martes, 30 de noviembre de 2010

Odiar es un placer costoso

Odiar, criticar y despreciar, es hermoso. Sin embargo, es desagradable reconocerlo.

Es feo decir que rechazamos a otros semejantes; es elegante mostrarse amoroso, comprensivo y capaz de perdonar.

Mentir la edad, disimular la ignorancia y ocultar nuestras características impopulares, es lo más habitual.

Como nuestros grupos de pertenencia (familia, amigos, compañeros de trabajo), comparten nuestro menú de falsedades, engaños y trampas, pasamos desapercibidos y quedamos convencidos de que somos grandes personas, honestas, inteligentes, habilidosas, responsables.

Por lo tanto, para poder conciliar lo hermoso pero mezquino, con lo aceptable aunque falso, nos unimos en cofradías, partidos políticos, religiones, logias, sindicatos, para suponer que nuestras carencias no son tales, sino que son normales.

Existen muchas agrupaciones que tienen como un elemento en común, criticar, censurar y condenar a los ricos.

El cristianismo ha trabajado duramente por siglos para que este odio de clase no se deteriore, no se estropee, no pierda agresividad.

Aunque parezca descabellado, el nazismo generó odio contra los judíos sólo para perfeccionar la cohesión entre los seguidores de aquella doctrina.

Es habitual que los partidos de izquierda digan pestes de Estados Unidos, fundamentalmente para fortalecer la cohesión entre los adherentes a lo que suelen llamar progresismo.

Este estilo de vida (mentir, criticar, acusar), como toda solución, placer o deporte, tiene su precio.

Cuando utilizamos el odio colectivo a los ricos (famosos, exitosos, con buena calidad de vida) como procedimiento para sentirnos más unidos a nuestro grupo de pertenencia, debemos saber que simultáneamente nos estamos prohibiendo mejorar nuestras condiciones de vida (comprarnos un auto, viajar, estudiar o cualquier otro tipo de progreso que hayamos criticado).

En suma: si bien es placentero juntarnos con nuestros amigos para reprobar a los que viven mejor, sepamos que implícitamente estamos jurando no igualarnos a los que viven mejor, es decir: «escupimos para arriba».

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lunes, 29 de noviembre de 2010

Las enamoradas de la pobreza

Hace poco compartía con ustedes una hipótesis (1) que me pareció original, aunque, como siempre ocurre en estos casos, si bien estoy leyendo permanentemente lo que se publica sobre psicoanálisis y economía, estoy muy lejos de haberlo leído todo.

En otras palabras: quizá ya alguien dijo que en las clases sociales mejor favorecidas económicamente, los casamientos se realizan prioritariamente para fortalecer el poderío patrimonial de las familias de los contrayentes, mientras que en las clases sociales menos favorecidas económicamente, las uniones se realizan prioritariamente porque los contrayentes se desean, se aman, están tocados por el casi mágico impulso de reproducirse.

Estas hipótesis no pueden prescindir de otro contexto teórico, según el cual es la mujer la que está dotada de un instinto que la lleva a elegir, seducir y copular con el o los hombres capaces de fecundarle hijos genéticamente mejorados.

De hecho, estoy diciendo que los pobres se casan enamorados y que los ricos se casan por razones económicas.

También estoy diciendo que las mujeres ricas no tendrán más remedio que tener amante, porque no serán tan obedientes (ni tontas) de quedarse sin las delicias del enamoramiento, tan sólo por hacerle caso a sus padres.

Por otro lado, también es posible pensar que la cultura llega con diferente rigor a las ricas y a las pobres.

Esa infinita cantidad de mandatos que emite la cultura de cualquier colectivo, tiene como ingrediente principal, la represión sexual.

El instinto sexual nos acerca más a la realidad animal que poseemos mientras que la cultura lucha por volvernos artificiales, ideales, especiales.

La cultura dedica extensos capítulos a la represión sexual para desanimalizarnos, generando invariablemente, una neurosis (histeria, obsesión, fobia, ansiedad, pánico, angustia).

En suma: las mujeres buscan la cultura de los pobres huyendo de la neurosis y llevadas por su maravilloso instinto femenino.

(1) El enamoramiento genético

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domingo, 28 de noviembre de 2010

Existen vehículos para todos los gustos

Un vehículo, para poder lograr desempeños aceptables, debe:

1º) Tener un motor potente;
2º) Una carrocería firme;
3º) Buenas condiciones de estabilidad;
4º) Excelentes frenos;
5º) Una reversa como accesorio (marcha hacia atrás).

No es mi intención hablar de mecánica con usted, sino hacer una mínima puesta a punto de nuestros conocimientos, tan sólo para seguir usando estos datos como metáfora de algo más importante para nuestras vidas.

1º) Cada uno de nosotros está dotado genéticamente de una cierta cantidad de energía, potencia, resistencia a la fatiga, pujanza, perseverancia, velocidad de reacción (reflejos, tanto físicos como intelectuales).

2º) Además de esas energía anímica, tenemos que tener un cuerpo que la soporte, que permita hacer con él lo que nuestra inteligencia se propone. Mientras estamos padeciendo ciertas enfermedades o fracturas, el cuerpo no puede acompañar (responder) a nuestros proyectos, emprendimientos, decisiones.

3º) El vocablo «estabilidad» lo utilizo para referirme a nuestra habilidad para evitar accidentes, para no cometer errores que detengan nuestra marcha, el avance de nuestro trabajo, que nos aparten transitoriamente del camino que empezamos para llegar a nuestros objetivos.

La baja accidentalidad es un indicador de destreza, habilidad y también de un deseo íntimo de llegar al objetivo cuanto antes, seguramente al solo efecto de comenzar otro emprendimiento que nos mantenga con la adrenalina al tope, como sólo se logra con ambición (no dije avaricia!!), entusiasmo, afán de logro.

4º) Es muy difícil para muchas personas entender que hay cosas que no es conveniente hacer. Saber cuándo frenar y cuando insistir es todo un arte, del que no se pueden dar recetas. Combinar las dosis de paciencia y tolerancia a la frustración con la dosis de perseverancia, demanda un talento similar al artístico.

5º) Lo mismo ocurre con saber arrepentirse, cambiar de objetivo y hasta pedir perdón.

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sábado, 27 de noviembre de 2010

La Gestapo descafeinada

La administración del poder es algo necesario en nuestra especie, o al menos eso ocurre desde que el mundo es mundo y sobrevivimos hasta hoy.

No es que quiera cambiar nada, pero describir lo que acontece es útil para que deje de acontecer y dé paso a nuevas formas de vida, más evolucionadas, modernas, actualizadas.

Si la pobreza continúa siendo algo que nos golpea desde que tenemos registros históricos, es porque todo lo que hemos hecho hasta ahora ha colaborado para que así sea, aunque los promotores de la igualdad económica (o, aunque sea, de la igualdad de oportunidades) hayan quedado afónicos gritando que desean evitarla.

Según observo, la administración del poder actual apela a los siguientes recursos para someter a la mayoría de los ciudadanos:

— La idea principal continúa siendo la de hacernos creer que tenemos todo el poder y que los gobernantes sólo cumplen nuestras órdenes;

— Para quitarnos todo el poder posible, se utiliza la propaganda tal cual hizo el régimen de la Alemania nazi;

— Esa misma propaganda incluye condenar furiosamente al régimen nazi para disimular que se usan los mismos criterios de dominación de las masas;

— Somos educados centralmente. Nadie tiene derecho a eludir la enseñanza oficial. Todos debemos oír y luego repetir lo que se nos dijo. Tenemos derecho a oír y repetir cualquier otro conocimiento, pero el oficial es obligatorio;

— La forma más radical de desautorizarnos, es convenciéndonos de que funcionamos mal, que nuestro cuerpo está potencialmente enfermo (lo cual es cierto porque todos somos enfermables).

El Estado, pretextando criterios epidemiológicos, nos obliga a ser inspeccionados y evaluados por la policía médica, la que, de paso, impondrá una segunda carga impositiva, sugiriéndonos consumir algunos medicamentos preventivos, correctores de posibles dolencias mortales (lo cual también es cierto porque todo ser vivo, es mortal).

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viernes, 26 de noviembre de 2010

El enamoramiento genético

Con un artículo (1) que publiqué ayer, quedé más conforme de lo habitual.

En él expongo una ocurrencia que permite explicar varias dificultades que se nos presentan en nuestra vida matrimonial.

Si fuera cierto que:

1º) Son las mujeres las que eligen y determinan con qué hombres prefieren tener hijos, porque la naturaleza les informa a través de su instinto, con quienes mejorarán la especie; que

2º) Existen varias dotaciones genéticas masculinas; pero que

3º) Cada mujer sólo beneficiaría la especie si es fecundada por unas pocas; entonces

puede entenderse que existan tantas dificultades para la formación de parejas exitosas, esto es, que conserven el vínculo por muchos años y gesten varios hijos.

Las mujeres con más hijos, suelen ser embarazadas por distintos hombres y, como dato complementario, pertenecen a las clases socio-económicas menos favorecidas.

Si bien la conservación de la especie es el objetivo primordial, los humanos nos organizamos teniendo en cuenta los factores económicos.

Algunas familias, las que detentan mayor poder, las que forman conglomerados económicos, dan gran importancia a las uniones matrimoniales priorizando las consecuencias patrimoniales que de ellas derivan.

Esto me permite deducir lo siguiente:

En las clases sociales en las que predomina la fidelidad al instinto reproductivo, las mujeres suelen tener varios hijos de distintos hombres porque eso es lo que ellas encuentran a lo largo de sus existencias: su cultura les permite enamorarse de aquellos hombres cuya dotación genética les gestaría los mejores hijos y así lo hacen con la mayoría de los que encuentran.

En las clases sociales en las que predomina la fidelidad a la cultura, al poder, al patrimonio, las mujeres suelen tener pocos hijos con los hombres que la familia les impone: su cultura les prohíbe enamorarse de aquellos hombres cuya dotación genética les gestaría los mejores hijos.

(1) ¡Qué sola estoy!

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jueves, 25 de noviembre de 2010

Los pobres son la piedra del escándalo

Los hispanos vivimos casi todos en democracia. La excepción la constituye Cuba, que tiene un partido único.

A su vez, todos los hispanos vivimos en países en los que una mayoría son pobres, luego tenemos una clase media más o menos numerosa y un sector muy acaudalado, compuesto por unas pocas familias.

En todos los países democráticos, tenemos por lo menos dos partidos políticos que detentan posiciones antagónicas y que, generalmente son elegidos alternativamente para gobernar.

Casi siempre ocurre que cuando el país cursa un período de auge económico, la mayoría de los votantes cree que esa es una obra del gobierno actual y lo reelige para que la bonanza no se interrumpa. Luego, cuando el péndulo de la economía pasa para el otro extremo (algo que siempre ocurre, más tarde o más temprano), la mayoría de los votantes castiga a los ineficientes y cambia el partido de gobierno.

De más está decir que los avatares de la economía suele no tener mucho que ver con quienes gobiernan, sino que las alternativas económicas (auge o recesión) suelen estar determinadas por agentes (empresarios, guerras, sequías, modas, rumores, expectativas) que están fuera de los límites territoriales de cada nación.

La mayoría de los votantes suponen que los gobernantes deciden su bienestar o malestar, pero esto no es así.

Lo que sí es cierto es que esos partidos políticos que pugnan por llegar al gobierno (atraídos por algún beneficio muy importante que sólo ellos conocen y que yo prefiero no imaginar), tratan de dificultarle la gestión de gobierno a quien tuvo la suerte de llegar.

Como los pobres conforman la clase votante más numerosa, cualquier buena idea que surja para beneficiarlos realmente, será sistemáticamente saboteada por el partido que no la haya propuesto, por lo cual, la pobreza no puede terminarse.

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Rescatarse de los padres

El verbo plagiar, significa varias cosas:

1. tr. Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias.
2. tr. Entre los antiguos romanos, comprar a un hombre libre sabiendo que lo era y retenerlo en servidumbre.
3. tr. Entre los antiguos romanos, utilizar un siervo ajeno como si fuera propio.
4. tr. Am. Secuestrar a alguien para obtener rescate por su libertad.

En otro artículo (1) les comentaba que los padres pueden cometer el error de inculcar en uno o en varios hijos, la incapacidad para independizarse económicamente, para de esa manera asegurarse que contarán con ellos cuando en la vejez necesiten quien los cuide amorosamente, con respeto, dignidad, es decir, mejor a como lo harían las empresas especializadas en hospedar ancianos.

Es curioso observar que nuestro idioma utiliza un mismo vocablo, para designar dos acciones que parecen diferentes.

Por un lado, refiere literalmente a una apropiación indebida del esfuerzo y el talento de otro y por el otro significa llanamente un secuestro con pedido de rescate.

Dicho de otro modo, con esta palabra se informa sobre algo indebido, consagrado universalmente como ilegal, emparentado con la privación de libertad y la extorsión.

Este ejemplo puede ser útil para aclarar de qué estamos hablando cuando nos referimos a una acción inconsciente.

Para una mayoría significa algo que se hizo por descuido, sin querer, por error, pero no es esto exactamente.

De un acto inconsciente no tenemos noción, idea, conocimiento, conciencia. Más aún, si alguien nos sugiriera —por ejemplo—, la hipótesis de que amamos a nuestro cónyuge porque nos recuerda inconscientemente a nuestros progenitores, no podríamos aceptarlo, ni creerlo y hasta podría llegar a ofendernos.

Menos aún aceptaríamos que deseamos secuestrar a nuestros hijos, cobrarles (rescate) por haberlos fecundado y criado, abusar de su talento y esfuerzo como si nos pertenecieran.

(1) El hijo jubilatorio

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martes, 23 de noviembre de 2010

«Soy poderoso porque no poseo ni un dólar»

A partir de que somos animales gregarios, (no podemos vivir aislados por mucho tiempo), surgen muchas consecuencias.

Las consecuencias aumentan porque somos animales territoriales (imaginamos tener más derechos que otros, sobre ciertos territorios).

Agreguemos a estas condiciones, nuestra inocultable predilección por recurrir a la violencia física para expulsar a los invasores o para reprimir a quienes no acaten las leyes que imponemos para todo habitante de nuestro territorio (país, feudo, casa, cama, según sea la amplitud de nuestros dominios).

Por razones de tamaño, fuerza, masa muscular, los varones pueden ejercer la violencia para reprimir o reprender a los invasores o habitantes de sus territorios.

Para poder ejercer más eficazmente esta actitud imperial, el varón necesita colaboración, socios, adeptos, subordinados, descendientes, soldados que lo obedezcan.

Para ello necesita la capacidad de gestación y alimentación que tienen las mujeres, que por no poseer la fuerza suficiente, lo obedecerán y permitirán ser fecundadas por él o quien él designe.

Todo esto ya no ocurre con estas características tan visibles y reconocibles. Ocurre de formas que los contemporáneos no podemos reconocer con tanta claridad como reconocemos al enterarnos de la historia antigua, en la cual, sucedía todo esto sin que nadie pudiera captarlo en su globalidad así como hoy tampoco entendemos la realidad en la que estamos inmersos.

Este señor tan poderoso es alguien igual a los demás humanos, sólo que le tocaron ciertas circunstancias (genéticas, históricas, coyunturales) que lo convirtieron en alguien muy famoso, poderoso, dueño de grandes fortunas.

Esta es una característica que ha cambiado.

Hasta donde puedo apreciar, el único ser dotado de tanto poder es Fidel Castro. Todos los demás poderosos tienen el poder compartido con parlamentos que aparentan representar a los ciudadanos.

Para que Fidel Castro continúe con ese poder, ha tenido que demostrar que económicamente, no es rico.

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lunes, 22 de noviembre de 2010

El hijo jubilatorio

«La ignorancia de la ley no exime su aplicación» (1) dice una consigna que hemos tenido que inventar cuando nos dimos cuenta que muchos ciudadanos, alegando desconocimiento, cometían delitos de toda índole y luego eran absueltos.

Sin embargo, esta restricción legal no tuvo el alcance que se esperaba sino que aún seguimos recurriendo al viejo truco de echarle la culpa a quienes no avisaron que se había prohibido matar, robar, violar y otros placeres antisociales.

Así como casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de las miles de leyes, normas y reglamentos con sus respectivas interpretaciones, para luego convertirse en un ciudadano responsable, casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de los miles de estímulos que recibimos del inconsciente y que determinan nuestra vida hasta los mínimos detalles.

Efectivamente, el rechazo casi alérgico que sentimos por informarnos sobre cómo somos guiados por deseos que tuvieron que volverse inconscientes porque satisfacerlos era prohibido, vergonzoso o ridículo, nos lleva a cometer errores cuya responsabilidad, juicio y condena, no podemos eludir.

Cuando cometemos errores que la ley no castiga, le echamos la culpa a otros, a la mala suerte o le encontramos atenuantes hasta justificarlos plenamente.

Tomemos sólo dos características humanas para no complicarnos:

1º) Necesitamos ser amados y
2º) Somos sigilosamente egoístas.

Los padres, inconscientemente, pueden colaborar para que sus hijos siempre dependan de ellos económicamente, como una estrategia (inconsciente) para mantenerlos sometidos.

Todos suponemos que llegaremos a la ancianidad y que necesitaremos que nos ayuden, protejan, amen, mimen, con amor, respeto, consideración, devoción. Entronizándonos, si fuera posible.

Inconscientemente, tratamos de que por lo menos uno de nuestros hijos se encargue de esa tarea geriátrica y lo ayudamos para que, llegado el momento, no tenga más remedio que hacerlo porque económicamente depende de nosotros (sólo sabe protegernos).

(1) Razono

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domingo, 21 de noviembre de 2010

La pobreza sexual

En el artículo titulado Menos orgasmos y menos salario les comentaba que podemos pensar que la naturaleza se vale del placer gratificante que nos produce cada orgasmo, para estimular (remunerar, pagar) nuestra reproducción.

En ese mismo texto hacía mención a la cantidad realmente importante de mujeres que no disfrutan, no logran o no conocen, qué es tener un orgasmo (anorgasmia).

Estas mismas ideas ahora las pienso de otra manera.

El sexo femenino está dotado de mayores recursos que el hombre, para la conservación de la especie.

Ellas pueden gestar y alimentar con su cuerpo. Los varones apenas disparamos el proceso y luego podemos olvidarnos, como hacen casi todos los machos de las diferentes especies.

Potencialmente, las mujeres pueden tener una mayor cantidad de orgasmos que los varones.

El cuerpo femenino tiene más puntos eróticamente sensibles que el hombre, quien sólo cuenta con la escasa superficie de su glande.

En teoría entonces, podemos decir que:

1º) El orgasmo es una forma de remuneración (retribución, estímulo) por realizar la tarea de conservar la especie;

2º) «Quien más hace, más cobra» puede ser la lógica natural. Ellas tienen más zonas erógenas, pueden recibir placer en mayor cantidad que el hombre, quien, por tener un desempeño mucho menor, sólo cobra uno o dos orgasmos en cada penetración, mientras que ellas pueden recibir (cobrar) decenas;

3º) Dado que el modelo retributivo que usamos es una copia del modelo retributivo que usa la naturaleza para cuando trabajamos reproduciéndonos (orgasmo = dinero), podemos pensar que las personas que menos gozan sexualmente, son aquellas que prefieren no involucrarse tanto en el compromiso vital de conservar la especie;

4º) Podemos pensar que la anorgasmia, el trabajo honorario y el trabajo voluntario, tienen causas (motivos, justificaciones) similares.

En suma: la pobreza puede ser causada por una disfunción sexual.

Artículos vinculados:

El orgasmo salarial
Primero cobro y después hago
Las mujeres fecundan gratis

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sábado, 20 de noviembre de 2010

Los espermatozoides monetarios

Las estadísticas suelen ser muy convincentes porque se presentan como si fueran datos objetivos.

No creo que esto sea así.

La realidad es tan dinámica, que cualquier resultado estadístico se está desactualizando mientras se recaudan las muestras.

De todos modos, debo reconocer con absoluta humildad, que si la estadística refiere a cuánto suele durar la rotación de la tierra, sobre su eje o en torno al sol, entonces asumo que ahí tenemos una información bastante confiable.

Tan confiable que hasta podría permitir construir almanaques para años venideros y hasta relojes que funcionen bien el próximo año.

El resto de las estadísticas sólo son seductoras, fascinantes, capaces de provocarnos una deliciosa sensación de certeza.

Aunque utilizo un estilo asertivo (asegurando hipótesis), usted y yo sabemos que nada de lo que pueda decirse del ser humano es una verdad químicamente pura.

El inconsciente alberga deseos inconfesables, ya sea por lo antisociales como por lo ridículos. Pero están ahí, ejerciendo su influencia sobre nuestra conducta para determinarla. Como son inconscientes, uno tiene la sensación de que hace lo que quiere (cree disponer de libre albedrío).

Una fantasía inconsciente puede ser que los espermatozoides son dinero.

Observe que salen del varón (clásicamente proveedor) y entran en huecos (vagina, recto o boca), que pueden recordar una billetera, un bolsillo o un monedero.

Algunos varones padecen eyaculación precoz, esto es, que expulsan el semen inclusive antes de la penetración.

No necesariamente inhiben la fecundación, siempre y cuando algún espermatozoide llegue al óvulo fértil. Eso sí, dificultan el placer femenino (que no es imprescindible para quedar embarazada).

Generalmente se piensa que esta particularidad del varón obedece a un exceso de ansiedad.

Algo similar ocurre con quienes pagan a su proveedor por adelantado.

Si bien un pago anticipado no asegura el incumplimiento, al menos es muy desestimulante.

Artículos vinculados:

El orgasmo salarial
Primero cobro y después hago
Menos orgasmos y menos salario
Las mujeres fecundan gratis

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Adular no tiene precio (es des-preciable)

En varios artículos anteriores (1) hice referencia a nuestra necesidad de ser amados, fundamentalmente porque somos tan vulnerables, que si algún adulto no nos cuida cuando somos pequeños, perecemos.

Sin embargo, cuando crecemos, podemos llegar a la conclusión de que no somos tan vulnerables y que, inclusive, hasta podemos hacernos cargo de cuidar a otros (por ejemplo, a nuestros propios hijos).

Este desarrollo no cancela nuestra necesidad de los demás. Nunca llegamos a ser plenamente autosuficientes.

El instinto gregario, el deseo de estar integrados a una familia, una institución o cualquier otro grupo, obedece a que los humanos no podemos ser plenamente independientes, autónomos, autosuficientes.

Esta condición nos obliga a negociar con otros, a obedecer normas, costumbres y hasta caprichos de personas que detentan mayor poder que nosotros y lo ejercen (policías, profesores, gobernantes).

Cuando en una negociación llega el momento en que tenemos que ceder, permitir, obedecer, es probable que busquemos la manera de eludir esas concesiones, pagos, resignaciones.

Las figuras de autoridad en la sociedad que integramos, tienen más poder, son envidiables, parecen detentar la potestad de beneficiarnos o perjudicarnos a su antojo.

Este conjunto de sentimientos (miedo, envidia, amor) que nos inspiran los depositarios del poder, nos impide tener con ellos un vínculo sano, honesto, productivo.

Cuando nuestro miedo hacia el conciudadano más poderoso, se presenta bajo la forma de amor, admiración, obsecuencia, respeto, aprobación incondicional, adulonería, nos perjudicamos ambos de distinta forma.

Es casi una constante que los más perjudicados sean los más débiles y debemos concordar que sentir miedo hacia un semejante nos pone en una situación desventajosa.

Cuando adulamos, simulamos admiración y tratamos de creer que lo que sentimos es amor hacia el poderoso, somos los débiles y por lo tanto los perjudicados.

El autoengaño es tóxico, desmoralizante, debilitante, empobrecedor, no presagia nada bueno.

(1) El hortelano del perro
El instinto gregario y la pobreza
Ser o tener, esa es la cuestión
Te ruego que me respetes
Dimes con quién andas y sabré tu patrimonio
El tráfico de carencias

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jueves, 18 de noviembre de 2010

Ame a su cliente como a su amante

Después de pensarlo bien, he llegado a la conclusión de que la atención al cliente falla, porque lo que tendríamos que hacer para no molestarlo, es demasiado fácil, obvio, evidente.

Si fuera más complejo, si requiriera técnicas sofisticadas, seguramente le dedicaríamos el tiempo que se merece.

Como cualquiera que atiende clientes, también es cliente de otros proveedores y sabe muy bien qué está mal y qué está bien, entonces supone saberlo y comete los mayores errores.

— Suponemos que ellos nos compran porque somos los mejores. Los clientes son como hermosas mujeres, excelentes madres y maravillosas esposas, como esas que difícilmente se queden solteras o divorciadas por mucho tiempo;

— A veces son un poco caprichosos y se ponen mimosos, quejosos, hipersensibles. Es que poder elegir a su proveedor se los permite, tanto como la bella mujer sabe que tiene para elegir potenciales compañeros;

— Para lograr la fidelidad de los clientes hay que trabajar permanentemente, nunca dar la tarea por concluida. Muchos competidores acechan y están pendientes de la debilidad que nos provoca creernos seguros de que no seremos abandonados. Este ítem es idéntico para el caso de la bella mujercita;

— Ganar una batalla es menos importante que perder una guerra. Si el amor propio nos pone rígidos en defensa de nuestras razones, seguramente tendremos un triunfo a lo Pirro (quien ganó una batalla pero perdió a casi todos sus soldados);

— A ningún cliente (o mujer) le gusta que el responsable del comercio sea inaccesible. No puede estar lejos de quienes le dan de comer (o felicidad). Está prohibido hacerse rogar, poner distancia, demostrar desinterés;

— La tecnología permite atender a miles de personas como si fueran unos pocos. Ni los clientes ni la maravillosa mujer, toleran que uno les confunda el nombre, la dirección, las preferencias, sus hábitos, el día de cumpleaños.

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

No podemos cobrar dos veces por lo mismo

Es difícil (o imposible) cobrar dos veces por un mismo trabajo. Aunque deseemos hacerlo, es probable que nuestro cliente o empleador se niegue.

Claro que me estoy refiriendo a ocasiones en que esto puede ocurrir.

Me explicaré mejor.

La mayoría de las personas que disfrutan enormemente jugando, pueden destinar grandes montos de energía y tiempo para realizar esa tarea.

Lo hacen porque se divierten, la pasan bien, reciben un gran placer haciéndolo.

Y acá está su remuneración. Ellos están suficientemente remunerados por la satisfacción que les proporciona jugar a lo que prefieren, por dedicarse a la tarea que más les gusta.

En otros artículos (1) les mencionaba el hecho de que la naturaleza, interesada en que nos reproduzcamos, nos paga con las sensaciones voluptuosas (orgasmo) que acompañan al acto sexual.

Por eso, sería insólito que alguien cobrara dinero por eyacular. Si bien puede ocurrir, quiero resaltar que es poco probable. Muy pocas personas podrían mantenerse a sí mismos y a su familia, vendiendo sus placeres sexuales.

Si usted está pensando en los trabajadores sexuales de ambos sexos, no olvide que ellos cobran por simular una relación sexual, pero no por gozarla. A quien aman estos trabajadores, no les cobran porque con ellos realmente gozan y no actúan.

Estas reflexiones nos conducen a una conclusión ingrata: para tener derecho a cobrar por nuestro trabajo, no deberíamos disfrutarlo.

En otras palabras, si hacemos una tarea para complacernos, no merecemos cobrar por ella porque el demandante (quien la solicita) somos nosotros mismos.

En otras palabras, sólo podemos ganar dinero cuando realizamos una tarea que sólo hacemos para satisfacer la demanda de otro y que no nos gratifica.

Si usamos la lógica, podemos decir que «dinero = gratificación», entonces si recibimos dinero, no podemos esperar recibir también gratificación.

Además, nuestro cliente/empleador, se opondría.

(1) El orgasmo salarial
Primero cobro y después hago
Menos orgasmos y menos salario
Las mujeres fecundan gratis

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martes, 16 de noviembre de 2010

El incumplimiento de las pensiones alimenticias

El varios artículos (1) he comentado con ustedes que es la hembra de las especies mamíferas, la que convoca a los machos del entorno, emitiendo un olor característico durante el período de celo.

A pesar de que los humanos rechazamos nuestra condición animal, sólo logramos negarla y disimularla.

En nuestra especie también es la mujer la que elige al varón que prefiere como padre de sus hijos.

¿Por qué una mujer gusta de ciertos hombres y de otros no?

Según una hipótesis que parece bastante razonable, instintivamente ella sabe cuáles son los varones que pueden suministrarle la mejor dotación genética para perfeccionar la especie.

Inventamos el matrimonio casi exclusivamente por razones económicas, creyendo que bajo la presión social los instintos humanos se someten eficazmente.

Como la convivencia entre hombres y mujeres no es muy fácil, la mayoría de los vínculos:

1º) comienzan por esa elección intuitiva que hace la mujer y a la que el varón concurre (porque es casi imposible resistirse a la seducción femenina);

2º) continúan con la deseada (también instintivamente) fecundación del varón portador del mejor semen; y

3º) termina con la disolución matrimonial por riñas y disputas (divorcio).

Dicho de otro modo: la mujer necesita procrear, convoca al mejor varón que está en su entorno, se hace fecundar por él y luego, en la mayoría de los casos, lo abandona (por otro o para quedarse sola, según sean sus preferencias o posibilidades).

En un artículo reciente (2), les decía que los humanos disfrutamos de los gatos y los perros porque estos representan esos instintos nuestros que no queremos aceptar.

Pues bien, más de la mitad de los hombres divorciados, no cumplen con las pensiones alimenticias que la ley les impone.

Los gatos y los perros (machos), tampoco se hacen cargo de sus crías.

(1) «A éste lo quiero para mí»
«Hacen una linda pareja»
«Soy celosa con quien estoy en celo»
«La suerte de la fea...»
El robo vengativo de maridos

(2) Nos comportamos como perros y gatos

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lunes, 15 de noviembre de 2010

Papá Estado

La inexistencia de un «bolsillo tibio y palpitante», provoca desorientación en los funcionarios públicos.

La ausencia de un semejante de carne y hueso, visible, que proteja sus bienes como un buen padre de familia (dueño, empresario, patrón), debilita poderosamente el realismo de quienes venden su fuerza laboral al Estado.

En la cadena de mando, nadie parece tener la suficiente autoridad para obligar a los subalternos, porque las órdenes que imparte no responden a la lógica más elemental que se traduce en la frase: «Haz esto porque para eso te pago».

Ningún funcionario con personal a su cargo puede apelar a esta consigna tan eficaz, comprensible y que mantiene las cosas en su lugar.

En otros artículos (1) he mencionado algo que nos pasa a los humanos al establecer vínculos.

1) Podemos esperar que nos quieran por lo que somos; y
2) Podemos esperar que nos quieran por lo que tenemos y podemos dar.

La primera posición corresponde al niño en sus etapas de desarrollo más tempranas, cuando su condición biológica lo mantiene casi totalmente dependiente de que otros lo cuiden, alimenten, higienicen, acaricien, socialicen.

En esta (¡¡bellísima!!) etapa, ellos son queridos, aceptados y tolerados por lo que son, esto es, niños, hijos, vulnerables.

En la etapa siguiente (a la que ingresamos paulatinamente), se nos piden acciones: controlar los esfínteres, guardar los juguetes luego de usarlos, hacer tareas domiciliarias pedidas por los maestros, etc.

En esta (bella) etapa, ellos son queridos, aceptados y tolerados en tanto y en cuanto entreguen lo que pueden dar de lo que la evolución (crecimiento) les ha proporcionado.

Los funcionarios públicos, no pudiendo entender (por ausencia de quien paga, compra, exige) que están ahí por lo que tienen (fuerza laboral), sólo pueden suponer que están ahí por lo que son y creen ser aquellos amados niños irresponsables.

Nota: El globo de la imagen, dice: «Admítelo, nos perdimos».


(1) Ser o tener, esa es la cuestión
¿Cuánto me cobras?
Polígamo, monógamo o gay
Sinagoga S.A.

Artículos vinculados:

¿Cuántos burócratas ha matado en su vida?
El arte de interactuar con el Estado
Gracias a Dios, todo anda mal

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domingo, 14 de noviembre de 2010

Gracias a Dios, todo anda mal

La creencia en Dios cumple tantos objetivos que ponerla en duda constituye un gesto agresivo.

Los gestos agresivos no siempre son negativos.

— los dentistas los hacen todo el tiempo para sanar nuestra dentadura;

— la medicina combate enfermedades de forma agresiva, a tal punto que muchas soluciones son a costa de daños colaterales inevitables a nivel hepático, renal, gástrico;

— la policía actúa de forma agresiva —aún causando daños materiales y personales—, tratando de evitar que grupos defensores de intereses sectoriales (huelguistas, manifestantes, revoltosos), perjudiquen a la mayoría.

La creencia en Dios se forma con los ideales humanos más deseables e inalcanzables: omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia, inmortalidad, justicia infinita, bondad incuestionable.

Cada creyente supone eso de sí mismo:

— imagina que «querer es poder»;
— que es posible al menos estar enterado de todo lo que ocurre;
— que cuidando la salud, la muerte nunca llegará;
— que nuestro criterio es perfecto a la hora de juzgar a los demás;
— que si no nos agreden, tenemos una bondad infinita.

Pero además, el creyente cree que esa características ideales, sólo las detenta él. Los demás hacen esfuerzos por lograrlo, pero no lo logran.

Como sostener esta idea públicamente implicaría una casi segura internación en un hospital psiquiátrico, entonces se viste con abundante humildad, diciendo que solo algunas personas son así.

Estos maravillosos seres humanos, cuando pierden su cuerpo terrenal (al morir), son santificados (imagen).

Los ciudadanos que sostienen estas creencias (una mayoría), piensan que los sistemas son buenos, pero los que siempre fallan son los humanos.

El interés de una mayoría por confirmar que «los que siempre fallan son todos menos yo», es lo que fomenta la creación y mantenimiento de sistemas muy imperfectos, que provoquen errores, demoras.

En suma: Las organizaciones y administraciones, generalmente estatales, son burocráticas, ineficientes, molestas y generan pérdidas... Gracias a Dios.

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sábado, 13 de noviembre de 2010

¿Cuántos burócratas ha matado en su vida?

Nuestra vida económica tiene múltiples vínculos con el Estado de nuestro país.

Ese conjunto de instituciones que lo conforman, está atendido por funcionarios públicos, que actúan según una cierta cultura y dentro de un cierto marco legal, normativo y reglamentario.

No es casual que haya ubicado cultura antes que marco normativo.

Efectivamente, los usuarios de las oficinas del Estado, solemos no comprender adecuadamente cómo funcionan y ese desconocimiento redunda en nuestro perjuicio, porque el poder que ellos concentran, hace que sus errores sean siempre insignificantes y jamás ponen en riesgo su sobrevivencia.

Los contribuyentes somos quienes proveemos los recursos económicos para que ellos cobren el sueldo, pero sin embargo, ni ellos ni nosotros reconocemos conscientemente ese hecho.

Podemos imaginar el recorrido que hace nuestro dinero para llegar al bolsillo de ellos, pero no podemos constatarlo y por este simple hecho, los funcionarios consideran que los contribuyentes que le pagamos el sueldo con nuestro dinero, somos simples abusadores que pretenden interrumpir su juego al solitario con la computadora, o una amable reunión de compañeros de trabajo que toman el té, degustan galletitas (que también pagamos) mientras se ponen al día con los chimentos más sabrosos.

Los funcionarios más responsables y que tienen una vaga idea de que esa persona que pide algo en el mostrador, no es un abyecto explotador, tienen que demostrar que están muy atareados, que necesitan colaboración abrumados por el exceso de trabajo. Por eso, demoran, postergan, enredan, trabajan despacio, se equivocan.

La lógica profunda que tiene la baja productividad burocrática, es la siguiente:

Si dos funcionarios ganan 1.000 de sueldo, quien hace 10 tareas siente que subjetivamente gana el doble que otro que hace 20 (por idéntica remuneración).

Como nadie asocia que ese dinero lo paga alguien, los usuarios tenemos que comprenderlos aunque no justificarlos.

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viernes, 12 de noviembre de 2010

El sentido común no tiene sentido

No está suficientemente explicada la importancia que tienen los presupuestos en la vida cotidiana y en la vida laboral.

Muchos fracasos tienen como su causa principal, no disponer del presupuesto correcto.

Por ejemplo, si usted le solicita a un pintor que le informe cuánto costará pintar su casa (presupuesto) y este le dice que el precio final ascenderá a la suma de 1.000, deberá entender que el gasto real ascenderá por lo menos a 1.500.

Por ejemplo, si usted envía un e-mail a una oficina del estado haciendo una consulta, no podrá pensar que ese e-mail será contestado por los funcionarios que lo recibieron, sino que previamente usted deberá dejar pasar un par de días, volver a insistir, haciendo notar que «… como les consultara en mi e-mail de hace dos días, ...» y que finalmente, tenga que enviar un tercero y quizá un cuarto, sin descartar que deba llamar por teléfono o ir personalmente.

Por ejemplo, si usted desea estudiar informática para ganarse la vida reparando computadores, no podrá pensar que un técnico escucha al cliente y directamente encuentra la solución y la repara, sino que lo que realmente aprendió cuando le enseñaron su oficio, es que hay que buscar, usar la imaginación, intentar varias (diferentes) soluciones posibles, hasta que encuentre la solución.

Quienes no tienen en cuenta esta distancia que existe entre el sentido común y la realidad, están expuesto a enojarse, a gastar energía excesiva con el enojo, debilitarse y fracasar.

— El pintor debe decirle un precio mínimo porque si le dice el real desde el principio, él corre el riesgo de que usted no lo contrate.

— El funcionario sabe que mucha gente pregunta lo primero que le viene a la cabeza. Sólo quien insiste sabe lo que quiere.

— Las reparaciones en informáticas se hacen por tanteo.

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jueves, 11 de noviembre de 2010

Renunciar es una cagada

La tónica general de mis artículos, refiere a que no podemos seguir pensando de forma tradicional, porque de esa forma la pobreza seguirá instalada entre nosotros como hace miles de años.

Como he comentado en otros artículos, es muy probable que el lenguaje contenga ideas que sólo son captadas inconscientemente.

Por ejemplo, en dos artículos recientes (1) les comento que el contacto del hueso sacro con los genitales, permite suponer que las religiones —dedicadas al tratamiento de lo sacro (sagrado, sacrílego, sacrosanto)—, aunque se presentan como represoras de la sexualidad y criminalizando el sexo recreativo, no lo hacen por rechazo sino —quizá— por exceso de proximidad (dada la cercanía del hueso sacro a los genitales).

En otro artículo (2), les comento que para algunas personas puede existir una asociación inconsciente, en la que se vinculan: éxito = exit = salida = muerte, generando entonces una aversión al éxito provocada por el instinto de conservación que nos protege de la muerte.

En otro caso (3), les comento que vivimos inmersos en un lenguaje que nos determina, rodeados de ciertas palabras que son altamente significantes para nosotros.

En este caso les haré un comentario que va en una línea similar:

En todos los países de habla hispana, es de uso vulgar la palabra «cagada», para indicar un error.

No es nada vulgar, aunque sí está en nuestro idioma y cada uno puede contenerla en su inconsciente, el vocablo «defección», que significa renuncia.

Observe que este vocablo —no tan popular—, prácticamente dice «defecación», esto es, expulsión anal de los excrementos, que en términos vulgares se dice «cagar».

En suma: es muy probable que nuestra captación inconsciente nos indica que renunciar es una cagada, que corresponde ser perseverantes, «que debemos seguirla para conseguirla», que los abandonos son indeseables.

(1) La sexualidad sacrosanta

La sexualidad femenina es sagrada

(2) El fracaso saludable

(3) Inmersos en el lenguaje que nos determina

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miércoles, 10 de noviembre de 2010

La familia

La palabra «familia» tiene muchas definiciones. Algunas de ellas son:

1) La familia, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.

2) En Economía, se entiende a la familia como un agente económico que consume, ahorra, invierte y ofrece servicios de trabajo.

3) Pareja heterosexual unida por un vínculo legal, que convive con sus hijos; con lazos de sangre, afectivos y económicos.

Sin embargo, estas definiciones clásicas, hoy se ven acompañadas por otras menos tradicionales. Por ejemplo:

1) Los concubinos con hijos;

2) Persona sola con niños a su cargo (propios o ajenos);

3) Ensambladas, es decir, dos adultos con sus hijos, con o sin hijos de esta pareja.

Los hispanos podemos suponer que el Código Civil argentino contempla un criterio generalizable de lo que es familia.

Por eso, transcribo el

Art. 2.953. El uso y la habitación se limitan a las necesidades personales del usuario, o del habitador y su familia, según su condición social.

La familia comprende la mujer y los hijos legítimos y naturales, tanto los que existan al momento de la constitución, como los que naciesen después, el número de sirvientes necesarios, y además las personas que a la fecha de la constitución del uso o de la habitación vivían con el usuario o habitador, y las personas a quienes éstos deban alimentos.

¡Observemos qué datos interesantes!

1) El legislador dice que en una casa viven «el habitador» (podríamos decir «dueño de casa») «y su familia».

De eso puede pensarse que «el habitador» no integra la familia.

2) Por familia se entiende a la mujer con sus hijos, sirvientes, etc.

3) Es rasgo de inclusión en la familia «a quienes estos deban alimentos».

¡Muy interesante!

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martes, 9 de noviembre de 2010

La impopular figura paterna

«Tus ojos son dos luceros»; «Sus cabellos de oro…»; «Sin el ventilador, nos asamos de calor».

Las oraciones anteriores contienen una metáfora porque se comparan el brillo o tamaño de unos ojos, con estrellas, el color amarillo del pelo con un metal precioso y el calor del ambiente con el necesario para cocinar alimentos.

En este caso se usa la metáfora con fines estéticos (poéticos), pero también se producen metáforas involuntarias cuando comparamos inconscientemente dos personas, cosas o situaciones, que objetivamente no están vinculadas.

Esto nos sucede todo el tiempo y si no las percibimos es, sobre todo, porque son disparatadas.

Sin embargo, tampoco percibimos esas metáforas, porque nuestro deseo inconsciente no quiere compararlas.

Haré una breve descripción de qué nos ocurre.

Nacemos muy vulnerables y dependientes de los demás en un 99%.

Ese estado de debilidad nos induce a magnificar (valorar, exaltar, enaltecer), los cuidados maternos.

Aunque en los hechos la madre sólo responde a un mandato instintivo reforzado por un mandato social (cuida a su niño porque no podría dejar de hacerlo), todos nos quedamos con la sensación de que ella nos salvó la vida.

Estos sentimientos, muy estimulados por la potente energía que nos aporta el instinto de conservación, convierten al vínculo con mamá, en algo especialísimo.

A medida que crecemos, notamos que no estamos solos con ella y que además, ella no está interesada sólo en su hijo pequeño.

El principal visitante en el mundo infantil es el padre, quien carga con la culpa de ser el responsable de que perdamos el protagonismo que teníamos con mamá.

A partir de ese momento, queda en nuestra mente la sensación de que toda frustración que nos ocurra, proviene de un ser (metafóricamente) despreciable llamado papá, ladrón número uno (de mamá), responsable metafórico de cualquier molestia, carencia, disgusto, pérdida.

Artículo vinculado:

El AMOR atAMORrizado



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lunes, 8 de noviembre de 2010

Apagar el reloj no detiene el tiempo

El miedo es un sentimiento que despierta variadas calificaciones, pero a nadie se le ocurre decir que es maravilloso, lindo o atractivo.

Esta sensación de alerta y angustia por la presencia de un peligro, real o imaginario, nos salva de innumerables problemas.

Si será útil —a pesar de ser desagradable—, que los humanos hemos copiado su función, inventando una infinidad de sensores con alarma, que nos avisan cuando algo no anda bien (termómetro, detector de movimientos, escasez de lubricante en un motor).

Un temor casi universal, es el de perder el trabajo, la fuente de ingresos, el proveedor de recursos.

El despido (paro), la crisis económica, la escasez, son temores que en realidad provienen de un temor mucho más básico, esto es, el miedo a padecer hambre.

Tememos que nuestro empleador deje de pagarnos el salario, que nuestros clientes prescindan de nuestras mercaderías o servicios, que la producción de la que dependemos (agricultura, ganadería, minería, pesca), se interrumpa, se agoten, desaparezcan.

He llegado a la convicción de que este fenómeno que llamamos vida, del cual no querríamos desprendernos nunca, depende en gran medida de estos padecimientos (1).

Observemos una excepción que confirma la norma (como ocurre en tantos casos).

Las molestias que se nos presentan mientras vivimos (dolor, miedo, angustia), son necesarias para que, guiados por nuestro instinto y por la experiencia (o consejos y enseñanzas que nos den), tomemos resoluciones para evitar sus causas.

Por esas molestias, comemos, dormimos, interrumpimos un esfuerzo excesivo, etc., es decir, tomamos resoluciones defensoras de la vida.

La norma: evitar y cancelar lo que causa las molestias.

La excepción: Sería suicida ignorar, negar, desoír, calmar artificialmente, las molestias mismas (desconectar la señal de alerta).

Conclusión: quienes ofrecen una filosofía que evita el dolor, proponen suicidarnos, anestesiarnos, desconectarnos de la vida, desear la muerte.

(1) Los artículos sobre este tema se concentran en el blog titulado Vivir duele

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domingo, 7 de noviembre de 2010

Mañana no existe, pero sé como será

Todos nos ganamos el sustento actuando dentro del mercado.

Algunos ciudadanos pasan toda su vida encapsulados en sectores de la economía lo suficientemente cerrados como para que no tengan necesidad de conocerlo. La mayoría, trabajan en mercados abiertos, esto es, cambiantes, mutantes, que se modifican cada poco.

El caso típico del primer grupo son las empresas del estado y el caso típico del segundo grupo, es la empresa propia, para la que trabajamos (cliente) o en la cual trabajamos (empleador).

Más incómodo que una piedra en el zapato, es la incertidumbre sobre qué ocurrirá, qué poseeremos, cómo estaremos.

Racionalmente, «el futuro no existe»; subjetivamente, podemos imaginar un mañana, y si la fantasía es muy intensa, podemos decir que vemos el futuro.

Esta actividad cuenta con un altísimo nivel de fracaso, acompañado sistemáticamente de un altísimo nivel de tolerancia al error.

Entremedio, los pronosticadores, ejercen su influencia hasta donde pueden, para que sus vaticinios se cumplan.

Por ejemplo, si un médico hace un pronóstico sombrío mientras estamos internados en su institución, estamos en problemas porque, inconscientemente, podría hacer (o dejar de hacer) algo para cumplir su presagio negativo.

La incertidumbre mal tolerada (generalmente presente en personas con baja tolerancia a la frustración, ansiosos, deprimidas), tiene una especial predisposición a imaginar o comprar predicciones.

Tanto puede recurrir a la astrología, como a expertos que se ofrecen como adivinos, como a las propias suposiciones.

Esta producción imaginaria, siempre está condimentada (o contaminada), por los deseos de quien redacta el futuro.

Si cuando tomamos decisiones (endeudarnos, concebir un hijo, contratar otro colaborador), incluimos estos datos imaginarios, toda la decisión queda debilitada porque ese componente no es confiable.

En suma: El temor al futuro nos induce a imaginarlo alegremente, generando así las condiciones para que las decisiones estropeen el futuro.

Artículo vinculado:

Adivina adivinador


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sábado, 6 de noviembre de 2010

Lo urgente es enemigo de lo bueno

En medio de un griterío ensordecedor, un tumulto irrumpe en la sala de emergencia de un hospital público.

Podemos ver que en medio de ellos, va un carro-camilla, tratando de abrirse paso entre los manifestantes.

Luego nos enteramos que en el carro va un joven con un puñal clavado en el pecho, sangrante, dolorido, desmayándose por momentos.

Cuando los enfermeros logran desembarazarse de los familiares, amigos y demás colaboradores del pobre muchacho, empiezan las tareas de salvataje según la tecnología médica de rutina.

¿Qué hacen los más enfervorizados, devotos y consternados colaboradores?

Además de clamar, llorar, gritar, le preguntan a cualquiera que salga del área de exclusión, si se salvará, si quedará como antes, y cuándo se reintegrará a la vida normal.

El tono y estilo de estas interrogantes, evidencian dos cosas:

— Los seres queridos desean demostrar cuán capaces de amar son, exponiendo con exuberantes manifestaciones que son sensibles, solidarios y capaces de cualquier cosa (gritar, armar jaleo, llorar en público, etc.) por los demás; y además evidencian creer

— Que el futuro se puede conocer y que el médico lo sabe.

Por su parte, los técnicos en salud ¿qué hacen?

— tratan de parar el sangrado,
— reponen el líquido sanguíneo con un goteo de suero,
— suministran calmantes y sedantes para que el joven no entre en shock,
— retiran el puñal, cosen (suturan) los órganos heridos,
— procuran evitar infecciones, y luego
— cruzan los dedos (o hacen cualquier otro gesto mágico en el que crean) para que el paciente
— se salve,
— se recupere,
— no le queden secuelas,
— en el menor tiempo posible,
— cuidando la economía del hospital

Y acá llegamos al centro del asunto:

La vida humana es lo más importante, pero está dentro de la realidad, y no se puede atender dejándonos llevar por impulsos emocionales, despilfarrando recursos ni haciendo futurología.

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viernes, 5 de noviembre de 2010

Aplausos, caricias, palmadas o bofetadas

Es posible pensar que la creencia en Dios tiene muchos puntos de coincidencia con la relación que llevamos con nuestra figura paterna.

Por figura paterna puede entenderse la representación mental de quien haga las veces de nuestro padre como protector, disciplinador, colaborador.

La mayoría de la veces, nuestra figura paterna coincide con quien fecundó a nuestra madre y quizá viva en nuestra casa, mientras somos gestados, paridos y criados.

Es una figura de autoridad, que pone orden, que respalda las decisiones más antipáticas de nuestra madre, durante el interminable proceso de culturización, en el que nuestros instintos animales reciben fuertes dosis de domesticación.

Aunque este rol está cambiando constantemente, los que hoy pueden estar leyendo este artículo, seguramente se criaron con los criterios aquí expresados.

Dios es también una representación mental. Lo imaginamos con ciertas características (omnipotencia, bondad, sabiduría, etc.).

Lo que sabemos realmente de nuestro papá, es apenas un poco más de lo que sabemos de Dios, porque si bien lo vemos, hablamos realmente con él, vivimos su influencia de forma tangible (ocupa un lugar físico, nos abraza, nos mira, etc.), nunca estamos seguros de cuál es su deseo, cuánto nos quiere realmente, hasta qué punto podemos contar con él.

Dada nuestra precaria capacidad para percibir la realidad (especialmente, la realidad subjetiva propia y ajena), no hay una distancia abismal entre una figura de autoridad tangible y otra intangible.

Esa diferencia entre Dios y papá, nos permite agregarle atributos al más imaginario (Dios), y por eso podemos descansarnos completamente en Él o, por el contrario, suponer que su ayuda consiste en ponernos obstáculos para que no paremos de ejercitarnos y fortalecernos.

En suma: podemos imaginar a Dios como alguien tolerante o exigente, como un spa o como un gimnasio.

Artículo vinculado:

Dios creador de vacíos estimulantes

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jueves, 4 de noviembre de 2010

La construcción de anécdotas

A una mayoría nos gusta reunirnos con amigos para compartir historias, anécdotas, ideas, chistes, rumores, preocupaciones, expectativas, datos, éxitos, fracasos.

Los encuentros, generalmente en torno a una mesa con alimentos y bebidas, suelen mostrar un cierto monto de tensión, ansiedad y hasta angustia, porque casi todos queremos ser escuchados.

La satisfacción que deriva de estos eventos, los convierte en hitos importantes en la semana, mes o año (según sea la frecuencia de las reuniones).

Cuando ya está agendado el encuentro, se produce en cada uno la acumulación de expectativas, que pueden incluir hasta pequeños guiones de lo que dirán, cómo lo dirán, sin excluir algunos silencios teatrales.

El objetivo central de cada participante, es lograr el mayor placer, como en cualquier otra actividad de la vida.

En este caso, el mayor placer consistirá en ser escuchado, agasajado, sonreído, aplaudido, felicitado, aprobado, mirado con amor.

El grupo de amigo reproduce la familia ideal, la que nos acompaña, protege, mima, alienta, divierte.

Estos objetivos son determinantes de los contenidos que deberán tener esos guiones con los que cada uno concurrirá al encuentro.

Los participantes saben qué deben decir para obtener la mayor aprobación posible.

Omito describir a quienes no saben, no pueden o no deben decir lo que piensan. No tendré en cuenta a esa minoría que tiene dificultades con la sinceridad.

Casi todas las personas que disfrutan reuniéndose con gente querida, organiza su vida a partir del guión que logra mayores aplausos.

Por ejemplo, si los guiones más aprobados son los que incluyen éxitos económicos, en los que el protagonista es un héroe que hace buenos negocios, obtiene importantes ganancias y acrecienta su patrimonio, así organizará su vida real.

En suma: «dime con quién andas y te diré qué harás con tu vida para que ellos te gratifiquen».





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miércoles, 3 de noviembre de 2010

La culpa despilfarra energía

No podemos afirmar la inexistencia de la verdad, pero sí podemos afirmar que la inteligencia humana tiene la capacidad de imaginar su existencia, mas no la certeza de poder conocerla.

Nuestra mente es capaz de suponer que entiende (por ejemplo), la gravitación universal. También podemos redactar una descripción que tenga un amplio consenso, pero es un acto de optimismo y omnipotencia, asegurar que sabemos la verdad sobre la gravitación universal.

Sería más prudente decir que podemos antropomorfizar la ley de la gravitación universal, es decir, podemos dar la versión humana.

Estamos en condiciones de describir cómo un ser humano imagina por qué los objetos, que parecen flotar en el espacio, tienen una cierta regularidad, según el criterio humano de regularidad.

Sin ir tan lejos, podemos decir que la economía, como rama del saber que destina su esfuerzo a optimizar la generación y administración de bienes escasos y necesarios para nuestra supervivencia, lo que viene haciendo desde que alguien se preocupó por esa tarea, es ver cómo logramos los mayores resultados con el mínimo esfuerzo.

El objetivo económico de las naciones y de los individuos, es lograr el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo.

Todo el progreso económico de la humanidad ha consistido en obtener mayor producción, con cada vez menos trabajo.

Esta idea justifica imprimirla, colgarla a los pies de la cama y leerla al levantarnos.

El sentimiento de culpa, nos resta energía. Equivale a perforar el tanque de combustible de un vehículo.

Administramos mejor la fuerza laboral, si no la gastamos sintiéndonos culpables porque no tenemos ganas de trabajar.

Para optimizar nuestro rendimiento, para que de cada caloría consumida en nuestro empeño de ganarnos los recursos materiales necesarios para vivir, logremos los mayores beneficios, es técnicamente obligatorio erradicar cualquier sentimiento de culpa que despilfarre nuestra fuerza laboral.

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martes, 2 de noviembre de 2010

El fracaso saludable

En un artículo publicado hoy (1), hago referencia al éxito, desde el punto de vista etimológico y de cómo algunos lo buscan, procuran y soportan en vida, así como otros lo obtienen porque es sabido que los humanos tenemos con nuestros muertos un juicio muy tolerante, comprensivo y aprobatorio.

Otro aspecto interesante de esta palabra (éxito) y su significado, refiere a una posible asociación inconsciente.

«Exit» es una de las pocas palabras (además de «yes» y «please»), que casi todo el mundo conoce del idioma inglés.

Lo vemos en las películas y en la televisión, indicando «la salida».

No es difícil asociar «exit» con muerte, en tanto esta es la salida de la vida.

Es de recibo la hipótesis de que algunas personas teman el éxito, no por lo que conscientemente sabemos que provoca (un gran esfuerzo para obtenerlo, posterior pérdida de privacidad, un gran esfuerzo para conservarlo), sino porque éxito equivale (inconsciente y lingüísticamente) a morir.

Esta posible asociación inconsciente está vinculada (es coherente con) la intuición de que si algún día nos quedáramos sin necesidades y deseos, dejaríamos de existir.

Efectivamente, nos quejamos casi siempre de las carencia y los deseos frustrados, pero intuimos (más que sabemos conscientemente), que si algún día nos quedáramos sin necesidades y deseos, eso coincidiría con la falta de vida.

Dicho de otra forma, tenemos la noción de que sólo los muertos no tienen necesidades y deseos.

La depresión anímica, es una dolencia muy penosa porque incluye la apatía, la falta de interés por lo que nos rodea, nada nos importa cuando ese padecimiento nos ataca.

En suma: aunque el éxito parece accesible a pocas personas poseedoras del talento suficiente, no podemos descartar la idea que también sea evitado porque se lo asocia con la muerte (exit = salida = muerte).

(1) Todos los muertos fueron buenos

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lunes, 1 de noviembre de 2010

El proselitismo empobrecedor de la izquierda

En algunos artículos publicados (1), hago comentarios que refieren a la justicia distributiva.

Uno de los temas centrales, está en las ventajas del delito.

Si cometer delitos es rentable, entonces la justicia estará patas arriba y casi directamente tendremos en ese desajuste de nuestra habilidad para organizar nuestra convivencia, un factor esencial para que la justicia distributiva provoque la pobreza que buscamos evitar.

Para que el delito deje de ser conveniente, tenemos que asegurarnos de que las desventajas superen a las ventajas.

En otras palabras, mejoraría la justicia (entre otras, la distributiva) si entre todos podemos decidir y lograr que ciertas prácticas, generen pérdidas para sus actores.

Si robar o matar (y todas sus variantes), dieran pérdida, nuestras sociedades solamente tendrían delincuentes tontos, incapaces, masoquistas, que caerían en la insolvencia incapacitante en poco tiempo.

Según mi interpretación de los hechos, los llamados partidos de izquierda, han hecho y hacen todo lo posible para gobernar nuestros países.

Una práctica habitual, consiste en dificultar en lo posible el desempeño de los gobiernos de derecha.

Su discurso hace hincapié en algo que es difícil de rebatir porque se embandera con la piedad, la consideración, el amor, la tolerancia hacia el semejante.

Estas ideas ya tenían el campo abonado por siglos de cristianismo que impregnaron la moral de todos los pueblos, especialmente hispanoparlantes.

La prédica de los militantes de izquierda, consistió en invocar razones humanitarias para defender a los delincuentes en desmedro de sus víctimas.

Esta subversión de la lógica, ha permitido que la justicia encontrara trabas insalvables para generarles pérdidas a los delincuentes, que revirtieran la rentabilidad de sus crímenes.

Tal política les ha permitido acceder a varios gobiernos, aunque instalando una injusticia ... que también es distributiva (daño colateral).

En suma: una técnica proselitista de los políticos de izquierda, genera pobreza.

(1) Justicia + autoengaño = injusticia

La anarquía placentera que nos enceguece

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