martes, 30 de abril de 2013

Los fenómenos vitales se repiten


El ciclo respiratorio de inspirar y expirar es similar al de cazar-comer y también al de ganar dinero-gastar dinero.

Todo lo que sea apartarnos del funcionamiento natural es, a la corta o a la larga, antieconómico.

El punto de vista que le planteo podría ser correcto y solo usted puede determinarlo.

Describiré algunos funcionamientos naturales para ver si de ellos podemos sacar alguna idea útil.

Para respirar, los pulmones están funcionando de tal forma que se expanden y se contraen, inspiran y expiran, se cargan de aire y se vacían de aire.

El corazón hace lo mismo: se contrae para enviar sangre a todo el cuerpo y se expande para succionar la sangre que ya circuló, oxigenarla y reenviarla. El procedimiento es similar al de los pulmones.

Cuando sentimos hambre comenzamos a comer, ingerimos, tragamos. En algún momento esos alimentos son digeridos, el cuerpo toma de ellos lo que necesita para recuperar energía (proteínas, glúcidos, vitaminas) y cuando esta energía se agota, sentimos hambre nuevamente. Aunque con ciertas diferencias, pero encontramos de nuevo un modelo similar al de los pulmones y el corazón.

Tenemos actividad durante una jornada, nos cansamos, sentimos sueño, el cuerpo se opone a continuar funcionando, necesitamos acostarnos, dormimos algunas horas hasta que el cuerpo se cansa de dormir y nos despertamos, tenemos ganas de levantarnos y buscamos qué hacer para gastar energía. Otra vez encontramos el procedimiento de flujo y reflujo, prendido y apagado, inspiración y expiración, sístole y diástole.

Organicé estas descripciones para avanzar de los ejemplos más notorios a los menos notorios, de los ciclos más cortos (respirar) a los más largos (descansar).

El más largo es el ciclo de producir y consumir, que podría resumirlo en cazar-comer y que en los seres humanos es ganar dinero-gastar dinero.

Los fenómenos vitales se repiten.

(Este es el Artículo Nº 1.865)


lunes, 29 de abril de 2013

La creencia en Dios sin poder dudar




La creencia en Dios, firme y sin dudas, puede convertir al creyente en un proyectil humano descontrolado que embiste ciegamente.

Vivo en Montevideo, capital de Uruguay. Por eso vivo enfrente a una de las ciudades más grandes del mundo: Buenos Aires, capital de Argentina.

El resto de Latinoamérica no lo sabe, pero mis vecinos son un enorme teatro, tan grande que a su vez adentro tienen otros teatros.

Solo ellos y nosotros nos damos cuenta de la sutil diferencia que tenemos en el habla. El resto de la humanidad no sabría distinguir quién es porteño (nativo de Buenos Aires) o uruguayo.

Anoche (abril de 2013) escuché por televisión las declaraciones de una abogada, política y, por supuesto también actriz no diagnosticada, porteña, llamada Elisa María Avelina Carrió, cuya abreviatura según quienes la aman o le temen es Lilita.

Son muchos quienes le temen porque se ha especializado en hacer denuncias de corrupción, sin embargo, y este es el único motivo por el que la menciono, según ella dijo en dicha entrevista, «Yo solo le temo a Dios porque a ningún ser humano hay que tenerle miedo».

Dada su condición actoral no puedo saber si ella se refirió a Dios metafóricamente o literalmente, pero debería suponer esto último porque el Estado argentino tiene una religión oficial (la católica).

Aunque siempre hablo en contra de quienes tienen esta creencia, esta vez debo hacer un comentario ligeramente diferente.

Cuando analizamos los diferentes integrantes de nuestro colectivo, nos encontramos con las personas que no dudan, que están convencidas y que actúan en consecuencia.

Más concretamente: si alguien (Carrió) cree en la existencia de un poder superior y niega la posibilidad de que otros semejantes a ella podrían ponerla en peligro, se convierte en un proyectil humano, en alguien que embiste ciegamente, gracias a Dios.

(Este es el Artículo Nº 1.864)

domingo, 28 de abril de 2013

Los habitantes idóneos


Los «habitantes idóneos» son aquellos que conocen el funcionamiento social y que están menos expuestos a sufrir sorpresas desagradables.

Todos conocemos más o menos lo mismo sobre cómo se siente un cónyuge cuando se entera que el otro tiene «comercio sexual» fuera del matrimonio.

Aunque no seamos comerciantes, podemos imaginarnos cómo se siente el zapatero del pueblo cuando observa que su clienta principal calza zapatos que él nunca vendió.

Tampoco hace falta ser psicoanalista para compartir la angustia económica de un técnico cuando comienza a percibir que un paciente-cliente está dando muestras de abandono, desinterés o excesiva salud.

La naturaleza tiene previstas estas contingencias pero apuntando a lo importante, no a las trivialidades que los humanos más llorones interpretamos como tragedias.

El tejido adiposo es la heladera que los mamíferos traemos de fábrica. La gordura es nuestra despensa natural para paliar algunos períodos de recesión ecológica: sequías, pestes, inundaciones.

Esos alimentos están ahí sin ninguna necesidad de conservantes artificiales: simplemente integran parte del cuerpo en forma de tejido vivo, adecuadamente irrigado, alimentado, oxigenado.

Las instituciones creadas por el ser humano no tienen despensa.

— La institución matrimonial carece de reservas para el caso de que el objeto de amor decida irse, transitoria o definitivamente;

— Los comerciantes están expuestos a los vaivenes del mercado, de las modas, de los caprichos de la clientela;

— Carecen de respaldo los profesionales liberales sin relación de dependencia, aquellos cuyos presupuestos personales y familiares dependen de los pacientes, alumnos y demás consultantes que puedan concurrir voluntariamente, sin que nadie los obligue, con posibilidades de pagar o no.

¿Para qué pueden ser útiles estos comentarios?

Algunos pensamos, —y usted puede ser uno de ellos—, que estar informados es beneficioso y que conocer el funcionamiento social nos convierte en «habitantes idóneos», es decir, poco expuestos a sorpresas desagradables.

(Este es el Artículo Nº 1.863)


sábado, 27 de abril de 2013

La insensibilidad del gradualismo



 
La insensibilidad de los humanos ante los cambios graduales explica por qué hoy estamos incomprensiblemente mal.

Denomínase parábola a la «Narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral.»

Es muy conocida la parábola de la rana y el agua caliente. Es una de la narraciones más nuevas. Quizá no tenga más de dos siglos. Algunos opinan que se le ocurrió a un consultor experto en vender sus grandes falacias para prosperar en menos de 24 horas.

El contenido resumido dice que si ponemos una rana en agua fría, podremos hervirla siempre que el ascenso de la temperatura sea gradual.

Otra particularidad de las parábolas es que, para quienes las escuchan, una rana y un ser humano son iguales.

Atendiendo a esta discapacidad para discriminar seres tan diferentes, obtenemos la enseñanza de que los humanos podemos ser hervidos sin oponernos siempre que el cambio, de la temperatura o de la situación, sea progresivo, lento, sin brusquedades alarmantes.

A todos nos llama la atención lo que ocurre en China, entre otros motivos porque uno de cada cinco seres humanos nació ahí.

Aunque no tiene por qué ser así, es probable que la cultura milenaria los haya provisto de cierta sabiduría.

Lo cierto es que la calidad de vida les viene aumentando en forma sostenida desde hace más de 30 años.

Para que el pueblo no provoque un estallido social por las graves penurias a las que estuvieron expuestos hasta la década de los setenta, el partido comunista gobernante lucha para que el pueblo mejore notoriamente, pues si mejorara gradualmente no se darían cuenta, como la rana.

Esta particularidad de las ranas, de los humanos y de los chinos explica por qué nosotros, sin darnos cuenta, llegamos a estar tan mal.

(Este es el Artículo Nº 1.862)

viernes, 26 de abril de 2013

La prohibición del incesto y el éxito de fracasar



 
Aquellas actividades que inconscientemente se encuentren estimuladas por los intensos deseos incestuosos, serán consideradas exitosas siempre y cuando fracasen.

Naveguemos dos o tres minutos en los mares del fracaso. ¿Qué nos muestra el paisaje?

Me llama la atención como para señalárselos, la proximidad emocional que existe entre el éxito y el fracaso.

Recordemos que este blog contiene artículos que analizan las posibles causas psicológica de esa pobreza material que es rechazada por quienes la tienen y este blog no contiene artículos que analicen los posibles móviles de quienes son más felices en la escasez, la austeridad y la pobreza.

Somos los únicos animales que tienen prohibido el incesto. Los demás ignoran este impedimento.

Los deseos incestuosos están presentes en todos, independientemente de que los hagamos conscientes como de que los ignoremos deliberadamente.

Como somos seres gregarios y dependemos para nuestra supervivencia de estar integrados a la sociedad, es un asunto de vida o muerte no transgredir la prohibición del incesto puesto nos expondría peligrosamente a ser expulsados de la sociedad.

Del conflicto entre este deseo incestuoso y la necesidad de no transgredir la referida prohibición, surge que para nosotros es un éxito fracasar en la satisfacción de ese deseo.

Este podría ser un buen motivo de por qué, como digo más arriba, existe tanta proximidad emocional entre el éxito y el fracaso.

De la tendencia ingobernable a pensar haciendo comparaciones (metáforas), surge que los deseos incestuosos prohibidos sean remplazados por otros deseos, tales como

— tener hijos con una persona que se parezca en algo al familiar que deseamos infructuosamente; o

— que tratemos de infringir otras prohibiciones, leyes, normas, reglamentos; o

— que pongamos en riesgo excesivo nuestra afectividad, nuestra integridad física o estabilidad económica.

En suma: Al fracaso de cualquier evento inconscientemente comparable al incesto, lo viviremos como un éxito.