo emocionará, movilizará y estimulará.

Como digo en un artículo recientemente publicado (1), es posible pensar que alguien puede seducir con su carencia, ofrecer su condición de menesteroso, donar lo que le falta, estimular con sus necesidades.

En suma:

Es posible suponer que todos estamos compitiendo por ser amados igual que los hermanos intentan llamar la atención de la madre (y si es posible, también del padre y si es posible, de cualquier otra persona).

Los seres humanos consumimos amor, es nuestro principal insumo.

Recibimos amor cuando quienes nos aman, satisfacen nuestras necesidades (comida, abrigo, salud, etc.) y deseos (libertad, curiosidad, diversión, etc.).

En la interacción que se produce entre los pobres y quienes acuden en su ayuda, los pobres donan su falta (carencia) a quienes la utilizan para obtener el estímulo de sentirse «más capaz que».

(1) Permuto carencia grande por dos pequeñas

Artículos vinculados:

Giuseppe Verdi: ¡eres mi vida!
¡Haremos el bien caiga quien caiga!
Pagar para creer
Los perjuicios del beneficio
Trovador traidor

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martes, 27 de abril de 2010

Permuto carencia grande por dos pequeñas

Existe una verdad popular que dice: “más vale que sobre y no que falte”. Con un mayor poder de síntesis, otros dijeron: “lo que abunda, no daña”.

La interpretación intutiva de estas afirmaciones, nos hace pensar que lo que debe sobrar o abundar son cosas necesarias o deseadas: comida, abrigo, amor, belleza.

Sin embargo, debo decir que lo que nunca debe faltarnos son las carencias, tanto de bienes necesarios como de deseados.

Podría decir sin temor a equivocarme que “la insatisfacción es vida” (1).

¿Parece un error? Sí, es cierto, parece, pero no es.

Otra frase extraña es el «tráfico de carencias».

Dicho de otra forma: «intentar seducir ofreciendo lo que nos falta».

Si aceptáramos estas ideas, podríamos concluir que los primeros refranes también pueden expresarse así: «más vale que nos sobren necesidades y no que nos falten».

Las psicopatologías van cambiando con las épocas y hoy en día tenemos, muchas personas de clase media y alta, que sufren por la sobre-abundancia.

El éxito de las políticas económicas (en cuanto a tener más riquezas) y el éxito de las políticas sociales (en cuanto a distribuir mejor esas riquezas), ha logrado que más personas tengan más dinero.

Sin embargo, quienes han mejorado su poder adquisitivo, tienen que trabajar más horas y suelen destinar parte de sus ingresos a compensar con bienes materiales el inevitable abandono afectivo de sus hijos.

La lógica que tiene la naturaleza para preservar el fenómeno vida en los ejemplares de todas las especies, es la provocación, tanto de dolor como de placer, para obligarnos a conseguir el equilibrio transitoriamente perdido.

Cuando buscamos el amor de otros, estamos cumpliendo con la naturaleza, estamos ofreciendo nuestra carencia, pedimos colaboración, seducimos presentándonos como vulnerables, menesterosos, demandantes y en definitiva, receptivos, acogedores y dispuestos a dar de lo que sí tenemos.

(1) (Maldita) Felicidad publicitaria
Loción infalible contra las molestias
Menos culpa y menos estrés
Por ahora necesitamos la pobreza
Trabajo molesto y seguro
Vivir es molesto

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lunes, 26 de abril de 2010

El lunes empiezo

¿Podría existir una sociedad en la que se aplaudan de igual forma los fracasos y los éxitos?

Sí, es posible.

Para que eso suceda, el aplauso no puede estar dirigido al éxito o al fracaso mismos, sino a la temeridad que sólo se demuestra cuando se observa que hubieron resultados (buenos o malos) de una acción que otros no serían capaces de realizar.

Lo que se estimula con el aplauso es la diferenciación, es el heroísmo, la excepcionalidad, la proeza, independientemente de sus resultados.

Los delincuentes suelen potenciar su agresividad antisocial, porque en su colectivo felicitan a los que perpetran grandes delitos sin ser castigados y también a quienes caen en manos de la policía acusados de poseer una altísima peligrosidad.

Si pensamos en los combatientes que incursionan en otro país, observaremos que son honrados cuando regresan con gloria y también son distinguidos cuando caen prisioneros del enemigo (por ejemplo, protegiendo a su familia, destinando grandes recursos para su rescate, negociando canje de rehenes).

Parecería ser que los humanos premiamos la acción (con cierta independencia del buen fin logrado), cuando están priorizados valores ideales, abstractos, subjetivos ... y me abstengo de decir «superiores» porque este adjetivo depende de quien haga el juicio.

Lo que sí parece más concreto y objetivo, es que la mayoría de las personas estamos condicionados para aplaudir solamente los éxitos, mientras que los fracasos son abucheados ... salvo que el perdedor nos inspire lástima.

Esta característica de nuestro grupo de pertenencia determina que le tengamos mucho miedo a la acción y sus riesgos.

Seguramente nadie nos tendrá lástima si no mostramos algún fracaso.

Tampoco nos alegraremos por los éxitos, porque la inacción nos salva de fracasar, aunque nos priva de triunfar.

Por todo esto, el fracaso de los arriesgados es nuestra secreta fuente de alegría.

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domingo, 25 de abril de 2010

Madonna en seis cuotas mensuales

Cuenta un cuento que, hace muchos años, cuando existían los préstamos pignoraticios (es decir, la entrega de dinero con garantía de objetos personales tales como joyas, prendas de vestir, electrodomésticos), un músico entregaba (empeñaba) su violín cada pocos días y luego lo retiraba devolviendo el dinero que habían recibido en préstamo.

Así sucedió hasta no volvió a cancelar el préstamo.

Como era de práctica en este tipo de negocios, el prestamista decidió vender el violín para recuperar su dinero. Sin embargo, al abrir el estuche, se encontró con un trozo de madera cuyo peso era similar al del instrumento.

Cuentan testigos que el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981), llegó a ser tan famoso, que los pacientes esperaban las horas que fueran necesarias con tal de tener una sesión que a veces no duraba más de 3 ó 4 minutos.

Una paciente llegó a decir que estaba hechizada por él, aunque algo le llamó la atención cuando estaba muy angustiada por la muerte de su padre y Lacan la escuchó sin inmutarse.

Efectivamente, su salud estaba provocándole limitaciones (circulatorias, auditivas, de atención) pero los pacientes fascinados, sólo atinaban a pensar que eran manifestaciones de su inteligencia sobrenatural.

A pesar de esta idolatría que inspiraba, era notoria su ambición económica. Sus honorarios eran más exorbitantes a medida que las sesiones eran cada vez más breves.

Alguien llegó a decir que pagaría lo que fuera por ser atendido por Lacan, inclusive en el Polo Norte.

Tanto el caso del prestamista como el de los pacientes de este famoso psicoanalista, muestran ejemplos de sugestión (1).

Algunas empresas invierten en publicidad, porque de esa manera logran sugestionar a sus clientes o admiradores, haciéndolos pagar cifras enormes por sus marcas, productos o servicios.


(1) Apagar el cigarrillo con 2 litros de agua
La sugestión exitosa

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sábado, 24 de abril de 2010

Los catorce pecados económicos

Aunque no seamos cristianos ni católicos, igualmente estamos influidos por las normas morales que esta corriente religiosa ha impuesto a sus fieles.

Aunque —por igual motivo— no podamos creer en los castigos divinos que se merecen quienes pecan, igualmente sentimos algún tipo de amenaza preocupante.

También nos influyen porque, cuando los humanos nos enteramos qué no debemos hacer, incluiremos dentro de nuestros objetivos clandestinos, desobedecer.

Cuando el proverbio dice: «Hecha la ley, hecha la trampa», el sentir popular no hace otra cosa que justificar algo que hizo o está por hacer.

En el siglo sexto, la Iglesia Católica publicó la lista completa de los siete pecados capitales, esto es, aquellas acciones que provocan en Dios un verdadero enojo.

Nos influyen a cristianos y no cristianos porque ocho siglos más tarde, Dante Alighieri publicó La divina comedia, donde, con fuerza artística indiscutible, describió cómo se ofende a Dios y cómo éste toma venganza.

Es imposible no horrorizarse con la descripción de los siete castigos.

La lista completa de pecados, incluye: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

Dios se ofende si practicamos sexo por simple diversión, si comemos por placer, si queremos tener más de lo necesario, si no tenemos ganas de trabajar, si nos enojamos, si deseamos lo que otros tienen y si somos arrogantes.

Más recientemente, el Vaticano cambió los siete pecados.(1)

Desde 2008, se condenan la manipulación genética, los experimentos con seres humanos, la contaminación ambiental, la injusticia social, provocar la pobreza, enriquecerse excesivamente y consumir drogas.

Conclusión: Todo hace pensar que ahora tenemos catorce pecados capitales y —lo invito a corroborarlo— todos tienen repercusiones económicas. Aunque más no sea por tratarse de pecados capitales.

(1) Ver nota de prensa de diario El mundo.

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viernes, 23 de abril de 2010

Cambiar es morir un poco

Todos usamos alguna máquina o herramienta para mejorar nuestro desempeño.

Sabemos con certeza que nuestro vehículo tiene ciertas limitaciones y por eso tomamos precauciones para no girar velozmente, teniendo en cuenta la estabilidad, o la respuesta del frenado, para no acercarnos demasiado al coche que va delante, o el poder del motor, para no obligarlo a cargar más peso del que puede desplazar.

Al cerebro también lo usamos para mejorar nuestro desempeño, pero no lo conocemos tanto como a nuestro automóvil.

Cuando pensamos, no podemos controlar las interferencias que nos producen las metáforas y las metonimias (1)

En los artículos referenciados comento —entre otras cosas— que una metáfora es, por ejemplo «Marina cumple veinte primaveras» para decir que cumple veinte años y una metonimia es la condensación en un detalle, de algo que lo contiene. Por ejemplo: «Pagaremos diez pesos por cabeza» para decir que cada persona hará ese aporte.

En la vida se nos presentan oportunidades que implican un cambio: renunciar a un trabajo para tomar otro; mudarnos de domicilio; contraer matrimonio.

Nuestro cerebro, afectado por las incontrolables metáforas y metonimias, puede entender que cada uno de esos cambios es irreversible porque no se imagina volviendo al mismo trabajo, o al mismo domicilio o a la soltería.

A partir de creer en esa irreversibilidad del cambio, surge una metáfora trágica: cada cambio irreversible equivale a la muerte de un ser querido o la propia.

Nuestra limitada máquina de pensar ha llegado silenciosamente a esa conclusión y a partir de ella, el desenlace estará fuera de nuestro control:

— «Me quedaré en el mismo trabajo por temor al arrepentimiento»;

— «No cambiaré de casa porque, ya lo dijo mi abuelo: «mudarse es morir un poco»»; y

— «Casémonos cuando tenga un trabajo mejor y podamos conseguir una vivienda más grande».

(1) El adulto con título habilitante
¿Cuánto pesa Urano?
En otoño los árboles tienen calvicie

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jueves, 22 de abril de 2010

Las fantasías posibles

Una fantasía muy popular surge a partir de la pregunta ¿qué haríamos si recibiéramos una gran cantidad de dinero (lotería, herencia, casualidad)?

Quizá una primera respuesta incluya la cancelación de todas las frustraciones.

Compraríamos objetos necesarios, contrataríamos servicios largamente postergados, demostraríamos de forma tangible nuestro amor por ciertas personas: «comprarle una casa a mis padres», «instalarle un negocio a tío Rodrigo», «regalarle a Susanita una cirugía estética».

Todas estas resoluciones serían tomadas con un estado de ánimo muy alegre.

Conocemos distintos grados de alegría.

Cuando la felicidad es muy grande, uno pierde la conducta habitual, se descontrola, puede llegar a realizar actos extravagantes, como cambiar la forma de vestir, de hablar, de respetar los usos y costumbres del grupo.

En este estado, es posible que tampoco podamos controlar el flujo de nuestras ideas y que padezcamos una excitación desagradable.

Alguna vez habremos sentido vergüenza ajena como observadores de personas drogadas que, cuando recuperan la estabilidad, no paran de pedir perdón a todos los afectados por sus excesos.

Sabemos que hasta la mayor fortuna puede acabarse y la pregunta entonces es ¿cómo me sentiría nuevamente pobre?

Estos pensamientos pueden ser un tema de conversación divertido entre amigos y también pueden ser las reflexiones que hacemos cuando las penurias económicas se ponen dolorosas.

He observado que la suposición de estos escenarios de prosperidad, terminan con un dejo amargo en quienes temen gozar, divertirse, alegrarse, disfrutar de la vida.

Algunos, diseñan sus fantasías realzando todos los malestares imaginables derivados de la holgura económica.

También es probable que se imaginen observados por un alguien muy importante (Dios, el padre, la madre), compitiendo contra ricos exitosos y ganándoles sobre la hora con un inesperado dictamen, que ratifique de forma rotunda, contundente e inapelable, la sabiduría de haber optado por la pobreza.

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miércoles, 21 de abril de 2010

¿Le parezco sabroso?

En todos los países existen controles de inmigración, responsables de observar el ingreso de extranjeros pacíficos.

El aparato digestivo transforma cada molécula de los alimentos ingeridos (carne de vaca, manzana, cerveza), en moléculas de quien los come.

Estos fenómenos biológicos son muy parecidos a los procesos de selección de personal.

Si pusiéramos un trozo de manzana debajo de nuestra piel, se produciría una fuerte reacción de rechazo de ese objeto extraño.

De esta forma estaríamos invadiendo nuestro cuerpo y por eso éste reacciona muy enérgicamente (como si fuera un ejército que combate a soldados de otro país).

Si comemos ese trozo de manzana, nuestro organismo inicia un trabajo químico con el que trasformará algunas moléculas de manzana en moléculas iguales a las que ya tenemos y expulsará (por la orina y las heces), lo que no puede transformar.

Ahora le pido que imagine a una empresa como si fuera un cuerpo humano.

Los interesados en trabajar, se habrán capacitado en los diferentes centros de estudio, para transformarse en personas cuya colaboración puede ser aceptada por las empresas empleadoras.

Esa transformación (del niño que sólo sabía jugar en un adulto que puede cumplir órdenes), podemos compararlo con el trabajo químico que convierte moléculas de manzana en moléculas de ser humano.

Los tribunales de selección de personal, son los responsables de elegir sólo aquellos trabajadores (moléculas) que puedan in-corporarse a la empresa (al cuerpo).

Igual que en la digestión, unos serán incorporados (asimilados) y otros rechazados (excretados).

Según esta comparación, son aceptados (como empleados o como proveedores) aquellos que se hayan (trans)formado adecuadamente.

Suele ocurrir, que nos resistimos a modificarnos porque nos hiere el amor propio reconocer que «no nos quieren tal como somos».

Estudiar, modificar los hábitos y aceptar convertirnos en lo que otros quieren, resultan ser los mayores obstáculos.

Artículos vinculados:

¡Hola bombón!
El canibalismo heróico

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martes, 20 de abril de 2010

El dinero exhibe lo que todos ocultamos

Ser víctimas de un abuso, sentir que alguien se aprovecha de nosotros, percibir que nos quieren sólo por conveniencia, son sensaciones muy molestas, que la mayoría de las veces repelemos enérgicamente.

Por el contrario, nos complace ser objeto de amor desinteresado, disfrutamos de quienes nos halagan y nos hacen regalos, demostrándonos de forma creíble que lo único que esperan a cambio, es nuestro permiso para que continúen con esa actitud.

Algo que valoramos especialmente, es ser consultados, que se nos pregunte qué opinamos sobre temas importantes y sobre todo, que actúen según nuestras recomendaciones.

Dicho de otra forma: queremos ser amados por como somos, sin que se nos pida nada como contrapartida y que obedezcan minuciosamente hasta nuestras mínimas sugerencias.

Pues sí, estas descabelladas pretensiones, anidan en nuestro pobre cerebro y nos da trabajo ocultarlas.

Parte de ese trabajo, consiste en pronunciar discursos que digan exactamente lo contrario, pregonando humildad, modestia y generosidad.

El dinero es un instrumento propio de las colectividades más desarrolladas, y representa todo eso que deseamos ocultar, porque nos avergonzaría dar a conocer esas aspiraciones tan delirantes.

Aunque es un objeto inanimado, produce tantas reacciones, es la causa de tantos efectos, que nuestro inconsciente lo toma como si fuera un ser humano más.

Observe que somos capaces de crear relatos y poesías en los que objetos, plantas, animales y personas, interactúan con naturalidad. Este fenómeno ratifica que somos capaces de imaginarle características humanas también al dinero.

Es un orgulloso y deseado personaje, amado  por casi todo el mundo, pero que viaja pasando de mano en mano, sin que nadie lo perjudique ni lo altere.

Técnicamente, el dinero tiene poder de cambio (porque debido a su intervención se producen transformaciones de la realidad), pero no poder de uso (pues como papel, carece de utilidad).

Artículos vinculados:

«¿Cuánto me cobras?»

«Compro cabra urgente»

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lunes, 19 de abril de 2010

«Si no me compras, eres un anormal»

Le propongo la hipótesis de que el discurso universalizador de la ciencia, el marxismo y el cristianismo, es un factor predisponente de la pobreza patológica.

En otro artículo titulado La ciencia de los clones , comento que este afán de pensar sólo en lo que podemos tener en común los humanos, nos lleva a que esas tres fuentes de referencias (ciencia, marxismo y cristianismo):

— Supongan que todos somos o deberíamos ser iguales; y

— Nos gobiernen con criterios masificantes que anulen nuestras singularidades.

Quienes tenemos que encontrar ingeniosamente cómo vivir en las economías de mercado (presentes en la mayoría absoluta de la población mundial), estamos mal aconsejados.

Cuando pensamos a qué nos dedicaremos para ganarnos el dinero necesario para vivir según nuestras expectativas, no podemos pensar que nuestros clientes o empleadores son todos básicamente iguales.

Peor aún: tampoco podemos descalificar, ignorar o tratar de cambiar a quienes no sean iguales a ese modelo que pretenden imponernos.

Desde otro punto de vista, podemos pensar que la prédica tan persuasiva de esas corrientes ideológicas, hacen que todos queramos ser iguales, para lo cual usamos el enérgico adjetivo de normal.

En suma: gente muy prestigiosa (científicos, marxistas, cristianos), nos dicen que tenemos que ser todos iguales (o semejantes), para que nos consideren normales.

Para evitar confusiones, nos recuerdan que ser anormal, es una verdadera desgracia.

Por eso tantas personas se mienten, son hipócritas, se maquillan, disimulan, se sienten confundidas, angustiadas, desorientadas: la razón es que tienen la obligación de ser normales pero resulta que se sienten anormales.

Esta situación, es vergonzosa, sugiere ser ocultada y también genera culpa.

Quienes queremos venderle nuestros servicios a ese señor normal, notaremos que nos dice a todo que sí pero que «lo pensará un poco más»: en realidad, su verdadero deseo, es saludablemente anormal, pero no puede confesarlo.

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domingo, 18 de abril de 2010

El trabajo es un alivio doloroso

Hace un tiempo decía en Mi cárcel es más pequeña que la tuya, que la sociedad nos encarcela con todas las normas de convivencia que nos impone, pero que en nuestra psiquis (superyó) tenemos normas aún más restrictivas que la exteriores.

No hace mucho, en El mayor hospital psiquiátrico, les comentaba que las personas que imaginan un largo proceso de reencarnaciones, suponen que la llegada a esta vida, no es más que un castigo que se nos impone para purificar nuestro espíritu (hasta que en algún momento, un completo perfeccionamiento, nos exonere de estas ingratas experiencias terrenales).

Los institutos de internación forzosa (cárceles, manicomios, reformatorios), tienen la ambivalente postura de pregonar acciones curativas cuando en los hechos son indiscutiblemente punitivas (en lugar de curar, castigan).

Esto es así por varias razones, pero la más importante es que los humanos aún no tenemos claro qué son salud y enfermedad.

Como les comentaba en otros artículos (1) referidos a la Organización Mundial de la Salud, la definición de salud es poco menos que delirante.

En esos institutos correccionales-castigadores, tienen una actitud frente al trabajo que llama la atención.

A las personas encerradas se les concede el beneficio de trabajar como premio a la buena conducta y se las remunera con un alivio en las condiciones de vida.

No podemos olvidar que los reclusos responden a una lógica humana, adaptada a sus particulares condiciones de vida. Seguramente todos actuaríamos de forma similar si estuviéramos sometidos a ese régimen.

En suma: Por el trabajo en libertad esperamos dinero y por el trabajo en reclusión esperamos alivio.

Podemos decir entonces que «el dinero equivale a un alivio».

Existen quienes gozan (o sienten purificarse) con el dolor, pero pasan desapercibidos porque ni lo saben ni lo admitirían.


(1) La exageración oficial

La buena salud no existe

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sábado, 17 de abril de 2010

La bondad antipática

En el artículo titulado Sin permiso para crecer concluía diciendo que “Una madre amorosamente frustradora, ni abandona ni atrofia”.

Yo también invento frases pre-célebres, esto es, que algún día pueden ser famosas pero que por ahora quedan entre usted y yo.

En este caso, digo: “Los amigos son delicioso pero los enemigos alimentan”.

De hecho es lo que hago la mayor parte del tiempo: decir lo desagradable aunque sea políticamente incorrecto y pierda lectores.

Los amigos justifican gran parte de nuestra alegría de vivir. Suelen ser más confiables que los parientes porque podemos elegirlos y el amor recíproco no se apoya en el narcisismo de la consanguinidad.

Por el contrario, los enemigos son desagradables pero con ellos ocurre algo paradojal: en su afán de molestarnos, se especializan en detectar nuestros defectos y luego se esfuerzan para ser lo más eficaces posible en la comunicación.

Acá podríamos encontrar una dinámica circular: Nuestros enemigos nos perfeccionan para que podamos ser mejores personas con nuestros amigos.

A su vez, los amigos, en su afán complaciente, no solamente son incapaces de percibir nuestros defectos sino que procuran ayudarnos en nuestro rechazo a los enemigos.

En tanto los amigos sean eficaces y su actitud insidiosa aumente nuestro malestar, seremos más agresivos hacia nuestros enemigos, quienes perfeccionarán la búsqueda y comunicación de lo que tenemos para mejorar, beneficiando en definitiva a nuestros amigos-aliados-instigadores.

Naturalmente que una sobredosis en las hostilidades hará naufragar esta dinámica beneficiosa.

Si nuestra enemistad llega a la ruptura del vínculo, nos perderemos ese interesante inventario de nuestros defectos.

Esta reflexión es difícil de aceptar porque estamos muy condicionados para rechazar lo molesto y desagradable, independientemente de si nos beneficia o no.

Más aún: hace siglos que está de moda no aceptar nuestros defectos.

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viernes, 16 de abril de 2010

La pobreza natural

El animal humano tiene un instinto mediocre.

Para los que tienen nociones de informática: nuestro sistema operativo no ha superado la tecnología del D.O.S., mientras que el resto de los animales hace años que operan en Windows 7 Ultimate.

Para los que no tienen nociones de informática: nuestro desempeño tiene una tecnología similar a las máquinas a vapor, mientras que el resto de los animales hace años que están transistorizados.

A pesar de ser tan incompletos, con ingenio, capacidad de observación e inteligencia para copiar y adaptar, hemos logrado contrarrestar muchas fuerzas naturales que obstaculizan nuestra calidad de vida.

La gravitación universal nos afecta porque todo es atraído desde el centro del planeta y por eso somos pesados, nos caemos y se nos vienen cosas encima.

Sin embargo, hemos inventado aparatos que vencen la gravedad apoyándose en algo tan poco consistente como es el aire (aviación).

La inercia es una fuerza que conserva la dinámica de los objetos. Si están quietos, colabora para que continúe la inmovilidad, pero si están en movimiento, se hace difícil frenarlos.

Sin embargo, hemos inventado formas de arrancar y detener. Por ejemplo, todos los vehículos cuentan con ellas.

Como decía en otro artículo titulado Tranquilicemos a los pobres, en todas las especies, los fuertes se prevalecen de su ventaja para desplazar a los ejemplares débiles.

Entre los humanos sucede lo mismo pero nos molesta tanto como la ley de la gravedad y la inercia.

Son características de nuestro hábitat y de nuestra condición animal, pero en nuestro afán de aplicar el ingenio en beneficio propio, inventamos estrategias que nos permiten viajar en avión, acelerar de cero a cien kilómetros por hora en 5 segundos y detener esa velocidad en unos pocos metros.

Nos falta resolver el natural abuso de los más fuertes.

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jueves, 15 de abril de 2010

Tranquilicemos a los pobres

La interpretación humana de la realidad es tan valiosa y realista como la interpretación felina, porcina o equina.

Como no tenemos acceso al punto de vista de estas otras especies, no podemos compararlas con la nuestra.

Esto no sé si lo estoy diciendo con seriedad o humor. Parece ridículo suponer que los demás animales tengan opiniones, pero es mejor no hacer afirmaciones de ningún tipo.

En nuestra calidad de animales, es muy probable que a medida que aumenta la amenaza de extinción de la especie, aumente el deseo sexual.

Esta propuesta contradice el sentido común porque todos imaginamos que cuando tenemos problemas económicos tan graves que está en duda la alimentación, es imposible tener deseo sexual.

Le propongo eludir esta intuición tan convincente.

Podríamos pensar de esta manera:

Cuando un ser humano percibe que por alguna causa (hambruna, guerra, epidemia), podría extinguirse la especie, su deseo sexual aumenta en vez de disminuir.

La vida depende de muchas reacciones compensatorias.

Por ejemplo, cuando estamos enfermos, queremos reposar porque el organismo destina la energía al proceso de autocuración, o se activan procesos inflamatorios que modifican la circulación sanguínea, entre otras reacciones compensatorias.

Todas las especies soportan alteraciones en el acceso a los recursos esenciales para la supervivencia (abundancia o escasez por causas naturales) y, en momentos de escasez, los más fuertes comen más que los débiles ... igual que los humanos.

Para evitar la reproducción de la pobreza, debemos calmar la angustia de quienes, por falta de recursos, reaccionan reproduciéndose compensatoriamente.

El ser humano, con un moderado bienestar económico, no produce una explosión demográfica.

En suma: para abatir la expansión de las clases económicamente menos favorecidas, es preciso evitar que sus integrantes teman por la extinción de la especie.

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miércoles, 14 de abril de 2010

La maternidad profesionalizada

Necesitamos que nos amen y nos cuiden porque somos débiles durante muchos años y luego, cuando somos autosuficientes y hasta podemos ayudar a otros, también necesitamos el amor de por lo menos una persona (aunque deseemos que sean muchas y si es posible, la humanidad).

En otros artículos (1) les comentaba cómo naturalmente intuimos que la mejor forma de asegurarnos esa protección, es convertirnos en el objeto de deseo de nuestro protector (generalmente, nuestra mamá).

La comunicación madre-hijo no tarda en incluir el diálogo, cuando el pequeño comienza a comprender lo que ella quiere.

Cuando la madre le dice (con palabras, gestos, actitudes) lo que ella quiere (desea, necesita, espera, exige), el niño intuye que eso deberá hacer para asegurarse la imprescindible protección y calidad de vida (alimento, abrigo, higiene, mimos, juego).

Por lo tanto, en esta primera etapa de nuestra vida, cuando aprendemos algo tan esencial como es conseguir lo necesario y deseado, la estrategia consiste en entender qué nos piden para ocupar (ganar) el mejor lugar en la atención de nuestro protector (proveedor).

A medida que crecemos, aumentamos nuestro poder negociador cuando notamos que ya podemos ser más independientes de mamá y observamos que ella también nos necesita y desea.

Por diferentes razones (la más notoria de las cuales es la legislación de cada país que protege los derechos del niño), no podemos ser forzados físicamente a realizar lo que ella quiere y por eso ella debe comenzar el complejo proceso de persuadirnos.

Tiene que tener paciencia para que nos alimentemos, para que nos bajemos de los lugares altos, para que dejemos de investigar qué contienen los cables electrificados.

La actitud persuasiva y amorosa que ella despliega, es la que luego retoman con éxito los expertos en publicidad.

En suma: imitar a las madres es una profesión.


(1) «Soy una cosita adorable»
El deseo del cachorro

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martes, 13 de abril de 2010

Los peligros conocidos de los desconocidos

Los padres cuidan a sus hijos de todos los peligros normales, más todos los peligros imaginables.

Los peligros imaginables también son realistas: por ejemplo, el rapto es algo imaginado como muy probable porque quien lo imagina (la madre, por ejemplo), cree que todos desean tanto a su hijo como ella. Sin embargo, es muy poco probable (aunque realista).

Compatibilizar los temores que nos atormentan, con la necesidad de darle libertad al hijo, es una tarea titánica que los adultos realizamos a costa de padecer ansiedad, perder el sueño y cometer errores educativos.

Cuando el hijo tiene que salir a la calle (para ir a estudiar, a la casa de una tía o de la novia), los familiares más ansiosos pierden la calma mientras el arriesgado aventurero no llama para avisar triunfalmente «¡llegué!».

Una de las acciones básicas, infaltables, obligatoria, consiste en inculcar en la cabeza del chico, la mayor desconfianza hacia la gente desconocida.

En esta filosofía «todos son peligrosos hasta que demuestren lo contrario».

Por supuesto que si queda prohibido hablar con personas extrañas, recibir algo de ellos es poco menos que un acto suicida y si llegara a ingerir un alimento ofrecido por otro, entonces ese joven debe ser internado para un tratamiento psiquiátrico.

Con esta educación, que por lo insistente, metódica y dramática se convierte en un adoctrinamiento, adiestramiento o lavado de cerebro, se erigirán fuertes resistencias para recibir algo de los demás.

Dentro de ese algo, está el dinero.

Por si esto fuera poco, para muchas personas (grupos, instituciones, partidos políticos, familias, religiones), el dinero es sucio, portador de enfermedades y hasta con propiedades demoníacas.

En suma: la precaución de no aceptar nada de personas desconocidas, incluye rechazar el dinero.

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lunes, 12 de abril de 2010

El envidiable corazón de Jesús

Entre los hispanoparlantes, es frecuente escuchar la expresión «¡pobre madre!», para significar que ella está recibiendo un trato injusto, en tanto se le exige demasiado.

La expresión «¡pobre madre!», suele estar incluida en un llamado de atención o en el reconocimiento de que ella está sacrificándose, de que está siendo víctima de alguien.

Jesús Cristo es un modelo de la victimización heroica. Con su prédica de amor desinteresado, ha logrado la inmortalidad que todos desearíamos.

Las vicisitudes dramáticas por las que pasó, parecen haber sido la causa de que su nombre y su figura sean recordados con devoción durante más de 20 siglos.

El compromiso que asume una mujer con sus hijos, es muy grande pero en muchos casos está aumentado artificialmente porque ella lo acepta así.

Suele existir una asociación —nunca explicitada— entre el hijo abusador y esa «¡pobre madre!».

La campaña evangelizadora que comenzaron los primeros seguidores de Cristo, y que continuaron organizaciones institucionales de tipo religioso, es también el modelo de esas madres que son víctimas de su excesiva bondad.

Es cierto que esas madres pueden estar literalmente atrapadas en una situación muy difícil de eludir (chantaje o extorsión emocional), pero la dificultad aumenta por el placer que ellas sienten por el reconocimiento, casi religioso, de que son «¡pobres madres!».

No deberíamos descartar la hipótesis de que los seres humanos, somos explotadores naturales de nuestros semejantes.

Quizá la denuncia de Carlos Marx contra los burgueses, concentró en un grupo lo que es característico de toda la especie.

Digo que el sufrimiento de Jesús Cristo es envidiado por quienes entienden que ser víctima, es un trabajo que se paga —nada menos que— con una especie de inmortalidad.

La pobreza resultante está causada por la imitación de Cristo.

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domingo, 11 de abril de 2010

La locura del dinero

Muchas personas desearían enloquecer porque suponen que los psicóticos son felices. Otras, en cambio, temen volverse locas.

Es cierto que son inimputables ante la ley, pero no es cierto que sean felices.

La vida de un loco es terrible y recuperan un poco la calma si están medicados con acierto (lo cual no siempre es posible).

Una particularidad de la locura es que impide precisar el significado de las palabras.

Para ellos «mesa» puede significar el mueble conocido, pero también vaca, tambor, incendio, dormir, calesita, vela, etc., etc.

Si un mismo sonido (mesa) significa tantas cosas para él, la comunicación se vuelve imposible porque casi nadie podrá entender de qué está hablando, eso le impondrá un abandono primero y un rechazo después, con el consiguiente dolor afectivo que hace imposible cualquier tipo de felicidad.

En pocas palabras, una de las dificultades más graves de la psicosis es la de no poder diferenciar (discriminar, identificar, reconocer).

Más simple aún: un loco (descompensado, sin medicar) padece de confusión.

Todos intuimos que no poder controlar nuestros pensamientos, no poder pensar con claridad para sentir alguna certeza de lo que razonamos, debe ser muy difícil de soportar.

Observe lo que sucede con el dinero.

La cantidad de objetos y servicios que se pueden comprar con él, es enorme.

Pensar en término del valor económico de los objetos y los servicios, es una manera de igualarlos.

Alguien podría decir: «Casi todo es dinero» porque casi todo puede canjearse por dinero (trueque, compra).

Quienes tienen la sensación (quizá inconsciente) de que el dinero produce una indiferenciación de casi todo, temen al dinero como temen a la infelicidad del psicótico.

Conclusión: algunas personas huyen del dinero por temor a enloquecer.

Artículo vinculado:

Hay apellidos más caros que otros

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sábado, 10 de abril de 2010

«Soy una cosita adorable»

Hace un tiempo publiqué un artículo titulado El deseo del cachorro, donde compartía con ustedes uno de los temas centrales del psicoanálisis: las peripecias a las que nos exponemos por querer ser deseados por los demás.

Más recientemente, les decía en otro artículo, (1) que según un reconocido psicoanalista y sociólogo norteamericano, la pobreza padecida por muchos afrodescendientes obedece a que (sin darse cuenta) procuran ser y actuar como si fueran de raza blanca.

Y esto, que como siempre nos ocurre, pensamos que sólo son problemas de otras personas, que a nosotros no nos pasa, es justamente algo que nos ocurre muy a menudo.

La clave del asunto está precisamente en que:

1º) Por ser y sentirnos muy vulnerables;

2º) Al suponer que, si nos convertimos en necesarios o deseados para algún personaje que imaginemos como muy protector (madre, padre, cónyuge, gobernante);

3º) Tendremos poco menos que un seguro de vida infalible, porque ese personaje nos cuidará tanto como cuida lo que más necesita y más desea;

4º) Entonces, todo nuestro esfuerzo, habilidad e ingenio lo aplicaremos a convertirnos en eso, que nos asegurará terminar con el penoso sentimiento de vulnerabilidad.

Observe que en lugar de satisfacer nuestras necesidades y deseos, nos abocamos a satisfacer las necesidades y deseos de otro.

Peor aún: nos abocamos a ser eso que satisface, no quien satisface. Queremos ser un objeto de deseo, no alguien que sirve, atiende, colabora, asiste.

En suma: la estrategia para obtener la protección irrestricta de una persona confiable, consiste en ser algo de ella y no alguien para ellas.

Este objetivo es tan inalcanzable como el que determina la pobreza de los negros norteamericanos (imaginar que son blancos).

Como es inalcanzable, quien se ofrece como cosa, se frustra, sufre, se siente desvalorizado … como si fuera una cosa.


(1) Vender bien lo que mejor tenemos

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viernes, 9 de abril de 2010

Vender bien lo que mejor tenemos

No puedo ocultar mi prejuicio que defiende la realidad objetiva, tangible, palpable y que trata de cerciorarse de los resultados concretos más que de los anuncios de grandes éxitos.

Mi lógica resulta muy primitiva para muchas personas y no dudan en hacérmelo saber.

Pienso que cualquier idea es buena si

1º) conduce a una acción; y

2º) está acción consigue la conservación de nuestra especie en el corto, mediano y largo plazo.

Por lo tanto, las ideas que no conducen a una acción, son un entretenimiento útil para jugar con ellas un domingo de tarde. Sobre todo si está lluvioso.

Además, si las acciones ponen en riesgo tanto nuestra supervivencia como la de nuestro planeta, tampoco son útiles y habría que evitarla enérgicamente.

Por lo que veo, soy un fanático del realismo. Mi gran problema es que no sé si el cerebro humano accede a la realidad o son puras apariencias.

Como no puedo quedarme pensando eternamente, entonces me oriento por lo que yo creo que es realidad.

Por ejemplo, vivo en Uruguay. Nuestro territorio es apto para la ganadería y la agricultura. No tenemos una gota de petróleo. Por lo tanto, creo que es realista especializarnos en nuestras fortalezas (ganadería y agricultura) y comprarle petróleo a quienes poseen grandes yacimientos.

Leía hace poco lo que escribió un psicoanalista norteamericano (1) sobre la pobreza de los negros. Él decía que los afrodescendientes que más la padecían eran aquellos que pretendían ser blancos.

El mismo fracaso tendríamos en Uruguay si nos dedicáramos a la explotación petrolífera, si yo gastara una fortuna en practicar básquetbol siendo que mi estatura es de 1m66cms., o si alguien se dedica a la política a pesar de ser muy rutinario.

En suma: es realista desarrollar exclusivamente nuestras fortalezas más rentables.

(1) The psychological frontiers of society de Abram Kardiner.

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jueves, 8 de abril de 2010

Batman no se deprime

Si hay algo que me avergüenza es no ser todopoderoso.

Por la misma causa, me resulta insoportable tener que pedir por favor en vez de exigir.

Estas consideraciones me sumen en una profunda tristeza. Me veo desvalorizado.

Claro que si digo «desvalorizado», es obvio que estoy haciendo comparaciones.

En este caso lo que me perturba es sentirme menos valioso que alguien.

Luego de pensar con quién me estoy comparando, he llegado a la conclusión de que me comparo con alguien que no existe sino que es alguien cuya existencia yo imagino, que nunca pude conocer o saber dónde está.

En mi cabeza tengo modelos que me enseñaron en mi hogar, en la escuela, en mi trabajo, en el club, mis amigos.

Esos modelos son inventados, obras de ficción, son productos de la fantasía como los héroes de Walt Disney o las hazañas de Batman y Robin.

Esta forma de pensar que tengo ha estado complicándome la vida durante años porque he tratado de parecerme a alguien que no existe.

Ese héroe imaginario nunca se angustia, no necesita mentir, difícilmente busque dinero porque es tan maravilloso que la gente le regala lo que necesita para vivir.

Lo que más me llama la atención de este personaje con el que me comparo y me siento desvalorizado, es que no aprovecha las oportunidades que se le presentan.

Cada vez que llega a un lugar, encuentra muchas personas adorables que padecen un problema causado por algunas personas despreciables, y él (mi modelo, a quien quiero parecerme), se dedica con pasión a resolverle el inconveniente a estos desconocidos.

Casi nunca se equivoca, los malos le temen y los buenos lo adoran.

Está claro: siempre estoy desganado, triste, sin ganas de trabajar porque intento algo imposible.

¿Me querrán si sólo soy una persona real?

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miércoles, 7 de abril de 2010

Sin permiso para crecer

Hay quienes afirman que el ser humano usa una pequeña parte de su cerebro y que la parte que no usa, termina atrofiándose.

No sé si esto es así pero le propongo una idea similar.

La capacidad para usar el lenguaje parece responder a esa lógica porque los niños aprenden a hablar lentamente.

Quizá sea innecesario explicar por qué es importante aprender a hablar (1).

El desarrollo de esta función depende de los estímulos que reciba el niño.

Parecería ser que alguien aprende por repetición como las urracas, papagayos o cacatúas y esto es así porque los niños sordos no aprenden a hablar, pero hay algo más.

Los humanos usamos el lenguaje para representarnos mentalmente personas, cosas, ideas, conceptos, sentimientos.

Cada sonido conocido está asociado a algo. Cuando oímos «mesa», «Sofía» o «alegría», nuestro cerebro reacciona con los respectivos recuerdos. Sabemos del mueble para apoyar cosas, de nuestra amiga o del sentimiento satisfactorio.

Además de la repetición de lo que oímos, la función se desarrolla porque la usamos para calmar la angustia que nos provocan situaciones dramáticas por las que pasamos tempranamente.

El llanto inespecífico, ese grito que todos tratamos de acallar ofreciéndole al niño comida, cariño, abrigo o simple presencia, se va transformando en palabras, frases y oraciones a medida que el desarrollo cerebral lo permite.

Pero estos nuevos mensajes siguen siendo estimulados por necesidades y deseos que procuran ser satisfechos.

La función lingüística es imprescindible para convertirnos en adultos aptos para trabajar, fundar una familia, realizarnos como personas.

Las madres sobreprotectoras atrofian a sus hijos, frenan su evolución e impiden su desarrollo porque ese amor equivocado, priva al hijo de la dosis de angustia que necesita para desarrollar las funciones cerebrales superiores, especialmente la lingüística.

Una madre amorosamente frustradora, ni abandona ni atrofia.


(1) Nuestros dos lenguajes

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martes, 6 de abril de 2010

La sUERTE angustia tanto como la mUERTE

La expresión «Ver para creer» merece alguna aclaración:

1º) Un perfume no se ve pero sabemos de su existencia;

2º) Ciertos volúmenes del universo no los vemos pero sabemos de su existencia;

3º) No quedan testigos de la Revolución Francesa, pero sabemos de su existencia.

En un artículo titulado Comer la verdad les comento que nuestra capacidad perceptiva sólo capta la realidad fragmentándola.

En otro artículo publicado hoy con el título Los análisis de Hiroshima y Nagasaki agrego que somos diestros analizando pero siniestros sintetizando (sabemos desarmar pero nos cuesta re-armar).

Por azar entendemos la forma en que se presentan los acontecimientos imprevistos, cuando parecen obra de la casualidad, o se registran como eventos fortuitos.

Con las ideas presentadas más arriba podemos elaborar la hipótesis según la cual «creemos en el azar porque los humanos no podemos percibir y comprender las causas de ciertos eventos».

Si observamos cómo vuelan las esferas numeradas de un bolillero de lotería, no podemos detectar por qué causa aparece primero una de ellas y no alguna de las otras 99.

Entonces afirmamos: El azar quiso que esa fuera la bola sorteada o el azar quiso que todas las demás permanecieran dentro del bolillero.

Lo cierto es que existieron muchas causas convergentes y sincronizadas para que saliera ese número y ningún otro, pero lamentablemente nuestro cerebro no puede ni conocerlas, ni abarcarlas ni organizarlas en una respuesta concluyente.

Ahora observe esto: si lo que está en juego es nuestra propia existencia, nos negamos a reconocer que no controlamos nuestras circunstancias. Nuestro cerebro rechaza su falta de protagonismo y nula influencia sobre lo que le toca vivir, disfrutar o padecer.

De forma antojadiza, arbitraria e irracional, afirmamos que el azar influye sobre los objetos pero que es nuestra voluntad la que determina nuestras circunstancias.

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lunes, 5 de abril de 2010

Los cerebros están en red

En nuestro idioma, cuando queremos transformar un adjetivo en cualidad abstracta, podemos hacer lo siguiente:

El adjetivo simple lo transformamos en simplicidad (condición de simple).

El adjetivo riguroso lo transformamos en rigurosidad (condición de riguroso).

El adjetivo público lo transformamos en publicidad (¿condición de público?).

Pero sin embargo, cuando consultamos el diccionario de la Real Academia Española, nos encontramos con que esta última acepción no la confirma aunque sí confirma las dos primeras (simple y riguroso).

Por el contrario, nuestro diccionario nos dice que por publicidad debemos entender lo que todos sabemos: divulgación de anuncios para atraer compradores, etc.

Y ahora cambio de tema para aportar otro ingrediente de lo que será una conclusión final:

Nuestras computadoras pueden estar aisladas o en red. Si están aisladas, cada una tiene sus sistema operativo (Windows ó Linux por ejemplo) y opera sola.

Cuando nuestra computadora está en red, puede utilizar un sistema operativo central, junto con otras computadoras.

Usted y yo somos individuos (independientes, aislados) pero desde el momento que utilizamos el mismo lenguaje, funcionamos como si estuviéramos en red. Estamos unidos por el idioma, pensamos de manera similar en tanto usamos la gramática española.

El invento de la cadena de montaje de Henry Ford (1863-1947) utilizó ingeniosamente esta condición humana de guiarse por una misma gramática (como si todos usáramos un cerebro humano central), como si todos compartieran el mismo sistema operativo, como si tuvieran el mismo oficio. Por esta destreza básica, todos podían entender y ejecutar las instrucciones de la misma forma.

Conclusión: el vocablo publicidad no alude a público (es decir: que comparte el mismo sistema operativo-gramática) para que nos imaginemos libres de aceptar o no las recomendaciones de los anuncios.

Está demostrado que imaginándonos libres, nos sentimos mejor y somos más obedientes (buenos ciudadanos y consumidores).

Artículos vinculados:

¿Qué libertad? ,
Soy libre de hacer lo que deba,
Lexotán con papas fritas,
Cállate que estoy hablando
Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta
El enfermo acusado
El ensañamiento justiciero

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domingo, 4 de abril de 2010

La Revolución Francesa ¿ya terminó?

La pobreza patológica se produce cuando quien la padece actúa de tal forma que no puede conseguir todo lo que necesita y desea.

Se puede llegar a ese estado por varias causas:

1) Lo que necesita y desea está por encima de lo normal (ambición excesiva);

2) Sus intentos de conseguir los bienes es ineficiente (utiliza técnicas de producción o negociación inadecuadas, transgrede las normas, no sabe administrarse);

3) Gasta o regala gran parte de lo consigue.

Tengo un comentario para compartir con usted sobre el punto 3).

En un artículo de reciente publicación titulado El subdesarrollo solidario les comentaba que algunas personas padecen un retraso en su evolución y conservan rasgos de su primera infancia (cuando la inmadurez cerebral les impedía discriminar entre ellos y los demás).

Es importante tener presente que esta regresión ya no tiene una causa neurológica como antes, sino filosófica.

Fue la literatura romántica que se disparó con la Revolución Francesa (1789), la que aún hoy sigue patrocinando su consigna: ¡libertad, igualdad, fraternidad!

Estos tres conceptos son fuertemente seductores. Quienes intenten cuestionarlos deberá enfrentarse a fundamentalistas poseídos con distintos grados de necedad.

Esto ocurre cuando la mencionada regresión impone la creencia en que tenemos libertad, que todos somos iguales y que el sentimiento predominante es la fraternidad.

Se trata de una consigna muy estimulante, llena de idealismo y casi totalmente despegada de la realidad.

El combate radical a las drogas psicoactivas (alcohol, marihuana, cocaína) encubre la tolerancia —también radical— de estas ideas igualmente psicoactivas.

Las personas que utilizan su libertad, para demostrar con su propio esfuerzo (dinero, producción, bienes) que todos somos iguales y que los bienes deben ser colectivos (fraternidad), disfrutarán regalando su esfuerzo para imaginar que la Revolución Francesa continua.

Nota: La imagen corresponde al óleo de Eugène Delacroix y se titula La libertad conduciendo al pueblo. El mismo pintor es el burgués de galera negra. Se inspira en una revuelta ocurrida en Francia en 1830.

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sábado, 3 de abril de 2010

La invasión de las bobas

Los médicos juegan sus cartas siempre con dos comodines: virosis y estrés.

Claro que ni ellos ni los pacientes estamos dispuestos a aceptar que algo no lo sepan solucionar.

Como les cerramos la puerta de emergencia que tenemos los demás profesionales ——aquella que nos permite decir «no sé» sin que tengamos que irnos del país o cambiar de rubro—, ellos diagnostican «virosis» o «estrés», aunque no siempre sea así.

Los seres humanos no podemos ser conscientes de lo débiles que somos porque nos deprimimos. Tenemos que negarlo hasta donde sea posible sin caer en la locura.

Todos los trabajadores actuales venimos de la época en que nos ganábamos la vida vendiendo nuestra «mano de obra».

Desde no hace mucho, tenemos que vender nuestro «cerebro de obra».

Este cambio anatómico no es ni gratuito, ni indoloro.

De lo que fuera la «mano de obra» sólo nos queda el dedo pulgar con el que manejamos los teléfonos celulares.

Las empresas perdieron sus raíces. Si en un país están incómodas, simplemente se van («se deslocalizan», dicen los técnicos).

Tenemos la creencia de que todas las revoluciones vienen precedidas de tiros, bombas, muertes y estamos predispuestos a creer que si no hay nada de eso, todo sigue igual.

Acostumbrados como estamos a mirar con cierto desprecio a los animales que trabajan para nosotros, también nos burlábamos de las máquinas como si fueran nuestras esclavas.

Es casi imposible no sentirnos enfermos ante estos cambios de la mano al cerebro, de la empresa inmóvil a la empresa volátil y de estar compitiendo entre semejantes a estar compitiendo (y perdiendo) con máquinas bobas (las computadoras).

El nerviosismo y la pérdida de autoimagen, vuelven a ser inevitables.

En este caso, el diagnóstico de estrés no parece tan desacertado.

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viernes, 2 de abril de 2010

El tamaño del pene

El responsable de limpiar los vidrios o la encargada de mantener el café caliente, pueden imaginar que en la empresa que trabajan, nada es más importante que su tarea.

Algo similar puede sucederle al presidente de la corporación, sin darse cuenta que puede ser sustituido rápidamente por otro que gane la mitad y tenga 40 años menos de edad.

Estas son sólo algunas de las consecuencias inevitables de ser una especie muy débil pero con la inteligencia insuficiente para reconocerlo.

Ni el limpiavidrios ni la gerenta de la cafetería ni el presidente de la compañía tienen realmente más responsabilidades que conservarse a sí mismos y a la especie (1).

Por este motivo la sexualidad (función reproductiva) es tan importante en nosotros los animales.

Y porque nos cuesta reconocer la simplicidad de nuestra misión en la vida, es que tantas personas distorsionan neuróticamente la sexualidad.

Los mitos, tabúes, vergüenzas, pudor y asco son actitudes destinadas a diferenciarnos de los impúdicos animales que son capaces de tener sexo delante nuestro y con unos gestos de indiferencia que sólo confirman que son inferiores a los humanos.

Los varones tenemos el pene para orinar y para introducir en la vagina el semen que fecundará a la receptora.

Sin neurosis, las dimensiones de ese órgano pueden ser relativamente pequeñas para cumplir las dos únicas funciones que tiene (orinar y eyacular), pero con neurosis, necesitamos que sea largo y grueso.

Para orinar, no importan las medidas y para fornicar tampoco (excepto casos raros y difíciles de encontrar).

Un pene largo y grueso sirve para hacer ostentación ante quienes no fecundaremos (otros varones).

Las mujeres usuarias no se cansan de decirnos que a ellas les interesan otras cosas de los varones.

Ellas quieren mucha seguridad afectiva y material, pero nosotros igual les ofrecemos mucho pene.

(1) El dinero o la vida
No al aborto. Sí a la castración
Fornicamos con seriedad
La disconformidad universal

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jueves, 1 de abril de 2010

Tómelo o déjelo

Alicia, te quiero mucho.
Alberto, te extraño cuando no estás.

En un régimen capitalista, Alicia y Alberto pueden ser esposa y esposo, madre e hijo, cliente y proveedor.

En un régimen socialista, Alicia y Alberto pueden ser esposa y esposo, madre e hijo, pero NO cliente y proveedor.

Es una diferencia importante que pudo haber determinado el fracaso (al menos por ahora) del comunismo real en URSS.

Podemos pensar las relaciones de intercambio entre productores y compradores, de dos maneras:

1) Que los compradores decidan qué quieren comprar; y

2) Que los productores decidan qué tienen que comprar los clientes.

Hasta Henry Ford, el capitalismo tenía un criterio socialista. Pasó a la historia su arrogante frase: «Los clientes pueden comprar un Ford del color que quieran, siempre que sea negro». (1)

En economía se denomina sector primario al de la producción; sector secundario al de la fabricación; y sector terciario al de los servicios (incluido el comercio).

Éste último es el que hace la diferencia de criterio entre capitalismo y socialismo.

El rechazo a la negociación, aceptar como válido que alguien determine qué debe necesitar y desear el público consumidor, arrasa con la negociación.

Si fuéramos al origen el fenómeno, llegaríamos al estímulo recíproco que existen entre la madre y el lactante.

Ella se estimula por la complacencia de él. Él se alimenta por la producción de ella.

Esa calidez del vínculo madre-hijo no desaparece en las relaciones mercantiles excepto que ideológicamente se las condene por materialistas, interesadas o por un demonizado afán de lucro.

Tener en cuenta la necesidad y el deseo de los clientes para diseñar lo que le ofreceremos, es un acto de amor.

Fabricar lo más conveniente e imponérselo monopólicamente al consumidor, es un acto despótico.

(1) Me gustó el protagonista porque es como yo.


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