miércoles, 31 de agosto de 2011

La represión de las coincidencias

Porque nuestro cerebro hace comparaciones y asociaciones, resulta que la represión sexual indirectamente termina inhibiendo las «coincidencias» (acuerdos, contratos, negociaciones, pactos, alianzas).

El psicoanálisis propone que nuestro cerebro produce comparaciones, analogía, equivalencias, asociaciones y otras funciones más que implican apartarse de la realidad material, de la percepción objetiva.

Por ejemplo, pensamos que la justicia se parece a una balanza de dos platillos porque este instrumento de medida funciona tomando en cuenta la igualdad de los pesos y la justicia trata de que todos seamos iguales ante la ley para que nadie tenga más «peso» (privilegios) que otros.

Decimos que la balanza simboliza a la justicia.

Por similares motivos decimos que las palomas simbolizan la paz y el amor, la hoz y el martillo a los trabajadores rurales e industriales según la visión comunista.

Los símbolos son abundantes y variados, pero se parecen en que provocan en nuestro cerebro significados colaterales al más explícito (una balanza no es más que una balanza).

He mencionado otras veces (1) que lo único que tenemos que hacer los humanos, al igual que los demás seres vivos, es conservar la vida —individual y de la especie—.

Porque esto es lo único que tenemos para hacer, la sexualidad es la función más importante pues de ella depende la conservación de la especie.

Los humanos tenemos dos características que combinadas generan un resultado digno de comentario.

1º) Para los humanos es muy importante ponernos de acuerdo, negociar, resolver los conflictos que tenemos con los demás y con nosotros mismos.

2º) Los humanos reprimimos culturalmente nuestra sexualidad.

Buscar «coincidencias» tiene en el coito (coincidencia del pene y la vagina) la simbolización perfecta, pero como la cultura reprime la copulación, también tenemos conflictos por la represión sexual pues, indirectamente son reprimidas las coincidencias.

(1) La compulsión a la repetición

La gestación de hijos ideales

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martes, 30 de agosto de 2011

La omnipotencia de quien duerme con el enemigo

Muchas personas respetables se creen capaces de desempeñar roles que tienen intereses contrapuestos en un gesto de omnipotencia frecuentemente ignorado.

En varios artículos he compartido con ustedes algunos comentarios sobre dos creencias (supuestos, premisas, prejuicios) bien interesantes que utilizamos los humanos sin prestarle atención, como si fueran verdades incuestionables.

Me refiero al libre albedrío (hacemos lo que queremos) y al dualismo cartesiano (somos la suma de un cuerpo más un espíritu).

Creer en el libre albedrío (1) y en el dualismo cartesiano (2) nos induce a practicar un estilo de omnipotencia muy frecuente y que aún no se ha detectado como proveedor de pérdidas, errores, injusticias.

Ambos supuestos nos permiten tener la convicción de que podemos actuar en ámbitos diferentes aunque estos tengan intereses opuestos.

En términos más concretos, creemos que somos capaces de ser «juez y parte», que tanto podríamos realzar y fundamentar los atenuantes del acusado (como haría un abogado defensor) e inmediatamente realzar y fundamentar los agravantes del acusado, como haría un fiscal o la víctima del delito que se le imputa.

En términos más concretos, creemos que somos capaces de luchar eficazmente defendiendo los intereses de los trabajadores y simultáneamente integrar el directorio de la empresa contra la cual se demandan mejoras laborales.

Algo que a todos nos toca más de cerca, está dentro de nuestra propia casa.

Efectivamente estos factores (creencia en el libre albedrío, creencia en el dualismo cartesiano y sentimiento de omnipotencia de que podemos «ser jueces y acusados»), nos inducen a creer que en las relaciones afectivas podemos sentir y expresar hostilidad cuando de asuntos económicos se trata.

En suma: no podemos amar a nuestro competidor, o es un colaborador o no lo amamos; o «estamos en el mismo bote» o estamos tratando de hundirnos mutuamente. La omnipotencia genera hipocresía y corrupción.

(1) Blog dedicado al Libre albedrío y Determinismo

(2) El dogma del dualismo cartesiano


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lunes, 29 de agosto de 2011

La empresa y el dormitorio

El amor y el erotismo son fenómenos presentes en los asuntos económicos pero ignorados prejuiciosamente por los economistas.

Hace años estoy interesado en buscar las causas de por qué tantas personas se quejan de la escasez de recursos materiales con los que cuentan. Ellos suelen preguntarse «¿Qué es lo que estoy haciendo mal?»

A lo largo del tiempo mis reflexiones han parido más de mil artículos en los que busco la respuesta tratando de alejarme de todos los caminos que la humanidad ha utilizado hasta ahora.

Por ejemplo, rechazo metódicamente todo lo que pueda ser catalogado como «sentido común» porque supongo que este no hace más que reafirmar lo que siempre se creyó, sin distingos entre verdades científicas, mitos, supersticiones, prejuicios, eslóganes publicitarios.

Sin embargo, es interesante tener en cuenta el «sentido común», expresado habitualmente en forma de proverbios, refranes o dichos populares, porque es probable que esa manera de utilizar la inteligencia forme parte de las causas por las que tantas personas no pueden mejorar su posición económica.

No hace mucho tuve oportunidad de enterarme de los trámites hereditarios provocados por un señor que poseía algunos bienes y muchos «¿vienes [conmigo]?»

Me refiero a los lazos afectivos que todos tenemos y que lideran sigilosamente las decisiones económicas de nuestras vidas.

El liderazgo sigiloso está causado por dos grandes motivos:

1) Porque nuestra cultura —expresada en el «sentido común»—, afirma «prejuiciosamente» que los afectos no tienen nada que ver con el dinero; y

2) Porque nuestra cultura —expresada en su moral—, condena ciertos vínculos, intereses, lealtades, sueños, sin los cuales alguien no podría ser tan productivo, como es buen ejemplo este señor que al fallecer permitió saber cuántas personas lo amaban, lo necesitaban, vivían gracias a él.

En suma: El psicoanálisis tiene mucho para decir de economía.

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domingo, 28 de agosto de 2011

La pobreza saludable III (1)

Luchamos de forma similar contra la pobreza, el sufrimiento y el masoquismo (gozar con el dolor), sin considerar la posibilidad de que nuestra biología funciona mejor si conserva un cierto grado de insatisfacción.

La suerte quiso que Masoch fuera el elegido para representar, para ser el abanderado, quizá también el máximo exponente de algo que hacemos todos para vivir el mayor tiempo posible.

Efectivamente, Leopold von Sacher-Masoch (1836 - 1895) fue un escritor austríaco famoso por que en su novela La Venus de las pieles expone prácticas sexuales objetivamente dolorosas que el personaje utiliza para obtener placer.

Nuestra inteligencia educada según los criterios de la cultura en la que vivimos, rechaza el dolor como fuente de placer. Por eso lo buscamos de formas tan disimuladas que hasta el propio usuario del dolor cree que está siendo víctima de algún sádico imaginario.

La psiquiatría se apoderó del vocablo «masoquismo» porque fue un psiquíatra quien introdujo esa denominación en el libro titulado Psicopatía Sexual (1886, de Krafft-Ebing).

El masoquismo es la obtención de placer al ser víctima de actos de crueldad o sometimiento.

Es considerado una anormalidad, una patología, algo que debe ser tratado y curado.

Sin llegar a la búsqueda de golpes y humillaciones, podríamos admitir que alguien goce privándose inconscientemente de placeres a los que podría acceder si se lo propusiera.

Nuestra cultura rechaza que alguien disfrute privándose de gozar pero podríamos considerar que la falta de necesidades y deseos (2) puede provocar un malestar infinitamente superior a la privación de tener un buen auto, vivir en una casa lujosa, vestir ropa elegante, comer en los mejores restoranes, conocer el mundo, frecuentar divertidos espectáculos artísticos y deportivos,...

En suma: nuestra cultura dice que sufrir es patológico pero no descartemos que la buena salud dependa de contar con algunas frustraciones, carencia, infortunios.

Nota: Las imágenes aluden a que el sometimiento masoquista también se manifiesta en alhajas (collar, caravana, anillo, pulsera).

(1) La pobreza saludable II
La pobreza saludable I
(2) El aburrimiento cerebral

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sábado, 27 de agosto de 2011

El aburrimiento cerebral

Quizá intuimos que el aburrimiento por falta de necesidades y deseos (cancelados por tener abundancia de dinero) es potencial causa de una muerte cerebral.

Existe la creencia según la cual sabemos todo pero lo tenemos olvidado. El defensor de esta idea más conocido es Platón (427 – 347 antes de Cristo).

Si esto fuera cierto, entonces los descubridores serían personas que «lograron recordar lo que todos conservamos olvidado».

Un caso diferente sería el de los inventores pues estos serían aquellos que encuentran la manera de copiar algo que ya hace la naturaleza.

Este prólogo me pareció necesario para comentar algo sobre cómo tuvimos que modificar el concepto de muerte clínica (verificada por la medicina).

Efectivamente, antes la muerte clínica podía ser certificada verificando que el corazón había dejado de latir y que no había respiración. A partir de varias «resurrecciones» y de que algunos aparatos de reciente invención permiten prolongar por un tiempo casi indefinido el funcionamiento circulatorio y respiratorio, la medicina certifica un fallecimiento ante la interrupción irreversible del funcionamiento cerebral (encefálico).

La idea que les propongo es que los humanos probablemente intuimos que, sin dejar de interesarnos en que nuestro corazón nunca deje de latir, también nos preocupa, aunque de forma menos consciente, que nuestro cerebro nunca deje de funcionar porque la continuidad de los pensamientos es tan vital como la continuidad de la respiración.

En otras palabras: es probable que el aburrimiento (1) nos moleste porque incluye un malestar pero que además nos preocupe (aumentando el malestar) por el temor inconsciente a morir por cese de la actividad cerebral.

En suma: el hastío, la falta de estímulos que provoca carecer de necesidades y deseos, puede ser una amenaza inconsciente tan importante como es la preocupación consciente ante un exceso de colesterol o de azúcar en la sangre.

(1) Sobre lo bueno de lo malo
Lo bueno que parece malo
La creatividad y el miedo

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viernes, 26 de agosto de 2011

La tolerancia a la saciedad

Nuestro patrimonio está determinado por cuánto podemos poseer sin perder las ganas de vivir, es decir, sin perder necesidades y deseos estimulantes.

Pueden surgir nuevas ocurrencias (hipótesis) si una idea conocida la formulamos (redactamos) de un modo diferente al clásico.

La nueva redacción de una idea antigua dice lo siguiente:

Todos somos igualmente ricos o pobres si para determinarlo nos fijamos en el nivel de saciedad y no en el valor patrimonial expresado en dólares.

Parto de la base de que Descartes estaba equivocado y que no existe un cuerpo y un espíritu, sino tan solo un cuerpo que produce manifestaciones tangibles e intangibles respectivamente.

En el supuesto materialista de que somos un organismo biológico que funciona de una determinada manera (fisiología), es posible afirmar que la necesidad o el deseo son manifestaciones dolorosas imprescindibles para que el fenómeno vida ocurra el mayor tiempo posible (1).

Por lo tanto todos necesitamos padecer las molestias provocadas por las carencias (necesidades o deseos).

Nos diferenciamos en que ese dolor es distinto para todos y en que la tolerancia al dolor también es diferente.

Lo único importante es conservar al individuo y a la especie (2), o sea que lo único importante es conservar la vida y como esta depende de que sintamos las molestias de la carencia (necesidad o deseo), todos tenemos la carencia que necesitamos.

Si lo imprescindible es tener una carencia mínima que nos excite el fenómeno vida, algunos conservan la carencia con un patrimonio de U$S 1:000.000 pero otros la conservan con un patrimonio de U$S 100.-

En caso de exceder esos topes patrimoniales el sujeto pierde a mediano plazo el interés por vivir (necesidad o deseo), se deprime, deja de producir y si no disminuye su patrimonio hasta el máximo necesario, algo le ocurre (enfermedad, accidente, suicidio) que lo mata.

(1) Los pensamientos narcóticos
(2) Sobre la indolencia universal

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jueves, 25 de agosto de 2011

La inseguridad y la agresividad

Comer, abrigarnos, ser amados, son insumos imprescindibles para vivir pero no es seguro que siempre podamos conseguirlos. Esto nos pone agresivos.

Juntemos algunos «ingredientes» como para preparar una comida:

1) Los seres humanos ambicionamos el poder y coloquialmente hasta podríamos decir «queremos poder… seguir viviendo». La ambición de poder no es exclusiva de los líderes, gobernantes, generales: todos queremos lograr cierto «dominio» sobre el entorno para asegurarnos de que «conquistaremos», tomaremos, nos apropiaremos de lo imprescindible: comida, vestimenta, techo, compañía que nos permita reproducirnos.

2) Este último punto (reproducirnos) está integrado a un deseo más genérico de ser amados, reconocidos, aceptados.

3) Tenemos dudas, inseguridades. La propia realidad se encarga de que no siempre logremos lo imprescindible (alimentos, compañía, aprobación).

4) La inseguridad sobre si lograremos comer, abrigarnos, estar acompañados, nos pone desconfiados. Desconfiamos de si seremos capaces de conseguirnos la comida o de que otras personas se opongan malignamente a que sigamos viviendo.

5) Esta desconfianza posee un monto de agresividad pues se trata de un sentimiento que incluye una convicción que nos predispone al ataque en defensa propia pues si el resto de los competidores que buscan lo mismo (comida, etc.) nos dejan sin esos recursos, no tendremos más remedio que atacarlos, depredarlos, robarles.

6) El estado de ánimo (desconfianza y agresividad) necesita algún pensamiento tranquilizador tal como es suponer que somos poderosos, temibles, capaces de ganarle a nuestros competidores.

7) Al creer que somos poderosos (para tranquilizarnos), imaginamos que nuestros competidores supondrán lo mismo y desconfiarán de nosotros.

8) En nuestra organización capitalista, liberal y competitiva, desarrollamos una paranoia permanente aunque difusa para sobrevivir sin que la ley nos encarcele por peligrosos y perdamos algo necesario para ejercer el poder y disfrutar del afecto: la libertad.

Con estos insumos podemos preparar una filosofía de vida, realista y nutritiva.

Artículos vinculados:

Agresividad por convicción
Los caza-fantasmas no paran
El orgullo constructivo del filósofo

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miércoles, 24 de agosto de 2011

El precio de lo sublime

El des-precio por las equivalencias en dinero (precio) pretende ignorar cuánto valemos realmente para los demás.

La casualidad ha querido ubicarme frente a la verdad y no a su lado como sería deseable para cualquiera que como yo huya sistemáticamente de las molestias.

Antonio Machado, genial malabarista de las palabras, escribió una frase que se cuela fácilmente en nuestras mentes: “Es de necios confundir valor y precio”.

No sé qué quiso decir exactamente porque eso quizá ni él lo supo, pero lo cierto es que llegó hasta este artículo porque algún mérito tiene. ¡Ya quisiera yo que alguno de mis pensamientos llegara tan lejos en tiempo y distancia!

Creo que esa frase dice algo así como que el mercado capitalista, mercantilista, materialista, está divorciado del mercado de los valores humanos realmente dignos, confiables, honorables.

El precio es el atributo cruel, burdo, desafectivizado que un grupo de insensibles operadores comerciales suelen darle a un bien o servicio que es o puede ser tan valioso, que ponerle precio no sólo es un desatino, sino que también es una falta de respeto, una vileza: “Es de necios...”.

Pero la contundencia de Antonio Machado, que nos dejó este pensamiento con forma de puñetazo, me genera desconfianza, suspicacia: No le creo.

Un poeta popular como lo fue él es realmente una persona que llega a ser amado sólo porque supo decir aquello que sus lectores deseaban leer. Por lo tanto no es más que un escritor comercial, esclavo del vil dinero, un avaro con máscara de generoso.

Es cierto que el mercado capitalista le pone precio a valores intangibles, cargados de nobles sentimientos, pero también es cierto que sabe darle dimensión humanamente realista a todo lo que se pueda intercambiar, sin perderse en divagues, suposiciones, eufemismos, abstracciones, ambivalencias, idealismos, romanticismos, ocultamientos, promesas huecas e imposibles.

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martes, 23 de agosto de 2011

Una mujer con dinero no (siempre) es prostituta

Resabios de épocas pasadas provocan dificultades en el desempeño de las mujeres fuera del hogar.

En dos artículos recientes (1) he mencionado el valor de intercambio que tiene la mirada, al punto de compararla con el dinero.

Este gesto tiene valor inclusivo. Quien mira a otro le demuestra interés, deseo, necesidad, lo invita a participar en el tejido social.

No es lo mismo la mirada masculina que la mirada femenina, en especial la que ella le dirige a él.

He mencionado muchas veces que en nuestra especie también es la hembra la que selecciona al varón por quien ella quiere ser fecundada (2).

Por exigencias culturales, ese genuino interés de ella por él debe ser disimulado (3) para que de esa forma él vea estimulado su interés en copular con ella al punto de ampliar su compromiso de constituirse como un buen padre de familia.

Estas conductas existen desde tiempos inmemoriales pero ocurre que desde hace unos pocos siglos a esta parte (sobre todo 19 y 20), la mujer ha ganado terreno en el espacio público con el consiguiente abandono del hogar físico (la casa, el domicilio).

La Revolución Industrial y las guerras la obligaron a tomar tareas que antes eran sólo masculinas y eso las llevó a usar dinero cotidianamente.

Sin embargo, estos cambios culturales no fueron acompañados por una actualización de los sentimientos, creencias y prejuicios referidos a los roles de la mujer y el hombre.

Hoy todavía existen personas (de ambos sexos) que conservan alguna idea inconsciente de que una mujer con dinero es una prostituta, que si una mujer mira a un cliente, compañero de trabajo, chofer, este pueda imaginarse seducido y en calidad de locatario pues “los lugares públicos son de los hombres”, obstaculizando (molestando, complicando) innecesariamente el normal desempeño de ellas fuera del hogar.

(1) Miradas hacia arriba

Las miradas se parecen al dinero

(2) La histeria aparente 

(3) El deseo es inconveniente

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lunes, 22 de agosto de 2011

Miradas hacia arriba

El amor a Dios le resta inevitablemente amor a nuestros semejantes con quienes realmente podemos asociarnos para producir y ayudarnos mutuamente.

Las miradas y el dinero se parecen (1) porque son necesarios para vivir.

Cuando me refiero a miradas me refiero a que ellas son una señal de aprobación del otro, del que miramos, del semejante que nos gusta, atrae, necesitamos tenerlo en nuestro grupo (colectivo, sociedad, compañía).

La necesidad de contar con un instinto de conservación asociado a un instinto gregario se manifiesta porque casi todo lo que obtenemos para vivir proviene de algún intercambio con los demás.

Las economías autosuficientes (agricultura, pesca) son excepcionales.

Si todo mi esfuerzo está puesto en lograr la aprobación y el amor de un ser imaginario como es Dios, entonces este otro de carne y hueso que tengo a mi lado, recibirá menos atención, amor, miradas.

Teniendo adelante a un pobre ser humano y a Dios, nada podrá evitar que mis ojos prefieran al perfecto, inmortal, maravilloso.

Amándolo a Él, mi prestigio queda a buen recaudo porque es casi obvio que “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Esta afirmación me conduce a deducir que “si andas con Dios, eres dios, y si andas con humanos… ¡me das lástima!”.

Si bien quienes me asesoran sobre los asuntos divinos me indican que Él ama a quienes aman a los humanos, nada mejor que “ser más realista que el rey” y cortar camino dedicándole toda la energía a quererlo sólo a Él, con total devoción, sin promiscuas poligamias.

La mejor y única forma de amar y servir al Señor es la monogámica, sin alentar otros amores por más que en su infinita tolerancia Él nos diga que acepta de buen grado que repartamos nuestro amor.

Los humanos valemos menos que Dios.

(1) Las miradas se parecen al dinero

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domingo, 21 de agosto de 2011

Las miradas se parecen al dinero

Las miradas son necesarias para establecer vínculos. Por su valor, forma de intercambio y administración (uso, entrega, aceptación), las miradas se parecen al dinero.

Los seres humanos somos muy débiles, vulnerables. Una mayoría lo sabe, otros aún no se enteraron o se enteraron y prefieren ignorarlo.

Para compensar esa precariedad tenemos un instinto gregario que nos impone asociarnos, vincularnos, juntarnos, pertenecer a un rebaño.

Individualmente expresamos ese instinto gregario buscando ser aceptados, amados, admirados.

Cuando digo "admirados" incluyo la necesidad que tenemos de "ser mirados".

Es una característica nuestra mirar lo que deseamos, necesitamos, ad-miramos.

Por lo tanto, cuando miramos a alguien estamos sintiendo y demostrando que lo necesitamos, deseamos, ad-miramos.

La persona mirada siente la satisfacción, el placer, el agrado de sentirse deseada, necesitada, ad-mirada, pero sobre todo convocada, invitada a integrarse al grupo, socializada.

De esta forma tan gestual, sin discursos, los humanos podemos saciar esa necesidad de sentirnos incluidos, cumplimos con el instinto gregario, disminuimos la angustia de sabernos vulnerables.

Por lo tanto, algo que hacemos todo el tiempo, las 24 horas, de lunes a domingos, es buscar oportunidades de ser incluidos, invitados, mirados, deseados.

Pero, como nuestra debilidad también se manifiesta por ser ambiciosos, narcisista, ególatras, sin darnos cuenta, automática e inconscientemente, tendemos a no mirar, reprimimos demostrarle a los demás cuánto nos gustan y deseamos.

El tejido (entramado, red) social se logra por el intercambio de necesidades y deseos: "yo te doy y tú me das".

Los egoístas, narcisistas y avaros empobrecen la sociedad porque, sin darse cuenta, "ellos son así", tratan de ser mirados pero reprimen, se abstienen, evitan mirar.

Sienten y creen que mirar es una señal de debilidad, piensan que desear y necesitar es de mediocres, de viciosos, de pobres.

En suma: las miradas son valores de intercambio similares al dinero.

Artículos vinculados:

Reflexiones sobre el “mal de amor”

El carácter 

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sábado, 20 de agosto de 2011

Enriquecimiento por error

El empobrecimiento o el enriquecimiento pueden ser las consecuencias indirectas de cómo reacciona alguien ante una evaluación distorsionada (pesimista, atemorizada, exagerada) de las dificultades para sobrevivir.

La violencia que un ser humano ejerce sobre otro obtiene de la víctima una reacción excepcional que, entre otras particularidades, están la obediencia extrema, la voluntad de hacer lo que el amenazador indica, una resistencia extra a la fatiga.

Aunque suena horroroso, es posible decir que una persona bajo amenaza de sufrir, aumenta fuertemente su desempeño habitual. Todos trabajamos más, peleamos con más agresividad y menos temor, demoramos más en claudicar por cansancio.

La amenaza puede ser externa o interna, y en esta diferenciación radica el núcleo de mi comentario.

Aquello que ya sabemos sobre la explotación, el terrorismo, el absolutismo, la tortura, impuestos por unas personas sobre otras, también podemos pensarlo, haciendo algunos ajustes conceptuales imprescindibles, cuando alguien se siente amenazado imaginariamente.

En estas personas hay una evaluación del peligro a sufrir superior a lo normal.

Esta característica ocasionalmente (no siempre) la encontramos en personas débiles, deprimidas, ancianas, enfermas.

Si dos personas opinan sobre la crisis mundial que es noticia actualmente (2011), es muy probable que tengamos dos opiniones distintas, sobre todo si una es optimista y la otra pesimista.

El optimista no se sentirá amenazado por la realidad y el pesimista se sentirá amenazado por un futuro tenebroso.

Incorporo otra variable: la respuesta a la violencia puede ser activa o pasiva. Algunos se defienden y otros se dejan morir.

Podemos decir que la percepción pesimista en una persona activa, dará lugar a una enorme productividad y la percepción pesmista en una persona pasiva, provocará su inactividad.

En suma: cuando quien se siente amenazado imaginariamente (pesimismo, miedo, fobia) reacciona con hiperactividad, terminará enriqueciendo y si reacciona con desánimo, terminará empobreciendo.

Artículos vinculados:

De qué dependen la valentía o la cobardía

El miedo genera riqueza

Lotería con millones de bolillas y miles de premios

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viernes, 19 de agosto de 2011

El deseo es inconveniente

Porque las mujeres necesitan disimular su deseo de copular con el hombre que les interesa, nos enseñan a disimular todo tipo de deseo.

En otro artículo (1) comento que la mujer tiene que disimular su interés por el hombre que la embarazará porque de no hacerlo seguramente él podría desentenderse de la parte de responsabilidad que asume al fecundarla.

Los humanos, como otros animales, tenemos mal repartido el compromiso vital con la conservación de la especie porque las hembras asumen una cuota infinitamente mayor a la cuota de los machos.

Como somos una especie tan vulnerable, que demora tanto en alcanzar la adultez, la que tarda más en desarrollarse lo suficiente para hacerse cargo de fecundar y proteger a los nuevos ejemplares (niños), hemos elaborado un conjunto de usos y costumbres que denominamos cultura.

En suma: los humanos tenemos un desempeño igual o superior a otras especies porque creamos normas de convivencia que se mezclan con los instintos hasta convertirnos en seres viables, capaces de sobrevivir a pesar de nuestra debilidad congénita.

En otras palabras, si no fuera por las costumbres, organizaciones, leyes, familias, no sobreviviríamos.

Como digo al principio, las mujeres tienen que simular ser conquistadas por los varones para que esta cultura imprescindible y complementaria de los instintos, nos permitan vivir muchos años.

Si nuestra madre (esa mujer que aparentó ser conquistada) tuvo que reprimir su deseo de tener sexo con nuestro padre sin ningún disimulo, seguramente nos trasmitió, sin quererlo, la idea de que debemos ocultar nuestros deseos para no salir perjudicados.

Así como la cultura le impuso a mamá “hacerse rogar”, “reprimir su deseo de hacerse embarazar” para asegurarse de que papá no nos abandonara, tampoco son convenientes otro tipo de sinceridades, confesiones, demostraciones.

Quizá somos pobres porque exageramos la represión de nuestros deseos.

(1) La histeria aparente

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jueves, 18 de agosto de 2011

La repudiable enseñanza gratuita

Los estudiantes niños o jóvenes cursan una etapa narcisista y sería normal que despreciaran la enseñanza gratuita.

Le pido su ayuda para hacer una evaluación entre los dos.

Una persona (A) nos dice «Yo trabajo porque no tengo más remedio. Necesito el salario para vivir».

Otra persona (B) nos dice: «Yo trabajo porque me gusta lo que hago. El dinero no me interesa».

La pregunta que tenemos que contestar es: ¿Cuál de los dos es más humilde?

Le envío mi respuesta para que usted la evalúe y quedo a la espera de su opinión para luego sacar una conclusión entre ambos.

Desde mi punto de vista, la primera (A) parece más humilde que la segunda (B).

No sé si será un prejuicio mío pero siempre que alguien me dice que hace lo que se le antoja (B), pienso que se trata de alguien que aún no pudo abandonar la postura caprichosa y narcisista de un niño o joven inmaduros.

Con el mismo prejuicio tiendo a suponer que reconocer las propias limitaciones, necesidades y deseos es un síntoma de adultez, desarrollo, realismo.

Aprovecho para comentarle algo que me viene a la memoria porque se asocia con este asunto.

En muchos países existe la educación pública y gratuita.

Bueno, no tan gratuita, porque los costos del servicio es pagado con la recaudación de impuestos de ciudadanos que dejan de darse algunos gustos personales porque el estado les impone esa contribución.

Siempre me he preguntado qué interés estudiantil pueden tener los niños y jóvenes a quienes se les ofrece algo (educación) que no tienen que pagar, que otros pagan para que ellos reciban.

Supongo que una mayoría de ellos, como aún son niños o jóvenes inmaduros, tendrían que despreciar esa donación y hasta rechazarla en repudio de todas las molestias que les causa.

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miércoles, 17 de agosto de 2011

Siempre estamos subordinados

Los ciudadanos tenemos vocación de subordinados aún cuando formalmente seamos acreedores (en tanto depositamos nuestros ahorros en ellos) de instituciones tan prestigiosas como los bancos.

¿Qué es un banco? Es una persona jurídica (una institución, una empresa, una organización) que ha construido una fama de buena pagadora, confiable, respetable, digna, honorable, infalible.

No estoy diciendo que un banco es un prestamista, alguien que presta dinero a quienes no lo tienen, un conjunto de personas que se hicieron millonarios cobrando intereses a quienes menos pueden pagarlos o una asociación de inescrupulosos usureros que lucran con las penurias de los pobres, necesitados, menesterosos.

La cara visible, prestigiosa, que merece la mayor atención de los seres humanos que dirigen una institución financiera es la de ser infalibles buenos pagadores. ¿Por qué?

Porque estas personas jurídicas piden y quieren ser deudoras, necesitan que las personas físicas (particulares, ciudadanos comunes, gente como usted y como yo) depositen sus ahorros en él.

Lo que habitualmente llamamos depósito no es otra cosa que un préstamo que le hacen los clientes quienes, a partir de ese momento, se constituyen en acreedores de la institución (el banco le debe a los clientes el depósito que estos hicieron).

Observemos un tema de categorías, valor, significación, importancia.

Por un lado los ciudadanos comunes (honestos, trabajadores, que respetamos los contratos), sentimos que nuestros acreedores (a quienes debemos dinero, a quienes pagamos alquileres, cuotas mensuales, consumos), son personas que parecen ser más importantes que nosotros.

La sensación subjetiva es que los acreedores son personas a quienes les debemos dinero, respeto, cumplimiento, porque de lo contrario la Ley nos castigará.

Sin embargo, cuando somos depositantes de un banco, el banco es nuestro acreedor pero seguimos teniendo la sensación de que el banco es más importante que nosotros, que tenemos que respetarlo, que nos subordina.

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martes, 16 de agosto de 2011

La parodia pre-matrimonial

En nuestra cultura, ellas eligen al cónyuge pero para que este se responsabilice económicamente se necesitan muchos testigos de que él quiso desposarla.

Aunque ellas son las que seleccionan y eligen (1), la necesidad de que ellos se responsabilicen económicamente de los hijos que gesten ha desarrollado la costumbre de que la parte activa la tomen ellos, entonces ellas se dejan seducir, demoran en aceptarlos, esperan ser cortejadas, reciben los regalos y en el mejor de los casos, aceptan formar una familia con el mejor candidato.

Después que él ha dado muestras de interés, es decir, de que la desea, la necesita, quiere tomarla como su esposa y que todo esto fue observado por suficiente cantidad de testigos (la presentó a los familiares, se paseó con ella por la ciudad, la tomó por los hombros, la celó en los bailes) y que en forma redundante, aceptó comprometerse (aún más) con ella regalándole un anillo, concurriendo a una reunión de muchas personas, entonces ella (y los familiares de ella), pueden suponer que a él no le será tan fácil abandonarla.

Lo digo de otra forma:

Lo real es que en nuestra especie como en cualquier otra especie de mamíferos, es la hembra la que convoca a los machos que le sirven (1), pero como en nuestra organización económica es preciso que él se comprometa formalmente (contraiga y reconozca la responsabilidad) a contribuir patrimonialmente a la crianza de los hijos, entonces se monta esta escena según la cual es el varón el que seduce, persuade y conquista (concepto bélico) a la mujer, la cual simula una claudicación, un renunciamiento, un dejarse convencer, sólo a los efectos de que el deudor quede lo más comprometido posible a cumplir con su deuda: satisfacer las necesidades y deseos de ella y de la prole.


(1) «A éste lo quiero para mí»

«Soy celosa con quien estoy en celo»

«La suerte de la fea...»

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lunes, 15 de agosto de 2011

El narcotráfico tabacalero

La prohibición de un consumo aumenta su rentabilidad y disminuye la cantidad de participantes.

Los seres humanos consumimos drogas desde siempre.

Por algún motivo la pérdida de lucidez nos complace; provocar alteraciones de la conciencia se constituye en un hábito gobernante de nuestras vidas (vicio). El consumo de sustancias calmantes, hipnóticas, adormecedoras reproducen los efectos de aquella deliciosa leche materna capaz de hacernos felices.

También nos gusta crear normas prohibidoras (frustrantes, autoritarias) de prácticas placenteras para perjudicar a unos pocos.

Disfrutamos de las injusticias, los privilegios y la corrupción, ya sea utilizándolos o criticándolos con indignación.

El narcotráfico está sabrosamente condimentado, le provoca al cuerpo social un conjunto de noticias escandalosas y muy pocos renunciarían a ellas. En otras palabras, la sociedad está enviciada con el narcotráfico y no puede privarse de tanta inmoralidad.

No importan mucho ambos extremos de una breve cadena (cultivo, procesamiento, traslado, distribución) de participantes.

Los productores se ganan la vida fabricando la mercancía, los consumidores la compran porque así disfrutan de la vida de la mejor manera, como pueden, como hacemos todos.

Sin este negocio se perderían muchas ganancias. Si la fabricación y venta de sustancias psicoactivas estuvieran legalizadas, las ganancias serían menores y más repartidas, incluyendo gente incapaz de correr riesgos.

Las leyes, la justicia y quienes las aplican están encerrados en los laberintos burocráticos donde trabajan muchos funcionarios tranquilos, moralistas, riesgofóbicos, sin grandes ambiciones, satisfechos con sueldos modestos.

Los funcionarios y ciudadanos con más agallas, ambición y temeridad, toleran y patrocinan la corrupción. Los políticos, jerarcas y empresarios inescrupulosos encuentran mejores oportunidades lucrativas con los consumos prohibidos.

Si el tabaco pudiera convertirse en un consumo completamente ilegal, los intervinientes de esa cadena productiva no pararían de festejar.

A eso llegaremos cuando quienes siembran el pánico culminen la tarea.

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domingo, 14 de agosto de 2011

Las mujeres son más pobres que los hombres

Simbólica e inconscientemente, una mujer pobre es más femenina, deseable y apta para ser fecundada y un hombre rico es más masculino, deseable y apto para fecundar.

Sobrevivir como individuos y como especie constituyen la única misión (1) de todo ser vivo. Cualquier otro desempeño es accesorio, innecesario, superfluo.

Por este motivo nuestro cuerpo y sus respectivas funciones son imprescindibles para sobrevivir como individuos mientras que es el aparato genital el verdaderamente importante para la conservación de la especie.

Algunas personas recelan del tratamiento reiterado de los asuntos sexuales sin considerar quizá esta importancia fundamental y sin considerar tampoco la influencia de una cultura notoriamente represora de esta función vital.

Los órganos más protagonistas de esta única misión (reproducirnos) son los genitales de uno y otro sexo.

Las formas de esos genitales permiten la complementariedad (el pene sobresale y la vagina es un hueco).

Esos aspectos más visibles llegan a la conciencia en forma de lenguaje y es así como cada sexo tiene o no tiene lo más visible: el pene.

Esta simplificación con el verbo «tener» surge exclusivamente de los aspectos visuales porque en rigor, hombres y mujeres «tienen» órganos genitales.

El verbo «tener» queda entonces asociado a los rasgos genitales masculinos (tener) y femeninos (no tener), para todo otro uso que se haga de él.

Esta hipótesis que estoy desarrollando en torno a

— la «misión» reproductora,
— la genitalidad de ambos sexos y
— el verbo «tener»,

explicaría por qué la pobreza afecta mayormente a las mujeres.

Ellas, necesitadas de poder complementarse con los hombres para embarazarse, «no tienen» (pene) y sí tienen un hueco que simboliza la carencia (pobreza), lugar apto para poner, para llenar ... de semen.

En suma: De una cultura «machista» deriva que sus mujeres prefieran «no tener» (bienes, patrimonio, riqueza) para sentirse femeninas.

(1) La única misión


Artículos vinculados:

El orgullo de José y la humillación de María

Las jefas de hogar crían hijos pobres

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sábado, 13 de agosto de 2011

Estados paternalistas y subdesarrollo

Los gobiernos de derecha son crueles comparados con los de izquierda pues estos protegen al ciudadano como a un hijo pequeño (paternalismo).

Las ideologías de derecha dicen «el mejor estado es el que no existe» y las ideologías de izquierda dicen «queremos que todo sea estatal».

En las ideologías de derecha predomina el individualismo, cada uno se las arregla como puede, la riqueza no se reparte sino que cada ciudadano compite con el resto para apoderarse de la mayor porción posible.

En las ideologías de izquierda predomina el socialismo, las decisiones no son individuales sino colectivas, la riqueza se reparte según criterios adoptados y ejecutados por el estado, procurando que todos vean satisfechas sus necesidades de forma semejante.

En las ideologías de derecha el ser humano se enfrenta sólo al 100% de la incertidumbre propia de la vida adulta y en las ideologías de izquierda el ser humano se enfrenta a la incertidumbre que el estado no haya podido eliminar (suerte personal, dotación genética, vínculos afectivos).

Con los gobiernos de derecha los ciudadanos viven en la inseguridad y con los gobiernos de izquierda los ciudadanos viven con la mínima inseguridad.

En el primer caso los trabajadores padecen inestabilidad laboral porque si se quedan sin trabajo tendrán que sobrevivir gastando sus ahorros hasta que consigan otra fuente de ingresos mientras que en el segundo caso (gobiernos de izquierda) los estados procuran que exista un subsidio por enfermedad y desocupación, se los ayuda para que se capaciten o se reciclen profesionalmente (aprendan nuevas destrezas), sin descartar la posibilidad de que terminen como empleados del propio estado.

Con los gobiernos de derecha la gente necesita desarrollar sus máximas potencialidades (talento, proactividad, resistencia) mientras que con los gobiernos de izquierda la gente tiene permitido conservar las características infantiles (subdesarrollo).

Artículo vinculado:

Los ciudadanos con pañales

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viernes, 12 de agosto de 2011

Los orgullosos no estudian

Para estudiar hace falta la humildad de reconocerse ignorante y los políticos adulones jamás les dirían eso a sus votantes.

Casi todos los ciudadanos les pedimos a los gobernantes soluciones a los problemas personales.

Esta pretensión es inaceptable en una persona adulta pues si no logra autosustentarse demuestra estar intelectual y emocionalmente subdesarrollada.

Sin embargo la situación se presenta distinta porque los políticos se desviven por llegar al poder y en ese esfuerzo extraordinario prometen cualquier cosa con tal de ganar votos.

Por ejemplo aseguran satisfacer esos anhelos infantiles tales como solucionar los problemas propios de cualquier ser humano adulto (mayor de 18 años).

Además de prometernos cosas innecesarias y alcanzables por nuestros propios medios, también nos adulan, nos dicen: «son maravillosos, pertenecen a una raza superior, son inteligentes, solidarios, honestos, trabajadores, valientes» y mil piropos por el estilo.

Los gobernantes y gobernados somos seres humanos con fobia a las dificultades, complicaciones y grandes esfuerzos (1). Por esta «noble» causa, los políticos prefieren ciudadanos fácilmente gobernables, es decir ignorantes, mediocres y desinformados.

Por estas razones (la adulación y la tendencia al menor esfuerzo) los sistemas educativos no pueden ser muy exigentes pues en términos generales, para educar a alguien es preciso hacerlo consciente (acusar, denunciar, diagnosticar) de su imperfección, de su incultura, es decir, el individuo en su estado natural no sirve, todo lo cual es ofensivo para los mimosos ciudadanos acostumbrados a escuchar sobre su genialidad, su inteligencia y su amorosidad.

Esta situación causa (entre otros) un problema: los gobernantes no pueden estimular a los inversionistas aunque ofrezcan las mejores condiciones políticas, económicas y jurídicas porque el país carece de suficiente mano de obra calificada … todo lo cual es causa de empobrecimiento.

(1) Sobre la indolencia universal

La solidaridad perversa

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jueves, 11 de agosto de 2011

El (pez grande) gobierno vive del (pez chico) ciudadano

Casi todas las disconformidades ocurren cuando alguien compara lo que ocurre (real) con lo que imagina que debería ocurrir (ideal).

Es conocido y padecido por todos el malestar que nos provoca la incertidumbre (1).

Por supuesto que al problema lo conozco por experiencia personal pues a mí también me mortifica no saber qué ocurrirá con mi vida, con la vida de quienes depende mi felicidad, con los avatares de los vínculos afectivos.

Varias veces he mencionado la teoría de la Gestalt (2) y su estudio sobre nuestra forma de percibir, especialmente en lo que refiere al contraste (lo blanco se ve más nítidamente sobre fondo negro, el sonido se oye mejor si hay silencio, el perfume de las violetas se percibe mejor lejos de una pescadería).

Desde mi punto de vista (no sé qué opinan los gestálticos), también nos caracterizamos por la construcción de fondos contrastantes virtuales, imaginarios, intangibles.

Me refiero a los complejos escenarios ideales, construidos según principios perfeccionistas y guiados por el «deber ser».

Contrastar nuestras sensaciones sobre el ideal, la configuración fantasmática, el referente perfecto, es la mejor forma de sufrir, de desilusionarse y de padecer incertidumbre aguda.

Por el contrario, contrastar nuestras sensaciones sobre la realidad, sobre datos concretos y tangibles, nos relativiza infinidad de percepciones que vuelven nuestra vida menos terrible.

Les comento un ejemplo muy grande, exagerado, visible.

Casi todos vivimos en ciudades organizada por algún gobierno central, que nos cobra impuestos bajo la promesa que nos dará algunos servicios (limpieza, iluminación, seguridad, salud, ordenamiento edilicio, regulación del tránsito, etc.).

Quienes creen que se cumplirán estas promesas ideales, perfectas y racionales, sufren mucho más que aquellos otros que toman esos anuncios como patéticas promesas, de las cuales a veces cumplen alguna para confundirnos y que los impuestos son puro peaje prepotente, abusador, expropiador y confiscatorio.

(1) Mucha información en medio de la duda

(2) Los enemigos benefactores

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El tejido social

Necesitamos vincularnos con los demás. Entre todos, como si fuéramos hebras, formamos el «tejido social».

En otro artículo (1) les propuse comparar el «zurcido invisible» de un tejido dañado con los mecanismos de restablecimiento autónomo de que estamos dotamos los seres vivos y en particular, los humanos.

Entre otras cosas les comentaba que lo que aparentemente queda resuelto (reparado, soldado, cicatrizado), tiene imperfecciones que se parecen al reverso del mencionado zurcido.

Este ejemplo que utiliza lo que ocurre con un género dañado también nos sirve para imaginar algo referido a nuestros vínculos sociales.

Quienes vivimos toda la vida en una misma cultura, sabemos cuáles son los usos, costumbres y valoraciones predominantes así como también sabemos qué no debemos hacer para evitarnos problemas.

En el caso del zurcido, les comentaba en el artículo mencionado que muchas veces los artesanos expertos toman hebras de alguna otra zona de la misma tela para asegurar la igualación.

De esto podemos concluir que nuestra fuente de asesoramiento para tener la mejor convivencia con nuestros vecinos debe estar entre estos mismos y no en culturas diferentes.

Si utilizáramos hebras de características diferentes, el zurcido se convertiría en un remiendo que le quitaría valor a la prenda. En una sociedad, los ciudadanos atípicos provocan y padecen un rechazo similar.

Cada integrante de un colectivo es único y especial pero compartimos ciertas características.

Por ejemplo, si bien los nativos digitales (los jóvenes) han dejado a los más viejos en condición de inmigrantes, todos necesitamos lo mismo: ser amados por lo menos por alguien y si somos amados por varios, nuestra calidad de vida será mejor.

Si bien el ejemplo del zurcido es antiguo, al ser humano básico que todos llevamos dentro aún le sirve para orientar su estrategia de convivencia.

(1) El zurcido corporal

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martes, 9 de agosto de 2011

El zurcido corporal

Los mecanismos de defensa psicológicos, la autocuración (sistema inmunológico) y la cicatrización son recursos naturales que nos devuelven parcialmente la calidad de vida perdida.

La técnica del zurcido invisible se utiliza para reparar artículos tejidos dañados por un desgarro, corte, quemadura o por la polilla.

Consiste en eliminar la visibilidad del desperfecto.

La mayoría de las veces se toman hilos de otras partes del tejido sano para igualar el color y la textura de las hebras, como si se tratase de un auto trasplante.

Al finalizar el trabajo, la tela recupera el aspecto exterior que tienen las partes no dañadas (imagen 2) aunque el reverso (imagen 1) muestra las cicatrices de la reparación.

Este parece un buen ejemplo de lo que ocurre con nuestros mecanismos de defensa.

«Me desgarró el corazón» significa que se produjo una desilusión; «me quema la cabeza» significa que algo es muy preocupante; «aún no pudo cerrar la herida ...» significa que un duelo continúa provocando dolor.

El cuerpo genera un «zurcido invisible» cuando intenta aliviar el dolor de una desilusión, disminuir el estrés de una preocupación, compensar la amargura de un duelo, curar una enfermedad.

Para aceptar esta solución es preciso suspender el perfeccionismo (1). Tenemos que aceptar que nada volverá a ser como antes de la fractura y que sólo podremos lograr la mejor calidad de vida posible.

Esto vale para cualquier reparación, recuperación, restablecimiento: cuando enfermamos sólo podemos aspirar a estar mejor pero la ilusión de recuperar el estado anterior contiene las condiciones para que ocurra otra des-ilusión que provoque otro desgarro, ahora sobre el mismo «zurcido invisible».

En suma: la naturaleza dota a todos los seres vivos de recursos de auto-curación (mecanismos de defensa, cicatrización, curación) que devuelve la calidad de vida aunque no tan perfectamente como pretendemos.

(1) El control de calidad y la obsesión perfeccionista

La pereza de los perfeccionistas

El subdesarrollo feliz

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lunes, 8 de agosto de 2011

El consumismo y la súper población

Buscamos la felicidad en fuentes externas (consumismo) porque la fuente natural (reproducirnos) está transitoriamente desestimulada por la autorregulación que realiza la naturaleza de nuestra población mundial.

Esperar que la felicidad venga de afuera no solo es una consecuencia de la economía de mercado, mercantilismo, marketing y consumismo sino también una consecuencia del exceso de población.

Efectivamente, estamos provistos de la capacidad de crear nuestra propia felicidad procreando.

El orgasmos que goza un varón cuando siembra en la mujer que lo eligió para ser padre de sus hijos, es una ganancia a cuenta de mayor cantidad.

Ella a veces también cobra ese adelanto (tiene orgasmos), pero no le son imprescindibles porque fisiológicamente los espasmos orgásmicos son necesarios para que el líquido seminal sea expulsado de los testículos y no son necesarios en la hembra receptora (1) porque su cuerpo está diseñado para recibir los espermatozoides y silenciosamente (sin que ella lo registre), el líquido avance por las trompas de Falopio en busca de algún óvulo maduro para fecundar.

La súper población mundial genera en los humanos un incontrolable desinterés por la procreación porque la naturaleza se autorregula de esta manera.

Cuesta entender esto a quienes están convencidos de que todo el acontecer humano es producto del libre albedrío, pero es fácil entenderlo para quieres asumimos que la naturaleza es la única que hace y deshace, utilizándonos o no.

Como nuestra principal fuente de alegría (felicidad) proviene de la procreación o de alguna de sus metáforas (creación artística, construcción de objetos, edificación, etc.), la desmotivación de nuevos nacimientos (por súper población), colateralmente también abate (disminuye, restringe) otras formas humanas de procrear (las metafóricas, por sublimación) y por eso utilizamos fuentes externas de felicidad consumiendo.

En suma: el consumismo es una consecuencia indirecta de que ecológicamente nuestra especie está llegando al máximo de ejemplares.

(1) Los orgasmos inútiles

Artículos vinculados:

Las sutilezas de la ecología

Más producción y menos reproducción

«A éste lo quiero para mí»

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domingo, 7 de agosto de 2011

Un prejuicio lingüístico

Apartándonos de la racionalidad positivista es posible encontrar un cierto condicionamiento lingüístico para sostener la hipótesis (prejuiciosa) de que la pobreza está generada por la pereza de los pobres.


Copio y pego dos definiciones del Diccionario de la Real Academia Española:

Pereza.

1. f. Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados.
2. f. Flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos.

Pobreza.

1. f. Cualidad de pobre.
2. f. Falta, escasez.
3. f. Dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión.
4. f. Escaso haber de la gente pobre.
5. f. Falta de magnanimidad, de gallardía, de nobleza del ánimo.

De estas dos definiciones quiero compartir con ustedes unas hipótesis a pesar de que no son ni racionales ni empíricas, es decir, no pueden ser aceptadas por quienes rechazan todo lo que no sean positivismo, o sea, el sistema filosófico que admite únicamente el método experimental.

De las dos definiciones copiadas y pegadas más arriba, comparo solamente las acepciones afines (en letras rojas).

— Una primera idea es que la palabra «pobreza» contiene todas las letras necesarias para formar la palabra «pereza».

— Una segunda idea es que las definiciones de una y otra, si bien no son sinónimas en sentido estricto, sí lo son en sentido relativo (negligencia, flojedad, falta de magnanimidad)

— Una tercera idea es que existe el prejuicio según el cual la pobreza es provocada por la pereza. En otras palabras: los pobres son pobres porque son perezosos (haraganes).

En suma: A las miles de causas que quizá provoquen la pobreza, podemos agregarle que el idioma español predispone cierto condicionamiento a ratificar el prejuicio de que los pobres son perezosos.

Artículo vinculado:

La lucha pasiva

La pereza de los perfeccionistas

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sábado, 6 de agosto de 2011

El mercado capitalista y el mercado socialista

Aunque los gustos personales son decisivos en nuestras opciones, no está de más saber las características de las opciones.

Quienes se enfrentan al mundo real que nos ofrece el mercado de trabajo, dentro del cual circula el dinero que necesitamos obtener para solventar los gastos propios y de nuestra familia, podemos dejarnos llevar por lo que hace todo el mundo o podemos tomarnos el trabajo de hacer nuestra propia observación, investigación y reflexión para luego tomar decisiones resultantes de las conclusiones que logre producir nuestra inteligencia.

— Si optamos por seguir a la mayoría, accederemos con bastante seguridad a un conjunto de oportunidades rentables pero que se reparten entre muchas personas.

— Si optamos por crear nuestras propias fuentes de dinero, tendremos menos seguridad de éxito pero lo que encontremos nos tendrá como únicos beneficiarios.

En términos más generales existe una proporción inversa entre seguridad y rentabilidad: a mayor seguridad menos rentabilidad y a menor seguridad mayor rentabilidad.

Los fenómenos que ocurren dentro del mercado capitalista poseen una lógica bastante entendible al punto que para muchos ofrece un modelo de justicia distributiva cuando esta justicia tiene en cuenta la capacidad, fortaleza, resistencia, ingeniosidad.

Por el contrario el mercado capitalista con su lógica bastante entendible NO ofrece un modelo de justicia distributiva cuando esta justicia tiene en cuenta lo que cada uno de los agentes necesita.

El mercado capitalista le da más a quien aporta más y menos a quien aporta menos. El mercado socialista le da más a quien necesita más y menos a quien necesita menos.

El mercado capitalista profundiza las diferencias naturales que todos tenemos y el mercado socialista compensa la diferencias naturales que todos tenemos.

Si tomamos en cuenta el natural egoísmo de nuestra especie, el mercado capitalista estimula el esfuerzo personal y el mercado socialista lo desestimula.

Artículos vinculados:

Tómelo o déjelo

Por fuera del zoológico

Los autos rojos son más veloces

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viernes, 5 de agosto de 2011

Los anillos de oro abrigan demasiado

Quienes se quejan de pequeños problemas suelen jactarse de sus privilegios y disfrutan provocando envidia.

Las personas que acostumbran a quejarse públicamente lo hacen por arrogancia aunque estamos propensos a pensar que lo hacen porque están doloridas, porque se han visto perjudicadas, porque han padecido una pérdida.

Cuando con mis amigos cursábamos la edad en la que acceder íntimamente a una mujer era algo más que milagroso y nuestra vida sexual se limitaba a la autocomplacencia, nos reunimos a mirar revistas de sexo explícito, no tanto para estimularnos eróticamente sino que nuestra diversión consistía en criticar despreciativamente algunos rasgos físicos superfluos de mujeres inalcanzables, hermosísimas, tan sobrenaturales como Marilyn Monroe cuando «nos miraba» muy enamorada.

Jugábamos a que teníamos tantas amantes a nuestra disposición que podíamos ponernos exigentes en forma extrema con alguna que tuviera mal depilada una ceja, el dedo meñique del pie estuviera retraído, o mostrara algo de celulitis en uno o dos poros de los glúteos.

El juego era divertido porque nos burlábamos de nuestra pobreza, soledad, insignificancia como varones anhelantes de alguna mujer, fuera como fuera, sin la más mínima pretensión.

La actitud quejosa suele ser el audio de una conducta arrogante porque quien la emite está sugiriendo algo así como «si me quejo de estos problemas tan insignificantes es porque no tengo más de qué quejarme, lo tengo todo, soy un privilegiado».

— Una mujer se queja de que su marido es un cargoso porque siempre la lleva y la trae del trabajo;

— Un hombre se queja de que el padre de 90 años repite algunas anécdotas (despreciando la fortuna de tanta longevidad);

— Otro dice estar harto de tener cada vez más responsabilidades por más que no paran de aumentarle el salario;

— Alguien protesta porque comprar un auto nuevo genera muchos gastos, etc.

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jueves, 4 de agosto de 2011

El miedo genera riqueza

Es posible pensar que los ricos padecen un excesivo temor a la muerte. Los pobres también la temen, pero menos.

Si yo soy fanático del cuadro de fútbol A, puedo tratar de convencer a mis amigos para que también lo sean.

En caso de que para mí sea una «cuestión de vida o muerte» estar rodeado de gente fanática de ese equipo A, quizá me ponga más insistente y obligue a quienes me rodean para que se afilien, defiendan, griten, ovacionen, alienten a «mi cuadro».

Si el fanático siente que la competencia deportiva pone en riesgo su vida (honor, amor propio, orgullo), aumentará las dosis de agresividad intolerante hasta niveles notoriamente irracionales.

Durante los siglos 19, 20 y lo que va del 21, la humanidad capitalista (casi todo occidente) ha estado enfrentada a una contradicción: quienes producen la riqueza son pobres y quienes no la producen son ricos.

¿A qué clase socio-económica pertenecen los soldados que pelean en los frentes de batalla? Otra vez nos encontramos con los pobres. ¿A qué clase socio económica pertenecen los oficiales que dan órdenes a los que le ponen el pecho a las balas? Otra vez nos encontramos con los ricos.

Este planteo tradicionalmente se explica diciendo que los ricos explotan a los pobres y lo reafirmo diciéndolo al revés: los pobres son explotados por los ricos.

En otro artículo (1) les comentaba que las personas más temerosas a morir de hambre son las que exageran las precauciones y terminan enriqueciéndose mucho más de lo necesario.

Aunque sé que lo que digo no es obvio, igual me arriesgo: es probable que la riqueza sea una consecuencia del miedo, de un apego neurótico a la vida, de un horror desquiciado a la muerte.

Anda por ahí una frase que dice: «El dinero es cobarde».

(1) Obesidad y enriquecimiento patológico

Artículo vinculado:

El cine nos educa para ser pobres y valientes

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miércoles, 3 de agosto de 2011

La omnipotencia demasiado ridícula

El dinero no es nuestro objetivo último sino un medio para acceder al verdadero objetivo que es «tener poder». Por esto es que nos avergüenza confesar indirectamente nuestra ridícula omnipotencia.

Parece verdadero que las personas tenemos más dificultades para tratar asuntos de dinero que para tratar asuntos sexuales o de cualquier otra apetencia orgánica (comer, dormir, evacuar).

Las necesidades y los deseos tienen alguna representación mental porque podemos pensar por el estímulo que ellos nos provocan: «quiero descansar», «necesito comer», «deseo tomar clases de piano».

La necesidad o el deseo de tener dinero también pueden expresarse porque pueden ser pensados, pero hay una diferencia.

Las necesidades o deseos tienen un límite porque el cuerpo deja de tener hambre, se cansa de estar acostado, se aburre de tocar el piano, sin embargo la acumulación de dinero, la necesidad o deseo de enriquecer no tienen un tope.

Los humanos no contamos con una señal de hastío, de hartazgo, de aburrimiento respecto al dinero como sí tenemos para cualquier otro tipo de satisfacción (comer, dormir, divertirnos).

Aunque todos tenemos una similar predisposición a enriquecer, luego aparecen tres características diferenciadoras:

— Todos disponemos de diferente talento (inteligencia, habilidad, resistencia al cansancio) para producir riquezas;

— Todos disponemos de diferentes oportunidades (mercado, herencia económica y genética);

— Todos disponemos de diferente fortaleza para soportar las consecuencias sociales que implica tener dinero (pagar impuestos, defender la fortuna de los depredadores, contrarrestar las consecuencias de la envidia).

En otras palabras: todos estamos dispuestos (en cuanto a necesidades y deseos) a ser ricos, pero no todos sabemos cómo hacerlo y no todos podríamos tolerar las consecuencias de llegar a serlo.

Sin embargo, el dinero no es lo que buscamos sino el poder que él confiere.

Conclusión: los temas de dinero nos avergüenzan porque dejan ver nuestro afán de poder ridículamente ilimitado.

Nota: La imagen corresponde a una escena de la película escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin en el año 1940, donde se hace una parodia del afán de poder de Adolfo Hitler.

Artículos vinculados:

Los ciudadanos con pañales

El conocimiento sublime

Su majestad Don Dinero

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martes, 2 de agosto de 2011

La pobreza saludable II

La pobreza patológica es un concepto válido en una cultura neurótica y consumista, pero no tiene validez universal.

Desde hace tan sólo cuatro años me dedico a encontrar las posibles causas de la pobreza patológica.

Una definición que guía esta búsqueda parte de entender que algunas personas son pobres porque quieren y otras porque no tienen más remedio.

Los pobres patológicos no quieren serlo y la patología refiere a que su esfuerzo por salir de ese estado (curarse) es insuficiente, ineficaz o contraproducente.

Para poner el concepto en fuerte contraste y pueda ser más fácil de percibir, ayer introduje una idea muy sencilla pero nueva para mí: el enriquecimiento patológico. (1)

El motor de nuestra existencia es la angustia. Cada vez que nuestro instinto de conservación percibe que se acerca un peligro, nos angustia como señal de alarma para que nos aprontemos para combatir, defender, evitar.

Como todos somos parecidos pero no iguales, nuestros aprontes angustiados son también un poco diferentes de una persona a otra.

La pobreza sana (no patológica) puede ser la consecuencia de un elevado estado de salud mental, entendiendo por tal aquel que reacciona con realismo y proporcionalidad.

Si entendemos que el enriquecimiento patológico es la actitud neurótica de huir alocadamente de la incertidumbre propia de una realidad que no podemos controlar, que nos gobierna y nos determina, entonces lo que nuestra cultura llama pobreza (tener exclusivamente los bienes materiales suficientes para vivir dignamente) no es más que la respuesta no neurótica (saludable) a la incertidumbre propia de estar con vida.

En suma: los conceptos de salud y enfermedad son altamente culturales. Un psicótico en una cultura puede diagnosticarse como un místico en otra y como un maravilloso artista en otra. En la cultura occidental tenemos establecido que ciertas carencias materiales (pobreza) son patológicas, indignantes, curables.

(1) Obesidad y enriquecimiento patológico

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lunes, 1 de agosto de 2011

Obesidad y enriquecimiento patológico

Una reacción traumática por haber sentido hambre en los primeros meses de vida pudo instalar una búsqueda desesperada, irracional, exagerada (e inconsciente) de evitar la pobreza.

Las nuevas cargas tributarias no se llevan a consulta popular porque ya se sabe el resultado: el 100% de los ciudadanos dirá que no está dispuesto a pagar nuevos impuestos.

Por eso cualquier propuesta (1) de que la incertidumbre es el estado natural del ser humano cuenta con el 100% de desaprobación porque nadie está dispuesto a reconocer que deba privarse de las ilusiones que lo puedan obligar a tener que decir algún día «sólo sé que no sé nada» (según nos contó Platón que alguna vez dijo Sócrates).

Para evitar la angustia provocada por la incertidumbre recordamos qué fue lo que ya nos ocurrió y aprendemos qué fue lo que ya les ocurrió a otros, para formar con todo eso un conjunto de conocimientos que intentaremos usar guiados por la creencia (hipótesis, teoría) de que «la historia se repite».

Es posible pensar que también existe una memoria inconsciente de los primeros días de vida post parto.

Si un pequeñito siente hambre seguramente se siente morir, su instinto de conservación asociado a una máxima vulnerabilidad, bien pueden generar sensaciones terroríficas provocadas por un dolor tan profundo, abarcativo, desesperante.

En esta hipótesis, también podemos pensar que algunos de esos niños quedarán tan afectados por esas experiencias que sin saberlo (inconscientemente) quedarán predispuestos para jurar, prometer, tomar todas las precauciones que hagan falta para ¡nunca más sentir hambre!

Esta promesa olvidada pero hecha en momentos de desesperación, puede ser la causante, motivadora, estimulante de una búsqueda también desesperada de enriquecer, de poseer más alimento del que sería capaz de aprovechar.

No es descabelladlo pensar que esa promesa inconsciente sea causa de obesidad o enriquecimiento patológico.

(1) El delicado aparato psíquico

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