miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los maridos proveen mal

Las mujeres ganan menos dinero que los hombres porque nuestro sistema de convivencia desconoce algunos hechos.

Muchas decisiones dependen del criterio de valoración que utilicemos. Es más: muchas veces no usamos ningún criterio sino que confiamos en la valoración publicitaria.

También necesitamos desvalorizar a los demás para calmar los sentimientos de vulnerabilidad que nos atacan cuando padecemos algún pico de realismo agudo (y que raramente deviene crónico).

Me interesa compartir con ustedes el hecho innegable de que en nuestro mercado laboral las mujeres ganan promedialmente menos dinero que los varones.

Este es un fenómeno antipático pero de estricta justicia pues, desde el punto de vista del empleador, aunque ambos sexos tenemos capacidades productivas similares, ellas tienen más compromisos vitales que los varones y por eso es normal que falten para alimentar a sus hijos, para cuidar a los familiares enfermos y hasta para recuperarse ellas mismas de la sobrecarga vital a la que están sometidas por imperio de las leyes naturales.

Es normal que cuando un sistema está mal diseñado y da malos resultados, surjan voces defensoras del sistema gritando el slogan «Los sistemas son perfectos pero los que siempre fallan son los humanos» (nótese que el eslogan excluye tendenciosamente a quienes lo pronuncian).

Propongo pensar que los humanos somos perfectos en el diseño y la construcción aunque intelectualmente deficitarios, al punto que no percibimos este déficit.

Nuestro sistema de convivencia no contempla:

1º) Que nuestra única misión es conservarnos como individuos y como especie (1);
2º) Que en esta única misión, la mujer es, por lejos, la más comprometida;
3º) Que es un despropósito que además tenga que trabajar para sustentarse;
4º) Que los varones no tenemos mucho interés en mantener económicamente una familia.

La injusticia distributiva de responsabilidades vitales entre hombres y mujeres, causa pobreza patológica.

(1) Blog sobre nuestra única misión 

●●●

martes, 29 de noviembre de 2011

Todo está vinculado a todo

La condición económica (pobreza o riqueza) está en armonía con el resto de la biología personal.

Me animo a decir que la Torre Eiffel es un verdadero atentado al buen gusto y una inequívoca representante del imperialismo francés en lo que refiere a la moda pues, este enorme adefesio le ganó a nuestro buen gusto y ahora decimos que es bella.

Mide más de 300 metros de altura y está construida con hierro de muy buena calidad, que si no estuviera permanentemente protegida contra la oxidación, ya habría desaparecido.

La componen 18.000 piezas unidas por dos millones y medio de remaches.

¿Podemos imaginar qué ocurriría si cambiáramos alguna de esas 18.000 piezas por otra de diferente tamaño, distinta flexibilidad, o con otra resistencia a los cambios de temperatura?

Sí, podemos imaginarlo: si esa nueva pieza fuera de diferente tamaño modificaría su altura, equilibrio o verticalidad; si fuera más flexible, toleraría de otra forma los vientos; si tuviera diferente reacción ante el frío, podría torcerse en invierno y enderezarse en verano.

En suma 1: las 18.000 piezas unidas por dos millones y medio de remaches, conforman, todos juntos, esa famosa, horrenda pero bellísima montaña de hierros.

Nuestro cerebro nos permite modificar (metaforizar) estos datos para usarlos en una comparación de otro orden.

Es posible suponer que nuestra psiquis está conformada por miles de piezas no metálicas sino intelectuales, unidas por millones de asociaciones.

Una pieza puede ser nuestro amor por la justicia, otra puede ser el rechazo a la violencia, otra puede ser la resistencia a los cambios.

En suma 2: Es posible suponer que estamos diseñados y construidos para tener la pobreza o riqueza que tenemos y que podemos cambiar esa «pieza» (dejar de ser pobres, por ejemplo) solo si la integramos armónicamente con las otras 17.999.

●●●

lunes, 28 de noviembre de 2011

El patrimonio seminal o económico

Es posible que nuestra capacidad simbolizante encuentre semejanzas entre tener mucho dinero y eyacular abundante semen.

En otro artículo (1) comentaba que la función simbólica es propia del cerebro humano y puede tener diferentes grados de desarrollo.

En el artículo referido decía que un escaso desarrollo puede ser la causa de que tantas personas de poca formación intelectual tengan muchos hijos porque no pueden simbolizar su instinto reproductivo para tramitarlo como vocación productiva, por lo cual tienen muchos hijos (reproducción) y una escasa producción con la cual ganar el dinero que los mantenga.

Hace tiempo compartí con ustedes la hipótesis según la cual el dinero puede simbolizar al semen y viceversa (2).

Algo que llama la atención es que en las películas pornográficas la eyaculación se muestra por fuera del cuerpo femenino, como si ellas sintieran un placer real cuando reciben el líquido seminal sobre los senos o en la cara.

Es posible pensar que esas escenas son reclamadas por los clientes de ambos sexos porque aluden simultáneamente a la reproducción y al bienestar económico.

También es algo que a muchos nos llama la atención cómo algunas mujeres jóvenes prefieren unirse a hombres tan mayores que podrían ser sus padres.

Estas constataciones (la eyaculación visible y los matrimonios entre diferentes generaciones), nos permiten suponer que efectivamente el semen y el dinero están asociados en nuestro inconsciente.

Podría afirmarse que ellas disfrutan cuando el varón «las llena de semen». Instintivamente prefieren eyaculaciones muy abundantes, pero este mismo placer puede ser simbolizado (reemplazado) cuando el varón «las llena de dinero».

Observemos que en nuestras economías lo normal es que los jóvenes tengan menos dinero que los mayores de cincuenta años, lo cual se compensa con la producción de semen.

En suma: cuando el varón produce mucho semen, produce poco dinero y viceversa.

(1) Hijos que empobrecen e hijos que enriquecen

(2) El dinero es metáfora o símbolo del semen humano

●●●

domingo, 27 de noviembre de 2011

Todos nos proponemos ganar aunque en diferentes momentos

En la novela personal (vida imaginaria) jugamos para ganar. Algunos queremos ganar ahora y otros queremos ganar después.

Les comentaba en otro artículo (1) que los humanos nos construimos una novela donde somos protagonistas y cuyo desenlace nos permite «saber» qué nos ocurrirá.

Con este guión cinematográfico, podemos calmar el dolor de la incertidumbre.

Para que usted conozca cuál es su historia-novela-guión cinematográfico, piense en cómo se imagina que son las cosas, cómo son los otros personajes (padres, hermanos, amigos, cónyuge), cuál es el criterio de justicia, qué piensa de usted su gobernante (rey, presidente, Dios).

Millones de personas tienen una novela similar a la siguiente:

Se imaginan integrantes de una gran familia, con un padre inmensamente justo, poderoso, observador, que sabe cómo premiar y castigar a sus hijos.

Como habrá adivinado, estoy diciendo que en millones de personas la figura paterna de sus novelas, es Dios.

Quienes viven como protagonistas de una novela de este perfil literario, suelen imaginar que papá-Dios premia a los hijos más generosos, buenos, pacíficos, disciplinados. En suma, ama y premia a los hijos más obedientes, solidarios, trabajadores, que se conforman con muy pocos bienes materiales, que no compiten con sus hermanos y que no son dados a las diversiones, excesos y mucho menos, a la avaricia.

Quienes viven como protagonistas de una novela así, eluden las oportunidades porque «algún otro hermano las necesitará más que yo», nunca pelearán por posesiones materiales, ayudarán a los demás y tendrán un gran temor de disfrutar porque suponen que el placer será mal visto por papá-Dios y muy probablemente también tengan el temor a que el goce pueda ser tan grande (explosivo), que los desintegre físicamente (1).

Estos «hijos», son pobres y su estrategia consiste en ganar más que todos sus hermanos cuando papá-Dios los evalúe.

(1) Nuestra novela y nuestro protagonismo

●●●

sábado, 26 de noviembre de 2011

La confusión (indiscriminación) patrimonial

La vocación de pedir o prestar (dinero, favores, objetos), puede ser causante de la pobreza patológica.

Existen dos vocablos que suelen ser confundidos hasta por los expertos: «deudor» y «acreedor».

Aunque lo dejaré escrito, igual seguiremos confundiéndolos.

Cuando yo le debo a alguien soy su deudor y cuando alguien me debe a mí, es mi acreedor.

Para evitar confusiones en este breve artículo, sólo hablaré de «mí» o «yo», (Fernando Mieres).

«Yo» podría tener dos vocaciones marcadas:

— puedo tener vocación de ser deudor (le debo a los demás); o
— puedo tener vocación de ser acreedor (otros me deben a mí).

Ambas vocaciones pueden conducirme a la pobreza patológica (aquella escasez que desearía evitar pero no puedo).

Si tengo vocación de deudor, andaré por la vida:

— pidiendo dinero u otros objetos prestados;
— comprando a crédito; y
— solicitando favores, colaboración, solidaridad.

Con mi vocación de «deudor» trataré de estar en deuda con los demás, procuraré que ellos me recuerden la deuda, los habilitaré para que me cobren intereses normales o intereses de mora y multas si incumplo con los plazos pactados. Puedo llegar al extremo de excitarlos para que se pongan violentos, groseros y agresivos para que les devuelva lo que me prestaron.

Con mi vocación de «acreedor» trataré:

— de que los demás estén en deuda conmigo;
— los estimularé para que me pidan (dinero, objetos, favores);
— tendré motivos para cobrarles intereses, alquileres, multas y recargos, o
— tendré motivos para pedirles o exigirles (recriminar) favores.

Esta vocación de fusionar mi patrimonio con el de otros difícilmente mantenga las cuentas claras y equilibradas («me diste 10 y te devuelvo 10»), sobre todo cuando de valores intangibles se trate (favores).

En suma: Este artículo describe qué suele ocurrir cuando me cuesta distinguir mi patrimonio («yo») de los patrimonios ajenos («tú-ustedes»). Quizá tampoco sepa quién soy.

●●●

viernes, 25 de noviembre de 2011

Inhibición sexual y económica

El acto de negociar honorarios y exigir el pago puede adolecer de inhibiciones similares a la frigidez o la impotencia.

La psiquis humana es compleja pero también es cierto que a quienes nos interesa describirla nos falta talento para ser claros.

Este podría ser uno de esos casos en que intentaré describir algo que a mí me parece complicado, aunque quizá no lo sea tanto.

Algunas personas son muy eróticas por cómo actúan, se visten, se perfuman y modelan su cuerpo.

Así vemos mujeres y hombres que exhiben físicos esculturales, bellamente ataviados, simpáticos, cariñosos, seductores, insinuantes, generosos con las miradas, las caricias y los abrazos.

Sin embargo, muchos de ellos no podrán ir más allá de esas exhibiciones. Quien intentara aproximarse al punto de intimar sexualmente con ellos, podría padecer una sorpresa desilusionante.

A veces ni siquiera es posible llegar a intentar el acto sexual frustrante porque antes que eso, quien parecía ser un maravilloso objeto sexual, ante una insinuación puede enojarse, sentirse atacado, sin descartar que padezca inocultables sensaciones de asco.

Si usted conoce personas así o está dispuesto a confiar en mi descripción, podrá entender algo similar que ocurre en la relación con el dinero.

Así como algunas personas son muy eróticas pero son incapaces de sentir placer genital, también encontramos personas que trabajan con esfuerzo, capaces de brindar extraordinarios servicios a sus clientes, artistas que subyugan a multitudes, deportistas capaces de notables proezas, que sienten rechazo, miedo, frigidez, impotencia y quizá también asco por concretar con su público, cliente o empleador, una transacción económica justa, razonable, equilibrada.

En muchos casos, estos bellos ejemplares, capaces de seducirnos con sus dones (profesionales, artísticos, deportivos), tienen que contratar los servicios de un gerente que se encargue de negociar los contratos, fijar los honorarios y exigir el cobro.

●●●

jueves, 24 de noviembre de 2011

La arrogancia en defensa propia

El orgullo es un sentimiento que nos defiende cuando estamos débiles para seguir viviendo.

Nuestra psiquis tiene una cierta capacidad para recibir y administrar información. Se parece al disco duro de una computadora: posee un cierto tamaño y una determinada velocidad de procesamiento de los datos.

Me rectifico: el disco duro de una computadora se parece a la psiquis humana porque su diseño fue copiado de ella.

Sin embargo, aunque hubo una copia, la diferencia de complejidad entre la mente humana y la computadora más sofisticada, es la misma diferencia de complejidad que existe entre una nave espacial y un destornillador.

Contar con ideas, nociones, información e hipótesis aumenta las posibilidades de que el cerebro pueda hacer producciones más interesantes y rentables (1).

Pero como menciono en el mismo artículo (1), son muy importantes nuestras creencias.

Si creemos que ya lo sabemos todo, nuestro interés por averiguar, informarnos, inventar, estará totalmente desestimulado. Esa gran maquinaria (la mente) será inútil porque no tendrá combustible (estímulo, energía).

Si creemos que nos queda mucho por conocer, la avidez por estudiar trepará a niveles máximos.

Como la psiquis dispone de una capacidad limitada, todo lo que no pueda recibir lo desechará y en esto actúa el instinto de conservación: si la ignorancia nos agobia, nos deprime, automáticamente desarrollaremos la creencia en que ya lo sabemos todo o en que lo que nos falta por conocer es irrelevante.

En otras palabras: los automatismos biológicos de auto-protección se encargan de generarnos ideas, sentimientos, reacciones defensivas cuando nuestra capacidad de respuesta está llegando al límite.

Por eso muchas personas son arrogantes, orgullosas, se jactan de saberlo todo.

Cuando observamos estas conductas en nosotros mismos o en los demás, debemos saber que se han traspasado los límites de esfuerzo biológicamente disponibles y necesitamos engañarnos (arrogancia) «en defensa propia».

(1) La ceguera por convicción
 
●●●

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La ceguera por convicción

Las creencias, prejuicios, dogmas que nieguen la realidad, lograrán que hasta lo evidente se convierta en imperceptible.

En dos artículos anteriores (1) comenté que ningún estímulo proveniente de nuestros cinco sentidos puede convertirse en percepción si no existe una creencia previa que les dé significado.

Necesitamos creer en la dureza del suelo porque alguna vez nos caímos, para percibir lo sólido; recurrimos a las primeras experiencias de cuidados maternales para luego percibir el amor que nos inspiran quienes nos benefician; alguna vez nos metimos en un hueco pequeño y adquirimos nociones de espacio, volumen, tamaño con las que percibiremos «pequeñez», «inmensidad», «angosto».

En suma: la percepción, la captura subjetiva de nuestro entorno, el fenómeno psíquico por el que conceptualizamos los estímulos de los cinco sentidos, depende de creencias, nociones, información previa.

Es probable que estos dos artículos anteriores cobren importancia si retomamos la situación inversa, esto es: no percibimos aquello que no tiene en nuestra mente alguna referencia previa (creencia, noción, haber oído hablar de...).

Dicho de otro modo: los cinco sentidos pueden cansarse de enviar señales a nuestro cerebro (psiquis, inteligencia) sobre objetos, situaciones, colores de los que carecemos de antecedentes y nunca se formará una percepción. Para nosotros ningunos de esos estímulos sirvió para algo.

Y termino: la pérdida de los estímulos sensoriales por falta de referencias previas también ocurre cuando esos estímulos llegan a nuestro cerebro y se encuentran con creencias, nociones y referencias que nos informan que nada de eso existe.

Por ejemplo, si en nuestra psiquis tenemos instalada la creencia según la cual un pobre debe vivir como pobre, tener hijos pobres y morir en la pobreza, ningún estímulo que le envíen sus cinco sentidos con oportunidades de mejorar su calidad de vida, serán percibidos. Esas oportunidades im-perceptibles, no existen.

(1) Nadie sabe y todos opinamos

●●●

martes, 22 de noviembre de 2011

Paranoia, escepticismo y credulidad

La duda razonable, alejada de la paranoia y de la credulidad extremas, es indicadora de salud psíquica.

La normalidad psíquica «es una cuestión de medida».

Esto mismo puede decirse de otra forma: La salud mental es relativa

— al bienestar o malestar que manifieste la persona evaluada,
— a los criterios culturales,
— al punto de vista de quien haga la evaluación,
— a la corriente filosófica que se tome como referencia,
— al bienestar o malestar que la persona evaluada aporte a la sociedad que integra.

Este preámbulo intenta darle contexto a otra afirmación:

Una persona puede ser paranoica, escéptica o crédula según los criterios con los que sea observada.

Desde el punto específico de los temas que trata este blog, puedo agregar otro que no mencioné directamente:

— (La salud mental es relativa) a la calidad de vida que logre obtener en el mercado donde actúa.

Una persona paranoica es aquella que posee una desconfianza tan elevada que difícilmente encuentre a alguien que pueda coincidir con ella en la magnitud de los problemas que afirma percibir, como por ejemplo, sentirse perseguida.

Una persona escéptica posee un grado de desconfianza notoriamente menor a la paranoica y está dispuesta a dudar hasta de sus propias afirmaciones, percepciones y conclusiones.

Una persona crédula suele sentirse en un mundo tan fantástico como el paranoico pero en el polo opuesto en cuanto a la desconfianza. Se imagina súper protegida por seres míticos, por ritos que le atribuyen poderes mágicos, se siente omnipotente, poseedora de recursos personales invulnerables y atribuye los fracasos más estrepitosos a una especie de cuenta corriente con seres superiores que le imponen sacrificios posteriormente ventajosos.

En suma: en un entorno capitalista podría entenderse que la salud mental se asocia con una cierta humildad respecto a la validez (certeza) de las propias ideas y percepciones.

●●●

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuando nuestro cuerpo parece enemigo

El perturbador impulso erótico provocado por las hormonas infantiles y juveniles, puede generar repudio hacia el propio cuerpo.

La ciencia es la rama del saber que nos promete certezas, verdades, seguridad.

Es probable que la «Señora Ciencia» sea una dama presumida, pretenciosa y altamente seductora, que en los hechos no es mejor que miles de señoras que han gestado y criados hijos verdaderos, sin tanta publicidad.

El prestigio de esta «Señora» se debe a que efectivamente tiene algunos logros, pero sobre todo porque dice ser totalmente racional.

Gran parte de la humanidad cree en que el razonamiento es infalible a pesar de que no ha podido terminar con la diferencia entre pobres y ricos.

El Señor Psicoanálisis no es ni mejor ni peor que la Señora Ciencia pero es bien distinto porque no cree demasiado en el razonamiento, muchos menos en el libre albedrío y supone que sólo podemos pasar de una hipótesis a otra aceptando que la verdad definitiva y concluyente es utópica (ideal, imaginaria, inaccesible).

Les contaré una locura psicoanalítica.

Millones de personas creen que fueron violadas o víctimas de un abuso sexual (1).

Es cierto que esto pudo ocurrir (es verosímil), pero existen suficientes argumentos para pensar que el origen de ese «recuerdo» es pura imaginación provocada por otro hecho bastante diferente.

Nuestro cuerpo infantil se excita eróticamente, tiene deseos sexuales que la psiquis no puede procesar adecuadamente por su inmadurez y porque la cultura reprime severamente esos impulsos.

Por estos desafortunados acontecimientos puede ocurrir que algunas personas sientan que su cuerpo es un enemigo, algo que las pone en problemas, que les generan angustia.

Si razona de esta forma, difícilmente tendrá ganas de darle calidad de vida a un enemigo.

En suma: algunas formas de pobreza están causadas por una mala relación con el cuerpo.

(1) Lo que otros afirman que me conviene

El dolor natural y la culpabilidad imaginaria

La violación metafórica

●●●

domingo, 20 de noviembre de 2011

La insubordinación ciudadana

La democratización de los medios de comunicación puede incapacitarnos para convivir y producir si nuestra psiquis carece de la madurez suficiente para administrar la nueva sensación de poder.

Nuestra especie estuvo siempre cambiando pero desde hace unos cinco años (escribo esto en 2011), el cambio es mayor y más acelerado.

Quizá hubo épocas con esta aceleración en los cambios psicológicos cuando la Revolución Industrial (a mediados del siglo 18), durante las dos grandes guerras mundiales (1914 y 1939) y cuando se inventaron los anticonceptivos (a mediados del siglo 20).

En otro artículo (1) les comentaba que si no fuera porque la cultura nos induce a tener una percepción desnaturalizada de la sexualidad, los niños podrían observar a los adultos haciéndose el amor como si los vieran trabajando, comiendo o dialogando. Sin embargo, en casi todos los países hispanos se considera que los niños pueden ver escenas de sexo explícito después de los 18 años.

Algo que nos está cambiando aceleradamente es un incremento en nuestra cuota de poder debido a la popularización de nuevas herramientas de comunicación de una eficacia extraordinaria.

Si bien un niño sano podría ver sexo explícito sin que eso lo afecte, no ocurre lo mismo si a un niño sano se le asigna más poder.

En algún momento he mencionado (2) que la libertad es muy perturbadora cuando aún no hemos desarrollado una personalidad que nos permita administrar la posibilidad de elegir, decidir, protestar y hacer valer nuestros derechos.

Cuando una psiquis apta para la subordinación propia de un ciudadano que respeta de buen grado la autoridad de un gobierno legítimo, siente que puede criticar impune e irrespetuosamente a sus líderes, pierde el control de sus actos, se torna anárquico e incapaz de trabajar en equipo, cooperar, seguir un plan, ser puntual, esperar su turno, diferir sus anhelos.

(1) La vergüenza sexual y comercial

(2) Las tiranías benefactoras

●●●

sábado, 19 de noviembre de 2011

La vergüenza sexual y comercial

Las culturas que necesitan distorsionar la condición natural de la función sexual agregándole prohibiciones e interpretaciones morbosas (malsanas, patológicas, desagradables), indirectamente también distorsionan la aptitud natural para negociar, cobrar, transar, ganar dinero.

En otras ocasiones he comentado que la sexualidad es jerárquicamente una de las funciones más importantes(1) porque contribuye a una de las dos misiones (2) que tenemos los seres vivos, esto es, conservar la especie (la otra función es conservarnos individualmente).

Los humanos estamos gobernados por dos fuertes impulsos. Uno es el instintivo, el que tenemos como animales y el otro es la cultura, el impulso que tenemos por pertenecer a la especie humana.

Desde otro punto de vista, porque somos los animales más vulnerables, la naturaleza nos compensó con el talento suficiente como para crear un equipamiento instintivo artificial que nos permite adaptarnos al medio igual y hasta mejor que otras especies menos vulnerables.

Este segundo equipo instintivo (la cultura, las normas de convivencia, las tradiciones, las religiones, las instituciones administrativas de la convivencia), suele apartarnos de los instintos básicos.

Me explico mejor: como dije al principio, la sexualidad es una de las funciones más importantes junto con la de conservarnos, pero la cultura (este equipo instintivo artificial que nos creamos para compensar la vulnerabilidad que padecemos), suele distorsionarla.

Desde muy pequeños podríamos presenciar los actos sexuales adultos, así como presenciamos cuando trabajan, comen, discuten, juegan, sin embargo la cultura necesita desnaturalizar el desempeño sexual hasta convertirlo en «prohibido para menores de 18 años».

La práctica sexual entre adultos también se denomina «comercio sexual», porque implica un intercambio.

En suma: como la cultura necesita distorsionar el «comercio sexual», indirectamente también distorsiona perjudicialmente nuestra aptitud natural para interactuar en otras relaciones interpersonales económicamente rentables, al punto que muchas personas sienten pudor (vergüenza, inhibición) al hablar de dinero, precio, honorarios.

(1) La represión de las coincidencias

(2) Blog dedicado al tema La única misión

●●●

viernes, 18 de noviembre de 2011

La naturaleza humana indignada

El movimiento 15-M o Los indignados, constituye un fenómeno natural que procura recuperar (revuelta) el equilibrio ecológico-económico que tenía.

El 15 de mayo de 2011 un grupo de manifestantes españoles protestaron pacíficamente por lo mal que les va.

Claro que para protestar, aunque sea pacíficamente, es necesario hacerlo «contra» alguien.

Los destinatarios de las protestas fueron (y siguen siendo seis meses después), los que figuran como culpables de esas condiciones desventajosas que ya resultan intolerables: los políticos, los banqueros y demás personajes capaces de tomar decisiones en beneficio propio y en contra de los menos privilegiados.

Retomando conceptos que mencioné en otro artículo (1), no se trata de una revolución porque es pacífica y sí puede calificarse de «revuelta» porque los manifestantes quieren recuperar los valores morales que tenía la sociedad antes de la crisis que los afecta.

Este movimiento, denominado 15-M porque se produjo un 15 de Mayo, se extendió a otros países (Francia, Inglaterra, Estados Unidos).

Fue muy oportuna la aparición de un libro (¡Indignez-vous!) del diplomático francés (aunque nacido en Alemania en 1917 y víctima de la Gestapo por su condición de judío), llamado Stéphane Frédéric Hessel (2).

Ese libro, que como su título indica, estimula la indignación de los ciudadanos, le dio un segundo nombre a este movimiento popular: Los indignados.

La filosofía de estos movimientos es protestar contra el sistema capitalista, manifestar insistentemente la disconformidad, abandonar la actitud pasiva pero no la pacifista.

Estos acontecimientos pueden ser considerados fenómenos naturales, con alta participación de la «naturaleza humana»: por causa de una acumulación de frustraciones, como si se tratara de un caudal de agua que crece, esta «masa» (conjunto de manifestantes), «encausa» su presión para producir cambios en el escenario que habitan (países), para que se vuelva más apto.

Seguramente algo ya está cambiando.

(1) Las revueltas psicoanalíticas
(2) En noviembre de 2011, puede consultarse el libro Indignaos, en línea.

●●●

jueves, 17 de noviembre de 2011

El libre albedrío nos paraliza

La creencia casi universal en el libre albedrío, produce (supuestos) culpables e impide democratizar la riqueza.

En mi búsqueda de las causas de la pobreza patológica (definida como aquella pobreza material que no es elegida deliberadamente por quien la padece sino que le es impuestas por las circunstancias que el «pobre» desearía evitar), parto de la premisa de que todo lo que se ha hecho hasta ahora ha sido inútil, sin descartar que pudo haber sido contraproducente.

No han dado resultado las teorías económicas, las teorías filosóficas, la sociología, los regímenes capitalistas o comunistas, las democracias, las dictaduras. En todos ellos han habido pobres y ricos, siempre hubo un desigual reparto de los bienes colectivos.

Es probable que hayan contribuido a conservar el injusto reparto la creencia en Dios, en la vida después de la muerte, en la glorificación ética de la pobreza. También son contraproducentes el odio a los ricos y el desprecio de los pobres.

En ambos párrafos precedentes, tan sólo describo algunas ideas a modo de ejemplo.

Un factor que me parece nefasto para la injusta distribución de la riqueza tiene que ver con la idea del libre albedrío.

Suponer que somos responsables de lo que hacemos y nos ocurre, termina dándole más fuerza a los fuertes y menos poder a los débiles, porque fácilmente podemos asegurar y repetir hasta convertirlo en verdad, que «los pobres son pobres porque quieren, porque son vagos e irresponsables», mientras que los ricos tienen bienestar porque «son trabajadores, inteligentes y responsables».

Con el determinismo nos quedamos sin culpables y sin víctimas para poder encontrar formas de que la suerte nos llegue a todos de forma similar y con ella, la riqueza que se le asocia.

Tenemos un mal reparto de la suerte (oportunidades) porque sólo buscamos (y encontramos) culpables y víctimas.

Artículo vinculado:

Con menos acusaciones hay menos violencia

●●●

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Con menos acusaciones hay menos violencia

Un accidente que para creyentes en el libre albedrío es una tragedia, para creyentes en el determinismo es un fenómeno natural adverso.

¿Qué ocurriría si comenzáramos a pensar que el libre albedrío no existe y que todos nuestros actos están inevitablemente determinados por la naturaleza, el inconsciente y la suerte?

Cada tanto, alguien me hacen esa pregunta cuando insisto sobre nuestro error milenario y planetario (creer en el libre albedrío). La mayoría de los lectores piensa que el determinismo es un invento filosófico, inconcebible, disparatado.

Quizá un ejemplo nos ayude. Pensemos en un accidente de tránsito: dos vehículos chocan en la carretera, los autos se estropean, los conductores padecen algunas heridas, y no le agrego más dramatismo porque para complicar el ejemplo tenemos todo un futuro por delante.

1º) Comenzamos por asistir a los heridos, curar sus lastimaduras, estar con ellos, escucharlos, alentarlos, preguntarles si necesitan algo como llamar a un familiar, alcanzarle algún calmante, agua;

2º) Sacamos los vehículos que dificultan la circulación. Los ubicaremos en algún lugar donde no molesten;

3º) Si los accidentados no necesitan más nada, los dejamos solos. Cada uno de ellos por su parte, tratará de compensar de alguna manera el tiempo que están perdiendo e iniciarán telefónicamente los trámites de seguro.

4º) Como las compañías de seguros están organizadas según un criterio determinista, simplemente cubrirán todos los gastos que estén previstos porque se trata de un accidente fortuito, no hay culpables sino sólo daños para reparar. Si existiera algún gasto no cubierto por las compañías de seguros, lo pagarán ambos perjudicados por partes iguales.

Si lo evaluamos filosóficamente, ambos conductores compartieron una circunstancia desafortunada cuyas consecuencias probablemente impacten de diferente manera en cada uno, como si un huracán les hubiese provocado idénticos daños materiales y emocionales. Tan solo compartieron un hecho perjudicial.

Blog vinculado:

Libre albedrío y determinismo

●●●

martes, 15 de noviembre de 2011

El déficit obligatorio

«Quien nos haya fabricado», resolvió nuestra vitalidad diseñándonos con un déficit permanente entre nuestras fuerzas y las exigencias del medio.

Todas las personas que conozco sienten que la vida es un poco pesada. A veces demasiado pesada.

Si alguien tiene poco dinero, nos hablará de cuánto le cuesta trabajar, o cuánto le cuesta lograr que el sueldo le alcance hasta el día de un nuevo cobro o que los consumos básicos (alimento, alojamiento, abrigo) son excesivamente costosos.

Si alguien tiene mucho dinero, nos hablará de cuánto le cuesta administrarlo, conservarlo, dirigir su empresa, mejorar el nivel de ventas, cuidarse de los miles de intentos que hacen sus competidores para que desaparezca del mercado.

Un modesto mensajero, un militar, un sacerdote, un médico, un empleado, un narcotraficante, un empleador, todos, sin excepción sentimos que vivir es difícil, que la realidad nos impone un esfuerzo que logramos superar a duras penas.

Un buen padre de familia no le da todo lo que sus hijos le piden y una buena madre es buena en la medida que sea suficientemente frustradora.

«Cuando fuimos inventados», como quien inventó un robot, una computadora, una gran máquina, se encontró con que para que el funcionamiento (vida) no se detuviera, tenía que proveerlo de una cantidad de energía inferior a la que la naturaleza habría de exigirle.

Haciendo un poco de ciencia ficción, les digo que el ser humano sale a la vida con 10 unidades de energía siendo que no podrá sobrevivir con menos de 12 unidades de energía.

Este déficit natural es el que nos mantiene vivos, luchando, tratando de saltar para llegar más alto, tratando de apurarnos porque la luz del sol se termina a cierta hora, corriendo porque el niño de la parturienta quiere escapársele, durmiendo apurados porque mañana hay que madrugar.

Blog vinculado:

Vivir duele

●●●

lunes, 14 de noviembre de 2011

Autorización para portar dinero

El dinero suele estar en poder de quienes tienen el talento, la fuerza y la actitud para conseguirlo y conservarlo.

Las sociedades nos organizamos de ciertas formas y no de otras.

Esta obviedad sólo pretende reafirmar que, aunque no sea digno de mención, tenemos ciertas prohibiciones y autorizaciones tácitas.

Por ejemplo, nacemos con derecho a que los adultos (y en último caso, el estado) cuiden de nuestra vida y salud, a que nuestros padres se hagan cargo de nuestros gastos, a ser educados.

Por ejemplo, nacemos con la prohibición de contraer matrimonio, conducir ómnibus y portar armas de fuego.

¿En qué grupo está el tener y portar dinero?

Seguramente en el segundo, junto con la autorización

— a casarnos sin necesitar el consentimiento de nuestros padres,

— a conducir ómnibus siempre y cuando aprobemos algunos exámenes de aptitud, y

— a portar armas de fuego, siempre y cuando demostremos idoneidad para usarlas e inevitable necesidad de tenerlas.

Este artículo procura señalar un hecho poco comentado.

La organización social no es clara a la hora de autorizar o no a que un ciudadano posea y use dinero.

Está claro que una herencia sólo puede administrarse cuando se llegue a la «mayoría de edad» (dieciocho años en casi todos los países); está claro que un menor de edad no puede participar en juegos de azar porque si lo hace tendrá problemas en cobrar lo que pudiera ganar.

Los colectivos hacemos un chequeo muy rudo (violento, depredador, salvaje) para determinar qué adultos podrán poseer y portar dinero.

Simplemente permitimos (toleramos, hacemos la vista gorda) las acciones abusivas logrando de esta forma que si alguien no sabe tener y usar dinero, lo pierda a manos de otros agentes económicos que difícilmente castigaremos por apropiarse de aquellos bienes que no sean celosamente custodiados por su dueño.

●●●

domingo, 13 de noviembre de 2011

La bondad de los débiles

Para muchos, nadie bondadoso es al mismo tiempo fuerte, excepto Dios.

El resumen de otro artículo (1) dice textualmente:

« Miles de obras literarias que hipnotizan a millones de lectores tienen como trama principal la heroica frustración de sus protagonistas.»

Esa «heroica frustración» es la fórmula de goce de muchos de nosotros.

Como si fuera una novela, nos imaginamos estar en el medio de dos grandes grupos de personas (personajes):

— las que nos dominan, gobiernan, explotan, castigan, abusan porque son naturalmente fuertes, egoístas, malos; y

— las que por ser más débiles que nosotros nos decepcionan, entristecen y a veces nos hacen sentir impotentes, pero a los que de todos modos, sacando fuerza no sabemos de dónde, igualmente ayudamos, protegemos y aconsejamos para que sepan compensar esa debilidad que los condena a ser maltratados por gente avara, inescrupulosa, corrupta, insensible, mala.

En este «novela» faltan los personajes buenos y fuertes.

Los «buenos y fuertes» no participan en la novela personal de quienes estoy describiendo porque en su lógica parece un contrasentido que alguien que sea fuerte también sea bondadoso.

La debilidad que sienten los integrantes de este gran grupo de personas no necesariamente es real. Pueden pertenecer a diferentes niveles de mando y protagonismo, pero lo importante es cómo tienen organizada su lógica interpretativa de la realidad que perciben.

Según ellos, por ser irremediablemente de buen corazón, están condenados a ser débiles y se cuidan de ejercer algún tipo de poder que no pueda ser descalificado por ellos mismos con frases tales como «no tuve más remedio que hacerlo», «si no lo hago yo, no lo hace nadie», «si aplico mano firme, lo hago por su bien».

En suma: estas personas construyeron un rol (personaje) coherente y convincente, para conquistar la cuota de amor que todos necesitamos.

(1) Las novelas como textos de estudio

●●●

sábado, 12 de noviembre de 2011

Las novelas como textos de estudio

Miles de obras literarias que hipnotizan a millones de lectores tienen como trama principal la heroica frustración de sus protagonistas.

A los humanos nos encanta escuchar, ver o leer cuentos, historias, relatos. Los más lindos son aquellos en los que el personaje principal «casualmente» piensa y siente igual que nosotros.

Claro que el autor pudo haber utilizado la misma habilidad de los abuelos que inventan aventuras en las que el personaje principal, el héroe, el poderoso, es «casualmente» idéntico al nieto.

Claro que el que una vez quedó fascinado por las aventuras de un cierto personaje, muy probablemente trate de imitar e incorporar sus particularidades. Aquel nieto hechizado por las proezas del súper héroe, incorporará a sus tareas futuras la de parecerse al valiente defensor de la justicia o a la bella princesa infalible para conquistar el corazón de los hombres más hermosos.

Algo especial ocurre cuando esas historias son guionadas por profesionales con afán de lucro.

La princesa infalible no es tan infalible. Después de curar al héroe de las heridas recibidas para defender la causa de los más débiles, después de alimentarlo y enamorarse de él hasta la enajenación, termina despidiéndolo porque resulta que el señor tiene que ir a solucionar algún entuerto en un lugar lejano.

El héroe valiente, insensible al dolor de su cuerpo pero maternal ante el dolor de los más débiles, se enamora de la hermosa mujer que lo cuida, lo cura y le entrega lo mejor que tiene, pero el deber es más fuerte y tiene que irse doblegando sus verdaderas intenciones de quedarse, formar una familia, tener muchos niños y terminar con eso de hacerse pegar defendiendo a gente que después ni le agradece.

Estas deliciosas historias nos invitan a ser débiles protegidos por héroes o a ser héroes sufrientes eternamente frustrados.

●●●

viernes, 11 de noviembre de 2011

Los sistemas económicos son ecológicos

Es probable que los regímenes económicos sean fenómenos naturales y que la ecología los entienda mejor que la economía.

Quizá no sea prematuro ir concluyendo que no existe la teoría económica que nos salve de las escaseces, ineficiencias, crisis.

Durante más de setenta años la Unión Soviética nos hizo creer que el comunismo es la solución, hasta que colapsó en 1989.

En este momento tenemos la isla cubana en la que hace más de cincuenta años se procesa una «revolución» que ya parece un giro descontrolado y caprichoso porque, por definición, una revolución es algo que gira, cambia el rumbo, se reorienta y luego deja de dar vueltas.

En China el comunismo maoísta tiene más de sesenta años y parece tener larga vida porque de la teoría ortodoxa conserva discretos indicios.

El capitalismo, bastante más longevo que el comunismo, lleva tres siglos de vida (si aceptamos que su origen se remonta al siglo 17 en Inglaterra) pero durante esta segunda década del siglo 21 está exhibiendo preocupantes quebrantos de salud

— Podríamos pensar que el ser humano necesita las crisis porque el «fenómeno vida» (1) depende de los cambios, el dolor, la muerte que habilite nuevas vidas.

— Podríamos pensar que no necesitamos este tipo de cambios pero que estamos empecinados en tratar los temas económicos como si fueran asuntos dependientes del dinero y la producción cuando en realidad dependen del deseo humano, del cual no sabemos prácticamente nada.

— Podríamos pensar que los regímenes económicos no dependen para nada de la voluntad humana sino que son fenómenos naturales, circunstancias propias de cada región geográfica, como lo son el clima seco, frío, ventoso, tropical, pero que los humanos, como integrantes jactanciosos de esos fenómenos naturales, nos creemos protagonistas, encargados, responsables, simplemente porque a nuestro cerebro le da por creer en su libre albedrío (2).

(1) Los estímulos para la vejez
Los perjuicios de las donaciones
(2) Blog que reúne artículos sobre el libre albedrío y el determinismo

●●●

jueves, 10 de noviembre de 2011

Los pueblos industriales se parecen a Dios

Como Dios lo hizo todo se merece lo mejor y, por analogía, los países industrializados merecen ser ricos.

Probablemente es el instinto de conservación el que nos obliga a querernos tanto.

El narcisismo, tan injustamente criticado, es el instinto que nos induce un profundo amor por nosotros mismos e indirectamente por todo lo que imaginamos como propio («mi hijo», «mi cónyuge», «mi país»).

Para que los ciudadanos estén dispuestos a entregar sus propias vidas y la de sus hijos cuando el país los reclama para conquistar militarmente nuevos territorios o para defenderlo (al país) de quienes los invaden, la propaganda de los gobiernos ha criticado ese instinto de conservación que nos caracteriza a todos los seres vivos.

También ha sido necesario que los ciudadanos sean generosos con las arcas del estado, no solamente para solventar los mismos gastos bélicos de ataque o defensa, sino también para pagar los gastos habituales de limpieza, salud pública, conservación de construcciones transitables, proteger a los desvalidos.

Aquel instinto de conservación que se manifiesta en forma de narcisismo es causa fundamental de la resistencia a pagar, a colaborar, a donar, contribuir, ayudar. El instinto de conservación y el consiguiente narcisismo promueven el egoísmo, el individualismo, la avaricia.

Las religiones trabajan junto a los gobernantes para condenar el narcisismo. Los siete pecados capitales son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

La soberbia es el principal derivado del narcisismo. Dios, porque es perfecto, es el único que puede ser soberbio. Él es el gran fabricante.

Podemos pensar que los países vendedores de «commodities» (1) vendemos lo que Dios nos regala (productos naturales) mientras que los países industrializados son como Dios porque fabrican, transforman, crean.

La religiones opinan que tanto Dios como los humanos que fabrican a la par de Él, se merecen las mayores riquezas.

(1) La inocencia de quien roba a un ladrón

●●●

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los objetos robados valen menos

Si la humanidad siente (pero no lo dice) que los bienes naturales (commodities de agricultura, ganadería, minería) son «robados» al planeta, inconscientemente tratarán de pagar por ellos lo menos posible.

El astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473 - 1543) «opinó» que el planeta Tierra no está en el centro del universo como se pensaba en la época y como puede afirmar cualquiera de nosotros tan sólo mirar el cielo.

Recibió furibundas resistencias, calificativos demoledores sobre su «opinión» y también sobre su persona, luego aparecieron algunas tímidas voces que comenzaron a preguntarse si este señor no tendría algo de razón, más recientemente los libros científicos informan que efectivamente nuestro planeta gira alrededor del sol, pero seguimos diciendo que «el sol sale por el este y se oculta por el oeste», en vez de confiar en Copérnico y decir «al sol comenzamos a verlo por el este y dejamos de verlo por el oeste».

En otro artículo (1) opiné que la explotación que los países industrializados hacen de los países productores de «commodities» (materias primas, explotación ganadera y agrícola, extracciones mineras) puede explicarse porque la que realmente produce es la tierra, la naturaleza, y lo que vendemos es lo que le sacamos (robamos) al terreno.

Es tan antipática esta opinión que podría parecerse a la de Copérnico.

Sin embargo, no poder encontrar otras formas de interpretar lo que nos ocurre con la injusta distribución de la riqueza depende en gran medida de no poder describir los hechos desde otros puntos de vista. Quizá nuestro error está en el planteo.

En suma: una de las causas de la injusticia distributiva está en que los humanos rechazamos la receptación (tráfico de objetos robados) (2), no podemos explicitar que los commodities sean percibidos como «objetos robados» (a la naturaleza) y por eso nuestros compradores desvalorizan lo que vendemos.

(1) La inocencia de quien roba a un ladrón

(2) El robo y las ideologías de izquierda

●●●

martes, 8 de noviembre de 2011

La inocencia de quien roba a un ladrón

Existe una especie de «cadena de robos» (explotación, abuso), donde quienes vendemos «commodities» somos un «eslabón» más.

La palabra inglesa «commodity» también es usada por quienes hablamos español.

Se denomina así a la materia prima difícil de diferenciar pues son casi idénticos el petróleo venezolano y el de Arabia, el trigo argentino y el mexicano, o las bananas brasileras y las de Ecuador.

Esa dificultad para diferenciarlos hace que su precio sea casi el mismo en todos los mercados.

Yo supongo, basado exclusivamente en razones fonéticas, que el vocablo «commodity» significa «común» [common], es decir, «lo que no está diferenciado», lo que no es raro.

Pero también supongo otra cosa y es que «commodity» está vinculado lingüísticamente a «accommodation», es decir, «un lugar donde vivir».

Probablemente no sea casual (aleatorio, azaroso, fortuito) que en los países productores de alimentos y minerales (commodities), también padezcamos una mala distribución de la riqueza.

Si no es por mala suerte (casualidad) que los países productores de materias primas tengamos la peor justicia distributiva, entonces llegamos al lugar donde también ha llegado el sentido común: algo estamos haciendo mal los pueblos.

Naturalmente, quien piensa que existe el libre albedrío tratará de buscar culpables.

Quienes creemos en el determinismo podemos suponer que la misma naturaleza que ha puesto en nuestros territorios la generosidad de una tierra fértil y de un subsuelo rico, puso pueblos adaptados a una especie de «paraíso» («accommodation»), desmotivados para agregar mano de obra diferenciadora que le aumente el valor a sus productos exportables.

En suma: Si abandonamos las hipótesis de culpabilidad que sólo nos han traído gobiernos militares, persecuciones y dictadores, es natural que los vendedores de «commodities», que no hacemos más que «robar» lo que produce u oculta nuestro suelo, quedemos expuestos a que otros nos «roben» (exploten) sin que podamos evitarlo.

Artículo vinculado:

Ignorar para no sentirse culpable


●●●

lunes, 7 de noviembre de 2011

La felicidad deprimente

El entusiasmo puesto en buscar una felicidad llena de alegría puede atemorizarnos llevándonos a la depresión.

Estamos de acuerdo en que el objetivo de cualquiera de nosotros es ser felices, intensamente felices, durante el mayor tiempo posible.

Dentro de este gran grupo de aspirantes a la felicidad, se incluye una mayoría que piensa que ser felices significa estar contentos, alegres, sin dolores, descansados, sin hambre, entretenidos y no incluye lo contrario: estar tristes, cansados, molestos, aburridos.

Cuando comparamos estas expectativas con lo que realmente nos ocurre diariamente, tenemos que reconocer que la situación es un poco frustrante pues los momentos de felicidad perfecta son escasos, raros, infrecuentes.

Los espíritus optimistas que anhelan la felicidad suelen estar acompañados de algunas fantasías de omnipotencia, al punto de decir, intentar, practicar y aconsejar que «querer es poder».

Esta aspiración a ser felices que tenemos la mayoría, cuando la sentimos acompañada de optimismo y omnipotencia, nos provoca el temor a que nuestro poder mental nos conduzca a enloquecer de alegría, de amor, que nuestra energía sea desbordante, incontrolable, autodestructiva.

Estas ideas, sensaciones, creencias y fantasías suelen ser utilizadas por la publicidad cuando se nos informa que un empresario se volvió loco y está vendiendo todo a precios insólitamente bajos (a menos del costo).

Cuando percibimos esta promoción,

— se despierta nuestra ambición e intentamos aprovecharnos (depredar, explotar, abusar) del supuestamente loco, descontrolado y dispuesto a perder en nuestro beneficio;

— se despierta nuestro temor a caer en el estado de enajenación del «desdichado comerciante» y eso nos hace huir emocionalmente de ese estado que nos había propuesto con optimismo buscar y conservar la felicidad plena de alegría, de hiperactividad, de entusiasmo, impulsándonos al polo contrario;

— por este recorrido, en forma temerosa y preventiva, nuestro ánimo se refugia en la tristeza, el miedo, la inactividad, la depresión.

●●●

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cuanto peor, mejor

Por «selección adversa» puede entenderse esa extraña predisposición que tienen algunas personas a elegir frecuentemente lo que menos los beneficia y mejor los perjudica.

Podríamos denominar «selección adversa» al acto de elegir lo peor.

Al leer esta afirmación no podemos perder de vista que el vocablo «peor» es un «adjetivo comparativo de malo», o sea que es una opinión, una apreciación subjetiva y personal de cada uno.

En otro artículo (1) les comentaba algo que nos ocurre cuando preferimos dedicar nuestra atención precisamente a quienes menos se fijan en nosotros.

Por si alguien no cree en eso de «perder el tiempo» con quienes menos chances tenemos de lograr algún beneficio, observemos qué ocurre con algunas fotografías muy seductoras (imagen) en las que el modelo seduce porque está mirando hacia un costado, dejándonos fuera de su campo visual, de su interés.

Esta tendencia que nos caracteriza tiene algún parentesco con hacer hincapié en el muy conocido «medio vaso vacío».

No importa que estemos viviendo un período de bonanza económica, política y climática, si nuestro mejor jugador de ping-pong salió segundo en el campeonato sub-regional de esa especialidad.

Hace un tiempo les había comentado la importancia que tienen las carencias para que nuestro fenómeno vida no se interrumpa (2).

En suma 1: somos expertos en realizar la paradójica «selección adversa» que mencioné al inicio.

Imaginemos por un momento qué ocurriría con las respectivas economías, si los países petroleros de tierras muy áridas, dedicaran sus mayores esfuerzos a la agricultura y a la ganadería.

Lo que en economía se denomina «ventaja comparativa» es precisamente aplicar más esfuerzo en lo más rentable y menos esfuerzo en lo menos rentable.

Parece muy sencillo, obvio, inapelable, pero nuestra lógica individual suele reaccionar al revés.

En suma 2: Algunas pobrezas patológicas pueden ser causadas por una extraña «selección adversa».

(1) ¿El dinero persigue a quienes lo desprecian?

(2) Los perjuicios de las donaciones

Artículos vinculados:

Sacrificio: ¿clave del éxito?

La parábola del hijo avivado

●●●

sábado, 5 de noviembre de 2011

¿El dinero persigue a quienes lo desprecian?

El desprecio del amor recibido y el empecinamiento con el amor esquivo, pueden aplicarse a la relación con el dinero.

Los humanos somos complicados o los humanos somos tan poco inteligentes que no nos entendemos.

Algunas personas, auto observándose, han intuido, entendido, concluido, que están más enamoradas y por más tiempo de quienes las tratan con indiferencia mientras que, por el contrario, sienten desprecio por quienes las tratan con interés, amor, consideración.

Lo digo de otra forma: A veces uno se da cuenta que ama más cuando no es correspondido.

Por último, el humorista norteamericano Groucho Marx (1890 - 1977), habría dicho: «Me niego a pertenecer a un club que me acepte a mí como socio».

Esta actitud, que parece interesada en reforzar las frustraciones afectivas como estilo de vida, nos permite suponer otra hipótesis que explique algunas pobrezas no deseadas.

Recordemos que nuestro cerebro piensa que todo tiene características humanas porque nuestra propia percepción del entorno es inevitablemente humana (1).

Dada la cantidad de usos que tiene el dinero, es posible pensar que para muchas personas es algo más que un instrumento inerte, carente de intenciones, voluntad y poder.

Muchas personas consideran que el dinero tiene algo humano, así como puede llegar a pensar en términos poéticos que el sol y la luna forman un matrimonio, o que el reloj informa la hora que se le antoja.

Quienes no corresponden el amor recibido sino que, por el contrario, tienden a despreciarlo para concentrar todo su esfuerzo en conquistar el amor más esquivo, pueden desarrollar la estrategia de despreciar el dinero porque creen que el desprecio es atractivo y que el dinero, al verse despreciado (¿?), se empecinará en conquistarlos, vendrá a buscarlos, se meterá en sus bolsillos... como hacen ellos mismos con quienes los tratan con indiferencia.

(1) «La naturaleza piensa como yo»

La naturaleza es una monarquía absolutista

●●●

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuando la madre ama la riqueza del padre

La pobreza recorta las libertades como una cárcel. Algunas personas empobrecen para impedir la posibilidad de que los deseos incestuosos tengan satisfacción.

Los institutos penitenciarios, las cárceles y las empresas de reclusión, existen para evitar que alguien que cometió una falta grave, un delito, un crimen, reincida.

Después de pasar por el calvario autogenerado por la responsabilidad, la moral y la ética, son muy pocas las personas que volverían a cometer un delito. El arrepentimiento nos provoca un autocastigo ejemplarizante.

Por lo tanto, la privación de libertad no sería necesaria para la mayoría de los infractores primarios (los que cometen un delito por primera vez).

Sin embargo, como somos incapaces de saber en qué medida la falta grave fue por error, como ignoramos el grado de arrepentimiento del inculpado, como en estos casos es preferible desconfiar a ser crédulos, mandamos a la cárcel a todos los que transgredieron las leyes penales.

En otro artículo (1) les comentaba que la mayoría resuelve la tentación a transgredir que nos imponen algunos deseos, reprimiendo esas diabólicas ideas (olvidándolas, sepultándolas en el inconsciente), pero que una cantidad importante de gente cree resolver al problema de una manera costosa, cruenta y muy perjudicial para sus intereses.

Les comentaba que ciertas personas imaginan que sus deseos prohibidos están radicados en la vesícula biliar, o en un tramo del intestino, o en la dentadura, y por eso, sin saberlo «se hacen extirpar» el órgano «maldito», creyendo que de esta manera «extirpan» los deseos prohibidos.

Otras personas pueden pensar que el padre se acuesta con la madre porque es quien tiene dinero.

Cuando el inconsciente de alguien se maneja con esta suposición, es probable que procure tener mucho menos dinero que su padre para evitar de ese modo que los deseos incestuosos puedan realizarse.

(1) Cirugía para deseos prohibidos

●●●

jueves, 3 de noviembre de 2011

La rentabilidad negativa de un hombre bomba

La energía humana (laboral, intelectual, deportiva), es útil sólo si se aplica inteligentemente pero inútil o contraproducente en cualquier otro caso.

Muchos recordarán una anécdota de autor anónimo según la cual un empresario solicitó la asistencia de un experto en reparar su compleja maquinaria.

Cuando el trabajador llegó provisto de un pequeño martillo, pidió que se pusiera a funcionar el mecanismo defectuoso, escuchó como un músico afinando su instrumento, golpeó un caño y el inconveniente quedó solucionado.

Los honorarios llamaron la atención del cliente quien reclamó argumentando que no podían cobrarle mil dólares por dar un golpecito, ante lo cual el profesional rompió la factura reclamada y redactó otra con un desglose:

— Martillazo: U$S 1.-
— Saber dónde golpear: U$S 999.-

Ocurre muy a menudo que los jóvenes, generalmente llenos de ideales, energía y entusiasmo, creen durante muchos años que el dinero se gana poniendo buena voluntad y mucha energía, ... que son los recursos que ellos poseen en abundancia por razones fundamentalmente biológicas (juventud).

La actitud suele dar resultados moderados, escasos, nulos o desmoralizantes.

El nuevo trabajador sale al mercado laboral cargado de entusiasmo, especialmente estimulado porque también tiene muchos deseos de formar una familia, de divertirse, de triunfar.

Visto de afuera, este nuevo trabajador no solamente tiene muy poco para ofrecerle a los potenciales clientes o empleadores sino que hasta puede ser considerado un peligro.

Lo comparo con los explosivos (pólvora, dinamita, nitroglicerina) que pueden ser usados en forma útil para mover tierra y rocas o en fuegos artificiales, pero que si explotan descontroladamente se convierten en mortíferos.

En suma: Las personas dotadas de mucha energía sólo pueden ganar dinero en el caso que la apliquen cuando, como y donde sea útil para alguien, durante el tiempo que la función lo requiera.

●●●

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ignorar para no sentirse culpable

Los seres humanos explotamos la naturaleza sin excluir a nuestros semejantes.

Ningún presupuesto familiar se mantiene equilibrado mediante el ahorro, pero convengamos en que la austeridad, la evitación de gastos superfluos y contando cuidadosamente el dinero que damos o cobramos, hacemos una contribución significativa.

El regateo (pugna, tira y afloje, solicitar la rebaja de los precios) es cultural. En algunos países es casi obligatorio y en otros es una pérdida de tiempo, una ofensa causante de enojo.

Donde la práctica es habitual, la compra-venta es considerada un acto social, en el que los participantes se brindan generosas argumentaciones y atractivos espectáculos teatrales, que buscan llegar a un acuerdo con pasión erótica.

En estas culturas, quienes no regatean son vistos como personas frías, indiferentes, antisociales, obscenos derrochadores y si fuera posible, habría que negarles la venta.

Cuando la cultura reinante excluye el regateo, el razonamiento es muy distinto.

El comprador pregunta el precio, el vendedor se lo informa:

— Si el comprador insinúa que es muy caro, el vendedor se ofende porque interpreta que lo están tratando de abusador, estafador o ladrón.

— Si el vendedor cede y hace la rebaja del precio que le pidió el comprador, este no concreta la compra porque interpreta que el vendedor es deshonesto pues hizo un intento de cobrarle de más.

Cada uno de nosotros tendrá su predilección pero quizá no sería razonable afirmar que una de las dos costumbres está bien o mal pues ambas están en sintonía con su respectivo contexto cultural.

En suma: Es sensato no gastar de más y pagar lo mínimo, con lo cual podemos concluir que el deseo de explotar al semejante (ya sea comprador o vendedor) es inherente a la condición humana.

Quienes piensan que la explotación es odiosa, negarán poseer esta característica para poder ejercerla inconsciente e irresponsablemente.

Artículos vinculados:

La esclavitud de los animales no humanos

La explotación es comparable a una violación

●●●

martes, 1 de noviembre de 2011

El desplazamiento de la energía sexual

Los temores a la actividad sexual suelen resolverse aplicando la energía generada por ese deseo en actividades igualmente apasionantes.

Algunos varones temen disfrutar de una felatio (excitación del pene con la boca) por temor a que el partenaire (quien practica la felación) tenga un repentino ataque de epilepsia y cause una accidental castración.

Algunos varones temen practicar el coito vaginal por temor a que la mujer los castre con una imaginaria dentadura de la vulva.

El orgasmo es evitado, demorado o aplacado en su intensidad cuando la persona teme que le estalle el corazón, que explote todo su cuerpo o que enloquezca de forma irreversible.

Estas fantasías atemorizantes son algunas de las que suelen dificultar una vida sexual plena.

Aunque algunos profesionales se ganan la vida asistiendo a quienes consultan para resolver estos inconvenientes, la mayoría de los potenciales pacientes resuelven el asunto de otra forma.

En un artículo de reciente publicación (1) les decía que algunas personas famosas por su desempeño excepcional, llegan a esas proezas presionados porque suponen que con menos esfuerzo no tendrían el amor que necesitan. Temen ser ignorados, abandonados, despreciados.

Los temores personales al goce sexual mencionados más arriba también generan el impulso a gozar intensamente con alguna otra actividad que les reporte un placer lo más parecido posible al sexual que prefieren evitar.

Las actividades útiles para reemplazar al coito son aquellas que también ofrezcan una fuerte intensidad emocional y corporal.

Tres de ellas son la actividad política, la pasión deportiva y la lucha sindical.

Si observamos el entusiasmo puesto en juego en estos ámbitos, no necesitaremos exigir nuestra imaginación para entender que esas personas (mayoritariamente varones, temerosos de una castración orgánica), teatralizan con ardor, ímpetu, efusión, fogosidad, exaltación, actos que en su origen tienen la matriz (molde, modelo, origen) sexual.

(1) La sublimación por miedo

●●●