domingo, 30 de junio de 2013

El hambre del triunfador




Las personas que triunfan porque tienen lo necesario para vivir dignamente, lo son porque realmente sienten hambre y angustia.

«La mentira tiene patas cortas», dice el refrán y parece que es cierto, aunque también es cierto que esas patas cortas pueden moverse a gran velocidad y desempeñarse con particular eficacia.

Siempre oímos y leemos que las personas que triunfan son personas que disponen de una gran fuerza de voluntad.

No paro de gritar a los cuatro vientos: «Querer NO es poder». No es verdad que podemos mentirnos y salir airosos.

¿Por qué digo «mentirnos»? Porque lo que realmente nos da energía, audacia e ingenio, no es la voluntad sino la necesidad auténtica, el deseo mortificante, la penuria lacerante, la escasez angustiante, el hambre que nos corroe las entrañas, la desesperación que nos impide dormir.

Cuando alguien propone el «voluntarismo», está proponiendo la solución imaginaria, la misma que lo lleva a suponer que «Dios proveerá», que «No hay mal que por bien no venta», que «Ya vendrán tiempos mejores», que «Después de siete años de vacas flacas siguen siete años de vacas gordas».

Por supuesto que podemos engañarnos. Lo hacemos todo el tiempo. Cuando creemos en seres mágicos que vendrán en nuestra ayuda (dioses, santos, vírgenes, animales totémicos, conjuros omnipotentes), cuando suponemos que todo es fácil, cuando imaginamos que existen semejantes a nosotros que han encontrado una fórmula para vivir sin esforzarse, para pasar todo el tiempo riéndose, para nunca sentir dolores, que encontraron la receta para acertar a la lotería, cuando pensamos que todo eso existe, nos estamos engañando como a niños.

Las personas que triunfan, esto es: que tienen lo necesario para vivir dignamente, aunque no les sobre nada ni vivan en una palacio rodeados de sirvientes y lujo, esas son personas triunfadoras porque realmente sienten hambre y angustia.

(Este es el Artículo Nº 1.926)

sábado, 29 de junio de 2013

Efectos negativos de la esperanza



 
La esperanza es una enfermedad que a veces nos ayuda alentándonos y otras nos perjudica postergando nuestras decisiones.

En oportunidades anteriores he recordado la leyenda según la cual la esperanza es la única enfermedad que no se escapó de la caja que abrió Pandora.

Nuestra mente tiende a pensar que lo que nos gusta siempre es lo mejor, pero la esperanza funciona como estímulo y también como freno, porque nos alienta cuando tenemos que esperar que algo evolucione, ocurra, se resuelva, pero nos adormece cuando preferimos postergar deliberadamente alguna acción o decisión difíciles.

Los familiares y los amigos juegan un papel muy importante en cómo administramos la patológica esperanza. Su influencia se manifiesta tanto cuando nos alientan para que nos enfermemos un poco más de esperanza, como cuando nos presionan para que mejoremos nuestra salud respecto a ese padecimiento (la esperanza).

El embarazo normal es un buen ejemplo. Mientras evoluciona la gestación la madre está feliz, la sociedad la mima, el niño no la molesta, pero cuando nace las cosas se complican bastante por todas las tareas, preocupaciones y relativa desorganización familiar que provoca el nacimiento.

El malogrado filósofo musical, John Lennon, habría dicho: "La vida es aquello que sucede mientras planeamos el futuro".

Los proyectos son una forma de embarazo. Cuando los planes y los proyectos demoran indefinidamente su puesta en práctica estamos manipulando la duración del embarazo para postergar en lo posible la sobrecarga de dificultades que aparecen junto con el recién nacido.

Mientras quienes nos observan justifican que nuestros proyectos están tomándonos un tiempo prudencial, podemos seguir disfrutando de los efectos placenteros de la esperanza, pero llega un momento en que quienes nos observan empiezan a pensar que estamos postergando irresponsablemente el parto, que estamos abusando de la esperanza, que tendríamos que curarnos de tanta esperanza.

(Este es el Artículo Nº 1.925)

viernes, 28 de junio de 2013

Tener dinero es un síntoma de estar acertado

 
Tener dinero puede ser interpretado como que se están haciendo las cosas bien. Esta sensación de acierto disminuye la angustia.

— Somos animales gregarios, vivimos en manadas, en sociedades, en familias;

— Somos animales muy dependientes de ser amados, aceptados, reconocidos por los demás integrantes del grupo al que pertenecemos;

— No siempre tenemos la suerte de recibir una cantidad de amor suficiente, ya sea porque no somos tan simpáticos como los demás nos preferirían o porque nuestra ambición de amor excede lo que los demás son capaces de amar;

— Cuando somos condenados penalmente sufrimos por la pérdida de libertad que nos impone quedar encarcelados, pero además sufrimos por la pérdida de amor, de simpatía, de reconocimiento;

— Esta pérdida de amor causada por haber sido condenados al encierro funciona al revés en aquellos grupos dedicados a delinquir, donde las «entradas al presidio» son trofeos que aumentan el amor, el reconocimiento y la admiración de los integrantes del grupo al que pertenecen;

— En los casos en que alguien no recibe todo el amor que necesita el dinero parece funcionar como un calmante muy efectivo.

Este fenómeno ocurre de la siguiente forma:

— Alguien logra crear una fortuna importante según los parámetros de riqueza vigentes en el grupo de pertenencia;

— Si bien las demostraciones de afecto son escasas, el «rico antipático» no sufre tanto como sería de esperar pues cree que ese dinero que consiguió es una demostración de que merecería ser amado.

Como en muchos casos los estados de ánimo dependen en gran medida de las creencias.

Si alguien percibe y sufre por ser impopular, pocas veces tenido en cuenta, olvidado sistemáticamente en cualquier convocatoria, si tiene dinero queda habilitado para pensar que los demás están equivocados, que él está haciendo las cosas bien, que tiene la mala suerte de ser víctima de la incomprensión.

(Este es el Artículo Nº 1.924)


jueves, 27 de junio de 2013

La culpa electrifica a los explotados

 
En la cultura capitalista estamos «culpabilizados» y «manijeados» para sentirnos mal si no somos consumistas, endeudados, afiliados, es decir: explotados.

Según nuestro diccionario de español, en psicología se denomina «culpa» a la

«Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.»

Según nuestro diccionario de español, en derecho se denomina «responsabilidad» a la

«Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente».

Resumo: nos sentimos culpables cuando tenemos que enfrentar las consecuencias de algo que hicimos o dejamos de hacer.

La «culpa» (pecado, error, falta, yerro, desliz, caída, tropiezo, lapso) duele, el dolor nos activa en proporción a su intensidad (más dolor, más actividad) y cuando un ser humano aplica su energía, trabaja..., algo que muchos humanos saben administrar en beneficio propio y que otros definen como explotación del trabajador.

Si tuve la suerte de ser claro en lo que acabo de escribir, podemos simplificar la situación con una metáfora: quien logre culpabilizar a un ser humano estará haciendo algo parecido a lo que hace quien conecta a la electricidad un artefacto eléctrico para después usarlo.

Claro que darle electricidad a un motor es algo fácil de ver y entender, pero no es tan fácil darse cuenta cuando alguien está culpabilizando a otro para aprovecharse de él.

Según nuestro diccionario de español, en Argentina y Uruguay, coloquialmente se dice que «manija» significa:

«Influencia que alguien intenta ejercer sobre otra persona para incitarla a pensar o a actuar de cierta manera. Pedro DA manija a Juan.»

Como vemos la metáfora popular conserva la tecnología anterior a la electricidad: la manija.

En la cultura capitalista vigente estamos «culpabilizados» y «manijeados» para sentirnos mal (¿avergonzados?) si no somos consumistas, compradores compulsivos, despilfarradores de dinero, endeudados, afiliados, es decir: explotados.

     
(Este es el Artículo Nº 1.923)


miércoles, 26 de junio de 2013

El horror al dinero y a la muerte




Porque «el dinero se va volando»... como el alma de los muertos, algunas personas se horrorizan asociando inconscientemente dinero y muerte.

La primera definición de la palabra «alma» según el Diccionario de la Real Academia Española (1), dice:

«Principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida.»... ‘de animales y de plantas’, agrego, guiado por los otros significados de «alma».

Estudiando los mitos y leyendas que vienen poblando la mente humana desde tiempos remotos, encontramos la creencia en que existe algo etéreo, intangible, muy misterioso, que abandona el cuerpo material cuando este deja de funcionar y muere.

No está claro si la muerte se produce porque el alma lo abandona o el alma tiene que irse porque el cuerpo la abandona.

Lo que parece seguro es que el alma se va y esa intangibilidad que se le asigna sugiere en casi todos los pueblos la idea de que «el alma se va volando».

Algunos pensaron que viajaba montada en un águila, otros imaginaron un caballo alado, algunos supusieron que el viaje hacia la residencia final de las almas se hacía en un barco volador.

En los sueños suelen aparecer objetos, animales o personas que vuelan y, si quisiéramos interpretar su significado, podríamos admitir la hipótesis de que el soñante tuvo alguna idea de muerte que estimuló el trabajo onírico.

Este rodeo mitológico y eventualmente religioso —porque aún hoy vemos imágenes de ángeles alados—, pretende prologar otra hipótesis referida a la pobreza patológica, es decir, a la dificultad, y hasta imposibilidad, de obtener los recursos económicos imprescindibles para sustentar una vida digna.

Hipótesis: Quizá porque se dice que «el dinero se va volando», que «el tiempo se va volando», y que «el tiempo es dinero», algunas personas se horrorizan asociando inconscientemente dinero y muerte.

 
(Este es el Artículo Nº 1.922)