sábado, 20 de diciembre de 2008

Licencia neuro-dactilar

Me tomo un pequeño descanso pero no se abstengan de agregar o leer comentarios, pues algunos están muy buenos. Vuelvo el 21/01/2009. Un abrazo.

No somos máquinas

Los compromisos son una carga muy pesada para cualquiera. En lo único que nos diferenciamos es en que para algunos esa carga pesada los deja avanzar y a otros los aplasta. Es todo cuestión de fortaleza anímica.

Uno de los compromisos pesados tiene que ver con la venta de nuestra fuerza laboral. Cuando suscribimos un contrato de trabajo estamos poniéndonos sobre los hombros una responsabilidad difícil de llevar.

La dificultad mayor está en que nos comprometemos a canjear algo de valor constante como es el dinero por algo de valor inconstante como es nuestras ganas de trabajar.

Por muchos motivos la cantidad de energía disponible fluctúa. Hay días en que nos levantamos con ganas de mover una montaña y al día siguiente nos resulta difícil darnos una ducha.

Nosotros sabemos que somos así y los días en que la energía nos abandona (por motivos generalmente desconocidos), tenemos que hacer un esfuerzo de voluntad muy penoso para cumplir con los compromisos.

El dinero es muy necesario pero esa constancia nos resulta preocupante pues sabemos que no siempre podremos mantener nuestro desempeño como lo conserva él. Es como si tuviéramos que competir con una máquina: ésta no se enferma, no se cansa, todos los días está igual. No es posible competir con una máquina.

Cuando vendemos nuestra fuerza laboral, estamos asumiendo que canjeamos un valor constante (el del dinero) por un desempeño que fluctúa, varía, a veces está alto y otras veces está bajo.

Es inconcientemente lógico odiar (o envidiar) al dinero porque siempre está igual. Si lo odiamos, querríamos que salga de nuestra vida y es así como aparece la pobreza.

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viernes, 19 de diciembre de 2008

El miedo a lo desconocido

La ignorancia es una condición de gran valor para quienes cuentan con ella. Tiene mala fama pero es imprescindible para que ciertas cosas sucedan.

Por ejemplo, todas las personas que creen en Dios están obligadas a no entender algunas ideas. Por ejemplo, deben desconocer por qué Dios permite que una madre que está amamantando a su niño, se enferme, lo contagie, y sucedan una serie de tragedias incompatibles con la bondad y la omnipotencia de ese Dios.

Los sacerdotes necesitan que esto sea así porque si todos entendieran fácilmente los actos de fe inherentes a la religiosidad, entonces ellos estarían desocupados.

De forma similar es necesario que una mayoría de ciudadanos no entienda qué es el dinero para que los banqueros y ciertos privilegiados con ese conocimiento puedan continuar ejerciendo el control de una mayoría felizmente ignorante.

La comparación con el fenómeno religioso no es casual. Usted y yo tenemos que tener fe en que esos papelitos (billetes) o esos trozos de metal (monedas) tendrán valor de cambio si pretendemos canjearlos por lo necesario (comida, vestimenta, etc.).

El por qué esos pequeños objetos (billetes y monedas) tienen valor de cambio suele ser tan poco entendible como la causa por la que un Dios bueno y poderoso, permite (¡o decide!) que un ser humano sufra un dolor que se parece tanto a una condena injusta porque nada malo hizo para merecerlo.

Los misterios de la religión nos vuelven temerosos de Dios porque no sabemos bien qué hacer para que no nos castigue como a esa pobre madre. Los misterios sobre el dinero nos vuelven temerosos de él, de quienes lo poseen en abundancia, de quienes pueden influir sobre su valor, de quienes pueden falsificarlo y en general, temerosos de un grupo de personas desconocidas.

Este temor que surge de la ignorancia nos vuelve inseguros, débiles, frágiles, es decir: fácilmente gobernables y explotables.

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jueves, 18 de diciembre de 2008

Las categorías como presidio

En el artículo de ayer titulado El Yo olímpico decía que lo imposible de medir (como son ciertas características de la psiquis) son igualmente medidas mediante el recurso de establecer categorías.

Así tenemos al que logró mayor entrenamiento, al que pudo hacer mayor esfuerzo, al más dotado.

El nivel olímpico y la clase de los más ricos del mundo, están escasamente poblados. La gente excepcional es muy poca. Su rareza inspira más curiosidad que deseos de imitarla.

Todos los demás también nos incluimos en categorías por género, profesión, tenencia de auto, categoría de vivienda, edad, tipo de familia, etc.

Nadie queda fuera de alguna (o varias) categoría y nos complace que así suceda porque sentimos que nuestra identidad queda reforzada, podemos ser reconocidos y esto lo interpretaremos como un síntoma de inclusión social que, si no la tuviéramos, nos haría sentir muy angustiados.

A los efectos prácticos es muy conveniente tener en cuenta una consecuencia negativa de estas categorizaciones: es frecuente que alguien que pertenece a la categoría «mayor de 30 años» no quiera seguir estudiando porque de esta categoría se espera que no lo hagan; las que pertenecen a la categoría «madre de dos hijos pequeños» pueden considerar que no deberían trabajar fuera de la casa; si pertenecen a la categoría «mujer», no deberían estudiar para cardiocirujanas porque no conocen a ninguna mujer con esa profesión, etc.

En suma: Saber que pertenecemos a una cierta categoría puede imponernos todas las condiciones que supuestamente deben cumplirse aunque en realidad no sea obligatorio hacerlo.

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

El Yo olímpico

En el artículo de ayer titulado La fuerza interior propongo la comparación entre el Yo de nuestro aparato psíquico y el gerente de una empresa.

Decía entonces que la fortaleza del Yo es comparable con la capacidad de un gerente para resolver adecuadamente las variadas tensiones a las que se ve enfrentado minuto a minuto en su vida laboral.

Para precisar aún más la idea es posible establecer categorías como se hace en otros ámbitos. Las olimpíadas son eventos deportivos multidisciplinarios que miden —cada cuatro años— los máximos rendimientos en cada especialidad.

Otra forma de medición —más afín al tema de este blog—, es la publicación que hace la Revista Forbes listando el nombre de las personas más ricas del mundo.

Naturalmente que sólo se trata de aproximaciones porque es imposible medir una capacidad humana con tanta precisión como se mide el largo de un camino o la densidad de un líquido.

Con esas aproximaciones igualmente podemos establecer que cada uno de nosotros es capaz de administrar una cierta cantidad de tensiones, de estrés, de dificultades, de incertidumbre, de angustia y todo lo que constituye el esfuerzo al cual está expuesto este Yo-Gerente sobre el que vengo escribiendo desde ayer.

En conclusión: nuestro nivel económico puede estar vinculado con la fuerza de nuestro Yo. Si tenemos un escaso patrimonio significa que el yo es débil y si tenemos mucho es porque el yo es fuerte. Si quisiéramos aumentar nuestros ingresos o nuestro patrimonio, es una condición previa fortalecer el yo, madurar, crecer, desarrollarnos, preparar nuestra psiquis para el nivel económico al que queremos acceder.

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martes, 16 de diciembre de 2008

La fuerza interior

La psiquis de una persona se parece mucho a una empresa.

El gerente de la empresa (el Yo de la psiquis) es alguien que tiene que tener la fortaleza de carácter suficiente como para organizar y coordinar la existencia simultánea de muchas tensiones.

En la empresa, algunas tensiones son: El dueño de la empresa quiere ganar lo más posible; los proveedores desean lo mismo y por eso ofertan muchos productos para que les sean comprados; los clientes quieren ser atendidos inmediatamente, pagar a largo plazo sin intereses y que cualquier desperfecto en la mercadería les sea resuelto enseguida; los empleados procuran tener grandes sueldos, muchos días de licencia y que no se les pidan esfuerzos extras; el gobierno procura el cobro en fecha de impuestos.

En el individuo, algunas tensiones son: Deseamos pasarla bien; la publicidad nos bombardea con ofertas realmente tentadoras; nuestra familia y nuestro empleador (que serían nuestros clientes), esperan nuestro mayor esfuerzo y rendimiento; las personas que nos ayudan (servicios que compramos como el transporte, la limpieza, etc.), desean que no seamos muy exigentes con ellos; el gobierno también nos cobra impuestos a los individuos.

La pobreza es un estado en el que puede estar un individuo para que todas estas tensiones bajen y su desempeño como gerente sea el mínimo. No es que los pobres sean indolentes ni que busquen irresponsablemente no cumplir con lo que «el cargo de gerente» les impone, simplemente pueden no tener la fortaleza de carácter suficiente como para organizar y coordinar tantas tensiones.

Lo que en psicoanálisis se llama «Yo débil» en una empresa es un «gerente con poca fortaleza de carácter».

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lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Qué represento para la sociedad?

En el artículo publicado ayer con el título El símbolo y lo simbolizado, digo que el símbolo es el representante de otra cosa y pongo los ejemplos del diplomático (embajador) que representa a su país ante otro o del diputado que representa a sus votantes.

Estos conceptos eran accesorios para explicar que el dinero también es un símbolo: es un papel (o moneda) que representa un valor económico (1 dólar, 1 euro, etc.)

Siguiendo con los ejemplos, es claro que el diplomático debe ser un fiel representante de los intereses de su país. El embajador es un funcionario que obedece las órdenes de su presidente. De igual forma, el diputado no puede tomar decisiones por sí mismo sino que siempre hará lo posible por cumplir las promesas pre-electorales que sus votantes tomaron como un compromiso.

El dinero por su parte es confiable en la medida en que conserve el valor que representa.

Por tanto cada símbolo tiene que serle fiel a lo que representa. Si no lo fuera, caería en descrédito y la sociedad lo apartaría, lo sancionaría expulsándolo.

Cuando asumimos que somos pobres también estamos siendo representantes de una condición y si tomamos esta responsabilidad, luego tendremos que cumplirla o seremos expulsados de la sociedad (con el olvido, el rechazo).

En suma: podemos convertirnos —sin querer, por descuido, por no entender lo que está pasando— en representantes de una condición que luego tendremos que cumplir para no ser sancionados por la sociedad. Para zafar de tan penoso encargo, es preciso organizar una salida prolija de esa responsabilidad. La sociedad no autoriza tan fácilmente los cambios de símbolo.

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domingo, 14 de diciembre de 2008

El símbolo y lo simbolizado

Un símbolo es un representante. Es algo perceptible que representa otra cosa. Los embajadores son personas que representan un país ante otro. Los diputados son personas que representan el pensamiento de sus votantes. La palabra «camión» es la representante de un vehículo de carga, etc.

El lenguaje es un conjunto de símbolos con los que podemos pensar y comunicarnos, en forma oral o escrita.

Esos símbolos tienen diferentes grados de complejidad. La palabra-símbolo «camión» es de uso sencillo porque rápidamente entendemos qué representa, podemos llegar a imaginar un camión con su carga, desplazándose, conducido por alguien.

Sin embargo, la palabra-símbolo «libertad» puede requerir para su entendimiento un esfuerzo mucho mayor. De hecho, el estudio que hacemos durante muchos años tiene como uno de sus principales objetivos aumentar nuestra destreza en el uso de los símbolos.

El dinero es un símbolo y para algunas personas es de muy difícil comprensión. Dado que es un bien que representa un valor (el que está escrito en el billete, por ejemplo, 1 dólar, 1 euro, etc.), quienes no hayan podido desarrollar la capacidad de manejarse con símbolos tendrán grandes dificultades para usarlo.

Seguramente estamos de acuerdo en que las personas que no saben ni hablar ni escribir padecen una severa limitación para vivir en sociedad. Lo mismo sucede cuando el analfabetismo se refiere a la comprensión y uso de este otro símbolo: el dinero.

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sábado, 13 de diciembre de 2008

La suerte de la fea

Hace dos días publiqué el artículo titulado No a la competencia y ayer otro titulado El primer fracaso.

Hoy sigo más o menos por el mismo lado pero desde otro punto de vista.

Dice el refrán que «La suerte de la fea la bonita la desea».

Es probable que las mujeres muy atractivas no sean tan solicitadas como las menos atractivas porque una mayoría de hombres supone que tendrán que hacer un gran esfuerzo para competir con muchos otros interesados en ella.

Los machos de nuestra especie estamos menos dispuestos a luchar por lo más valioso y menos dispuestos aún a tener que continuar esa lucha por un tiempo indeterminado ya que si la bonita nos prefiriera, intuimos que será preciso continuar el trabajo de seducción y retención para que ella no se vaya con otro competidor que también la desea por lo bonita que es.

No deja de ser un infortunio el ser linda y por ese motivo quizá reciba menos ofrecimientos de compañía. Como dice el refrán, ellas envidian a quienes por tener menos belleza resultan más accesibles para una mayoría de hombres.

En este caso la belleza y la riqueza se parecen porque ambas son estresantes mientras que la intrascendencia y la pobreza son más serenas.

Lo mismo sucede con cualquier otra cosa que queramos ofrecer, incluida nuestra fuerza laboral. Estar tapizados de títulos es un embellecimiento que puede ahuyentar a la mayoría de potenciales empleadores que no se cree en condiciones de pagar tanto lujo.

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viernes, 12 de diciembre de 2008

El primer fracaso

Opinamos los psicoanalistas que los seres humanos desearíamos casarnos con nuestro padre o madre (según cual sea nuestra opción sexual) y formar con ellos una familia, desplazando al que sobre. En general el varoncito quiere casarse con su madre y echar a su padre de la casa así como la niña quiere casarse con su papá y echar a su madre de la casa.

Esta aspiración surge en los primeros meses de vida y dura quizá toda la vida aunque con intensidad muy atenuada después de los primeros 3 ó 4 años de edad.

Todos tenemos diferentes formas de reaccionar ante este deseo frustrado. Algunos lo aceptan y se dedican a otra cosa (al juego, al estudio, a buscarse novia o novio, a practicar deportes) y otros se quedan enojados dándole vueltas al asunto con una actitud desconsolada, reivindicativa, frustrada, triste.

El hecho es que nuestras primeras experiencias competitivas son bastante desalentadoras. Yo diría que frustrantes y traumáticas.

Los padres parecen muy amorosos pero no se casan con el hijo enamorado olvidándose de su cónyuge adulto como él desearía. Para esa tierna edad este es un fracaso muy doloroso. Mejor dicho: cualquier enamorado sufre mucho si sus aspiraciones no son contempladas.

Como menciono en el artículo de ayer titulado No a la competencia, ésta nos impone un esfuerzo estresante pero es imprescindible para lograr ciertas cosas mínimas en nuestra existencia.

Si aquel fracaso original fue muy traumático y aún no hemos podido superarlo, es de suponer que en la adultez tendremos serias dificultades para conseguir toda otra cosa que implique competir (trabajo, cónyuge, calidad de vida).

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jueves, 11 de diciembre de 2008

No a la competencia

Algo que gusta a pocas personas es la competencia permanente y corriendo el riesgo de padecer pérdidas dolorosas.

El desagrado surge fundamentalmente del desgaste de energía física y emocional que impone la competencia. Obliga a los participantes a un grado de estrés que a la mayoría de nosotros nos desagrada. Se parece demasiado a un estado de guerra permanente.

Como forma de solucionar esto, muchas personas tratan de llegar a un acuerdo para no pelearse entre ellos y acuerdan que todos aplicarán el mismo criterio de precios u otras condiciones. Esto da lugar a otro fenómeno que también tiene sus detractores: El monopolio.

A los consumidores o usuarios no les conviene que sus proveedores dejen de competir entre sí porque eso hará que los precios sean más altos.

Por lo tanto todos tenemos un criterio que parece injusto: Queremos que nuestros proveedores compitan entre sí pero hacemos lo posible para no participar en ninguna competencia.

La realidad parece indicar que no es posible evitar la tan desagradable competencia en situaciones como son conseguir un trabajo para el que se postulan varios interesados, aprobar exámenes para los que tenemos que demostrar que sabemos lo que se nos exige, obtener la preferencia de alguien con quien desearíamos tener un proyecto de vida, etc.

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miércoles, 10 de diciembre de 2008

«Déme dos»

Tener poder parece una vocación generalizada aunque no muchas personas trabajarían intensamente para conseguirlo y luego mantenerlo.

A todos nos gustaría poder ordenarle a los demás que hicieran lo que a nosotros nos conviene o nos gusta. Una imagen adecuada sería la del jinete. Hasta un niño de corta edad, puede montar un caballo —y con ciertos conocimientos—, hacerlo avanzar, retroceder, girar, caminar, trotar, correr, detenerse, caracolear, etc.

El inconveniente para realizar este sueño es precisamente que todos lo tenemos y que entramos en competencia para ver quien manda a quien. Pero el hecho es que la intención de tener poder está siempre presente en todos y que unos pocos logran que sus esfuerzos sean coronados por el éxito.

Como les he comentado varias veces, el dinero no es más que una mercancía sólo que puede ser canjeada por casi todas las demás. El dinero da poder a quien lo tiene porque le permite cambiarlo por cualquier otro bien (o servicio).

Esto nos lleva a una conclusión más: Vender es una forma de obtener poder puesto que cuando vendemos estamos entregando un bien que sirve para una sola cosa mientras que el otro (quien nos compra) nos está entregando algo que sirve para infinitas cosas. Quien vende entrega algo muy poco útil y recibe algo (el dinero) muy útil.

Como la publicidad siempre nos está estimulando para que compremos, lo que en realidad nos está proponiendo es que cambiemos algo muy útil (nuestro dinero) por algo casi inútil (un objeto o servicio).

Concretamente: Vender da poder y comprar quita poder.

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martes, 9 de diciembre de 2008

«Niño, alcánzame la pinza»

El invento de máquinas capaces de multiplicar la producción de bienes modificó el campo laboral en Europa a partir de 1750.

Lo que antes se hacía en los hogares fue dejando lugar a las concentraciones obreras en los establecimientos industriales.

La idea de explotación surgió rápidamente porque este fenómeno, comúnmente llamado Revolución Industrial, produjo grandes acumulaciones de riquezas en pocas familias.

El ambiente se caldeó y los sindicatos fueron (y siguen siendo) organizaciones que lucharon contra esas familias para mejorar el reparto de tantas ganancias.

Por supuesto que surgieron pensadores nostalgiosos que comenzaron a recordar y proponer el retorno a la perdida producción familiar, imaginada como plena de amor y felicidad.

En verdad no es tan así. La producción familiar también tiene sus conflictos, molestias, injusticias y sobre todo, ineficacias porque los padres de familia no siempre son los mejores gerentes del emprendimiento.

De todos modos y por lo que puedo ver, esta idea algo romántica está prevaleciendo y lo que hoy llamamos Mypes (de hasta 10 trabajadores) y Pymes (de hasta 20 trabajadores) son algo muy parecido al trabajo en familia.

Más aún, está en pleno desarrollo el Teletrabajo que permite que mucha gente produzca y negocie desde su casa y para todo el mundo utilizando la tecnología informática.

Quizá estemos recuperando algo agradable que tenía el siglo 18.

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lunes, 8 de diciembre de 2008

Entre los esclavos nos aplaudimos

La esclavitud se asocia con un sistema económico social en el que unos seres humanos disponen de menos derechos que otros a quienes sirven sin remuneración alguna. El esclavo es alguien que trabaja como si fuera un animal o una máquina. Si se le da dónde dormir, se atiende su salud o se le da de comer es para que siga entregando su trabajo sin interrupciones.

Este modelo genera indignación entre una mayoría de ciudadanos del mundo sin reparar que sigue vigente aunque con algunas modificaciones que lo vuelven menos visible.

En muchos casos la diferencia que existe entre una persona próspera y otra decadente está en el mismo espíritu del sujeto.

Se dice que los mercaderes, comerciantes y personas en general que encaran la vida con un ostensible afán de lucro, son acomodaticios en asuntos de conciencia, tienen una moral más elástica, pueden vincularse con gente de las más variadas ideologías, creencias, religiones, razas, actitudes, antecedentes, prestigios.

Termino diciendo que la incapacidad para admitir el trato con cualquier otro semejante, no es más que eso, una incapacidad, una limitación, una falta de libertad, una esclavitud.

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domingo, 7 de diciembre de 2008

Madre hay una sola

Imaginemos dos nenes con sus madres. Uno llora porque siento el dolor propio del hambre y en cinco minutos cuenta con un seno lleno de leche tibia y deliciosa que le quita el dolor produciéndole por eso un enorme placer. El otro llora durante veinte minutos para obtener el mismo resultado.

Dada su corta edad, ninguno de los dos sabe del otro y por eso no pueden hacer comparaciones. Por ejemplo, el que tiene que llorar durante veinte minutos no sabe que hay otro pequeño igual que él que logra lo mismo con la cuarta parte de esfuerzo (llorar y soportar el dolor del hambre).

Como usted y yo ahora somos adultos, podemos entender que si estos niños hubieran podido saber del otro y comparar, se habrían enterado de que para uno las cosas son más sencillas que para el otro.

Se puede suponer que una mayoría de personas prefiere conseguir lo que necesita con la mayor facilidad posible y que una minoría de personas prefiere conseguir lo que necesita con la mayor dificultad posible.

Se puede suponer que así como existen madres que pueden atender el llanto de su niño en 5 minutos (mientras que otras no pueden hacerlo en menos de 20 minutos), también existen regiones, países, gremios, que exigen distintos grados de dificultad para obtener lo necesario para vivir (salarios, honorarios, ganancias) y que por eso las personas buscan dentro del planeta el lugar que más les conviene para radicarse y trabajar.

Los pequeños no tienen tanta suerte porque «madre hay una sola».

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sábado, 6 de diciembre de 2008

Compras que empobrecen

En el artículo de ayer titulado «La historia se repite» nos encontramos con un Aristóteles que decía cosas que para la mentalidad hipócrita de hoy suenan terribles (en cuanto a la legitimidad de la esclavitud y a la subordinación de la mujer al hombre).

Ese mismo filósofo (cuya fama actual obedece a que fue el primero en decir lo que hoy se sigue pensando) tenía dos criterios respecto al cobro de intereses.

Si alguien pide un préstamo para hacer un negocio o para realizar una producción cuya venta le generará ganancias, es legítimo que el prestamista participe en esas ganancias (cobrándole interés), pero si el préstamo se produce por la diferencias de poder económico (el rico le presta al pobre), no es ético cobrarle intereses porque él entendía que esto era lucrar con la dificultad de un semejante.

Ayer nos pudo parecer terrible lo que postulaba el padre de la filosofía sobre esclavos y mujeres, pero ahora podemos pensar que la actualidad es un poco peor porque aceptamos que se cobren intereses por préstamos al consumo.

En estas fiestas que se avecinan, muchas personas se endeudarán (comprando a crédito o pidiendo un préstamo en una financiera) para comprar una cantidad de bienes y alimentos que seguramente se agotarán antes de terminar de pagarlo.

Nadie debería endeudarse para comprar bienes de rápido consumo porque estarán agravando las dificultades económicas que lo llevaron a tener que pedir un préstamo. Estos productos financieros son definitivamente empobrecedores de quienes los compran debido a los intereses que deben pagarse.

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viernes, 5 de diciembre de 2008

La historia se repite

El presente siempre contiene residuos del pasado y por eso puede ser interesante conocer algo de historia.

Transcribo a continuación un texto de alguien muy conocido.

«Los de más baja índole son esclavos por naturaleza, y ello redunda en su benenficio, pues como a todos los inferiores, les conviene estar bajo el dominio de un amo... En verdad, no hay gran diferencia entre la utilización de los esclavos y la de los animales domesticados»

Y añade:

«Es pues evidente que algunos hombres son por naturaleza libres y otros esclavos, y que para estos últimos la esclavitud es a la vez conveniente y justa» y redondea incluyendo el siguiente asunto: «Una vez más, el varón es por naturaleza superior, y la hembra, inferior; y mientras que uno domina, la otra es dominada; este principio, necesariamente se extiende a toda la humanidad».

Estas ideas están escritas por Aristóteles (384 a.C a 322 a.C) en su obra titulada Política (Libro 1).

La redacción del texto hoy suena cruel, dura e indignante, pero considerando que proviene de hace 24 siglos, me parece que sólo hemos cambiado algunas formas pero los contenidos se mantienen.

Hay personas que viven igual o peor que algunos animales, una mayoría de personas prefiere trabajar para un patrón y rehusa enérgicamente ser independiente y , si bien es cierto que algunas mujeres están ocupando lugares similares a los hombres, una mayoría desearían pertenecer a un hombre pero lo niegan porque es difícil encontrar un hombre que no quiera ser esclavo.

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jueves, 4 de diciembre de 2008

Mamás que trabajan

¿Deben trabajar las madres con hijos pequeños?

Dos grandes respuestas tengo para darles.

1) Si a la sociedad le conviene que trabajen, es maravilloso que lo hagan.

2) Si a la sociedad no le conviene que trabajen, es condenable que lo hagan.

No les habré aclarado mucho pero reconozcan que son respuestas bien claras.

Dejando un poco de lado el humor, podemos ver que en la mayoría de las elecciones entre dos (o más) opciones, siempre existen cosas buenas y malas en ambas y que cuando se elije una, inevitablemente se pierden la ventajas de la otra.

Por lo tanto, haga lo que haga, siempre tendrá de qué quejarse y de qué alegrarse. Aceptando que la perfección no existe, esa queja podrá ser más moderada y no verá tan comprometida su estabilidad emocional.

E insisto en las demandas de cada coyuntura histórica. Por ejemplo, en épocas de guerra fue fundamental que las mujeres con hijos trabajen, pero cuando los hombres regresaron del frente de batalla, fue muy necesario que ellas retornaran a sus casas para que ellos tuvieran una ocupación de tiempo completo pues venían recargados de adrenalina y si no se ocupaban en algo, enloquecían.

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

La gimnasia consumista

Nuestro cuerpo, cuando goza de buena salud, está permanentemente haciendo transacciones económicas.

Recibe alimentos (aire, líquidos, sólidos) y los transforma en energía para solventar los gastos que hace el dueño del cuerpo para conseguir esos mismos alimentos.

Nuestro cuerpo no para de trabajar. No sería justo decir que es como una máquina porque en realidad inventamos las máquinas copiando el funcionamiento de nuestro cuerpo.

Los desarreglos orgánicos se parecen mucho a los desarreglos económicos. Cuando gastamos más de lo que ganamos, nos empobrecemos. Cuando comemos menos de lo necesario, nos debilitamos.

Esta comparación entre la economía doméstica y la alimentación está presente en nuestros inconcientes pero nuestra cultura no acostumbra asociarlos y por lo tanto los consideramos temas independientes, desvinculados entre sí.

Les comento un argumento para fundamentar mi intención de comparar la economía doméstica con el funcionamiento de nuestro cuerpo.

En nuestra cultura está de moda —desde hace más de 100 años—, la delgadez (esto es, ingerir lo imprescindible) y también está de moda no ahorrar, esto es, ganar lo imprescindible.

Para mantenernos en forma, está de moda hacer mucha actividad física, es decir, gastar y gastar energía voluntariamente. Simultáneamente también está de moda comprar todo lo posible, consumir, gastar y gastar dinero voluntariamente.

La moda es tener cuerpos y billeteras lo más «flacas» posible. La gran pregunta es: ¿Nos conviene seguir esta moda o esta moda sólo le sirve a quienes utilizan su poder de generar tendencias culturales con fines de aumentar sus patrimonios?

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martes, 2 de diciembre de 2008

Gracias a Dios soy ateo

Muchos lectores me han hecho saber sus discrepancias sobre las hipótesis que se basan en las creencias cristianas para explicar algunos tipos de pobreza.

Sus principales argumentos apuntan a que existen muchos pobres que son ateos, otros que no conocen nada sobre la biografía de Cristo y otros que, aún creyendo en la existencia de un Dios, están por fuera de toda religión.

Con la precaución de conservar siempre algo de duda sobre la validez intelectual de lo que pienso, en este caso puede ser interesante compartir con ustedes que, habiendo comenzado el mes de diciembre, ya es notoria la aparición del espíritu navideño.

Gran parte de la población mundial comienza a prepararse para que se produzca un cambio de hábitos durante unos cuantos días.

Es probable que el principal motor de toda esta revolución de nuestra especie sea pura y exclusivamente el sector comercial e industrial que se prepara para aumentar su actividad y sus ganancias.

Esta efervescencia la vivimos todos en mayor o menor medida, recordemos o no que se origina en un fenómeno místico, mágico, milagroso, carismático, religioso.

El brusco cambio de intensidad emotiva, sentimental, económica y digestiva no es un hecho menor en nuestras existencias que son mucho más monótonas y repetitivas el resto del año.

Los invito entonces a pensar que nuestras vidas están estrechamente vinculadas con el cristianismo, independientemente de nuestra posición religiosa.

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lunes, 1 de diciembre de 2008

Las inundaciones de dinero perjudican a los pobres

Cuando los españoles descubrieron América a finales del siglo 15 provocaron algo muy perjudicial para los asalariados de toda Europa.

Puesto que los metales preciosos (fundamentalmente oro y plata) comenzaron a entrar a España en cantidades enormes, el precio de estos metales bajó. Esta es una regla clásica de la economía: cuando algo abunda disminuye su precio y cuando escasea, aumenta su precio.

Como también sucede actualmente, esas fortunas traídas de América fueron a parar a los reyes y a pocas personas más, pero estas pocas personas comenzaron a pagar precios muy altos por cualquier cosa que quisieran comprar, incluidos los alimentos.

Los precios de los alimentos en Europa, a los pocos años del descubrimiento, llegaron a multiplicarse por tres, pero no aumentaron en la misma medida los ingresos fijos de los asalariados. Por este motivo éstos se vieron perjudicados por la proeza de Colón.

Hoy tenemos otro fenómeno parecido al descubrimiento de América, que —por supuesto— también perjudica a los asalariados. China e India, que son los países con mayor población de la Tierra, están aumentando su poder adquisitivo y por eso los precios de los alimentos están subiendo para todos nosotros.

El objetivo de este artículo es señalar que pertenecer al grupo de los trabajadores con ingresos fijos y dotados de la menor cuota de poder (fundamentalmente por la ausencia de sindicatos fuertes), fue, es y seguirá siendo un mal negocio.

Este blog procura que ese lugar que ocupan los pobres de una sociedad, quede desierto de potenciales víctimas, así como sería bueno que las zonas inundables no estén pobladas por personas como usted y como yo.

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