La economía de mercado ofrece servicios asistenciales profesionalizados que desestimulan el instinto solidario y gratuito, porque este les restaría participación lucrativa.
En la primera etapa de la vida extrauterina
pensamos que todos formamos una sola unidad, que todos estamos fusionados, que
no hay diferencia entre el entorno y mi cuerpo. Es la etapa en que todavía no
tenemos noción del yo, de individuo separado del resto. El subdesarrollo del
sistema nervioso no nos permite discriminarnos.
Con la maduración del sistema nervioso
empezamos a darnos cuenta (alrededor de los 18 meses de edad) (1), que no
estamos fusionados con el resto del universo sino que estamos separados: mamá,
papá, el hermano, la mascota y yo no formamos una unidad sino cinco unidades
independientes.
Para quienes afirman que «todo tiempo pasado fue mejor», esta
evolución del sistema nervioso trajo consecuencias negativas porque sería mejor
que no fuéramos tan individualistas. Estas personas desean la solidaridad
(formar un único ‘sólido’) y rechazan la discriminación (distinción,
separación, segregación, apartamiento, aislamiento, exclusión, alejamiento).
No sería
extraño que usted, al leer los sinónimos de la palabra «discriminación»,
también sienta que connotan ideas negativas, egoístas, antisociales.
Sin embargo
esa evolución del sistema nervioso no es suficiente como para que la
«discriminación» sea extrema en tanto seguimos siendo capaces de identificarnos
con los semejantes y hasta creemos ver en ellos (proyectamos) nuestras
responsabilidades, culpas, intenciones.
También
ocurre que resulta difícil desentendernos de la desgracia ajena cuando sentimos
que somos los únicos que la conocemos o que seríamos los únicos capaces de
remediarla.
Sin
embargo, el capitalismo parece empeñado en mejorar nuestro sistema nervioso en
el sentido de que cada vez estemos menos interesados en los problemas ajenos.
La economía
de mercado ofrece servicios asistenciales profesionalizados que desestimulan el
instinto solidario y gratuito, porque este les restaría participación
lucrativa.
(Este es el
Artículo Nº 1.687)
●●●
10 comentarios:
Me alegra que alguien hable de la existencia de un instinto solidario y gratuito. Supongo que debe existir porque los humanos siempre se han juntado para sobrevivir y porque pasamos muchos miles de años buscándole la vuelta sin usar dinero.
Si fuera cierto que cada vez nos interesamos menos por los problemas ajenos, tendríamos que aceptar resignadamente la contracara: los otros cada vez se interesarán menos en mis problemas. Eso la verdad que es complicado... Si mañana me quedo sin azúcar y tenemos alerta roja y resulta que me olvidé de comprar azúcar y ya empecé a preparar una torta y entonces le golpeo la puerta a la vecina con una tacita en la mano y le digo: ¨vecina,¿tendría un poquito de azúcar?¨, y entonces la señora (que no sé como se llama porque la verdad que no me interesa) me dice ¨ese es su problema¨ y me cierra la puerta en la nariz y yo me vuelvo a mi apartamento con las ganas de comer torta... es un bajón.
Yo a veces pienso que existen dos grupos de personas: las personas sensibles y las insensibles. Por supuesto yo estoy en el grupo de las personas sensibles y por lo tanto desprecio mucho a los insensibles. Como los desprecio, jamás les pido colaboración porque ya de antemano sé que no me la van a dar.
Como les decía, dado que yo soy muy sensible sufro mucho por todos los problemas de la humanidad y del planeta. El problema es que las protestas de los sensibles se dirigen hacia los insensibles, los que por su condición nunca oyen nuestros reclamos.
Un título profesional no garantiza nada, no garantiza un buen desempeño. Este se va adquiriendo de a poco, con los años de ejercicio. Incluso a veces ni la experiencia alcanza. Podemos pasarnos años haciendo lo mismo sin ningún interés en mejorar. Es más, puede que cada vez lo hagamos peor y que nos gane el desgaste, el aburrimiento. Iremos de mala gana a trabajar y haremos las cosas mal. Por eso pienso que saber, más experiencia, más ganas, son ingredientes necesarios para realizar bien una tarea.
Es bueno discriminarse del otro y que el otro nos discrimine. De lo contrario nos tratará como le gustaría que lo trataran a él. Y yo no soy él, ni él es yo.
Con determinados grupos problemáticos y minoritarios nos manejamos, a lo largo de la historia, de distintos modos. La progresión puede ser así: primero exclusión, luego adaptación, después integración. Para cada uno de estos momentos hemos tenido razones y justificaciones. Razones políticas, de conocimiento y desconocimiento, razones económicas, razones ideológicas. Por ej., el listado de enfermedades de la OMS se va modificando; aparecen enfermedades nuevas y desaparecen las que dejan de ser consideradas enfermedades. Que un estado de salud sea considerado enfermo, atrae la solidaridad organizada, profesionalizada. Pero la solidaridad no alcanza para ayudar. Es difícil saber qué precisa el enfermo. A veces nos lo dice a gritos y nosotros no lo oímos porque es enfermo. Si la persona no quiere un tratamiento, ¿se lo daremos igual, sólo por el hecho de que está diagnosticado? Así como algunos son más iguales que otros, algunos son más libres que otros.
Cuando un servicio puede convertirse en negocio, la solidaridad gratuita pasa a ser desprestigiada.
Si la solidaridad se vuelve un asunto de Estado, se intentará que nada quede librado al azar y se tratará de uniformizar las prácticas. Los gobernantes implicados en el asunto tendrán una idea de como se hacen las cosas bien e intentarán transmitirla para imponerla. En esos casos, las prácticas que no están institucionalizadas quedan indefensas para sostener sus procedimientos.
Gabriela habla de una sucesión que pasa de la exclusión a la adaptación para finalizar en la inclusión. Sin embargo la historia da muchas vueltas. También puede suceder al revés; puede pasar que lo incluído y lo adaptado pase a ser inadaptado y excluído.
La discriminación es negativa cuando lesiona los derechos humanos.
Publicar un comentario