miércoles, 31 de octubre de 2012

La venganza como única indemnización posible



   
Por ahora nuestra cultura sólo puede «hacer justicia» apaciguando los deseos de venganza de las víctimas contra los victimarios.

Les planteo un razonamiento en el que participan el dinero, el delito y la venganza...en su versión legal, esto es: la administración de justicia.

El objetivo de este artículo es ver al dinero desde otro punto de vista y el objetivo de este objetivo es procurar comprender mejor a este instrumento de la economía que por un motivo u otro nos perturba, nos pone nerviosos, nos causa incertidumbre, a veces también sentimientos de culpa, sin dejar de mencionar que por su ausencia nuestra calidad de vida suele descender de forma preocupante.

Imaginemos que un hombre, casado y con dos hijos, es asesinado por un delincuente. Quienes se especializan en conseguir pruebas e identificar al responsable de dicho crimen están seguros de que la persona que tienen detenida es el único responsable de esa tragedia.

La viuda y los dos huérfanos de padre, no solamente sufren la pérdida irreparable de este ser querido sino que también sufren las consecuencias económicas resultantes de haber perdido los ingresos que aportaba.

A partir de este infortunio ocurrido entre ciudadanos de un mismo país, la administración de justicia inicia su proceso de reparación, de indemnización, procurando que la pérdida por todo concepto que provocó el delincuente sea completamente resarcida.

Como podemos observar, nada podrá hacerse para recuperar a quien murió. Por lo tanto, en nuestra cultura, las acciones se limitarán a indemnizar a los familiares evaluando hasta qué punto el homicida puede ser vengativamente castigado.

En otras palabras: en casos como este, parecería ser que los integrantes de la sociedad solo podemos encarcelar al delincuente (castigarlo) de tal forma que los deseos de venganza de las víctimas y del resto de la sociedad queden suficientemente apaciguados.

Algunas menciones del concepto «venganza»:

 
Los súper héroes trabajan gratis 

   
(Este es el Artículo Nº 1.716)

martes, 30 de octubre de 2012

Amor materno entre amigos



   
Cuando demostramos nuestro amor haciendo regalos que cuestan dinero que ganamos trabajando, actuamos como nuestra madre quien trabajó para cuidarnos.

Imaginemos que soy el propietario de un supermercado y que tengo cinco amigos a quienes quiero.

Ahora que los negocios funcionan un poco mejor, he decidido hacerles una rebaja en el precio de sus compras: ellos, sus esposas y sus hijos, presentando una tarjeta que mandé hacer a propósito, al pasar por las cajas reciben un descuento del 10% en las compras que realicen.

Solo para ponernos de acuerdo, cada vez que alguno de ellos hace compras por valor de 100, la cajera solo le cobra 90.

¿Por qué hago esto? Lo hago porque los quiero y las circunstancias se me han dado para que ellos puedan comprar en mi negocio y que yo tenga la oportunidad de hacerles un obsequio que no es otra cosa que una manifestación tangible de cuánto los aprecio.

Esto es fácil de comprender porque a mucha gente le gusta hacerle regalos a los seres queridos.

Esos regalos tienen un valor económico: cada vez que compramos objetos para regalar gastamos dinero.

Si acorto las puntas de este razonamiento, puedo decir que a nuestros seres queridos les entregamos dinero en forma de objetos bellamente envueltos para obsequio y para demostrarles el amor que nos inspiran.

No podemos olvidarnos que ese dinero que le regalamos a nuestros seres queridos (en forma de objetos...), lo hemos ganado destinando parte de nuestro tiempo a trabajar (como comerciantes, como empleados).

Con estos elementos es posible decir que el tiempo que destinamos a nuestros amigos (ganando dinero que compre regalos que les obsequiaremos), es similar al tiempo que destinó nuestra madre a cuidarnos y a desarrollar en nosotros el sentimiento de amor, que ahora sentimos y le demostramos a nuestros amigos.

(Este es el Artículo Nº 1.715)

lunes, 29 de octubre de 2012

La compra-venta natural y la cultural



   
Así como las mujeres en actitud reproductiva saben a quién seducir, los compradores que necesitan un proveedor saben dónde comprar.

En otro artículo (1) les comentaba la semejanza metafórica que existe entre el fenómeno comercial de la compra-venta y las relaciones sexuales.

El motivo expuesto para fundamentar esta analogía refiere a que cuando un comprador busca un proveedor para obtener lo que necesita comprar actúa como una mujer que desea ser fecundada por un hombre proveedor de espermatozoides.

Desde este punto de vista, el varón reacciona adecuadamente si puede descargar en la vagina de ella el semen que la fecunde. Este varón está desempeñando una actividad análoga a la del vendedor que entrega la mercadería que le fue solicitada por el comprador.

En la mayor parte de los casos las enfermedades aparecen y permanecen cuando el ser humano deja de cumplir las leyes naturales.

La cultura forma parte de la naturaleza y funciona como una segunda naturaleza.

Todo está bien cuando una y otra no detentan normas que se contradicen. Si esto ocurre y puesto que la naturaleza universal es indudablemente más poderosa, el ser humano que prefiera cumplir las normas culturales en desmedro de las universales se convierte en un campo de conflicto donde ocurrirá lo inevitable: él sufrirá las mayores pérdidas porque a mediano plazo, las leyes naturales terminan imponiéndose sobre las culturales.

La idea que contiene el párrafo anterior también puede expresarse diciendo: Cuando por cumplir los dictados de la cultura tenemos conductas anti-naturales, salimos perjudicados.

Retomando el eje temático planteado al principio, quienes tengan como medio de vida vender, aplican mejor su esfuerzo si solo mantienen informando a sus potenciales clientes sobre lo que ofrecen en vez de insistirle para que le compren. Al igual que las mujeres en actitud reproductiva, los compradores saben dónde comprar.

 
(Este es el Artículo Nº 1.714)

domingo, 28 de octubre de 2012

Los vendedores fecundan a sus clientes



   
Los vendedores «sanos», en condiciones de vender, sentirán el llamado y concurrirán a venderle al cliente deseante.

La naturaleza es la que dicta las normas y las ejecuta: decide que existe la Ley de Gravedad y obliga a que casi todo caiga hacia abajo; decide que los seres vivos estemos programados para tener un nacimiento, una evolución, una involución y la muerte, para luego obligarnos a realizar el recorrido de vida que todos conocemos; instala en las hembras el deseo de ser fecundadas con semen y se asegura de que cada tanto ellas actúen de tal forma que los espermatozoides lleguen a los óvulos maduros.

Los humanos también somos «dictadores de normas» y ejecutores de esa legislación.

Sin embargo no nos damos cuenta de estos intentos de imitación y nos creemos ser muy ejecutivos pero apenas somos un pálido reflejo del modelo que intentamos imitar (el de la naturaleza).

Si yo estuviera en lo cierto, es parte del modelo natural que sean ellas las que, estimuladas por los cambios hormonales que propician la fecundación, busquen con quien obtener esos espermatozoides (1).

Existe un fenómeno económico, (la compra-venta), que por no estar en sintonía con el modelo natural resulta ineficiente.

Efectivamente, los vendedores son personas que, en el ámbito comercial, proveen lo que otros necesitan, de forma que debería ser similar al mencionado para las mujeres deseosas de ser fecundadas.

Los vendedores naturales, los que mejor se acercan a las normas de la naturaleza, son aquellos que siempre tienen lo que otros anhelan poseer, es decir, esos clientes que se parecen a las mujeres en actitud reproductiva.

Los varones sanos, en condiciones reproductivas, sentirán el llamado y concurrirán a copular con la hembra deseante y los vendedores «sanos», en condiciones de vender, sentirán el llamado y concurrirán a venderle al cliente deseante.

(1) Algunas menciones del concepto «las mujeres eligen a los varones»:

         
(Este es el Artículo Nº 1.713)


sábado, 27 de octubre de 2012

El castigo de recibir dinero



   
Algunas personas pueden pensar que, si el dinero puede ser dilapidado, quizá nos esté «lapidando» cuando lo recibimos.

Según nuestro Diccionario de la Real Academia Española, el vocablo «dilapidar» significa «Malgastar los bienes propios, o los que alguien tiene a su cargo» (1).

Parece lógico pensar que una mala opinión sobre el dinero colabora para que tratemos de no poseerlo. En caso extremo, hasta podríamos pensar que esa mercancía (el dinero) es diabólica, perversa, perniciosa.

También podríamos pensar que, bajo su apariencia amigable (porque nos permite satisfacer algunas necesidades y deseos), se esconde un fetiche que atrae a la mala suerte, que la seducción que genera en algunas personas (avaras, ambiciosas, envidiosas), los conduce inevitablemente a las peores desgracias.

Los efectos que el dinero produce en la psiquis son suficiente evidencia como para pensar en que posee poderes mágicos de incalculable y nefasto poder.

Algunas novelas están basadas en el efecto alienante que se produce en algunas sectas, en las que algún inescrupuloso y carismático personaje (simbolizando al dinero), induce en las personas que lo siguen una especie de idolatría, es decir, un amor excesivo y vehemente de muy mal pronóstico.

Aunque el vocablo «dilapidar» puede aludir a varios bienes que se malgastan, es especialmente adecuado para referir al despilfarro de dinero.

Las hipótesis sobre la etimología del verbo «dilapidar» no son concluyentes, pero es generalmente aceptado decir que alude claramente al desprecio con que se tiran (arrojan, desechan) las piedras, quizá por su abundancia en ciertas zonas del planeta.

Es muy popular aquel desafío de Cristo cuando les dijo a quienes estaban dispuestos a condenar a una adúltera, «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra».

Algunas personas pueden pensar que, si el dinero puede ser dilapidado, quizá nos esté «lapidando» (apedreando, castigando) cuando lo recibimos.



(Este es el Artículo Nº 1.712)