lunes, 30 de julio de 2007

El chiste es un destello del inconciente

La multitudinaria asamblea de mujeres iba a empezar. No había más que un punto en el orden del día. ...Sonó una campanilla y se hizo el silencio. Desde el estrado, la presidenta, con gesto severo pero a la vez mostrando algo de complicidad interna, se dirigió a la concurrencia:

—¡Buen día, compañeras! Estamos reunidas en forma extraordinaria para cambiarle el nombre al aparato reproductor masculino.

(Gritos, muchos gritos, y aplausos de todas las asistentes).
— …¿Por qué decirle "pito" si no suena? (gritos y aplausos...) ¿Por qué decirle "pájaro" si no vuela? (gritos y muchos aplausos..) ¿Por qué decirle "palo" si no es de madera? (más gritos y más aplausos...) ¿Por qué decirle "pistola" si no mata? (aumenta el griterío...) ¿Por qué decirle "banano" o "plátano" si no es una fruta? (ruido ensordecedor por los gritos...) ¿Por qué decirle "polla" si no pía ni come maíz? (se redoblan los gritos y los aplausos...) ¿Por qué decirle "miembro" si no pertenece a ningún club? (estruendosos aplausos...) ...Desde hoy, queridas amigas y asambleístas, lo llamaremos "BILL"...¡sí! Bill Gates"(¡Silencio total en la sala! Todas se miran con asombro).

Transcurridos unos interminables segundos, una mujer levanta su mano y pregunta:

—Señora Presidenta: ¿por qué ese nombre...?

La presidenta, con una sonrisa de satisfacción, responde con voz grave y sonora:

—Muy simple, compañeras: ... ¡porque es asquerosamente rico!

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Emulando el estilo que utilizara Freud, la precedente transcripción de un chiste no pretende causar gracia sino mostrar la relación que existe entre la riqueza económica, el inconciente y por supuesto, la infaltable represión psíquica.

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sábado, 21 de julio de 2007

Recibí una revelación

Desde que me enteré que las campañas publicitarias —que cuestan muchísimo dinero—, las pagan los mismos que fabrican o venden lo publicitado, mi vida cambió radicalmente.

Cuando era niño, mis padres, maestros y demás tutores me decían desde su imponente estatura, con gesto muy serio y convincente:

— Tú no debes decir que eres el mejor niño del mundo. ¡Eso queda muy feo!

Escuchen ésto:

— « ¡Mi producto es maravilloso!»,
— « ¡No pierda la oportunidad de comprarme ahora esto que estoy vendiendo!»,
— « ¡Todo va mejor si beben la gaseosa que yo fabrico!» …

Antes de tener esta revelación, estaba convencido de que había que ser modesto, humilde y conservar un perfil bajo.

Pero la sorpresa fue aún mayor cuando constaté que los candidatos a gobernar un país no son patrocinados por una legión de seguidores sino que ¡son ellos mismos los que se postulan y dejan la vida en campañas electorales realmente agotadoras!

Con este material me fui al baño (que es donde pienso mejor porque mi casa está llena de gente, inclusive que no conozco) y llegué a la siguiente conclusión:

«Esto es competencia desleal. Yo cumplí siendo humilde y resulta que todo el mundo presume, se vanagloria, es vanidoso, petulante, inmodesto, engreído, suficiente, orgulloso, soberbio, altanero, arrogante. ¡Estoy quedando como un estúpido!».

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sábado, 14 de julio de 2007

Sinagoga S.A.

El siguiente relato quiere señalar la diferencia que existe entre quienes creen que deben recibir dinero de la sociedad porque son psicólogos y los que, por el contrario, asumen que para recibir dinero deben entregar un servicio tan verdadero como aquel dinero.

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Los neuróticos nos angustiamos pensando que el mundo está equivocado y no nos comprende. Estamos convencidos de que poseemos la verdad pero no nos creen. Esta existencia a contrapelo es dolorosa, llena de sinsabores y nos impone el sacrificio de tener que luchar para vivir.

Una de las principales discrepancia que sostenemos con este inhóspito entorno es que no nos valoran por lo que somos sino por lo que tenemos.

Por lo menos a mí, el paraíso se me terminó cuando mamá comenzó a tener otras ocupaciones, a prestarle más atención a mi papá, a mis hermanos, a su trabajo, a sus comedias. Ella no sólo me abandonó ostensiblemente sino que se volvió agresiva al extremo, pidiéndome primero, exigiéndome después y finalmente coaccionándome para que modificara mis hábitos, para que aprendiera destrezas que la independizaran a ella de la ayuda que hasta ese entonces me daba de muy buen grado.

¿Qué la llevó a perder el interés por mí? ¿Por qué ya no me quiere porque soy su hijo sino que me quiere porque tengo buena conducta y obtengo buenas notas en la escuela? Alguna vez fui valioso sólo por existir ( por “ser”) pero ahora me valoran por lo que pueda dar. ¡He caído dolorosamente y tengo nostalgia de aquella etapa! Es más: reniego de esta nueva realidad e insisto en que valgo por lo que soy y no por lo que tengo y puedo dar.

El otro día escuché en un programa de chimentos de la televisión argentina, cómo una vedette decía, —con total desparpajo—, que ella sólo se vinculaba con hombres adinerados que estuvieran dispuestos a ofrecerle un buen nivel de vida. Sentí vergüenza ajena por ella y lástima ajena por los pobres incautos que se dejaran seducir por alguien tan materialista.

Con estas preocupaciones en mi cabeza, fui a charlar con mi rabino de confianza, quien me escuchó con mucha atención.

Comenzó mirándome a los ojos. Cuando captó que había terminado de desarrollar mi pregunta, siguió en la misma posición pero su mirada ya convergía en algún lugar lejano detrás de mí.

Amagó una respuesta, ... pero no. Repentinamente arrancó, hablando bajito, lentamente, balbuceando quizá.

— Mirá Jaimito, me estás haciendo preguntas que no son propias de tu edad. Se me ocurren algunas ideas pero no sé cómo decírtelas para que sean comprensibles y puedas seguir confiando en mí. ¿Por dónde empiezo? A ver ... intentemos por acá: Esa vedette fue muy sincera y quizá eso es lo más sorprendente. Todos intentamos reeditar aquella etapa en la que pudimos pensar que nos amaban por el solo hecho de existir y también todos lamentamos que aquella etapa no vuelva nunca más.

¿De qué vivimos mi familia y yo? Vivimos fundamentalmente de lo que ustedes nos dan, pero ¿por qué nos dan lo que nos dan? Porque las necesidades espirituales son tan importantes como las necesidades materiales y saben que yo vivo trabajando permanentemente para no fallarles nunca, para estar siempre en el momento que me necesitan, para estar al día con mis conocimientos de las Sagradas Escrituras y de cuanta solución exista que algún día pueda sacarlos de una dificultad.

Ustedes no me dan dinero real a cambio de palabras huecas, sino que todos cuentan conmigo para recibir soluciones tangibles en el momento oportuno: ni antes —porque no es bueno para ustedes que alguien les esté augurando peligros—, ni después —porque cuando me consultan necesitan la solución enseguida.

También saben que el dinero efectivo, real, verdaderamente útil que ustedes me entregan tiene que ser a cambio de mi trabajo efectivo, real y verdaderamente útil que yo habré de entregarles. No estoy aquí porque sea un hombre que merece amor graciosamente, sino que soy un religioso que trabaja incansablemente para ganarse minuto a minuto el amor y el respeto de todos mis hijos espirituales.

Pero a mi no me quieren por lo que soy sino que me quieren por lo que doy, y para poder dar, primero tengo que conseguir, trabajar, estudiar, luchar, pelear por la vida. Me cuesta confesártelo pero te debo respeto, consideración y esfuerzo. Esa vedette vende su glamour así como yo vendo mis conocimientos y una conducta ejemplar para todos ustedes.

— ¡Es mucha información Jacobo! Dame tiempo para digerir todo eso.

— ¿Le digo a Rebeca que te prepare un tecito de boldo, marcela, menta, manzanilla, mixto?

— No, no, lo de "digerir" era una metáfora.

— Entendí. Te dije una broma para distendernos.

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sábado, 7 de julio de 2007

Voto para que siempre haya pobres

Mi abuela sabía más por bruja que por vieja. Era una mujer terrible, divorciada dos veces y dos veces viuda, pero ¡qué lindos regalos que me hacía! Su visita el día de mi cumpleaños era la más importante y los zapatos que dejaba en su casa el cinco de enero eran los más rentables y milagrosos. ¡Y no vayan a pensar que ella gastaba mucho dinero! Su ingeniosidad también era terrible. ¡Cómo captaba el deseo de los demás! Este talento lo usaba indistintamente para el bien o para el mal. Todo dependía de que uno tuviera buena o mala suerte con ella.

Pero lo que les quería contar era un dicho que ella usaba a menudo: «Si lo querés: andá; si no lo querés, mandá».

Fuera de contexto requiere una explicación: ella quería decir que cuando uno tiene un deseo muy importante, tiene que satisfacérselo sin esperar que otros colaboren, y cuando uno tiene un deseo poco importante, puede pedir ayuda porque si el otro no cumple, no importa demasiado.

Esta fórmula también sirve para darse cuenta cuán importante es un deseo para alguien. Si la persona lucha personalmente por satisfacerlo, entonces el deseo es importante, pero si le pide a otros que se lo satisfagan, entonces el deseo no es importante.

Cuando observo el tratamiento que la mayoría de los pueblos le dan al problema de la pobreza, me convenzo de que el deseo de erradicarla no es importante, porque permiten que cualquiera ayude al menesteroso. Dejar que cualquiera se haga el bondadoso como misión de vida o por el tiempo que le dure la filantropía, autorizar que actúen organizaciones que voluntariamente «hacen lo que pueden» (cuando tienen ganas), permitir la mendicidad, son formas clarísimas de que esos pueblos no tienen el deseo ferviente de erradicar la pobreza. Si lo tuvieran impondrían a sus gobernantes la obligación indelegable de solucionarla.

¿Existe algún país que deje librado a los impulsos individuales la administración de justicia, o la economía nacional, o la seguridad interna y territorial, o el control de las epidemias? Claro que no, porque el deseo de preservar estos valores jamás se dejaría en manos de comedidos bienintencionados.

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