jueves, 31 de mayo de 2012

La postergación de los problemas



Es probable que el hábito de postergar la solución de los problemas desaparezca conociendo la etimología del vocablo «problema».

A veces la etimología de una palabra nos arroja alguna luz esclarecedora de su sentido más profundo. Hagamos el intento con la palabra «problema».

Según parece se trataría de una palabra compuesta por el prefijo pro- que connota «adelante» y la palabra «emblema» que alude a «lanzar, arrojar».

En la actualidad la palabra «problema» alude a «dificultad, tarea, propuesta».

Con estos modestos insumos intento hacerles un comentario que, como todos los demás, alberga la muda esperanza de que nuestros cerebros le encuentren al concepto «problema» las mejores combinaciones con los otros conceptos en los que estamos flotando lingüísticamente desde que nacimos.

Ya aclaro este párrafo tan confuso.

Podemos decir, juntando la acepción actual con la etimológica, que para nuestro cerebro, cuando se le presenta algo que él identifica como «problema», tendrá la tendencia a considerarlo «una tarea que debo tirar para adelante» (tarea+lanzar+hacia adelante).

En otras palabras: es altamente probable que la reacción natural de nuestro cerebro, programado por una especie de sistema operativo parecido a Windows pero que llamamos «lenguaje», reaccione postergando la realización de la tarea o la solución de la dificultad.

Por lo tanto, si mi razonamiento fuera correcto (para lo cual existen amplias probabilidades), sería posible que muchos cerebros, que aún no hayan conocido esta interpretación que usted está tratando de entender en este momento, reaccionen instintivamente abandonando, postergando su abordaje, anteponiendo cualquier otro tipo de actividades que les permitan sacárselos de encima «como el lenguaje le está ordenando» desde la significación y la etimología.

Una vez leída y entendida esta propuesta, sería esperable que con el paso del tiempo (digamos una semana o dos, quizá un mes), usted encare los problemas sin demora.

(Este es el Artículo Nº 1.571)

miércoles, 30 de mayo de 2012

Rendimiento del trabajo individual y colectivo



Nuestra cultura es idealista cuando auspicia el esfuerzo colectivo, tratando de hacer coincidir voluntades hacia un único objetivo.

Instinto gregario tenemos todos. Somos animales que la mayor parte del tiempo la pasamos junto a, por lo menos, una persona más.

Esta condición inevitable nos genera ventajas y desventajas, es decir, por ser tan dependientes de los demás, ganamos cuando la producción de tres personas es superior a la suma de las producciones que tendrían individualmente (sinergia) y nos perjudicamos cuando no nos ponemos de acuerdo en algún proyecto.

Sin llegar a la situación en la cual un proyecto sólo puede llevarse a la práctica con la intervención de varias personas, existe otra forma de manifestarse este instinto gregario y es cuando no podemos evitar el comentar alguna idea con otros, quienes inevitablemente opinarán, a veces, obstaculizándonos más que ayudándonos.

Por todo esto, en algunos casos es conveniente trabajar en equipo y en otros es preferible trabajar en forma individual, inclusive sin hacer consultas ni comentarios.

El poder multiplicador que se busca con la acumulación de participantes en un trabajo colectivo, puede también ser multiplicador de los obstáculos naturales que tenemos los humanos.

El ser humano parece estar dotado, por causa del instinto de conservación, para magnificar los problemas y minimizar las soluciones.

Este resulta ser el motivo por el que, cuando dos o más personas se juntan, agranden los problemas y empequeñezcan las soluciones, disminuyendo por esta causa su capacidad productiva (ejecutiva, pragmática, emprendedora).

Estas reflexiones me conducen a postular la siguiente conclusión:

Aunque muchos ideólogos pregonan la conveniencia del trabajo en equipo, me inclino a pensar que los mejores rendimientos se obtienen con trabajos individuales que puedan ser replicados, copiados, repetidos por muchas personas, porque coordinar las voluntades (deseos, intereses) en un único esfuerzo es un ideal difícilmente alcanzable.

(Este es el Artículo Nº 1.570)

martes, 29 de mayo de 2012

Las conversaciones inútiles



Todo discurso es inútil pues solo describe hechos consumados o fenómenos inevitables, ajenos a la voluntad del hablante.

Probablemente usted conoce a muchas personas que no quieren tener una idea genial por temor a que se las roben.

También conoce a otras que no desean enriquecer porque los familiares y amigos más abusadores pretenderán vivir de su talento, lo cual le acarreará fuertes dolores de cabeza, desilusiones y furia, sentimientos estos que son suficientes para aferrarse a la otra opción: ser pobres.

Algún día inventarán un aparato que podrá reproducir todo lo que la mesa de un bar escuchó, o las almohadas matrimoniales, o las salas de espera de los prostíbulos.

Ese día podremos escuchar los grandes proyectos etílicos, los futuros venturosos post-coito y las espirituales reflexiones pre-coito.

Aunque todo haría indicar que esas conversaciones son inútiles, me animo a decir que no son más inútiles que las demás.

Sí, tiene razón, debo explicarme!

Desde el punto de vista de quienes no creemos en el libre albedrío (1) y suponemos que las cosas ocurren naturalmente, por el devenir natural de los acontecimientos, pero que nuestro cerebro se apropia de esas circunstancias y las acomoda para presentarlas como la consecuencia de nuestra decisión autónoma, libre, determinante, transformadora, voluntarista, creemos, repito, que todo lo que hablamos está desvinculado de la realidad material.

Pondré un ejemplo de cada conversación inútil.

1) Alguien posee una empresa, es decir, una organización tan natural como son un panal de abejas, un hormiguero o una manada de lobos que cazan en equipo.

Esta empresa-hormiguero tiene su propia dinámica. Las personas-hormigas hablan, hablan, hablan, pero todo funciona automáticamente. Ellos hablan de hechos ajenos a su protagonismo. Por eso hablan inútilmente.

2) Quienes sólo poseen imaginaciones despegadas de la realidad, también tienen conversaciones tan inútiles como las del empresario-hormiga.

 
(Este es el Artículo Nº 1.569)

lunes, 28 de mayo de 2012

La matemática empobrecedora



Mundialmente, la enseñanza de las matemáticas parece pensada para discapacitar a los alumnos en el manejo del dinero.

En mi afán de ser breve, (usar solo 300 palabras), y claro, (que me entiendan niños de 9 años en adelante), puedo ser un poco drástico en mis afirmaciones.

Como tan mal no me va con este estilo, continuaré con él.

La enseñanza de las matemáticas me pone particularmente furioso y a veces también paranoico.

Esto último me ocurre cuando soy poseído por la desconfianza de que los docentes se ponen deliberadamente antipedagógicos para que los estudiantes egresen con los mejores niveles de discapacidad para ganar dinero.

Los problemas que ponen como tarea casi continua y obligatoria, dicen, por ejemplo:

— «Once viajeros pagan por su alojamiento de 6 días, 793 dólares ¿Cuánto deberían pagar si se quedaran dos días más?»

«Un depósito contiene 130 litros de agua. Se consumen los 6/8 de su contenido. ¿Cuántos litros de agua quedan?»

— «¿Cuántos años son 3.259 días?»

Como no tengo en mi poder todos los factores que han influido para que a lo largo de la historia todos los sistemas educativos utilizaran este tipo de ejercicios, para que casi la totalidad de los alumnos egresen odiando las matemáticas, a pesar de haber conmocionado a la familia con sus gritos, portazos y rotura pública de máquinas de calcular, sin olvidarnos del pago de muchos honorarios de profesores complementarios..., como no dispongo de los factores influyentes, repito, me limito a preguntarle a quien pueda y quiera responderme, por qué los ejercicios propuestos no son como los siguientes ejemplos:

— Proponga un método para ganar $ 100 en una semana contando con un capital de $ 10.-

— Sugiera 3 formas de quitarse el hambre con $ 5.-

— Describa el presupuesto de su familia, con recomendaciones para optimizar el gasto.

(Este es el Artículo Nº 1.568)

domingo, 27 de mayo de 2012

Las aspiraciones desproporcionadas de algunos trabajadores


  
Se dice que enseñar, curar y gobernar son tareas imposibles pero quizá ocurre que las aspiraciones de esos profesionales son demasiado ambiciosas.

pedante (1)
(Del it. pedante).
1. adj. Dicho de una persona: Engreída y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad. U. t. c. s.
2. m. desus. Maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas.

Los problemas pedagógicos son eternos: siempre hubo dificultades para trasmitir enseñanzas de maestros a alumnos.

Por lo que he podido averiguar, el origen de la palabra «pedante» tiene relación con pie y peatón, pero también con pedagogía, pediatría y hasta con pederastia.

Como consta en la segunda acepción, el vocablo fue utilizado para denominar a los maestros que visitaban a sus alumnos ricos, recorriendo a pie la distancia que había entre una casa y la otra.

En suma: algo podemos tener, olvidado en la conciencia pero recordado en el inconsciente, que identifique emocionalmente a quien enseñe con alguien arrogante, presumido, vanidoso, pretencioso, fatuo, vano, engreído, jactancioso, inmodesto, es decir, una persona desagradable (como indica la acepción Nº 1 del R.A.E.), cuya presencia, compañía, aparición es, fue y será desagradable, evitable, molesta.

Observemos que si un alumno interpreta que cualquier explicación que reciba es un acto de humillación provocado por el profesor, fácilmente llegamos a la conclusión nada original de que «enseñar es una tarea imposible».

Muchas personas afirman que «educar, curar y gobernar, son tareas imposibles».

Mi comentario sobre esta sensación que sienten algunos alumnos de que un maestro siempre es pedante cuando intenta realizar su tarea de enseñar, podría explicar parte de esa aseveración sobre las «tareas imposibles».

Para terminar les comentaré por qué estos trabajos parecen tan difíciles.

Según creo, quienes poseen esas vocaciones son también personas que esperan resultados demasiado ambiciosos.

 
(Este es el Artículo Nº 1.567)

sábado, 26 de mayo de 2012

El hambre en los países productores de alimentos



Un país productor de alimentos puede albergar ciudadanos hambrientos porque los productores tienen derecho a vender su mercancía al mejor precio.

Imaginemos a un niño al que le enseñan algo del mundo real, pidiéndole que se encargue de hacer algunas tareas, (ordenar su dormitorio, lavarse la ropa, cargar la estufa con leña), a cambio de una remuneración con dinero.

Bajo ciertas condiciones, esta es una buena forma de introducir a los jóvenes en el árido contexto económico al que tendrán que verse enfrentados cuando sean adultos.

Aquel niño se convierte en adolescente, cada vez es experto en la realización de más tareas, más complejas y especializadas, hasta que el adulto joven que llegó a ser tiene aspiraciones económicas mayores a las que pueden satisfacer sus padres con la mesada que le entregan a cambio de aquellas tareas infantiles.

Llegará un momento en que el joven adulto buscará otro lugar donde ganar más dinero y podría ocurrir que los padres sufran por el abandono. El muchacho les explica pero ellos no entienden que el joven quiere recibir más dinero para formar su familia.

Finalmente tienen que enojarse porque él insiste y termina yéndose a trabajar en una compañía que le paga cien veces más que los padres.

Con estos antecedentes ahora les comento por qué los países productores de alimentos tienen pobladores que padecen hambre.

Ocurre que los otros países, interesados en comprar esas legumbres, frutas y productos de granja que vende el país al que estoy refiriéndome, están dispuestos a pagar mucho más dinero por esos bienes que los pobladores del país productor.

Los pobladores protestarán tanto como los padres que vieron partir al hijo para trabajar con otros que le pagaban más.

El muchacho tiene derecho a buscar lo que mejor le convenga y los productores de alimentos también.

(Este es el Artículo Nº 1.566)