lunes, 31 de enero de 2011

Los niños son máquinas de comprar

La pobreza económica nos ayuda como si fuera una niñera que se hace cargo de imponer límites antipáticos.

La tarea de introducir en la cultura a nuestros hijos, no es fácil.

Ellos funcionan según los impulsos que les da el instinto animal —del que todos estamos dotados— y los padres tenemos que inhibir muchos de esos impulsos para que se conviertan en personas civilizadas.

En esta molesta etapa, la tierna criatura se ve sometida a muchas contrariedades y los padres tenemos que desempeñar la antipática función de obligarlo a que coma, se vista, se calce, se lave, no toque algunos objetos e instalaciones, con la razonable pretensión de que llore lo menos posible, porque ese grito le destroza el sistema nervioso a cualquier adulto.

Aunque los adultos nos engañamos afirmando que la educación de nuestros hijos es hermosa, divertida y placentera, lo cierto es que nos cansa, nos quita calidad de vida y que tratamos de que otros la hagan (niñera, abuela, escuela).

Sin embargo, la primera infancia es la menos complicada si la comparamos con los requerimientos que nos imponen las etapas futuras.

En un resumen primario, se puede decir

— que nuestro instinto de conservación nos obliga a reproducirnos y

— que esta imposición del instinto nos somete a abundantes molestias, salpicadas con algunas satisfacciones, alegrías y momentos de descanso.

Cuando los niños crecen, demandan, piden, exigen, que le compremos ciertos bienes y servicios que sabemos que no deben serle entregados, al menos en las cantidades que ellos solicitan.

Muchas veces los padres nos tenemos que refugiar en el argumento (aunque sea falso), de que «no tenemos dinero».

Conclusión: La pobreza es una condición que nos ayuda en la difícil y antipática función de limitar algunos reclamos infantiles, sin sentirnos mezquinos por frustrar a nuestros propios hijos.

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domingo, 30 de enero de 2011

¡Tranquilos! Hay para todos

No es cierto que cuando uno gana otro inevitablemente pierde.

Fue el químico francés, Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794), quien enunció la ley de la conservación de la materia: «Nada se crea, nada se pierde; todo se transforma.»

Si esta ley se refiere exclusivamente a lo que ocurre en nuestro planeta (y no se refiere a lo que ocurre en todo el universo), tendríamos que hacer un par de salvedades.

No podemos olvidar que cada tanto enviamos al espacio naves espaciales que no retornan y que en última instancia, son trozos de planeta que perdemos.

Tampoco podemos olvidar que cada tanto se incorporan meteoritos que aumentan nuestro peso y volumen.

Estas salvedades no son suficientes para invalidar la ley de Lavoisier, pero al menos le quitan aquella inmaculada exactitud que tenía cuando fue enunciada en el siglo 18.

Aceptar esta Ley como incuestionable, nos lleva a la intuición de que vivimos en una especie de burbuja hermética que flota en el espacio.

Nuestra inteligencia, al tomar como dato verdadero que estamos encerrados, fácilmente llega a la conclusión de que los únicos intercambios posibles entre los seres vivos así encapsulados, consisten en que cuando uno gana, otro pierde.

Esta lógica suele llamarse «de suma cero» (1).

En otras palabras, cada vez que yo gano con mi trabajo un billete de 100, debería suponer que otro ser humano perdió un billete de 100.

Así debería suceder cada vez que un bien cambia de mano dentro de un ámbito hermético, en el que «Nada se crea ni nada se destruye, ...».

Sin embargo, no existen tales pérdidas porque continuamente estamos reciclando (transformando) partes del planeta (minerales, vegetales, animales), para incorporarlos al uso humano.

Por eso, mi alimentación no tiene por qué ser causa del hambre ajena, ni mi vestimenta provocar alguna desnudez.

Nota: La imagen corresponde a un cultivo sin suelo (hidroponia)

(1) La poligamia comercial

¿Quién tiene lo que me falta?

Un trozo de PBI con Coca-Cola

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sábado, 29 de enero de 2011

La publicidad nos castiga

El idioma español «sugiere» rechazar el progreso económico de los hispanos.

El lenguaje es nuestro sistema operativo así como Windows, Linux o Mac lo son de las computadoras (1).

Esta comparación entre el lenguaje y el sistema operativo de los procesadores, es bastante confiable puesto que uno y otro permiten un diálogo, entre la persona y sus semejantes o entre una máquina y quien la usa, respectivamente.

Una de las semejanzas está en que el lenguaje es una herramienta que condiciona a quien la usa.

Efectivamente, los humanos no podemos pensar lo que se nos antoja porque estamos condicionados por la estructura del lenguaje que aprendimos (español, inglés, francés) y —de modo similar— el usuario de una computadora no puede manejarla a su antojo porque el sistema operativo también tiene cierta estructura que habilita algunas prácticas y otras las vuelve imposibles.

Veamos un ejemplo que, deliberadamente, es el motivo central de este artículo.

El verbo castigar significa causar dolor (físico o moral) a quien fue condenado por cometer una falta.

Cualquier hispanoparlante que consultemos, nos dirá que castigador es quien castiga (a quien fue condenado por cometer una falta).

Pero nuestro sistema operativo, que dirige nuestros actos, que nos prohíbe pensar caprichosamente, nos impone algo sorprendente.

Castigador, no solamente es quien ejecuta un castigo sino también quien «despierta amor pero no lo corresponde», es decir que son castigadoras las personas seductoras, conquistadoras y audaces.

Necesito dar un paso más para decir que las personas seductoras, conquistadoras y audaces son las que más trabajan, se asocian y se arriesgan para acceder a una mejor calidad de vida (ganar dinero, enriquecerse, progresar).

Es legítimo suponer que nuestro lenguaje (sistema operativo humano) nos condiciona para rechazar a quienes intenten mejorar económicamente porque es casi imposible aceptar, acompañar y —mucho menos— amar a un castigador.

(1) ¿Qué versión de inconsciente posee usted?

Los cerebros están en red

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viernes, 28 de enero de 2011

La fe en la magia

Las religiones se toman en serio la divertida ilusión que nos proponen los magos.

Lo que llamamos «magos» son en realidad «ilusionistas».

Un mago sería (si existiera) un personaje dotado de poderes sobrenaturales, que realiza actos sorprendentes, milagrosos, reñidos con la lógica, mientras que un ilusionista es quien genera ante nosotros ciertos movimientos que nos hacen creer que un hecho mágico acaba de ocurrir.

Por lo tanto, lo que todos conocemos son personas que nos inducen ciertas creencias, visiones, interpretaciones de la realidad. Por ejemplo, nos hacen creer que con un movimiento aparatoso de sus manos, atravesaron un vidrio sin romperlo.

Dicho de otra forma, el acto mágico ocurre en nuestras mentes, somos los espectadores quienes le asignamos esa cualidad al sorprendente fenómeno que nos hicieron ver.

No solamente intervienen en esa conclusión nuestra incapacidad para percibir todos los detalles del truco, sino que es principal ejecutor de esta ilusión, nuestro anhelo de que ese tipo de cosas ocurran.

¿Por qué disfrutamos tanto con esos fenómenos milagrosos? Uno de los factores determinantes —aunque no el único—, es la megalomanía, la omnipotencia, la alocada suposición de que somos muy poderosos, de que «querer es poder» o que los límites a nuestros emprendimientos no son más que manifestaciones de nuestra falta de fe, debilidad espiritual o simple haraganería.

Recuerdo un grafiti que decía: «Lo imposible sólo toma un poco más de tiempo».

Mi cuestionamiento a las religiones se debe a que los clérigos alientan a sus fieles para que cuenten con esos poderes mágicos, para que cuenten con que «la fe mueve montañas», y como garantía de esas promesas, todo lo que no se logre en esta existencia, se logrará después de la muerte.

La vida mágica sólo es rentable para Disney Word (imagen).

Blog vinculado:

Dios

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jueves, 27 de enero de 2011

La fiesta de mi sepelio

Dejar una herencia es un gesto de amor que disminuye el duelo de quienes lamentarán nuestro fallecimiento.

El amor que somos capaces de inspirar, está determinado por dos condiciones principales:

1) Porque existe con el ser querido una afinidad personal, lo que llamamos «una buena química» o «una cuestión de piel»;

2) Porque le somos útiles.

A su vez, ser útiles para quien nos ama, significa:

— no causarle problemas,
— evitarle preocupaciones, molestias, dificultades, así como también,
— colaborar con sus necesidades y deseos hasta donde esa persona (quien nos ama) lo considere satisfactorio.

Esta descripción del vínculo afectivo (amoroso), no es universalmente aceptada.

Por el contrario, muchos adultos consideran que:

— deben ser amados incondicionalmente por razones de parentesco;

— los intereses materiales deben quedar radicalmente por fuera del vínculo. Si existen, sólo debe ser por añadidura. Consideran que el amor no debe ser utilitario sino generoso, incondicional, desinteresado.

Este modelo de amor desinteresado es el que inevitablemente se merecen los niños, dada su imposibilidad de ser contribuyentes, proveedores o serviciales.

Según con qué filosofía de vida encaremos nuestros vínculos más importantes, será como encaremos nuestra relación con los bienes materiales en general o con el dinero en particular.

Quienes consideran que no somos amados incondicionalmente, sino que a la afinidad personal se suma la utilidad práctica del vínculo (no molestar, ayudar, proveer), tendemos a orientar nuestro esfuerzo económico a:

— ser económicamente autosuficientes cuando lleguemos a la ancianidad improductiva;

— asegurarnos de que nuestros seres queridos no tendrán que ayudarnos sino que podremos contratar los servicios que vayamos precisando; y

— tener en cuenta que una buena herencia, disminuirá el inevitable dolor que les provocará nuestra desaparición física.

En otras palabras, nuestra estrategia de vida puede estar orientada a no molestar y a colaborar en todo lo posible, incluso con nuestro último acto: fallecer.

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miércoles, 26 de enero de 2011

Los tiranos de bajo perfil

Algunos fracasos profesionales o laborales, están causados por una perversión no diagnosticada.

El psicoanálisis piensa que la psiquis está organizada con la interacción de tres funcionalidades (1):

— el yo, que se dedica a la vida consciente, actual, en estado de vigilia (despiertos);

— el superyó, que se dedica a representar a todas las figuras de autoridad que han dejado en él sus leyes, reglamentos, obligaciones y que supervisa (súper-yo) al yo, controlando que no actúe ilegalmente y, finalmente,

— el inconsciente, donde están guardados los recuerdos perturbadores y los deseos e instintos que fueron prohibidos pero que siempre procurarán satisfacerse.

Como aún no hemos encontrado qué parte del cuerpo se encarga de estas funciones, una mayoría cree que son espirituales.

Los fenómenos sexuales nos hacen suponer que la psiquis también es orgánica.

La impotencia o la frigidez se curan cuando quien las padece mejora su salud mental.

Las patologías psíquicas ofrecen mucho material que nos ayuda a comprender las disfunciones sexuales que afectan una de las dos misiones (2) que tenemos los seres vivos, esto es: reproducirnos.

Dentro de esas patologías me referiré brevemente a los violadores y pederastas.

Estas personas sólo logran satisfacción sexual cuando logran someter a sus víctimas. Se excitan sexualmente ante la debilidad del otro.

Son noticia y constituyen delito, los ataques flagrantes y el abuso explícito, pero también son violaciones y pederastias:

— la imposición que ejercen ciertos profesionales sobre sus consultantes (médicos, abogados, informáticos);

— los docentes sobre los alumnos;

— los burócratas sobre los usuarios;

— los militares y policías sobre los ciudadanos;

— los empresarios sobre los trabajadores;

— los gobernantes sobre los gobernados.

Las víctimas (pacientes, alumnos, usuarios), no pueden litigar contra el abusador-violador-pederasta, pero se alejan de él (lo rechazan silenciosamente) provocándole (¿inexplicables?) fracasos profesionales, docentes o administrativos... que deterioran la rentabilidad de su trabajo.

(1) Maqueta de una psiquis
Libertinaje programado
La violencia amorosa

(2) La única misión

Artículos vinculados:

El radicalismo de los justicieros extremistas

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martes, 25 de enero de 2011

Nadie elige ser rico o pobre

Todos nuestros acontecimientos están determinados por la suerte.

Imaginemos que en pocos días llegan a un cierto territorio deshabitado, 500 familias.

El motivo de esta inmigración es que comenzarán los trabajos de construcción de una fábrica o una represa hidroeléctrica o un puente.

Ocurrirá que otras personas, ajenas a las obras que se realizarán, también llegarán al nuevo poblado para vender mercancías y servicios (comestibles, ropa, reparaciones).

En estos casos, es probable que una mayoría intente ganar dinero haciendo las tareas más rentables (que generen más ganancias con menos inversión de trabajo y capital).

Llegará un momento en que las modalidades laborales más convenientes, dejarán de serlo porque demasiadas personas se dedican a lo mismo.

Este fenómeno (saturación de la oferta), obligará a muchos comerciantes a cambiar de rubro o a irse del lugar.

Quienes harán varios intentos diferentes, comenzarán vendiendo verduras, luego carne, luego ropa, luego zapatos, hasta que encuentren el negocio más conveniente.

En poco tiempo podremos observar que algunos comerciantes serán más prósperos que otros: o porque eligieron la tarea más enriquecedora o porque supieron administrarla mejor.

Simplificando aún más: en pocos meses ya tendremos ricos y pobres.

Quienes creen en el libre albedrío suponen que cada uno hace y obtiene lo que quiere. Quienes creemos en el determinismo, suponemos que cada acontecimiento es el resultado de un conjunto variado de «suertes» (aciertos, casualidades, coincidencias). Por ejemplo:

— Llegar primero que otros, favorece contar con más opciones.

— Conocer la oportunidad, estar en condiciones de mudarse, contar con los recursos suficientes, depende en última instancia de la suerte de algunos y simultáneamente del infortunio de otros;

— Elegir la mejor opción es casual aunque los creyentes en el libre albedrío insistan en que los afortunados hicieron lo posible para ganar y que los desafortunados no hicieron lo posible para ganar.

Artículo asociado:

Una lluvia de palabras provoca una tormenta de ideas

Blog vinculado:

Libre albedrío y determinismo

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lunes, 24 de enero de 2011

La higiene reprime el deseo sexual

Los ricos son asquerosos (sienten asco).

En otro artículo (1) les comentaba que el perro en particular y las otras mascotas en general, se ganan el sustento (las alimentamos, damos alojamiento, paseos, etc.) porque nos entregan el servicio de aceptar nuestros olores más impopulares.

Si sólo contáramos con los recursos que la naturaleza le entrega (instala) a nuestra especie, no tendríamos asco.

Esta reacción que tenemos ante ciertos estímulos, es aprendida.

Aunque parezca muy desvinculado, los humanos necesitamos tener asco para poder integrarnos al sistema de convivencia que hemos inventado desde hace miles de años.

El aprendizaje de esta reacción automática, pasa a funcionar con la misma eficacia de una reacción instintiva: tanto parpadeamos cuando sentimos una explosión como fruncimos la nariz mientras nos alejamos de un olor desagradable.

Nuestro sistema de convivencia tiene como uno de sus ejes centrales la prohibición del incesto.

Por semejanza (afinidad, asociación), somos adiestrados para inhibir los deseos sexuales, los que sólo podrán satisfacerse fuera de la familia consanguínea (prohibición del incesto), en una relación heterosexual y dentro de un vínculo permanente y monogámico (matrimonio).

El procedimiento más efectivo para que podamos inhibir nuestra sexualidad, es inculcarnos el asco.

Esta reacción que aprendemos, es muy resistente a los cambios y los adultos conservamos casi intacta la educación higiénica que recibimos en la niñez.

Por este motivo, nuestros padres y cuidadores no podrán evitar imponernos (con diferentes grados de intolerancia) eso que ellos tanto necesitan: no tocar excrementos, bañarse, evitar malos olores.

Para lograr estos objetivos (reprimirnos sexualmente mediante el desarrollo del asco), hacen falta recursos materiales: un baño con agua corriente, pisos lavables, jabón, antisudoral.

En las clases sociales donde estos elementos escasean, el asco es una reacción mucho menos enérgica, la sexualidad está menos inhibida y se reproducen con más facilidad.

(1) El olfato erótico

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domingo, 23 de enero de 2011

El orgullo de José y la humillación de María

Agacharse para orinar favorece la mayor pobreza femenina.

Todas las especies poseen rasgos que las diferencian de las demás. Entre los mamíferos, son bien diferentes los canguros de los gatos.

Sin embargo son las semejanzas las que nos hacen pensar en que un conjunto de animales son vertebrados, dentro del cual encontramos un grupo menor caracterizado por disponer de glándulas mamarias (mamíferos) y dentro de este, un grupo menor de animales que sólo comen carne fresca cazada por ellos (felinos).

Para terminar esta introducción, les comento que dentro de cada especie de vertebrados mamíferos, los ejemplares pueden ser hembras o machos, de tal forma que estos las fecundan para que la especie reponga los ejemplares que en algún momento mueren.

Y ahora sí, comparto una hipótesis sobre algo bastante alejado de lo que habitualmente se habla (el clima, el amor, la delincuencia).

En nuestra especie, mujeres y hombre hacemos muchas cosas de forma similar: dormimos acostados, comemos con la boca ayudados por las manos, defecamos sentados.

Es probable que tenga cierta importancia que orinamos en posiciones diferentes.

El varón orina de pie y la mujer orina agachada. Si lo hicieran al mismo tiempo, y teniendo en cuenta cómo reacciona nuestro cerebro afectado (distorsionado, desnaturalizado) por la cultura, él se muestra superior, mayor, más alto, que ella.

Ante una misma necesidad (orinar), ellas tienen que adoptar una postura que culturalmente es menos digna que la de ellos.

Insisto en esto: Es nuestra cultura la que por ahora piensa que una persona agachada está en una posición menos favorable (elegante, poderosa, soberbia) que alguien que está de pie.

Entonces, una hipótesis que espera ratificación dice: Esta condición anatómica y cultural, las exhibe en desventaja, lo que puede justificar que en las clases económicamente menos favorecidas, predomine el sexo femenino.

Artículo vinculado:

«¿Quién orina más lejos?»

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sábado, 22 de enero de 2011

El olfato erótico

Pagamos para que amen nuestros malos olores.

Desde siempre, los perros se han llevado muy bien con los humanos.

Me pregunto por qué tantas personas actualmente gastan mucho dinero para alimentarlos, abrigarlos, cuidarles la salud.

Hasta los más amarretes, avaros y mezquinos seres humanos, toleran de buen grado mantener una o varias mascotas, a cambio de nada.

Rápidamente me rectifico y digo: quienes mantienen a una mascota lo hacen a cambio de recibir de ellas un servicio que intentaré describir.

Acá tenemos un fenómeno económico, porque alguien alimenta y cuida a otro, utilizando sus propios recursos y sin imponerle (al perro, por ejemplo) algún tipo de producción, como le exigimos a un empleado que nos cobra un salario.

Les propongo una hipótesis que algún día podrá servirnos para encontrar soluciones para la pobreza patológica.

Los perros ofrecen y entregan a su amo el invalorable beneficio de aceptarle lo que otros no le aceptan.

Efectivamente, todos tenemos características muy queridas que resultan intolerables para la mayoría de quienes podrían acompañarnos.

Me refiero particularmente a los olores fétidos (pestilentes, hediondos) que pueden salir de nuestro cuerpo.

Observemos que cada uno de nosotros tolera perfectamente lo que para otros puede provocar asco.

Estos olores que toleramos (y disfrutamos), pero que resultan impopulares para otros semejantes, representan nuestra verdadera esencia.

Todo lo que nos pertenece y sentimos como propio, pero que simultáneamente es rechazado por los demás (olores, ideas, conductas), representan (simbolizan):

— a nuestro narcisismo,
— al amor por nosotros mismos,
— al amor que nadie más es capaz de darnos y que por eso valoramos especialmente.

Pues bien, le pagamos (alimentamos, cuidamos) al perro por su tarea de hacernos algo que sólo nuestra madre pudo hacer: amar nuestra esencia más fétida.

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viernes, 21 de enero de 2011

Equivocarse es humano, envidiar es inevitable

Nuestra calidad de vida depende de que los demás estén igual o peor que nosotros.

La pobreza patológica es un concepto inventado por mí, para denominar esos problemas económicos que no pueden ser superados por quien los padece, a pesar de intentarlo.

El concepto no tiene una definición concluyente (definitiva) porque está y estará en estudio durante muchos años.

En teoría, ningún tema de estudio puede darse por terminado ya que es arbitrario aislar un fenómeno de los demás a los que está asociado directa o indirectamente.

No soy el único dedicado a este tema, aunque sí el único que lo aborda desde un punto de vista psicoanalítico lacaniano.

La consigna de esta búsqueda asegura que «la pobreza es curable».

La pobreza material a la que me refiero, nos impacta tanto objetiva como subjetivamente.

Desde el punto de vista objetivo, nos genera privaciones a necesidades básicas (alimento, abrigo, alojamiento) y

Desde el punto de vista subjetivo nos provoca frustraciones a los deseos básicos (divertirnos, viajar, estudiar).

También podemos decir que algunas carencias comprometen nuestra supervivencia y otras comprometen nuestra calidad de vida.

En orden de importancia, requieren solución más urgente aquellas que ponen en riesgo nuestra supervivencia.

A pesar de existir este indiscutible orden de prioridades, nuestra mente reacciona con gran vehemencia cuando las necesidades básicas están habitualmente cubiertas y es excitada por la envidia.

Este sentimiento hace que aún cuando nuestra supervivencia está asegurada, tengamos una sensación de muerte inminente cuando constatamos que alguien de nuestro entorno incorpora a su vida alguna ventaja (compra un auto, asciende en el trabajo, ostenta algún gasto significativo).

Por lo tanto, la noción de pobreza patológica puede prescindir de los aspectos absolutos (tengo o no tengo para alimentarme), y puede estar fuertemente marcada por aspectos relativos (tengo más o menos que otros).

Artículo vinculado:

«¡Me alegra estar triste!»

Blog vinculado:

La envidia

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jueves, 20 de enero de 2011

Las mayorías sólo cometen grandes errores

Pertenecer a la mayoría es más económico y demanda menos esfuerzo laboral.



Podemos simplificar las ideas y decir que existen por lo menos dos formas de administrarnos:

a) Ganar lo suficiente para cubrir todos los gastos necesarios; y

b) Ahorrar lo suficiente para que el —poco o mucho— dinero que tenemos, nos alcance.

La inmensa mayoría de las personas utiliza el procedimiento b) (subordina la satisfacción de la necesidades y los deseos a los recursos existentes).

Es también la inmensa mayoría la que piensa que «las mayorías no se equivocan».

Lo que en realidad ocurre es que los errores masivos se disimulan mejor que los errores individuales, ya que los mismos equivocados se ponen de acuerdo espontáneamente en que

— «no es tan grave ingresar al país algunas cositas de contrabando» (cualquiera de nosotros); o

— «invadir otro país alegando que ‘ellos se lo buscaron’» (Estados Unidos, Inglaterra, Francia, etc.); o

— matar a millones de personas en defensa de alguna causa superior (nazis, stalinistas, maoístas, turcos).

En suma: una mayoría de personas quiere pertenecer a la mayoría porque de esa manera puede creer que está en lo cierto, que posee la verdad, que es normal y que con más aliados tiene más poder.

A estas ventajas de integrar una mayoría, se agrega un maravilloso invento que hizo el capitalismo hace unos siglos y que aún llamamos economía de escala.

Ocurre que un mismo producto, fabricado en grandes cantidades, disminuye sus costos.

Para que esto pueda funcionar, una mayoría de personas debe aceptar ese producto.

Por este motivo, quienes tienen los gustos y preferencias de la mayoría, viven con menos dinero, tienen que esforzarse menos trabajando, pueden ahorrar y permitirse la inclusión en el grupo b) mencionado al principio (vivir con lo que se consiga en vez de conseguir lo que fuera necesario).

Artículo vinculado:

«Si no me compras, eres un anormal»

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