viernes, 31 de agosto de 2012

La corbata de los banqueros





El uso de la corbata entre quienes trabajan en el sistema financiero, sugiere la racionalidad en la administración del dinero depositado.

Estaremos de acuerdo en que el dinero tanto puede usarse con fines nobles como con fines innobles. Tanto podemos usarlo para comprar lo necesario para vivir (alimentos, vestimenta, alojamiento), como podemos usarlo para comprar lo necesario para matar (armas).

Otra distinción podemos hacerla pensando que tanto podemos usarlo racionalmente como apasionadamente, tanto para estimular la producción como para estimular los gastos superfluos.

Tanto podemos usarlo con una actitud austera, para que produzca la mayor cantidad de beneficiarios, como con una actitud derrochona, para que unos pocos lo despilfarren en lujos, vicios, ostentaciones.

Nuestra mente está predispuesta a pensar que del cuello para abajo se encuentran nuestros instintos más terrenales, mundanos, hedonistas y que, del cuello hacia arriba (la cabeza, el cerebro, la mente), se alojan las ideas, el espíritu, el arte, lo sublime, la religiosidad, la inteligencia que nos ubica por encima del resto de los seres vivos.

Esta predisposición a pensar así no es más que eso: un prejuicio. En realidad somos una unidad. La división cartesiana en cuerpo y alma es una concepción indemostrable... aunque para quienes no pueden vivir sin imaginar ese dualismo sería imposible abandonarlo.

Estas consideraciones prologan mi comentario referido al uso de la corbata como prenda casi exclusivamente masculina.

Si bien es cierto que ese trozo de género podría representar al pene, en cuyo caso no pasaría de ser un exhibicionismo perverso, también parece indicar con más poder significante una separación drástica entre el cuerpo inferior y la mente superior.

Obsérvese que el uso de la corbata es casi obligatorio en el sistema financiero, donde a los depositantes se les está informando algo así como: «Administraremos su dinero razonablemente, sin despilfarrarlo en vicios».

(Este es el Artículo Nº 1.656)

jueves, 30 de agosto de 2012

La ambivalencia materna y el asco por el dinero





Los niños que no saben si la mamá ama o repudia su caca, repudiarán la caca ... y el dinero, ¡que tanto se parecen!

A casi todos nos resulta difícil convivir con la ambivalencia, con la dualidad de criterios, con el «doble discurso» de nuestros familiares, amigos, políticos.

Nuestra psiquis se siente mejor cuando las cosas se nos presentan en «blanco y negro», en «lindo y feo», en «bueno y malo».

Las dudas nos provocan un malestar del que querríamos apartarnos definitivamente.

Sin embargo, la experiencia parece empeñada en frustrarnos. Cuando creemos tener las ideas claras sobre algún tema polémico, no falta quien presente algún argumento que nos fracture aquella certeza.

Algunas personas se horrorizan cuando sienten que alguien dice: «si, pero...», porque saben que amenazarán sus certezas.

Cuando somos pequeños, nuestras madres están pendientes de nuestro funcionamiento. Casi no duermen escuchando nuestra respiración, vigilan nuestra alimentación, examinan nuestros excrementos.

Una sirena estruendosa se enciende en su cabeza si algo se aparta de lo previsto.

Con los excrementos fecales ocurre algo muy ambivalente, dual, con «doble discurso».

Ellas se alegran notoriamente con nuestras primeras defecaciones, como si estas fueran algo maravilloso, ... y lo son en la psiquis de la mamá y de una legión de asesores (abuelas, tías, pedíatras), porque sus mentes piensan algo así como «si funciona bien su INTEstino, funciona bien todo su INTErior».

Pero los pequeños, que no tenemos ni noción de esos funcionamientos mentales, conocemos los indicios de la desesperante ambivalencia de nuestros protectores: «¿les gusta mi caca o no les gusta?», piensa el niño cuando ya creía empezar a adaptarse a este entorno «tanto más incómodo que aquel confortable útero del que me expulsaron aun no sé bien por qué».

Muchos terminan por repudiar la caca …y al dinero, ¡que tanto se le parece!

Otras menciones del concepto «dinero=caca»:

   
(Este es el Artículo Nº 1.655)

miércoles, 29 de agosto de 2012

El valor económico de la vida




 
Rechazamos cotizar el valor de la vida en dinero, pero en ciertos casos se llega a determinar una cifra concreta.

En este blog se acumulan artículos  de publicaciones diarias en los que comento con los lectores ideas sobre por qué algunas personas tienen dificultades con el dinero, no saben ganarlo, y/o no saben administrarlo, y/o lo repudian, y/o se avergüenzan de hablar de él.

Estas condiciones impiden, a quien las padece, un desarrollo armónico hacia la adultez, la autosuficiencia y, especialmente, hacia la capacidad de colaborar con otras personas que, por alguna circunstancia, están impedidas: niños, enfermos, ancianos.

En esta oportunidad les comentaré algo que nos ocurre con el precio de nuestra vida.

No conozco aún a la persona que pueda decir seriamente: «mi vida vale un millón de dólares» (o la cifra que fuera).

Por lo tanto diríamos que es normal que no podamos establecer una relación entre nuestra existencia y alguna cantidad de dinero. Más genéricamente: no podemos relacionar el valor de la vida con el valor del dinero.

Sería razonable que un ser humano piense: «si no puedo vincular la vida con el dinero y, dado que la vida es importante, entonces el dinero no es importante».

Este razonamiento radical sería suficiente para que esas personas desprecien el dinero.

A pesar de esta repudiable comparación (dinero-vida), debemos saber que existe una relación y que se usa cada vez que hace falta.

Si alguien pierde la vida en un accidente, es posible que los familiares reclamen algún tipo de indemnización a quien fuera el responsable de ese desafortunado acontecimiento.

Por ejemplo, si fallece un varón, la viuda con hijos puede exigir que se le pague la riqueza que el fallecido habría producido hasta el día de su muerte estadísticamente probable.

Este sería el valor de su vida.

(Este es el Artículo Nº 1.654)

martes, 28 de agosto de 2012

El altruismo y los fines de lucro



Los altruistas constituyen una minoría de personas que genera una referencia perjudicial para quienes trabajan con fines de lucro.

En otro artículo (1) les comentaba que existen por lo menos dos explicaciones de por qué algunas personas son egoístas y otras altruistas.

En esa oportunidad les decía que la opinión mayoritaria es la que sostienen las religiones y hace hincapié en la (supuesta) bondad del ser humano.

Desde este punto de vista entonces, los altruistas son personas «buenas» y los egoístas son personas «no tan buenas».

Otra explicación, la que sostiene el psicoanálisis, dice que existen unas pocas personas que no tienen suficientes necesidades y deseos. Hasta cierto punto se parecen a las ya conocidas anoréxicas.

Desde este punto de vista, los altruistas serían personas que buscan tener necesidades y deseos, hambre y ganas de actuar.

Si un altruista estuviera confinado en una cárcel y no pudiera practicar su actividad, se vería especialmente perjudicado.

Los altruistas son tan pocos porque la mayoría funcionamos de otra forma: consumimos energía, padecemos hambre, necesitamos comer y por eso trabajamos con fines de lucro.

Como vemos esta teoría da cuenta de lo que realmente ocurre y hasta podría servirnos para entender además por qué algunas personas normales (por formar parte de la mayoría egoísta), no cuentan con el estímulo suficiente para trabajar y «ganarse el pan con el sudor de la frente».

Efectivamente, podríamos entender a esta mayoría en tanto se sienten culpables por pretender entregar su esfuerzo a cambio de dinero.

Los pocos altruistas son suficientes como para generar una referencia desestimulante para la actitud laboriosa de la mayoría.

Todos necesitamos ser amados, respetados, considerados, ... además de alimentarnos, descansar, abrigarnos y tener una vivienda donde alojarnos.

En suma: Los altruistas son una referencia perjudicial para quienes trabajan con fines de lucro.

 
(Este es el Artículo Nº 1.653)

lunes, 27 de agosto de 2012

Altruismo y egoísmo



El altruista precisa conseguir necesidades y deseos, por eso aprovecha las necesidades y deseos ajenos.

Es interesante pensar en la palabra «altruismo» para ver qué podemos sacar en conclusión.

Podríamos conformarnos con una definición que diga:

«Poner los medios necesarios para el logro del bien ajeno aun a costa del propio».

En términos más coloquiales, también podríamos decir que «altruismo» es beneficiar a otros, sin esperar nada a cambio.

Para redondear estas ideas, nos ayudaría pensar en la palabra «egoísmo» porque nos define la actitud contraria y además es bastante más conocida que la palabra «altruismo».

Ahora podemos preguntarnos por qué algunas personas son altruistas y otras egoístas, teniendo en cuenta que también es posible que alguien sea altruista en ciertos ámbitos y egoísta en otros.

Desde el punto de vista psicoanalítico, la explicación se aparta bastante del sentido común, pero eso no debería extrañarnos del psicoanálisis pues en general tiene interpretaciones originales del acontecer humano.

Para ser lo más claro posible, utilizaré una metáfora alimenticia.

Los egoístas son personas que tienen hambre y buscan obtener comida, mientras que los altruistas son personas que no tienen hambre y buscan tenerla.

Esto explicaría por qué los egoístas demandan mientras que los altruistas ofrecen.

Los egoístas están llenos de necesidades y deseos que reclaman satisfacción, mientras que los altruistas procuran ser demandados y tener hambre, deseos, problemas, necesidades, complicaciones, exigencias, desafíos, dificultades, misiones, convocatorias.

Esta explicación de por qué los altruistas son tan generosos difiere de la explicación religiosa en la que se replica el criterio más general de que existe gente buena y gente no tan buena. Para las religiones los altruistas son simplemente gente buena y los egoístas son personas no tan buenas.

En suma: El altruista precisa conseguir necesidades y deseos, por eso aprovecha las necesidades y deseos ajenos.

(Este es el Artículo Nº 1.652)