Los pobres patológicos son personas que sufren con el mal ajeno mientras que los no-pobres se alegran del mal ajeno.
Soy optimista al pensar que
existen cientos de causas de la pobreza patológica, es decir, aquella pobreza
material que resulta insuperable para quien la padece.
Digo que soy optimista porque
me comparo con otros pesimistas que suponen que «los pobres siempre existieron y
nunca dejarán de existir».
Hoy estoy casi convencido de que yo mismo soy pobre patológico porque cuando padecía escaseces materiales hice hasta lo imposible
para abandonar esa situación y finalmente vine a resolverla por pura casualidad
y suerte.
Auto observándome pienso que
los humanos podemos pertenecer a uno de dos grandes grupos: los que desean el
mal ajeno y quienes no lo deseamos.
Ninguno de los conjuntos
humanos merece ser calificado como bueno o malo. Simplemente somos distintos.
Empezaré hablando de mí.
Yo me siento tan débil,
precario y vulnerable que necesito el amor de mucha gente. Cuando digo amor
quiero decir que estén dispuestos a ayudarme en caso de que llegue a
necesitarlo. Por eso quiero que todos estén bien y no me atraen las personas
que están mal. En todo caso podría llegar a ayudarlas para que dejen de estar
mal y pasen a integrar el grupo de personas que podrían ayudarme.
Ahora me referiré a los
integrantes del grupo que no integro y que se alegran de que a otros les vaya
mal.
Este grupo casi no contiene a pobres patológicos porque
de alguna manera sus integrantes siempre consiguen tener trabajo, logran cobrar
honorarios elevados, se animan a ofrecer su colaboración con fines de lucro y
se sienten atraídos por quienes están peor que ellos. Disfrutan de que otros
estén enfermos, angustiados, con la casa despintada, con la cañería obstruida,
con un litigio legal.
(Este es el Artículo Nº 1.915)
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