Desde que me enteré que las campañas publicitarias —que cuestan muchísimo dinero—, las pagan los mismos que fabrican o venden lo publicitado, mi vida cambió radicalmente.
Cuando era niño, mis padres, maestros y demás tutores me decían desde su imponente estatura, con gesto muy serio y convincente:
— Tú no debes decir que eres el mejor niño del mundo. ¡Eso queda muy feo!
Escuchen ésto:
— « ¡Mi producto es maravilloso!»,
— « ¡No pierda la oportunidad de comprarme ahora esto que estoy vendiendo!»,
— « ¡Todo va mejor si beben la gaseosa que yo fabrico!» …
Antes de tener esta revelación, estaba convencido de que había que ser modesto, humilde y conservar un perfil bajo.
Pero la sorpresa fue aún mayor cuando constaté que los candidatos a gobernar un país no son patrocinados por una legión de seguidores sino que ¡son ellos mismos los que se postulan y dejan la vida en campañas electorales realmente agotadoras!
Con este material me fui al baño (que es donde pienso mejor porque mi casa está llena de gente, inclusive que no conozco) y llegué a la siguiente conclusión:
«Esto es competencia desleal. Yo cumplí siendo humilde y resulta que todo el mundo presume, se vanagloria, es vanidoso, petulante, inmodesto, engreído, suficiente, orgulloso, soberbio, altanero, arrogante. ¡Estoy quedando como un estúpido!».
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