domingo, 31 de julio de 2011

Ganar dinero para una larga vida

Vivir y pensar sólo en el presente necesita menos dinero que vivir y pensar en un futuro lejano.

«El tiempo es oro» dicen algunos, queriendo significar que por ser tan valiosos sería conveniente no perderlos.

En esta línea, el ocio es una forma de derroche, despilfarro, malversación. Hasta podría decirse que las horas dedicadas al descanso (sentarse, escuchar música, dormir), son muy costosas porque se pagan con oro = tiempo.

Probablemente lo que se quiera decir no es que debamos pagar de alguna manera cuando perdemos el tiempo sino más bien que dejamos de ganar.

Aunque descansar puede ser una forma de producir. Quien está tirado en una cama, mirando el techo y reflexionando, quizá esté trabajando.

Depende sobre qué reflexione.

Si piensa en cómo mejorar sus ingresos, aumentar las ventas, bajar los costos, perfeccionar la competitividad, entonces tiene un pensamiento útil, práctico, productivo.

Si piensa en la vida, el porqué del universo, en la conducta humana, entonces tiene un pensamiento improductivo, abstracto, sin utilidad práctica.

Según dicen quienes creen que saben, una de las diferencias entre el animal humano y el resto de los animales es que nosotros podemos pensar en el futuro mientras que los demás animales sólo piensan en lo actual (hambre, sed, hembra en celo, un depredador quiere comerme).

En el fondo, nos diferenciamos en que los animales no saben que en el futuro está la muerte y nosotros sí lo sabemos.

Cuanta mayor importancia tiene para los humanos el futuro, más dinero quiere acumular ... porque el tiempo es oro y su cabeza proyecta no sólo para mañana o el mes próximo, sino para las próximas décadas.

En suma: el animal humano que piensa futuros más lejanos necesita producir más dinero (ricos) que el animal humano que piensa futuros más próximos (pobres).

Artículos vinculados:

El Correcaminos y el dinero

¡Combatid a los tiranos ya!

Nota: La imagen corresponde al empresario mexicano Carlos Slims (1940 - ), considerado en 2010, el hombre más rico del mundo.

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sábado, 30 de julio de 2011

Los costos de algunos temores

Quienes temen ser acusados de incumplidores o morosos suelen convertirse en víctimas de aquellos que nunca devuelven lo que reciben.

Los organismos funcionan porque están permanentemente buscando un equilibrio que una vez logrado vuelve a perderse.

En los seres humanos la sensación subjetiva de desequilibrio se manifiesta a través de algún malestar: dolor, angustia, náusea, etc.

Cuando estos malestares son insufribles, ya sea por su intensidad o por la baja tolerancia de quien los padece, se disparan acciones automáticas de compensación que son tan exageradas como la hipersensibilidad del afectado por el desequilibrio.

Lo digo de otra forma: la sensibilidad al dolor varía de una persona a otra. Por ejemplo, quienes practican boxeo la tienen muy baja. Con uno solo de los golpes que recibe un boxeador, un adulto hipersensible necesitaría una semana de recuperación a máxima quietud.

Este adulto muy impresionable quizá sólo necesita reposar una hora para recuperarse del mencionado golpe pero sin embargo el exceso de sensibilidad lo obliga a exagerar el tiempo de recuperación y lo extiende a siete días.

En situaciones menos tangibles que un golpe de puño, esta reacción exagerada puede convertirse en una virtud.

Por ejemplo, un joven con fuerte amor propio (exceso de sensibilidad) pierde un examen de biología. Como es la primera vez que le ocurre una «tragedia» de tal magnitud, el joven exagera la reacción y veinte años después recibe un premio nacional de medicina.

Quienes temen endeudarse y les horroriza imaginar que alguien les reclame un pago, se compensan dando, regalando, prestando preferentemente a quienes tienen fama de malos pagadores.

Estas personas logran cierta paz interior cuando se aseguran de que «los demás» les deben (aunque nunca recuperen lo que prestaron).

El reequilibrio exagerado del temor a ser acusado de moroso o incumplidor genera pobreza patológica.

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viernes, 29 de julio de 2011

Trabajamos para vivir y viceversa

Vivimos para trabajar y trabajamos para vivir porque es así como nuestro instinto de conservación individual logra la eternidad de la especie.

Aunque muchas veces hago especial hincapié en las desventajas de la religiosidad (negar la realidad tangible, confiar en superpoderes imaginarios, contar con la aprobación de un juez supremo cuyos criterios de justicia son casualmente los propios del creyente), no puedo negar sus aspectos positivos: calmar la angustia existencial, asociar a muchas personas de igual creencia, contar con un referente moral de amplio consenso.

Algo similar ocurre con la racionalidad. No existe nada menos eficaz para comprender la conducta humana que someternos a la lógica formal, al sentido común, al razonamiento deductivo.

En suma: Así como la religión posee grandes beneficios, la racionalidad posee grandes inconvenientes.

En un intento de apartarme de la racionalidad, comparto con usted un no-razonamiento.

Los varones y las mujeres somos lo que todos ya sabemos, especialmente los sexos necesarios para que la especie tienda a ser inmortal aunque esté compuesta por integrantes mortales.

La pregunta es: ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?

La respuesta es: ambas cosas... pero ambos sexos tenemos deseos inconscientes diferentes.

A nivel inconsciente (esta es una hipótesis pues el inconsciente sólo puede ser inferido, deducido, supuesto, pero no conocido) los varones queremos imitar al sol porque este ilumina, abriga, germina, madura la cosecha.

A nivel inconsciente las mujeres son flexibles, adaptables, toleran, renuncian con más facilidad a sus deseos y preferencias, con tal de obtener lo que más necesitan: un nido social que las acepte, las proteja, las cuide, les permita gestar.

La satisfacción de nuestros respectivos anhelos inconscientes demanda un trabajo y por eso ambos sexos vivimos para trabajar y trabajamos para vivir porque nuestro instinto de conservación individual así nos orienta para que la especie sobreviva.

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jueves, 28 de julio de 2011

Timidez post traumática

La pobreza puede ofrecer un refugio para quienes huyen traumáticamente del éxito, el protagonismo, el estrés, los compromisos.

Alguna vez creímos ser especialmente amados, considerados, excepcionales para alguien. Por ejemplo, supusimos que nuestra madre nos quería más que a nadie, que la maestra quedaba fascinada con nuestras respuestas, que la compañera de trabajo no era simpática con todos sino que nos deseaba con pasión y mal disimulada vergüenza.

Estas creencias nos permitían poco menos que sacar del planeta a nuestro ego, volar por las galaxias y volver para retomar la mediocre rutina terrenal.

El aterrizaje se convertía en catástrofe cuando nos enteramos de la peor manera (después que todo el mundo ya lo sabía) de que fuimos un hijo más, que fuimos un alumno más y que fuimos un compañero de trabajo más. ¡Uno del montón! El rey convertido en vasallo en cuestión de minutos.

La ferocidad traumática de este desencanto pudo marcarnos con una enseñanza equivocada que no querríamos volver a repetir.

Tan solo menciono —porque viene al caso—, que nuestro cerebro opera con metonimias (1), esto es, que generaliza, que confunde al todo con la parte. Este es un «defecto de fábrica» que padecemos. Por su causa es que un accidente se convierte en traumático pues al cerebro se le ocurre concluir que siempre nos pasará lo mismo... que «si nos quemamos con leche, debemos huir de las vacas».

Pues bien, aquellos niños que alguna vez soñaron —como cualquier niño—, con maravillosas historias en las que él era protagonista, héroe, exitoso, único, exclusivo, ejemplar, modelo y luego sufrió una revelación traumática, pudo quedar predispuestos a nunca más postularse como protagonista, exitoso, ejemplar, sino que se refugió en la mediocridad, la escasa diferenciación de las mayorías, el mínimo compromiso de quienes no tienen nada que perder.

(1) Las opiniones universales son imaginarias

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miércoles, 27 de julio de 2011

El beneficio secundario de algunos fenómenos penosos

La muerte y otras pérdidas, son indirectos generadores de vida y ganancias.

La muerte, a pesar de la antipatía que genera porque nos provoca sentimientos dolorosos, es la que nos permite seguir vivos, entre otros motivos porque el planeta es como un frasco hermético que navega en el cosmos, con un volumen fijo que oficia de límite para nuestra expansión.

Sin embargo, si estamos de acuerdo en que la Tierra tiene el mismo volumen que hace millones de años (acrecentado mínimamente por los meteoritos que traspasan la atmósfera y quedan incorporados al volumen total), entonces no podemos decir que más personas implicaría más volumen terráqueo.

Lo que sí ocurre es que el aumento de cualquier población, lo que hace es transformar material inerte (minerales, agua) en materia viva.

Cuando comemos una hortaliza, transformamos en moléculas humanas las moléculas vegetales que anteriormente habían transformado en células vivas los minerales inertes que extrajo de la tierra donde estaba plantada.

En suma 1: un aumento de seres vivos no expande el planeta sino que solamente le cambia su composición.

Pero no solo la muerte favorece la vida y no es precisamente la generación de espacio provocada por la muerte la que estimula el fenómeno vida.

Las empresas de demolición se dedican a destruir edificios (¿matar?) para generar nuevas construcciones que dan ocupación de mano de obra y nuevas locaciones para alojar mayores poblaciones.

Los antisociales vandálicos que destrozan bienes públicos, también generan mano de obra para su reparación.

Los ladrones obligan a sus víctimas a trabajar más para reponer lo que perdieron.

La lucha contra la inseguridad ciudadana (guardias, cerrajería, seguros, alarmas) estimula una serie de actividades que aumentan el Producto Bruto Interno (PBI) de un país.

En suma 2: Muchos fenómenos tan antipáticos como la muerte estimulan indirectamente a la simpática vida.

Artículos vinculados:

Los préstamos por temor al robo

La homosexualidad carcelaria

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martes, 26 de julio de 2011

Los gustos costosos

Los gustos personales son parte de nuestra naturaleza (estatura, color de piel, talento) pero socialmente parecen insignificantes, que casi no nos influyen, que podemos postergarlos y hasta anularlos tan solo intentarlo.

Los grupos humanos nos organizamos para lograr la mejor calidad de vida, con el menor esfuerzo posible (1) y durante toda la vida.

Si imaginamos un agrupamiento de mil personas, suponemos que no habría motivos para que unos tengan mejor calidad de vida que otros.

Esto no es tan así por varios motivos que están vinculados al tema central de este blog: la pobreza patológica, es decir, aquella escasez de recursos materiales que el sujeto rechaza pero que su esfuerzo por evitarla es infructuoso durante largo tiempo (años e inclusive durante toda su existencia).

Cada uno de esos imaginarios mil habitantes tiene gustos parecidos pero no iguales. Lo mismo ocurre con su ambición, talento, habilidad, resistencia al cansancio, simpatía, belleza física.

Aunque estamos tentados a pensar que los gustos no deberían ser tan imperativos como para no ser dominables, lo cierto es que podemos frustrarnos por un tiempo de poseer un televisor, de usar ropa elegante, de comer rica comida, pero esa abstinencia no parará de molestarnos hasta que podamos saciarla.

Pues bien, si nacemos con gustos que en nuestra ciudad son muy costosos, tendremos que dedicar más horas o días de trabajo para poder satisfacerlos. Quienes tienen gustos casualmente más económicos, podrán trabajar menos para complacerlos y dedicar ese tiempo a realizar tareas que le generen utilidades, ganancias, ingresos.

Teniendo en cuenta que el fenómeno duplica el impacto sobre los resultados económicos (porque gasta más y gana menos), los gustos pueden ser una buena causa de la pobreza patológica, escasamente visible porque prejuiciosamente pensamos que los gustos no tienen importancia, que son fácilmente gobernables, que son insignificantes.

(1) Sobre la indolencia universal

La solidaridad perversa

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lunes, 25 de julio de 2011

Los relojes valiosos

El aparato psíquico suele compararse con un mecanismo de relojería por varias semejanzas. Una es que se valoriza cuando coincide con la realidad.

Podemos utilizar algunos ejemplos para entender cómo funciona nuestro pensamiento.

En otro artículo (1) lo comparé con un mecanismo de relojería porque todos tenemos una idea de cómo es por dentro ese ingenioso aparato que mide el tiempo y es capaz de igualar sus resultados (informar la hora) a los de otros semejantes por simple sincronía, sin estar conectados físicamente con ellos.

Esto de poner en imágenes (imaginar) nos permite suponer por ejemplo que nacemos con muy pocos engranajes aunque con la estructura (lugar, espacio) suficiente para que otras rueditas, resortes y palancas puedan incorporarse paulatinamente.

El proceso educativo, formativo, culturizador que recibimos desde muy corta edad, tiene semejanzas con el trabajo de un artesano capaz de construir piezas para reparar cualquier máquina, mueble, joya.

Nuestros padres, familiares y maestros son esos artesanos, quienes día tras día generan las condiciones para que aprendamos a controlar los esfínteres, a comer con cubiertos, a no interrumpir la conversación de otros.

Sin saberlo, sin poder verlo, por puro ensayo y error, esos educadores tratan de inducirnos sus enseñanzas procurando que se conviertan en nuevos engranajes que se acomoden a la estructura ya existente.

Cada incorporación de nuevas enseñanzas, hábitos, criterios, sólo podrá instalarse si supera la prueba de coherencia que impone la naturaleza en cada uno de nosotros. Ninguna pieza nueva podrá entorpecer el funcionamiento del reloj ... aunque sí podrá dejarlo con un funcionamiento poco sincronizado con los otros «relojes».

En suma: las dificultades de convivencia se parecen a un reloj que no da la hora igual que los demás. Si atrasa o adelanta estará dando respuestas equivocadas, seguramente no será apreciado, si consigue trabajo, ganará un salario bajo.

(1) El delicado aparato psíquico

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domingo, 24 de julio de 2011

Las verdades personales

El conjunto de las verdades incuestionables que defendemos, sólo está ahí para aliviarnos de la molesta incertidumbre.

El cerebro se irrita ante la presencia de la duda.

Él nos pide certezas a cualquier precio, de cualquier calidad. Con tal que sean verosímiles (creíbles) alcanza.

Esto mismo también podría decirse así: una idea, creencia o suposición necesita ocultar, neutralizar, desactivar los efectos nocivos de la incertidumbre, duda, perplejidad.

Si nuestras preferencias están clasificadas con este orden de importancia, es probable que nuestra evaluación de la «veracidad de las verdades» sea mucho más antojadiza, utilitaria e irracional de lo que pensamos.

Un conocimiento (idea, creencia, supuesto) es aceptable si nos concede el placer de aliviarnos los efectos indeseables de la duda.

Cuando encontramos las mejores ideas, ideologías, religiones, no queremos abandonarlas porque estamos seguros de que ellas son las mejores pues nos aportan la mejor calidad de vida.

Poseemos una creencia sobre nuestras creencias que notoriamente está equivocada pero, como corresponde, la damos por buena, válida y correcta pues nos concede la anhelada sensación de seguridad que buscamos.

Esta idea buena y equivocada es la que nos hace pensar que el conjunto de creencias que poseemos, defendemos y difundimos, fueron adquiridas por ser las verdaderas.

Suponemos que tuvimos un momento en el cual nos dedicamos a investigar con gran rigor científico y llegamos a estas conclusiones que hoy conforman nuestra filosofía de vida y si no son discutibles es porque ya le hicimos todos los controles de calidad necesarios.

Nuestro discurso es: «pienso lo que pienso porque investigué, razoné y comprobé personalmente la veracidad de mis convicciones».

Todos sabemos que ese período de meditación profunda nunca existió.

Si aceptamos que nuestras creencias están ahí porque simplemente nos alivian de la incertidumbre, podríamos disfrutarlas sin tener que agredir a quienes utilizan otras diferentes.

Artículos vinculados:

La idea fija es como un faro

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sábado, 23 de julio de 2011

La idea fija es como un faro

«Siempre que llovió, paró» y «Hasta los peores problemas finalmente se resuelven» son ideas fijas que permiten conservar el equilibrio emocional más perturbado por exceso de incertidumbre.

La humanidad ha tenido épocas en las que las guerras han sido casi continuas, en las que murieron millones de personas.

El arte de la guerra y el militarismo son temas de moda durante esos períodos.

Los grandes protagonistas son los generales, los ministros de defensa, los medios de prensa.

Los generales tienen que enfrentarse a nada menos que tres enemigos.

1) Al que se imaginan y para el que se preparan como si fuera real;

2) Al que realmente es y para el que tendrán que adaptarse cuando lo tengan enfrente;

3) A los colaboradores inmediatos que no comparten sus puntos de vista.

Todo esto sucede de forma muy parecida en tiempos de crisis económica cuando grandes riquezas cambian de mano y a veces también de país.

Los gerentes de marketing pasan a ser los personajes más importantes. Su rol se parece al de los generales y los tres enemigos a los que tienen que enfrentarse también tienen similares características (el imaginario, el real y los colaboradores desconformes).

El estado de ánimo colectivo de la guerra y de la crisis es el mismo: la incertidumbre.

Los generales militares y gerentes de marketing tienen que mentir, disimular, delirar: «todo está bajo control», «¡ganaremos!», «organicen los festejos del triunfo».

Para no caer en crisis de angustia, pánico o psicosis, estos profesionales recurren sin darse cuenta a ciertas estrategias compensatorias de apoyo y reorientación.

Así como los equilibristas usan una barra o una sombrilla o abren los brazos para contrapesarse, estos comandantes tienen una idea fija: «todo al final se resuelve de alguna manera »... lo cual es verdadero, real, empíricamente demostrado.

Nota: La imagen muestra al norteamericano Steve Job (1955 - ) en una de sus populares presentaciones promotoras de su empresa Apple Inc. y la marca Mac.

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viernes, 22 de julio de 2011

Pobres con pene grande


Los países donde el pene promedio supera los 17 cms. de largo son menos prósperos económicamente que donde el promedio es inferior a 14 cms.

Según la «ley de las compensaciones», los humanos menos favorecidos por la suerte y por la naturaleza tienen algo especial con lo que pueden disimular su carencia y complementar sus dones como para competir con los mejor dotados.

Es conocido el refrán «La suerte de la fea, la bonita la desea», con el cual tenemos resumida casi toda la «ley de las compensaciones»: la fea tiene atractivos (quizá poco visibles) que son deseados por la bonita.

Por pura casualidad hace poco publiqué un artículo (1) en el que decía que los varones tratamos de enriquecer para exhibir un gran patrimonio cuando consideramos que el tamaño del pene que nos fuera asignado no es de los más grandes.

Es sabido por cualquier adulto que los varones nos sentimos bien cuando estamos dotados de un pene de 17 cms. de largo y que nos sentimos mal con un pene de 10 cms.

Lo que realmente le importa al 99% de las mujeres es que esa cánula de carne logre inyectarle un buen semen que le geste hijos sanos y hermosos. El largo y calibre de ese accesorio biológico no les importa tanto como que su poseedor y responsable la trate como si fuera una princesa, que se comporte como un buen padre y no se vaya tras la primer seductora que le insinúe interés.

Según algunas investigaciones (2), los países donde los varones tienen un pene largo (17 cms.) padecen más pobreza que donde el promedio es inferior (13 cms.).

Quizá los varones peor dotados somos laboriosos, proveedores, ahorrativos y más prósperos que los varones que dan por cumplido su compromiso social desplegando sus atributos anatómicos.

(1) La billetera de piel de prepucio

(2) Nota del diario La Razón.es titulada «Diseñan el primer mapa mundi según el tamaño de los penes»

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jueves, 21 de julio de 2011

El privilegio de trabajar demasiado

Quienes disponen de mucho poder (dinero, influencias, liderazgo) disfrutan asumiendo responsabilidades en vez de ser simples avaros, autoritarios, egocéntricos.

El Estado de responsabilidad patrimonial es un documento de uso contable donde figuran todos los bienes y deudas que tiene su titular. En otras palabras: es una lista de lo que posee y de lo que debe.

Algo que siempre me llamó la atención es el esfuerzo sobrehumano que hacen algunos políticos para llegar al poder.

Muchos ciudadanos opinan que esa conducta sólo puede explicarse asumiendo que los exitosos conseguirán mucho dinero y privilegios.

No creo esa explicación. Acepto que pueden existir casos que encuadren en ella, pero me inclino a pensar que hay otro estímulo que la mayoría no logramos ni imaginar.

Y agrego algo más: la mayoría no entendemos por qué esas personas se esfuerzan tanto por la misma razón que los pobres somos una mayoría.

Cuando nos referimos al conjunto de bienes que tiene una persona, la mayoría piensa en el conjunto de privilegios, riquezas y placeres que tiene el rico, sin embargo la propia denominación del documento contable nos está alertando sobre la responsabilidad (obligaciones) que tiene el dueño sobres su patrimonio.

Eso que no logramos comprender de los políticos abnegados que aplican tanta energía a postularse y luego, si son electos, a soportar las presiones, los periodistas, las preocupaciones, es lo que hace la diferencia mental entre ricos y pobres.

Por algún motivo difícil de conocer, existen personas que desean hacerse cargo de muchas responsabilidades (liderazgos, riqueza, familias numerosas) mientras que una mayoría preferimos mantenernos al margen, eludiendo las tareas colectivas, criticando a los que hacen, proponen y luchan, oponiéndonos a las innovaciones para hacer creer (y auto engañarnos) de que si no hacemos más es porque no están dadas las condiciones mínimas imprescindibles.

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miércoles, 20 de julio de 2011

Si las mujeres nos dejan entrar ...

El concepto de “propiedad privada” está erizado de pequeños detalles cuyo análisis podría conducirnos a la conclusión de que la mujer es la dueña de todo.

En mi afán de recordar algunos conceptos vinculados a la pobreza patológica, decía en otro artículo (1) que biológicamente el hombre pertenece a la mujer, mientras que culturalmente se acostumbra decir de la mujer casada, María Pérez de González, siendo González el apellido del esposo, o con mayor énfasis aún, la señorita María Pérez, al casarse con el señor González, pasa a llamarse María González.

En el régimen esclavista, el amo estaba encargado de alimentar a su esclavo. En nuestros hogares, el amo está encargado de alimentar a sus mascotas. Metafóricamente, la tierra alimenta a los seres vivos con su oxígeno, agua, proteínas y minerales, sin embargo, acá encontramos un apartamiento de la lógica: el ser humano se siente dueño del planeta que lo alimenta.

Dicho de otra forma, si continuara la lógica referida a la relación amo-esclavo y a la relación amo-mascota, podríamos pensar que el hombre es esclavo (o mascota) de la tierra porque esta lo alimenta.

Pero ya sabemos que esta idea de la propiedad es una manifestación propia de los animales que nos apoderamos de algún territorio, que marcamos con una secreción glandular, con excrementos, con muros y exhibiendo inhóspita agresividad ante los intrusos.

En el referido artículo (1) les decía que la mujer es biológicamente «la ama» del varón porque toma de él (ordeña, cosecha) su simiente para fecundar hijos y ahora agrego que ella culturalmente no suele ser la propietaria de los bienes (patrimonio) aunque se deduce, bajo el punto de vista que estoy comentando, que si bien ella no es «la ama» de esos bienes, al ser «la ama» del varón, indirectamente es «la ama» de todo.

(1) El amo a quien amo

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martes, 19 de julio de 2011

La pobreza proporcional a la población

Objetivamente podemos suponer que la población está limitada por el tamaño del planeta y también podemos inferir que a medida que nos aproximamos al máximo empobreceremos progresivamente.

En otro artículo (1) les comentaba que el aumento de la población mundial es la causa principal (según creo, opino, me parece) de que nuestra vida sea mucho más compleja de lo que idealmente podemos suponer (imaginar).

En ese artículo les decía que alguien puede vivir dentro de una parcela de terreno durante décadas, aislado del resto de la humanidad, sin que su individualismo (aislamiento, narcisismo, soledad) sea objeto de crítica, pero con casi 7.000 millones de habitantes nuestra especie no puede desaprovechar tan irresponsablemente los recursos materiales de que disponemos dentro del planeta.

En muchos lugares del mundo los humanos vivimos sobre embarcaciones, sobre nieve, sobre rocas o en terrenos planos pero dentro de edificios de gran altura que pueden albergar a miles de personas aunque están construidos sobre superficies en las cuales, con criterio individualista, sólo podrían vivir diez o doce personas.

El vocablo «proxémica» fue creado hace relativamente poco tiempo (1963) para designar los diferentes estándares de espacio interpersonal utilizados por las diferentes culturas.

En otras palabras, un cónyuge, un amigo, un vecino, un proveedor o alguien que da una conferencia, son ubicados preferentemente a diferente distancia (tocándonos, tocables si estiramos el brazo, etc.).

Cuando las circunstancias transgreden estos estándares propios de cada cultura (hacinamiento, amontonamiento, aglomeración), reaccionamos con agresividad tratando de restablecer la distancia propia de nuestros criterios proxémicos.

En suma: el planeta tiene un tamaño limitado, por lo tanto nuestra población está acotada, no podemos crecer ilimitadamente. Mientras nos acercamos al límite el empobrecimiento es un fenómeno inevitable y progresivo, pues más personas tenemos que repartirnos los mismos bienes (superficie, proteínas, minerales, agua, abrigo).

(1) Capitalismo, población e individualismo

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lunes, 18 de julio de 2011

Capitalismo, población e individualismo

Nuestra vida es compleja porque la vida sencilla es tan individualista que la población mundial no podría estar creciendo como lo hace.

Si le digo que tres menos dos es igual a uno, eso lo entendemos todos.

Si le digo que mil menos novecientos noventa y nueve es igual a uno, eso también lo entendemos todos.

Por lo tanto podemos llegar al mismo resultado de muchas maneras.

Los comerciantes, los profesionales del marketing, los banqueros, los ambiciosos y cualquiera que destina parte de su inteligencia a ganar dinero, buscan cómo hacerlo de la mejor manera, gastando la menor cantidad de esfuerzo posible (1), aplicando ingenio, creatividad, originalidad.

Si como mencionaba más arriba existen por lo menos dos maneras de llegar al mismo resultado, estamos en condiciones de preguntarnos si una de ellas no será mejor que la otra.

En muchos casos, da lo mismo llegar a ese resultado utilizando número pequeños (3-2=1) que números grandes (1000-999=1), pero si esto lo aplicamos a algunos casos concretos, observaremos que efectivamente algunas formas de llegar son más útiles que las otras.

Quizá siempre fue difícil vivir, pero hablemos de lo que ocurre hoy.

Básicamente, vivir es tan sencillo como: levantarse, lavarse la cara, desayunar, sacar algunas papas de la huerta, regar las plantas, traer los huevos que pusieron las gallinas, hacer una comida, etc.

Este tipo de vida se parece a la resta 3-2=1.

Dado que muchas personas necesitan complicar nuestra existencia para que participemos del mercado de consumo capitalista y así poder vendernos lo que ellos producen (licuadoras, viajes por el Mar Caribe, cursos de arte floral), nos inducen publicitariamente para que terminemos viviendo igual que antes, pero de forma mucho más complicada, en cuyo caso nuestra vida podrá representarse numéricamente con la igualación de números grandes: 1000—999=1.

(1) Sobre la indolencia universal

La solidaridad perversa

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domingo, 17 de julio de 2011

Si no resisto la realidad, la invento

Cuando la realidad se torna intolerable para una psiquis escasamente disciplinada por la moral, el ser humano recurre a fantasías, creencias y en casos extremos, al delirio.

«Que Dios te lo pague» suele ser el saludo de agradecimiento de quien no se ve obligado a pagar por lo que recibió.

Es de suponer que nadie toma esas palabras al pie de la letra y sin embargo no tenemos la total certeza.

Efectivamente, en el fondo del corazón de muchas personas anida la fantasía con rango de verdad de que mantienen una cuenta corriente con Dios.

En comercio existe un documento de pago que se llama «letra de cambio». Se utiliza cuando tres personas están vinculadas económicamente.

Imaginemos que Dios es una de esas personas, que el Papa es otra y que usted es el tercero.

Imaginemos también que Dios le debe al Papa por todo lo que este hace para que los humanos crean en Él. Por otro lado usted le entrega al Papa un bello mantel bordado con bellas imágenes religiosas que cuesta mil dólares.

El Papa podría entregarle a usted una «letra de cambio» donde diga: Dios, págale al portador de esta «letra de cambio» la cantidad de mil dólares.

La transacción culminará cuando usted se presente ante Dios, le entregue el referido documento de pago y Dios, con total naturalidad, extrayendo de una nube diez billetes de cien dólares, se los entrega y guarda la letra de cambio porque San Pedro contabilizará que la deuda por concepto de publicidad que el cielo tiene con el Vaticano, fue amortizada en mil dólares.

Esta descripción, que puede parecer hereje o irrespetuosa, no tiene esa intención sino más bien poner de relieve la interpretación imaginaria, fantástica o irreal que algunos hacen de las deudas y el dinero.

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sábado, 16 de julio de 2011

Trabajar es morir un poco

En nuestro inconsciente pueden estar asociadas las ideas de dar, trabajar, sudar, eyacular y morir, por lo cual están igualmente reprimidas.

Algunos psicoanalistas especialmente preocupados por la represión de la sexualidad que padecemos en casi todas las culturas, suponen que la verdadera represión no es directamente de la actividad sexual sino de la muerte.

Los franceses denominan al orgasmo petit mort (pequeña muerte) y efectivamente, las sensaciones voluptuosas con que culminan una relación sexual o la masturbación pueden sugerir la fantasía de que morir sea eso.

Un dato fundamental es que realmente no sabemos qué es morir porque este fenómeno, cuando realmente ocurre, es irreversible y nadie que lo haya padecido queda en condiciones de testificar sobre cómo acontece.

Por lo tanto, a falta de un conocimiento confiable («Yo estuve muerto, pero milagrosamente reviví y paso a develarles el misterio. Al principio, cuando dejé de respirar ....»), nos inventamos una respuesta, una fantasía, una ficción.

Ya que es algo que nadie podrá verificar, le agregamos todos los condimentos necesarios para disfrutar de la muerte imaginaria. Entonces, la expresión de los franceses es tan convincente como las historias de Dumbo que vuela usando sus orejas como alas.

Pero la verdad a la hora de necesitar una respuesta es un chicle, una plasticina, una arcilla que moldeamos a nuestro antojo y sin más continuamos nuestros pensamientos y llegamos a la conclusión de que la represión no es en realidad de la sexualidad sino de la muerte que imaginamos como idéntica a un orgasmo.

Si aceptamos que la represión sexual es por miedo a la muerte que nos recuerda el orgasmo, podemos decir que eyacular, entregar, pagar, dar, trabajar, sudar, son todos actos de entrega que pueden ser inconscientemente atemorizantes (y por lo tanto reprimidos) en tanto se asocien con la muerte.

Artículo vinculado:

Loción infalible contra las molestias

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viernes, 15 de julio de 2011

El amor obligatorio

Los ricos padecen la duda si son queridos por lo que son o por lo que tienen y los pobres no saben si sus colaboradores lo son sinceramente o cediendo a la presión de los moralistas que repudian públicamente cualquier simpatía hacia los ricos.

Para vivir necesitamos dinero pero no a costa de perder algo tan importante como es el reconocimiento, el amor y la solidaridad.

Esta afirmación cobra sentido si les comento una de las estrategias utilizadas para poder acceder a este recurso vital (el amor).

Es por todos conocido el concepto de lucha de clases. Efectivamente los pobres y los ricos no siempre conviven pacíficamente y tiene razón el marxismo cuando afirma que esto será así mientras el reparto de los bienes del planeta siga siendo tan desigual.

Esta lucha despierta adherentes hacia una y otra clase social. El fenómeno tiene semejanzas con las hinchadas deportivas.

Pero surge una complicación: la predilección por uno y otro «equipo» no es tan libre como parece ser en el fútbol pues hace siglos han surgido corrientes de pensamiento muy volcadas hacia la valoración moral de una y otra opción que instalaron la creencia de que aplaudir a los pobres está bien y aplaudir a los ricos está mal.

Este aparente privilegio que tienen los pobres, no es más que un nuevo elemento para seguir padeciendo el infortunio que los identifica (la pobreza) porque ya no saben si quienes los acompañan lo hacen sinceramente o porque los moralistas han presionado para instalar el monopolio según el cual amar a los pobres está bien y amar a los ricos está mal.

La pobreza no solo padece la escasez que los caracteriza sino que no puede saber si sus aliados lo son realmente o sólo ceden a la presión propagandística de los moralistas.

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jueves, 14 de julio de 2011

La sexualidad en los temas de dinero

Todos hablamos de temas sexuales y sabemos hasta dónde llevar la conversación, pero es más difícil hablar de dinero porque sentimos que es un tema sexual que no podemos controlar.

El recato ante los temas sexuales es propio de nuestras culturas diseñadas fundamentalmente por los criterios morales judeo-cristianos, según los cuales la sexualidad cuenta con enormes posibilidades de ser la causa de cometer pecados que el amenazante infierno se encargará de cocinar a fuego lento durante milenios.

La vergüenza (cortedad, timidez, retraimiento) forma parte de ese recato (cautela, mesura, moderación).

El pudor (decoro, castidad, modestia) es un concepto muy próximo a los mencionados anteriormente para referirme a cómo reaccionamos los humanos ante nuestra sexualidad luego de haber sido neurotizados (desvirtuados, distorsionados, desviados) por la cultura represora de matriz religiosa.

Es probable que seamos tan inhibidos porque necesitamos diferenciarnos del resto de los animales. Todos lo somos pero adquirimos comportamientos artificiales para disimular algún parecido que nos degrade.

De modo similar, en los humanos ocurre algo que podríamos denominar exageración, pero que es más exacto denominar formación reactiva, esto es, hacer exactamente lo contrario a lo que más desearíamos.

En otras palabras, como deseamos disfrutar la actividad sexual más veces, durante más tiempo, con muchas personas, entonces nos disfrazamos de castos, frígidos, moralistas.

Todas estas características hacen que no actuemos con naturalidad, que tengamos que ocultar nuestras verdaderas intenciones.

He comentado en otros artículos (1) que el dinero puede ser una metáfora o un símbolo de los espermatozoides; también comenté (2) que una billetera puede sustituir imaginariamente a un pene muy grande, grueso y potente.

Por lo tanto, es posible decir ahora que la dificultad en tratar asuntos de dinero (en la familia, en los negocios, con amigos) puede obedecer a que tememos estar exhibiendo nuestras verdaderos, pecaminosos, inconfesables intereses sexuales.

(1) La locura reproductiva

(2) La billetera de piel de prepucio

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miércoles, 13 de julio de 2011

La billetera de piel de prepucio

Los varones nos valoramos físicamente con un criterio muy diferente al que usan las mujeres.

Todos conocemos perritos que luego de ciertos premios y castigos, quedan adiestrados para alcanzar las pantuflas, excretar sus residuos fecales y urinarios fuera de la casa del amo y abstenerse de ladrar ante la mínima sensación olfativa o auditiva.

Sin embargo, lo que hacen mejor es jugar y nos alientan para que lancemos algún objeto que él irá a buscar, respondiendo a algún impulso que heredó de su tatarabuelo lobo.

Como he mencionado en otros artículos (1), entre los humanos, cuyas hembras tienen un período de celo que comienza con la primera menstruación y finaliza con la menopausia, ellas intuyen con qué varones se combinan mejor sus propios genes para tener hijos maravillosos.

A estos hombres ellas los ven hermosos y al resto apenas nos saludan.

El (o los) varón seleccionado fecundará a esta mujer y ella, muy feliz, se dedicará a cuidarlo, reservándose a ese varón para seguir teniendo hijos y para que la ayude económicamente.

El varón orgulloso de haber sido seleccionado como semental, tiene además otros intereses que refieren al resto de los masculinos. Me refiero a las dimensiones del pene.

Excepto en los ducheros de los centros deportivos, esta inspección suele no realizarse, pero luego el rumor se esparce: «Fulano la tiene así [separando ambas manos para indicar la longitud]».

Muy pocos poseen esas dimensiones sobrenaturales. Para compensarlo, algunos procuran tener riqueza patrimonial para poder exhibir una billetera (de cuero fino, como el prepucio), llena de billetes y tarjetas de crédito (para aumentar el grosor), un vehículo potente (4x4, alto, de gran cilindrada) o una moto que ubicarán entre sus piernas jactanciosamente.

Estos dones son interesantes exclusivamente para los varones porque ellas sólo quieren un buen semen.

(1) Ellas tienen motivos para llorar ... y celar

«A éste lo quiero para mí»

«Soy celosa con quien estoy en celo»

«La suerte de la fea...»

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martes, 12 de julio de 2011

El miedo temible

El miedo es sano, virtuoso, imprescindible, pero somos ciudadanos más sumisos si nos avergonzamos de él. Cualquier tonto nos gobierna si nos trata de cobardes.

Quien nos salve la vida (un bombero nos rescata de un incendio, un cirujano extirpa un tumor mortífero, una anciana nos mueve del lugar donde un segundo después cae imprevisiblemente un piano) se constituye necesariamente es un héroe para nosotros, quizá generamos ante él una gratitud infinita, lo amaremos.

El instinto de conservación es nuestro héroe que se merece todo nuestra gratitud y amor, pero pasa tan desapercibido que ya ni lo tenemos en cuenta.

En la hipótesis de que somos una unidad indivisible, que no es real la dualidad cartesiana mente-cuerpo, es posible suponer que el instinto de conservación forma parte de las miles de funciones orgánicas que permiten nuestra supervivencia.

Identificamos con gran claridad el miedo. Esa sensación que nos hace tomar precauciones, evitar riesgos, tomar distancia de algunas situaciones, buscar protección.

Nuestro héroe de bajo perfil (el instinto de conservación) se comunica con nosotros, nos hace tomar decisiones, infundiéndonos temor, miedo, susto, pánico, desesperación, terror.

La cultura hace algo bastante perverso con nuestro instinto de conservación aprovechándose quizá de su falta de (merecida) soberbia: se burla del miedo, inventó el adjetivo «cobarde» para descalificar a quien obedece al miedo (en defensa propia), aplaude, admira y elogia a quienes cometen actos de locura temeraria, crédulos en su inmortalidad y omnipotencia, irresponsables de su autoconservación.

De todos modos está bastante difundida la idea de que valiente es quien sabe controlar su miedo mientras que no es valiente aquel que simplemente lo ignora por necedad.

En suma: En el afán de convertirnos en súbditos gobernables con poco esfuerzo, fuimos adiestrados para sufrir cuando somos criticados por dejar ver a nuestro verdadero salvador: el miedo.

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lunes, 11 de julio de 2011

El subdesarrollo feliz

Los niños tienen todo para ser felices pero estratégicamente es un error alegrarles tanto la existencia que luego no quieran abandonar la etapa infantil.

Es una deducción confiable afirmar que nada imperfecto puede realizar algo perfecto.

Otro razonamiento es aún más amplio y abarcativo: «No se puede sacar de donde no hay».

Por lo tanto, si los humanos somos imperfectos, nunca podremos hacer algo perfecto... y para terminar: quienes se creen perfectos, no solamente están ligeramente equivocados sino que sus esfuerzos para perfeccionarse están condenados al fracaso.

Sin embargo, como yo soy imperfecto, esto que acabo de decir también incluye por lo menos un error: los perfeccionistas están condenados al fracaso aunque obtienen logros más valiosos que aquellos cuya filosofía de vida es tan indolente que convierten en más imperfectas las imperfecciones que realizan.

Como «lo perfecto es enemigo de lo bueno», podríamos concluir que los que aspiran a la perfección, nunca la alcanzarán pero como ciudadanos, trabajadores o compañeros de especie suelen hacer mejores aportes que los que se proponen metas especialmente mediocres las que luego quizá tampoco alcancen.

Tan interesante es la envidia, que he creado un blog sólo para ella. (1)

Siempre nos decimos mutuamente que este sentimiento es negativo, sin embargo, como todo lo nuestro es imperfecto, tenemos que concluir que algo bueno puede tener.

Efectivamente, a los niños y adolescentes les conviene envidiar a los adultos porque este malicioso impulso los alentará a llegar a la edad productiva, reproductiva y responsable.

Además, si un niño es feliz pero quiere abandonar cuanto antes su infancia, llegará a ser un adulto que recuerde con placer aquella edad pero sin ganas de repetirla.

En suma: Lo mejor que puede pasarle a una persona es que siempre lo hayan tratado bien aunque evitándole cualquier estímulo a conservarse subdesarrollado.

(1) La envidia


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domingo, 10 de julio de 2011

La solidaridad perversa

La miseria humana es disfrutada por quienes la aprovechan para reforzar su bienestar comparándose con ella.

Cuando sentimos lástima hacia un semejante tenemos la impresión de que somos generosos, humanitarios, dadivosos.

Abundan las imágenes fotográficas o fílmicas en las que se ven adultos, pero sobre todo niños, totalmente sucios, desnutridos, descalzos, desabrigados.

La crudeza de las imágenes es lacerante.

Aunque esas notas gráficas provocan tanto malestar, igualmente son buscadas, nuestra vista se detiene en ellas, hasta parecen provocarnos un efecto de fascinación, hipnosis, magnetismo.

Esta reacción tan adversa a nuestra natural tendencia al goce, al hedonismo, a realizar el menor esfuerzo, nos obliga a dudar de la hipótesis del primer párrafo (somos humanitarios, generosos, capaces de amar a otros).

Varias veces he comentado con ustedes que nuestra percepción se logra por contraste (teoría de la Gestalt) (1) y que lo blanco se ve mejor sobre lo negro.

También es frecuente que sintamos la necesidad de confirmar de alguna manera que existimos, que estamos vivos, que otros reconocen nuestra presencia.

Por lo tanto no es un grave error suponer que esa fascinación que nos provocan imágenes objetivamente horrorosas de semejantes que viven con hambre, enfermedades y en condiciones infrahumanas, no es que nos provoquen malestar sino que nos gustan, las disfrutamos, nos producen deleite.

Al mirar un niño africano hambriento nos enorgullece comprobar que nuestro hijo come diariamente. Nuestro plato de comida queda mejor condimentado si al comerlo sentimos vergüenza, responsabilidad y culpa pensando en cuántos millones en el mundo no lo tienen. Este vaso de agua potable que tengo para beber es el mejor de los vinos comparado con la miseria en la que otros viven.

Evocar las miserias humanas no es por solidaridad, para ayudarlos o donarles algo, sino por flagrante desprecio, sadismo, hipocresía... que jamás podremos reconocer.

(1) Lo opuesto a la izquierda es el capitalismo

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sábado, 9 de julio de 2011

Lotería con millones de bolillas y miles de premios

Todo es azar: la salud, las oportunidades, la dotación genética, la habilidad y perseverancia para ganar dinero, elegir las mejores ideas.

Muchas personas creen la sentencia casi bíblica según la cual «somos lo que comemos».

En este tema soy agnóstico: Ni lo acepto ni lo niego. Más simplemente: no sé.

Sin embargo soy casi religioso de otra sentencia casi bíblica según la cual «somos lo que pensamos».

Aunque más exactamente, nuestro pensamiento es el resultado de un estado general de nuestro cuerpo influido por los factores ambientales.

Por ejemplo, si la noche anterior hemos bebido en exceso, quizá amanezcamos con dolor de cabeza y nuestro imparable cerebro difícilmente segregue ideas luminosas, alegres, optimistas. Es casi seguro que evoquemos ideas tan incómodas como para que estén en armonía con el dolor de cabeza.

El azar forma parte de nuestra vida porque somos parte de la naturaleza y en esta el azar cumple un rol fundamental.

Por ejemplo: un viento muy fuerte sacude a los árboles, desprendiéndole las semillas que estaban en mayor estado de maduración, estas vuelan y van a dar a un terreno fértil, caen sobre una roca, sobre la azotea de una casa, en el mar.

Algunas semillas ya sabemos que no germinarán porque caen en lugares inadecuados (rocas, mar, techos) y otras quizá sí germinen.

Usted lee estas ideas por azar (como el viento) y las aceptará o no según cómo sea su cerebro y cómo haya amanecido.

También es por azar que su cerebro encontrará o no las mejores opciones para ganar el dinero que necesita para vivir con su familia.

Si casualmente usted acepta la influencia del azar hará mil intentos por progresar, si cree en el destino quizá se resignará sin luchar, si cree en el determinismo no perderá energía sintiéndose culpable inútilmente.

Blog especializado:

Libre albedrío y determinismo

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viernes, 8 de julio de 2011

La supuesta deuda con los padres

En el fenómeno reproductivo, todos ganamos y nadie pierde. Es pura ganancia.

Veamos unos pocos insumos para «cocinar» una hipótesis que podría aportarnos una (entre miles) explicación de por qué algunas personas son pobres aunque todo haría pensar que luchan sinceramente por dejar de serlo.

— Si usamos la palabra «producción» y la comparamos con la palabra «reproducción», podemos suponer que en la segunda sólo estamos aumentando el énfasis de la primera o también podemos pensar en la gestación de nuevos ejemplares de una especie.

— Si pensamos que en una sociedad, cada vez que alguien gana es porque inevitablemente alguien pierde (1) estamos infiriendo que ganar siempre es perjudicial, porque si vendo un auto ganando 1.000, quien me lo compra está perdiendo 1.000.

— Quien crea que así son las cosas, muy probablemente cuando concibe y cría a sus hijos haciéndose cargo de lo que consumen, de las noches sin dormir o de otras infaltables preocupaciones inherentes a tener hijos, terminará pensando que cuando ellos crezcan y puedan ganar dinero, no deberían olvidar que lo que tienen (vida, educación, amor) lo recibieron de otros (los padres) que forzosamente perdieron todo eso que los hijos recibieron.

Con estos ingredientes, podemos terminar creyendo que los hijos adultos están en deuda con sus padres por todo lo que estos «le dieron».

No es nada fácil comenzar la interesante pero compleja empresa de vivir, formarse y tener una familia, con una deuda infinitamente grande... que algún día deberemos pagar.

Lo cierto es que no siempre que alguien gana otro pierde.

Lo que hacemos como padres es satisfacer nuestro deseo ingobernable de reproducirnos, transformando elementos que tomamos de la naturaleza (del planeta) y que nadie pierde.

En el caso de la reproducción, todos ganamos porque la especie se conserva, los padres nos gratificamos y los hijos viven.

(1) Los ricos son campeones

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jueves, 7 de julio de 2011

Un rayo provoca un incendio forestal

Somos «naturaleza» y nuestras acciones u omisiones inevitablemente se rigen por leyes naturales.

Alguien que procure entender la lógica del determinismo, que considera al libre albedrío como una ilusión de la humanidad que algún día será abandonada como lo fue la creencia en que nuestro planeta está en el centro del universo, se preguntará «Entonces, haga lo que haga, ¿nada vale la pena?».

Esta pregunta es desde la postura de quien cree que es libre de hacer lo que le place, que es responsable de sus actos y omisiones, que es culpable o admirable según la valoración social de lo que figure como titular.

Pensemos en algo grande, notorio, trascendente, para que sea más visible.

En un país existe una distribución de la riqueza que genera carencias entre los más pobres, pero que estos igual siguen viviendo, enamorándose, reproduciéndose. Nacieron con esa escasez, saben que tarde o temprano comen, se abrigan, se guarecen de las inclemencias climatéricas.

En ese mismo país, atrincherados detrás de muros inexpugnables, viven unas pocas familias que a veces salen de sus fincas en lujosos automóviles blindados. En su barrio privado tienen lo suficiente para no tener que salir sino excepcionalmente.

Así pasan los años hasta que aparece un joven carismático, inquieto, con capacidad de comunicación y la idea de que ahí algo no está bien.

Estalla una revolución reivindicativa, el barrio privado es tomado por asalto y tiempo después todo vuelve a la normalidad pero con un reparto de la riqueza más equitativo.

Con el libre albedrío decimos que «ganó la revolución», con el determinismo decimos «elementos predisponentes [la injusticia social] encontraron un elemento desencadenante [el líder revolucionario] y se produjo un fenómeno natural. Luego sobrevino la calma en un nuevo escenario».

Análogamente, un rayo provoca un incendio forestal … que ya se apagará.

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miércoles, 6 de julio de 2011

La búsqueda de objetivos y el azar

Llamamos triunfadores a quienes lucharon por algo que termina ocurriendo … por causas naturales.

Una vez aceptado que todos somos diferentes, podemos tratar de formar grupos con quienes comparten algunas características.

Les propongo formar dos grupos:

— Algunas personas piensan, sienten, conciben que un adulto es alguien que se vale por sí mismo y que no solamente tiene que autoabastecerse sino que tiene que hacer el esfuerzo suficiente para ayudar a quienes justificadamente no acceden a esas posibilidades: enfermos, niños, ancianos. Esto describe al modelo capitalista.

— Algunas personas piensan, sienten, conciben que un adulto es alguien que si bien podría valerse por sí mismo, debe integrarse a un colectivo donde todos aporten lo más que puedan a una cuenta anónima porque es de todos. De ese tesoro popular, cada uno tomará estrictamente lo que necesite, sin importar cuánto aportó sino cuanto precisa. Esto describe al modelo socialista.

En los países o en la regiones donde uno habita, suele predominar alguna de estas modalidades de convivencia.

Desde el punto de vista individual, cada uno se sentirá bien, regular o mal, según su mayor o menor sintonía con ese entorno.

Y acá aparece el recurrente tema del libre albedrío versus el determinismo.

Las corrientes sociales, políticas, ideológicas, cambian porque ni las montañas son estrictamente siempre iguales.

A veces nos toca en suerte convivir con la filosofía política, social o económica que más nos gusta (es decir con la que mejor se lleva nuestra actual anátomo-fisiología) y otras veces nos toca vivir en un contexto incómodo.

Si bien no podemos evitar reaccionar, luchar y militar para que se instale nuestro «clima» predilecto, no está confirmado que el cambio logrado tenga por causa ese accionar.

Lo cierto es que algo nuevo siempre ocurre y que el nuevo escenario beneficia a quienes ingenuamente llamamos «triunfadores».

Nota: la imagen corresponde al líder de la Revolución Mexicana Emiliano Zapata (1879-1919).

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martes, 5 de julio de 2011

La pobreza por exceso de productividad

Nuestras fantasías de omnipotencia incluyen tantos deseos destructivos que las reprimimos hasta para competir y producir legalmente.

Para cualquier persona mayor de cinco años está claro que la convivencia es algo difícil, áspero, pleno de alegrías y frustraciones.

Cuando entran en conflicto nuestra agresividad con el instinto de conservación de los demás, ahí tenemos que intervenir para que «las cosas no pasen a mayores».

Puesto que la exactitud no es una de nuestras virtudes y en tanto la medición en asuntos sociales es prácticamente imposible, entonces tratamos de establecer normas de convivencia que sean un poco más represivas que tolerantes.

La historia nos ha convencido de que es mejor que los ciudadanos carezcan de libertad (de movimiento, de expresión, de recursos) a que vivan prácticamente en una anarquía.

Si fuéramos a construir una consigna, esta diría «es preferible que falte libertad a que sobre».

Por esa misma imprecisión en la medición sociológica y ese precavido exceso de represión, es probable que a muchas personas les ocurra lo que describiré a continuación.

Las ideas (pensamientos, sentimientos, intenciones) más íntimas son juzgadas por el mismo que las piensa, como terroríficas, muy peligrosas, de un altísimo poder destructivo.

Esta auto-observación, auto-evaluación y auto-diagnóstico atemorizan alegremente al poseedor de tanta furia.

Digo «alegremente» porque mientras las siente en su corazón, también piensa algo así como «soy omnipotente», «nadie podría conmigo», «soy grandioso».

A esta placentera sensación se agrega una segunda imprescindible: «si no fuera por cómo me contengo, ¡pobre humanidad!».

Y acá llegamos a lo que les quería comentar: no solamente la sociedad nos reprime de más (por las dudas, por prudencia, pecando por exceso), sino que los que se imaginan más trabajadores, competitivos, agresivos, conquistadores, productivos, reprimen con responsable energía esa imaginaria potencia convirtiéndose en pobres patológicos para salvar a la humanidad.

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lunes, 4 de julio de 2011

La cárcel económica autoimpuesta

El endeudamiento excesivo genera una reacción social consistente en perseguir al moroso para cobrarle, cortándole además todo nuevo financiamiento. En los hechos es castigado con una pérdida de libertad económica.

Es muy claro para cualquiera que no podemos gastar más dinero del que ganamos.

¿Por qué entonces a tanta gente inteligente se le acumulan deudas que nunca podrá pagar?

Los humanos pertenecemos a la naturaleza como cualquier otro ser u objeto. Parecería ser que en el universo y más particularmente en nuestro planeta, todo funciona en un constante movimiento armónico que por momentos se desequilibra desencadenando otros movimientos tendientes a recuperar el equilibrio y la armonía.

La salud es un estado de armonía corporal que por momentos también se desequilibra obligándonos mediante el dolor a realizar acciones que procuren recuperar el equilibrio y la armonía (quietud, ayuno, abrigo).

Es posible pensar entonces que el universo, la Tierra y nuestro cuerpo tienen funcionamientos similares porque en ellos existe una armonía que se desequilibra provocando fenómenos que procuran el reequilibrio y la armonía.

A nivel de nuestro cuerpo:

1º) la armonía es percibida como un estado de saciedad, bienestar, paz;
2º) el desequilibrio es percibido por la aparición de sensaciones dolorosas;
3º) estas nos asustan, nos impulsan a buscar soluciones calmantes, es decir que nos reequilibren para recuperar la armonía.

También son propios de nuestra naturaleza:

a) averiguar cuál fue el factor desequilibrante (un esfuerzo, la ingesta de un alimento tóxico, un accidente por descuido);
b) aprender que eso no podemos volver a hacerlo (aprendizaje).

El endeudamiento excesivo restringe la libertad de comprar, provoca limitaciones económicas, empobrece, todo lo cual constituye la mejor solución para quienes creen que sus padecimientos más peligrosos son provocados por la libertad económica de satisfacer sus necesidades y deseos.

Quienes carecen de saciedad o disciplina, necesitan buscar inhibiciones externas.

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domingo, 3 de julio de 2011

Nuestros proveedores ilusionistas

No están penados por la ley algunos engaños propios de nuestros proveedores que nos cuestan bastante dinero.

«Desde mi punto de vista, esa bella señorita de ropaje tan vistoso, murió a manos de un hombre vestido como un mago que la encerró en una caja con cerradura y luego la atravesó con largas espadas. Yo lo vi (no me lo contaron) y puedo firmar mi denuncia de que ese hombre es un homicida».

En otro artículo (1) mencioné entre otros temas cómo sigilosamente alguien puede practicar competencia desleal mediante la evasión fiscal puesto que evitar ese costo que nos impone el Estado puede ser determinante de que un emprendimiento sea rentable o deficitario.

Con el primer párrafo quiero traer a nuestro recuerdo cómo el sentido que parece más confiable (la vista), bajo ciertas circunstancias nos genera percepciones insólitamente erróneas, como es el caso del ingenuo denunciante del mago homicida.

Desde mi punto de vista (¡o sea que puedo estar equivocado!) recibimos una educación que nos capacita para ser crédulos espectadores de todos los artilugios de ilusionismo que otros puedan presentarnos para mejorar sus utilidades.

Nuestros competidores pueden utilizar formas de competir que si bien son tramposas (pícaras, bribonas), no pueden calificarse de desleales como en el caso de la evasión fiscal.

— Ningún servicio puede atenderse con rapidez. Siempre hay que aparentar estar muy ocupado para que el cliente crea que su proveedor tiene mucho trabajo. Esto aumenta el valor subjetivo y el cliente estará dispuesto a pagar más dinero;

— Todos los aparatos antiguos son mejores que los nuevos y modernos. Aunque la reparación cueste lo mismo que uno nuevo, al cliente se lo asesora para que imagine que su aparato viejo es una maravilla;

— El médico dice: «Usted tiene una enfermedad que si la atendemos correctamente, nunca le causará molestias».

(1) Los límites humanos

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sábado, 2 de julio de 2011

Los límites humanos

Reconozco que no es una gran noticia pero hay que RECORDarla: Los seres humanos tenemos un límite máximo en nuestras virtudes y también en nuestras maldades.

La preocupación por la evasión de impuestos no es solamente del organismo oficial que en nuestro país se encargue de cobrar hasta la última moneda que la ley le autoriza.

Esta institución hace una tarea policíaca para que nadie deje de pagar lo que está obligado a pagar.

La evasión fiscal tiene un rango sancionatorio similar al robo y a la apropiación indebida. El Estado castiga con multas, clausuras, inhabilitaciones y encarcelamiento.

¿Por qué digo que la evasión fiscal no sólo le preocupa a esa antipática dependencia estatal?

Porque si usted tiene un comercio, industrial o servicio que está compitiendo con otros similares, quienes logren evitar el pago de impuestos cuentan con recursos mayores que aquellos que pagan rigurosamente esos compromisos legales.

Una de las técnicas más frecuentes en la competencia desleal está en el no pago de esos tributos con lo cual es posible disminuir el precio de venta, destinar más dinero a la publicidad, hacer obsequios seductores a los clientes.

Por lo tanto, los incumplimientos fiscales no les hacen daño al Estado solamente sino también a los competidores.

Las prácticas de comercialización desleal son tan variadas como lo es la malignidad de los humanos.

Si me permiten la humorada, la buena noticia es que nadie puede ser inhumanamente transgresor porque todas las especies tenemos posibilidades limitadas.

Los humanos sólo somos malignos, transgresores y deshonestos hasta cierto límite.

Esto suena extraño porque a casi todos nos parece que siempre hay alguien que es más atrevido, audaz e impiadoso que otros ... y es cierto, pero nadie puede superar los topes a la inteligencia, velocidad, fortaleza, inescrupulosidad, impuesto por la naturaleza a nuestra especie.

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viernes, 1 de julio de 2011

El costo y la necesidad de la venganza

La pobreza patológica siempre es debilitante e induce a tener actitudes vengativas contraproducentes y autodestructivas, inclusive cuando la agresividad padecida es de baja intensidad y tolerable.

La agresividad puede ser defensiva cuando está al servicio de la supervivencia biológica o patrimonial (repeler el ataque de un ladrón potencialmente homicida) o puede ser vengativa cuando está al servicio de lograr la reparación de un daño ya padecido.

Podríamos tomar como punto de partida para este comentario la idea de que la «sed de venganza» es proporcional a la magnitud del agravio comparada con la debilidad del agraviado.

Por ejemplo, una persona puede apelar a métodos vengativos máximos porque alguien lo insultó poniendo en duda la honorabilidad de su madre.

En el otro extremo, un país como Estados Unidos puede apelar a métodos vengativos máximos porque alguien destruyó las Torres Gemelas y provocó daños importantes en la sede central de su Departamento de Defensa (Pentágono).

Probablemente el argumento racional de la venganza sea disuadir al agresor y a los testigos de la agresión para que nunca más provoquen un daño semejante.

Seguramente esta justificación es muy superficial y no reconoce la necesidad psicológica de provocar en el agresor un dolor similar al padecido por la víctima.

La persona vengativa siente la necesidad de ver sufrir a su atacante. Tiene que verlo sufrir o al menos recibir la información de que padeció un dolor similar.

Esto que todos conocemos en carne propia es absolutamente descabellado, demuestra qué falta de lógica tiene nuestro sentido de la justicia y qué poco confiable es nuestro discernimiento.

No corresponde condenar nuestra naturaleza pero es obligatorio conocerla.

Nuestra debilidad económica y cultural nos hace inevitablemente más vengativos y por tanto más injustos e irracionales en tan penosas circunstancias, induciéndonos a tomar decisiones cada vez más perjudiciales y autodestructivas.

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