sábado, 31 de julio de 2010

Águilas y gallinas

Pelar o desplumar significa literalmente quitarle las plumas a un ave, pero también significa (según la Real Academia Española), quitar los bienes a alguien y más específicamente dejar a alguien sin dinero.

Como nuestra psiquis utiliza a los símbolos como unidades conceptuales, acá tenemos algo que pensar sobre qué son las plumas para la psiquis humana.

Observe que en nuestra mente, están asociadas las plumas con los bienes, y especialmente con el dinero.

Observe también que a nadie se le ocurre pensar que cuando alguien dice «estoy pelado» —para significar «no tengo dinero»—, no se compara conscientemente con un pájaro.

Sin embargo tenemos todos los elementos para suponer (no asegurar), que inconscientemente, los bienes materiales son comparables con las plumas de un ave.

Por su parte, un experto en muchos temas, como lo fue el catalán Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), en su ensayo titulado Diccionario de símbolos, señala que, los simbolismos referidos a las aves, aluden genéricamente a los aspectos espirituales del ser humano.

En una conclusión primaria, podemos decir —por simple deducción psicológica—, que si existe una expresión verbal que refiere a pelar o desplumar, alude (connota, sugiere, sobreentiende) a que alguien pierda su espíritu, su alma y más concretamente, que muera.

Por ejemplo, si oímos decir: «A Fulano lo desplumaron jugando al póquer», sobreentendemos que le quitaron todos los bienes, el dinero y que virtualmente quedó muerto (económicamente fundido, empobrecido, insolventado).

A partir de estos pocos elementos psico-lingüísticos, podemos construir muchas hipótesis que traten de explicar por qué alguien puede tener dificultades para ganar y retener el dinero.

Algunas personas admiran las aves. Entre estos, algunos valoran las plumas. En este segundo subgrupo, algunos asocian inconscientemente plumas con bienes materiales.

Ciertos integrantes de este tercer subgrupo, pueden querer volar alto (riqueza) o volar bajo (pobreza).

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viernes, 30 de julio de 2010

El incesto de papá con mamá

En otros artículos (1) he mencionado que la prohibición del incesto no tiene una justificación conocida y la que creemos conocer, es falsa (degeneración de la especie).

Cualquier orden que nos dan sin una fundamentación, es autoritaria, tiránica o caprichosa.

Puede ocurrir que nos cueste entender las razones de la orden que se nos da, pero cuando tenemos que cumplir un mandato porque sí, caemos en el despotismo.

Los niños, por su insuficiente desarrollo neuronal para comprender ciertas lógicas, suelen verse obligados a cumplir mandatos bajo amenaza de ser castigados.

La existencia de la prohibición del incesto sin una fundamentación conocida,

— nos estimula para ser autoritarios, tiránicos o caprichosos (por imitación);

— nos educa para ser irracionales (porque todo autoritarismo lo es);

— nos induce a cumplir otras órdenes autoritarias (además de la prohibición del incesto);

— nos inhibe para reclamar enfáticamente nuestros derechos cuando son ignorados por conciudadanos irrespetuosos y abusadores.

Observemos además que la prohibición del incesto implica no tener sexo con familiares, sin embargo, el niño ve que sus padres son familiares entre sí (cuando aún desconoce lo referido a la consanguinidad) pero duermen solos en una habitación cerrada.

Esta situación aumenta la sensación de arbitrariedad respecto a esa norma sobre la que se le dan tan pocas explicaciones.

La idea que se instala es: «unos están autorizados y otros no, arbitrariamente».

Alguien puede saber mucho de salud, leyes, física, o lo que fuere, pero su opinión no será escuchada si no tiene un título habilitante, mientras que otro, quizá con menos conocimientos, será escuchado porque posee un título ... como los padres, que aún siendo parientes, pueden hacer aquello que prohíben a los niños.

Resumen y conclusión: la prohibición del incesto no fundamentada, causa
— actitudes arbitrarias, autoritarias, caprichosas;
— inseguridad sobre derechos y obligaciones;
— corporativismo, despotismo gremial, monopolio del saber.

(1) La familia: célula del imperialismo
Que de eso no se hable
Los despidos celulares y la amputación laboral
«Me confirmó lo que yo temía»


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jueves, 29 de julio de 2010

Mi primer oficio

Unos de mis primeros trabajos cuando vine a la capital para estudiar, me lo dieron para hacerme un favor.

En un enorme galpón, muy frío porque era invierno, tenía que doblar unos alambres con una máquina.

El trabajo debía hacerlo de noche, cuando los demás obreros se habían ido.

La iluminación era escasísima porque ahorraban energía eléctrica y sólo contemplaba la mínima visibilidad que requería el vigilante en sus esporádicas rondas.

Sentía lástima de mí, pero soñaba con todo lo que lograría cuando terminara los estudios y consiguiera una ocupación más rentable.

La emoción más fuerte la tuve el día de mi cumpleaños, porque el escenario (frío, penumbra, soledad), era exactamente lo opuesto al que tenía cuando vivía con mis padres.

Esa noche, los anhelos, promesas y hasta utopías, cobraron un vigor enorme.

Cuando tomé confianza en la tarea y con el vigilante, me animé a interrumpir la tarea para recorrer el resto de la planta.

Alguien me dijo ¡hola! con mucha simpatía.

Era una joven casi de mi edad, encargada de la limpieza de las oficinas y cuya jornada laboral comenzaba poco antes de mi salida.

Nos gustamos inmediatamente y ya el primer fin de semana fuimos a un parque de diversiones, a tomar y comer algo y sobre todo, a descargar las respectivas curiosidades.

Me contó que le gustaba limpiar porque todos los días se sentía muy útil, sentía que las oficinas tenían un antes y un después de ella, también encontraba cosas que la gente le agradecía con cartitas amorosas.

Estaba contenta con su protagonismo y su poder transformador.

— Mi padre también vive muy feliz —me contó—, aunque está viejito y achacoso. De madrugada reza para que salga el sol y el resto del día, dice que descansa.

Fue una suerte comenzar como doblador de alambres.

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miércoles, 28 de julio de 2010

Luchemos contra mí

El orden de prioridades en nuestras comunidades es el siguiente:

1º tenemos que atender nuestras necesidades básicas (comer, abrigarnos, mantenernos saludables);

2º tenemos que atender las necesidades del Estado (cumplir las normas); y

3º si nos quedan recursos suficientes (dinero, tiempo, energía), podemos satisfacer nuestros deseos (gustos personales, preferencias, anhelos).

Dicho de otra forma: Primero tenemos que satisfacer nuestras necesidades animales, luego las colectivas y finalmente las personales (humanas).

Con este esquema (discutible, como cualquier simplificación), comparto con ustedes un comentario sobre la utilidad del sistema financiero.

Frente a esa selección de prioridades tan opuesta a nuestra naturaleza, tenemos que hacer un esfuerzo para soportar la frustración que nos provoca.

Una forma habitual de alterar ingeniosamente la postergación de nuestro deseo, consiste en ayudarnos con una situación que nos presione especialmente.

Lo digo de otra forma: como nuestra naturaleza nos estimula para que prioricemos nuestro deseo, y dado que el conflicto con la cultura puede resultarnos demasiado penoso, reforzamos el autoritarismo que se nos impone, saboteando nuestros impulsos naturales.

La necesidad de ganarnos el sustento puede resolverse con un emprendimiento comercial que requiera un aporte de capital del que carecemos.

Si concurrimos a un banco para solicitar un préstamo, éste nos preguntará qué destino le daremos y luego se abocará a estudiar con sus técnicos, cuánta factibilidad de realización tiene nuestro proyecto.

Si el diagnóstico fuera favorable, nos concederá el préstamo para que iniciemos nuestra actividad.

Ésta nos obligará a poner en práctica una conducta muy disciplinada y esforzada.

Embarcados en esta situación (que podríamos haber evitado), logramos el siguiente escenario:

— Cumplimos con el 1º punto (atendemos nuestras necesidades básicas);
— El banco está obligado a obligarnos con el cumplimiento de las normas;
— Recibiremos una presión extra (el endeudamiento), para postergar los reclamos de nuestro deseo (impulsos naturales).

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martes, 27 de julio de 2010

Me gusta más porque no me gusta

El Deseo S.A., presentó la película dirigida por Pedro Almodóvar y actuada por Victoria Abril y Antonio Banderas, titulada Átame.

Como el título lo indica —y el nombre de la empresa distribuidora no es casual—, en esta tragi-comedia, un ex-paciente psiquiátrico se empecina en lograr el amor de una actriz pornográfica.

Raptarla y atarla a una cama, son algunas de sus técnicas amatorias, que, como corresponde a una película comercial, terminan siendo exitosas.

Ella, primero lo rechaza, luego lo acepta y termina amándolo.

Inmovilizar al partenaire sexual es una práctica que suele ser bastante excitante para ambos y notoriamente implica una técnica de sometimiento sado-masoquista.

Nuestro deseo es temible porque puede «pedirnos» cosas peligrosas, dolorosas, vergonzosas, pero cuando lo satisfacemos, nos retribuye con generosidad.

Todos conocemos lo atractivo de algunas prohibiciones.

Con dos palos cruzados formando una X más un tercero usado para mantenerla vertical, se formaba un instrumento de tortura.

Brazos y piernas eran atados por los romanos a cada extremo de la X y con el otro, se lo ponía en exhibición para que otros lo vieran, para que la víctima sufriera terribles dolores y eventualmente, para armar una hoguera debajo y terminar con su vida.

El nombre de este instrumento es tripalium, es decir: tres palos.

De ese instrumento de tortura deriva el vocablo (también en latín) tripaliare, del cual hoy tenemos el verbo trabajar.

Hay consenso en que el trabajo es penoso, sacrificado y generador de víctimas.

Pero es probable que esta universal deducción etimológica, se quede en la superficie y no logre integrar algo más profundo aunque menos evidente.

El placer por el sometimiento lo verificamos en las restricciones placenteras que imponen ciertas relaciones amorosas o laborales, muy intensas y apasionadas, que muchos disfrutan o desearían disfrutar.

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lunes, 26 de julio de 2010

La causa psicolingüística de la pobreza patológica

Entre los hispano-parlantes, estamos casi todos de acuerdo con que el color negro representa (simboliza) varias ideas negativas.

Me refiero a: muerte, luto, tristeza, noche, tiniebla, oscuro, pozo, inferior, pecado, delito.

Un objeto negro es visto así porque este color absorbe toda la luz que recibe. También podemos decir que es un no-color, porque efectivamente, no posee ninguno, en contraposición con el blanco que los contiene a todos combinados.

Desde este punto de vista, como también asociamos luz y color con vida, es lógico que interpretemos a la oscuridad y al no-color con muerte, duelo y
tristeza.

La psicolingüística es la ciencia que estudia los efectos psicológicos del lenguaje.

Utilizan varias hipótesis que parecen razonables y, sobre todo, explican ciertos fenómenos de forma más creíble que otras teorías.

Por ejemplo, las dictaduras prohíben la utilización pública de ciertos vocablos e imponen otros, porque esa administración del léxico favorece la conservación del poder.

En otro orden, oímos decir no-vidente en vez de «ciego», o persona con capacidades diferentes en vez de «mogólico», o daños colaterales en vez de «matanza negligente de civiles en una acción bélica».

Según los psicolingüistas, el lenguaje impacta de forma diferente en nuestra conciencia e inconsciente.

Un vocablo nos induce evocar ciertas ideas a nivel consciente, pero nos provoca una reacción igual, similar o diferente, a nivel inconsciente.

Por ejemplo, la palabra «piano», nos recuerda el instrumento musical, pero no podemos descartar la hipótesis de los psicolingüistas según la cual, en nuestro inconscientemente resuene como «no pía» e inmediatamente como «pollito muerto».

Si utilizamos estas ideas tan poco conocidas, podemos pensar la siguiente:

El vocablo dinero, nos evoca conscientemente valor monetario, billete, precio, etc., pero inconscientemente, puede resonar como

di-negro, es decir, «di muerte», «di luto», «di tristeza»

y, por esta causa, nos disgusta hablar de dinero.

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domingo, 25 de julio de 2010

Las donaciones involuntarias

El dinero es un bien material, apto para ser canjeado por casi todos los demás bienes y servicios, materiales e inmateriales.

Existen las expresiones «dar dinero» (donar, regalar, entregar) y «prestar dinero», en cuyo caso deberá existir un acto de devolución futura.

Una vez precisados los conceptos de «dar» y «prestar» con un ejemplo que todos entendemos, paso a un tema similar.

«Atender» equivale a «dar», porque cuando alguien nos habla, dejamos de interesarnos por nuestros asuntos y nos interesamos por los asuntos de quien los expone.

Cuando con el interlocutor existe un intercambio genuino, es decir, que ambos se escuchan, se atienden y el interés por los asuntos del otro, es rotativo, podemos decir que se «prestan atención» (ya que primero la dan y luego la reciben).

En muchos casos la «atención» que uno «da» o «presta», funciona como funciona el dinero. Me explicaré.

Todos necesitamos ser escuchados, mirados, atendidos. Nuestro instinto gregario, nuestra necesidad de amor, afecto y reconocimiento, nos vuelve dependientes de los demás. Por eso necesitamos que nos tengan en cuenta, que nos atiendan, que nos demuestren estar interesados en nuestros asuntos, que nuestra existencia no le resulte indiferente a la sociedad.

Los medios de comunicación pueden llegar a tomar gran parte de nuestra atención.

Cuando alguien mira televisión, escucha radio o lee (libro, revista, periódico), está atendiendo, está dando, se está interesando por los asuntos del otro, sin embargo, el televisor, la radio o el texto, no atienden al usuario.

Alguien puede decir: «Ellos me dan información, diversión, entretenimiento».

Es cierto, aunque habría que expresarlo diciendo: «Ellos logran que me interese más por sus asuntos que por los míos».

Si la «atención» fuera dinero, todo el tiempo que estamos atendiendo los asuntos ajenos (noticias, comedias, artistas), estamos haciendo donaciones, regalando, dando, desatendiéndonos, empobreciéndonos.

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sábado, 24 de julio de 2010

La eterna historia

La plutofobia es el miedo a la riqueza y la plutofilia, es el amor a la riqueza.

Esto es así porque Pluto era el dios de la agricultura y la riqueza en la mitología griega.

Cuenta esa leyenda que el jefe de los dioses del Olimpo (Zeus), le quitó la vista para que no pudiera elegir a quien beneficiar.

Quitarle la vista al pobre dios de la riqueza, fue la mejor idea que se le ocurrió a Zeus para propiciar lo que aún hoy, no hemos logrado: la distribución equitativa de los bienes del planeta.

Sin embargo, otra versión dice que Zeus, tan envidioso y celoso como si fuera un ser humano, cegó a Pluto porque este tenía más devotos que él.

En la versión del comediante Aristófanes (Pluto, 388 a.C.), se agrega un giro dramático en la historia.

Un piadoso agricultor (Crémilo), condolido por la carencia de Pluto, trató de que este recuperara la vista con un sanador de su confianza.

Cuando Penia (la diosa de la pobreza), se enteró de esto, trató de disuadir al agricultor.

Ella, preocupada porque si todos enriquecían, sería expulsada de la ciudad (Atenas), argumentó que:

— la pobreza, es vivir con lo justo mientras que la miseria es vivir sin nada;
— los hombres se crían mejor en la austeridad que en la abundancia;
— los políticos pobres son honestos y los ricos corruptos.

Finalmente Crémilo logra que Pluto recupere la vista y se quede a vivir en su casa.

Impulsado por el afán de prosperidad, Zeus bajó del Olimpo y también se alojó con el piadoso y enriquecido agricultor.

La comedia termina con todo el pueblo saliendo en procesión, cantando y bailando alegremente.

A pesar de los 25 siglos transcurridos, la obra exhibe situaciones que continúan vigentes … y Penia logró quedarse.

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viernes, 23 de julio de 2010

Pobres necesitados y ricos deseantes

Todos tenemos necesidades y deseos.

A los efectos de este artículo, nos alcanza con decir que una necesidad, es la carencia de cosas que son imprescindibles para la conservación de la vida (comida, abrigo, afecto).

Pero no puedo hacer lo mismo para definir qué es un deseo.

Parecería ser que el lenguaje no es tan eficiente para lograr una buena descripción.

Quien se expresara con estilo coloquial, diría: «No tengo palabras para explicar qué es desear».

Pero, dentro de tanta ineficiencia lingüística, algo podemos enunciar.

Los psicoanalistas amamos estudiar, discutir, opinar sobre el deseo.

Supongo que este gusto proviene de la propia dificultad, o porque constituye un desafío ideal para nuestra vocación, o porque imaginamos que nunca surgirá una respuesta que cancele las indefiniciones y por eso, con el deseo, nunca nos quedaremos sin trabajo.

Estamos casi todos de acuerdo en que el deseo es una rememoración de experiencias tempranas, en las que tuvimos satisfacciones tan intensas, que pretendemos repetir.

Las ganas de revivir aquellas sensaciones (ser mimados, protegidos, recibir regalos, sentir que estamos fusionados con el entorno, no tener responsabilidades, imaginarnos omnipotentes, poseer ideas mágicas), eso es desear.

Pero también están los derivados adultos del deseo infantil.

Uno de ellos es la codicia, el afán de tener más y más, sobrepasando el límite de lo realmente necesario para vivir. El esfuerzo por acaparar, acumular, ahorrar ilimitadamente.

Otra expresión adulta del deseo es lo que la moral católica denomina concupiscencia, que define como el apetito descontrolado de placeres pecaminosos (según la propia definición católica de lo que es pecar).

Entonces: Los pobres trabajan para cubrir sus necesidades vitales y los ricos empresarios —que las tienen sobradamente atendidas—, trabajan para satisfacer sus deseos.

En suma: la sociedad, como si fuera un individuo, trabaja para cubrir necesidades (pobres) y deseos (ricos).

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jueves, 22 de julio de 2010

Mil millones de equivocados

Los chinos nos están complicando la existencia desde hace muchos años y no se sabe bien por qué lo hacen.

Personalmente —y siempre utilizando el psicoanálisis como teoría para interpretar la conducta de los seres humanos— creo que ellos están haciendo un experimento.

Se denomina dumping, a una práctica comercial consistente en exportar bienes a un precio que está por debajo de su costo real.

Un pequeño fabricante de ciertas piezas de hierro, llegó a decirme que «sus productos, importados de china, cuestan lo mismo que a él le cuesta pintarlas».

Quizá haya exagerado un poco en su afán de ser claro y breve, pero no me parece que esté tan alejado de la realidad.

El dumping consiste en vender la mercadería más cara dentro del país y más barata fuera del país.

De esa forma, con lo que les cobran de más a los conciudadanos, subsidian los precios que pagan los extranjeros.

Esto parece injusto, pero observe este detalle.

El objetivo de dumping es destruir a los competidores. En este caso, el herrero que me hizo el comentario, cerró su taller e instaló un pequeño comercio de venta de comestibles. Los chinos lo vencieron.

El pueblo chino está sacrificándose, aunque si estuvieran en guerra porque su afán de conquista utilizara la invasión como método, padecerían pérdidas humanas.

De esta otra forma, quizá algunos igual mueran, pero de hambre, por falta de recursos, porque el subsidio a la mercadería exportada que el Estado les exige, es agobiante y algunos quizá no puedan resistirlo.

Por nuestra parte, esta competencia desleal que nos imponen, nos quita fuentes de trabajo, nos obliga a cobrar salarios bajísimos y ya empezamos a padecer penurias similares a las que pasan los chinos que nos subsidian.

Mi mejor explicación, es modestísima: «los chinos se están equivocando».

Artículos vinculados:

Personalidades riesgosas
Chinito deprimente
Pobres pero abundantes

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miércoles, 21 de julio de 2010

El derroche laxante

Días pasados les comentaba que, observado el tema de la pobreza patológica desde otro punto de vista, es posible concluir que la energía que nos mueve, nos mantiene activos y yo diría, a salvo de la odiosa depresión anímica, proviene de las carencias, de lo que nos falta, de lo que tenemos que conseguir.

Anteriormente les había hecho algunos comentarios con referencia a los huecos (agujeros) (2).

Si asociamos ambos artículos, podemos resumir que uno de los malestares que nos (con)mueven, es la sensación de carencia, ausencia, vacío y que, es a partir de esta molestia, que somos estimulados para hacer cosas, para buscar soluciones a nuestro malestar, y —en definitiva—, para producir, crear, transformar la realidad.

Vamos a suponer —como hipótesis de trabajo— que los seres humanos somos todos iguales, es decir, que todos necesitamos la misma cantidad de energía para movilizarnos, para cumplir con la lógica de la naturaleza de la que depende el fenómeno vida (3).

Si esa cantidad de energía depende de nuestras carencias movilizadoras (estimulantes, provocadoras, dolorosas), podemos decir —continuando con la misma hipótesis de trabajo— que, en condiciones ideales, todos deberíamos tener la misma carencia, la misma sensación de vacío, un agujero (símbolo de nuestras necesidades y deseos), de un mismo tamaño.

¿Qué les ocurre a los ricos? Que tienen un agujero de menor tamaño. En términos vulgares —y obvios— tienen una carencia menor. Tienen el agujero obstruido, achicado, empequeñecido, rellenado, tapado.

Los elementos obstructivos, no solamente son monetarios sino también en términos de seguridad.

Por eso, es de ricos, gastar fortunas en comprar riesgo (póquer, deportes extremos, conocer lugares exóticos).

En suma: los ricos gastan mucho dinero para desobstruir el agujero que les da energía. Gastar en estos casos, es aliviarse, desintoxicarse, estimularse, desobstruirse.

Podríamos hablar entonces de riqueza patológica.

(1) Mi mejor posesión, es lo que me falta

(2) Los agujeros: patrimonio de la humanidad

(3) Los fundamentos de este punto de vista están reunidos en el blog titulado Vivir duele


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martes, 20 de julio de 2010

Similitudes y diferencias entre izquierda y derecha

Sé que lo que diré a continuación puede molestar a algunos, pero por lo mismo que habré de decir, me siento autorizado a decirlo, ya que los humanos (todos, como especie), no somos capaces de hacer las cosas bien o mal, deliberadamente.

Todos hacemos lo mejor posible según nuestro discernimiento: algunos construyen hospitales para atender gratuitamente a los enfermos insolventes, otros fabrican pesticidas que mejoran la producción de hortalizas, aunque contaminan las corrientes de agua y otros se sienten designados por Dios para exterminar personalmente a todas las prostitutas.

Como trabajadores (obreros, empresarios, inversionistas), podemos adherir a una ideología de izquierda o de derecha.

Ambas tienen particularidades en común y otras que las diferencian.

Tienen en común que bregan por el bienestar de nuestra especie. Nadie defiende una filosofía que consista en sufrir, privarse o no aprovechar lo que cada uno considere más satisfactorio para su personal forma de disfrutar de la vida, gozar, tener lo mejor.

Tienen una diferencia significativa en cómo cada grupo organiza su relación con la naturaleza.

Desde mi punto de vista, la derecha es más natural que la izquierda. Trataré de explicarme.

Todos los seres humanos somos parte de la naturaleza y dentro de esta, somos animales omnívoros (porque nos alimentamos de toda clase de sustancias orgánicas).

La izquierda no niega esta condición, pero cree que debe retocar los designios naturales, admite y propone que debemos humanizar la naturaleza, mejorarla, rediseñarla.

La derecha la toma como es y su actitud es prácticamente depredadora, bestial, inconsciente, despiadada, contando con que ella (la naturaleza) sabrá defenderse y detenernos cuando nuestro abuso exceda de lo que ella puede tolerar.

En otro orden, la izquierda procura igualarnos a todos —contrariando a la naturaleza que nos hace diferentes—, mientras que la derecha, admite estas diferencias y procura usufructuarlas.

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lunes, 19 de julio de 2010

Mi mejor posesión, es lo que me falta

Usted sabe que existen vehículos cuyos motores tienen tamaños diferentes.

El tamaño suele estar asociado a la fuerza máxima que puede generar.

A su vez, un motor grande, capaz de producir una gran fuerza de desplazamiento, consume más cantidad de combustible.

La fuerza de un motor, permite mover un vehículo más grande, que traslade más peso y también que pueda desplazarse a mayor velocidad.

Por el contrario, los vehículo pequeños, tienen un motor chico, consumen menos combustible, trasladan pocos pasajeros y lo hacen con mayor lentitud.

Los animales en general —y los seres humanos en particular—, poseemos algunas características que nos permiten establecer una analogía con los vehículos.

En nosotros, lo que nos hace más o menos fuertes, activos, trabajadores, productores, veloces, eficaces, es la combinación de nuestra anatomía con nuestro deseo.

Si comparamos dos personas anatómicamente idénticas, pero provistas de diferentes deseos, necesidades, anhelos, entusiasmo, pujanza, perseverancia, observaremos que sus respectivas producciones son bien distintas.

Como queda dicho entonces ¿cuál es el factor diferenciador de lo que producen dos personas corporalmente idénticas? El deseo.

Y ¿qué es el deseo? El deseo es una sensación de carencia, de falta, de ausencia, que tiene que ser cancelada.

Por ejemplo, me siento solo, bastante solo, muy solo, desesperadamente solo.

Estos cuatro niveles de soledad, son cuatro niveles de deseo y —retomando la comparación con los vehículos motorizados—, estos cuatro niveles de soledad, son análogos a cuatro vehículos con motores de diferente tamaño, fuerza, energía y consumo de combustible.

Este razonamiento nos lleva a la conclusión, de que la carencia funciona como energía.

En otras palabras, lo que nos falta (y deseamos tener), es lo que nos da fuerza, vitalidad, velocidad, perseverancia, creatividad y todo lo que —en un ser humano— se aplique a satisfacer un deseo, esto es, producir.

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domingo, 18 de julio de 2010

La remuneración limitada e ilimitada

Imaginemos una comarca habitada por diez familias, próxima a una gran ciudad.

El dinero que necesitan esas diez familias para vivir, es obtenido en la gran ciudad por un sólo integrante de cada familia. Todos los demás se quedan en sus casas, estudiando, haciendo tareas diversas, cultivando hortalizas, mirando televisión, cuidando a los enfermos, o cualquier otra tarea no remunerada.

De esos diez, nueve trabajadores viajan —de lunes a viernes— a la gran ciudad, para cumplir un horario:

— uno trabaja de 7:00 a 15:00 en una fábrica;
— una es bibliotecóloga de 9:00 a 19:00;
— otro trabaja de 6:00 a 12:00 conduciendo un taxímetro y después colabora tres horas en una O.N.G. que le paga un sueldo.

Los otros seis, tienen rutinas parecidas a estas.

El décimo trabajador, no cumple ningún horario.

Él (o ella), se las ingenia para encontrar formas de ganar dinero, ya sea comprando y vendiendo diversos objetos, averiguando qué necesitan y no consiguen ciertos industriales, conversando en un café con gente igual que él, que busca oportunidades.

Este décimo trabajador, a veces sale al medio día y vuelve dos o tres horas después y a veces se ausenta durante varios días o semanas.

La diferencia que intento remarcar entre los primeros nueve y este último es:

Quienes venden su fuerza de trabajo por hora, tienen el tope natural de que los días sólo tienen 24 horas y no más, mientras que los que venden su fuerza de trabajo por resultados, pueden obtener remuneraciones muy variables.

En suma: la rentabilidad del esfuerzo de quienes venden sus horas de trabajo, tiene un límite infranqueable, mientras que aquellos que venden su creatividad, sentido de la oportunidad y capacidad de asumir riesgos, acceden a una rentabilidad (de tu trabajo) ilimitada.

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sábado, 17 de julio de 2010

El arte de decir «NO»

En un artículo de reciente publicación (1), el razonamiento desarrollado me llevó a la conclusión de que funcionamos mejor cuando estamos con demasiado trabajo, porque cuando no tenemos suficientes ocupaciones, padecemos uno de los castigos más agresivos que reciben los presidiarios: el aburrimiento, la inactividad, la sensación de que las horas son eternas.

Este punto de vista está vinculado con otro que he mencionado reiteradas veces y es que la naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que sigamos vivos el mayor tiempo posible (2).

Por esto, tenemos que asumir resignadamente que no existe la felicidad permanente fuera de nuestra imaginación más optimista.

Lo que sí existen son maravillosos aunque fugaces momentos de placer, ubicados al final de los momentos penosos, esforzados, exigidos.

Somos felices cuando superamos un desafío, cuando termina una jornada laboral, cuando podemos darnos una ducha, practicar nuestro deporte favorito, hacer el amor, tener una conversación agradable, ¡y la lista es muy extensa!

Por lo tanto, si partimos del supuesto de que las molestias son inevitables —porque de ellas depende que sigamos vivos—, seguiremos buscando la forma de aliviarnos, pues eso es lo que necesita la naturaleza para conservarnos vivos.

También podemos concluir que, ante las dos opciones de tener mucho trabajo o poco trabajo, es preferible tener de más y no tener de menos (porque se convierte en un castigo).

Podemos concluir que:

1º) es acertado ser muy participativo;
2º) desarrollar destrezas útiles para la mayor cantidad de gente posible;
3º) publicitar nuestras destrezas (oficio, profesión, arte);
4º) ofrecer nuestra colaboración; y
5º) encontrar la manera de negarnos con simpatía, a realizar lo que exceda nuestras posibilidades de cumplimiento.

En suma: el objetivo es conseguir demasiado trabajo, pero hacer lo justo para no sentirnos mal, desarrollando el arte de decir «NO».


(1) Lo bueno que parece malo

(2) Vivir duele

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viernes, 16 de julio de 2010

Pobreza es temer al deseo

El azúcar es un alimento vegetal muy dañino.

Cuando el páncreas no funciona adecuadamente, aumenta la peligrosidad de la diabetes (cantidad de azúcar en la sangre), causando graves consecuencias en corto plazo (ceguera, lenta cicatrización, problemas circulatorios severos).

El azúcar es determinante en los desequilibrios metabólicos generadores del sobrepeso (obesidad), envejece prematuramente la piel, produce caries y enfermedades de las encías, se lo asocia a ciertas dificultades cardíacas, aumenta la reacción al estrés, dificulta la asimilación de las vitaminas A, B12, C, y del calcio, magnesio y ácido fólico.

Por su parte, ¿qué podemos decir del tabaco?

También es un vegetal, cuyo consumo en forma de cigarrillos y puros, traería graves consecuencias orgánicas.

Aumenta el riesgo de contraer cáncer en los pulmones, laringe, aparato digestivo y urinario.

Predispone a la bronquitis crónicas, el enfisema y a la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC).

Se lo asocia con la arterioesclerosis, especialmente en las arterias coronarias,

Si usted ha probado el azúcar y ha fumado, seguramente estará de acuerdo conmigo que ambos consumos son ampliamente satisfactorios, agradables, placenteros.

Una mayoría de personas ha contraído mucho miedo al placer y sienten que su deseo es algo diabólico que lo posee, porque los estimula para realizar actos socialmente condenables (fornicar, comer, holgazanear, divertirse), presumiblemente porque dificultan las actividades productivas generadoras de ganancias para los capitalistas que dan empleo a esa mayoría que aprendieron a temerle al placer y al deseo.

Primero fueron los sacerdotes los que inculcaron el miedo al placer (en beneficio de los ricos) y ahora se unieron los médicos con sus campañas de terrorismo ideológico-sanitario.

Conclusión: Siendo que el azúcar y el tabaco son las principales fuentes de ingresos de Cuba, ¿no estaremos participando en el bloqueo económico que le fuera impuesto por Estados Unidos hace varias décadas?

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jueves, 15 de julio de 2010

Pobres ricos

El dinero es un bien accesible y su utilidad se compara con la de un producto (una droga quizá, una pócima mágica, un brebaje misterioso), capaz de solucionar muchos problemas, cancelar infinidad de necesidades (de alimento, de salud, de abrigo) y satisfacer una enorme cantidad de deseos.

Aunque ¡atención! nuestro cerebro tiene el defecto de inventar metonimias, es decir, nos hace pensar que si el dinero puede solucionar algunos problemas, necesidades y deseos, es capaz de solucionarlos a todos y a cualquiera.

Pues no, rectifiquemos este desliz mental. Es un bien accesible, capaz de muchas cosas, pero no de todas ni de cualquiera.

Ese «desliz mental» puede llevarnos complicaciones muy severas en nuestro vínculo con un bien tan útil.

En otras palabras, por no evaluarlo en su justa medida, podemos llegar a desaprovecharlo.

Esta es una regla general: todo desajuste con la realidad, puede servir para el arte y ser peligroso para la vida real.

La pobreza patológica también ocurre si tenemos dinero y no sabemos usarlo por error de apreciación.

Una persona tímida, introvertida, con muy escasa capacidad para disfrutar, para complacerse, para divertirse, para gozar, quizá tenga mucho éxito consiguiendo dinero abundante, pero sin que su calidad de vida deje de ser pobre.

Suele ocurrir que con estas posturas filosóficas, atesoren dinero precaviéndose contra un golpe de mala suerte, una necesidad impostergable, una desgracia (enfermedad, siniestro, accidente).

Esta actitud no solamente está presente en los individuos, sino que también pueden ser propias de una época, de una región, de un país, de un gobierno.

En este caso, el dato más evidente refiere al costo del dinero (los intereses que cobran los bancos por sus préstamos).

La actitud temerosa hacia la vida, pesimista, tímida, encarece el crédito, aumenta la percepción subjetiva de los riesgos, empobrece la utilidad del dinero.

Nota: la imagen muestra a Smithers (izq.) secretario del avaro Mr. Burns (der.), de la tira cómica Los Simpson.

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miércoles, 14 de julio de 2010

La crisis global del capitalismo

Felix María Samaniego (1745-1801) escribió El cuento de la lechera.

Narra el ingenuo razonamiento de una campesina, que hace tres siglos, soñaba con maravillosas ganancias, igual que los miles de banqueros, agentes inmobiliarios y economistas, que empobrecen desde 2007, por la actual crisis económica.

(Click aquí para oírlo cantado por Paco Ibañez)

Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
"¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!"

Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
diciéndose entre sí de esta manera:

"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodearán cantando el pío, pío.

Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.

Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que corra y salte toda la campaña,
desde el monte cercano a la cabaña."

Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
Adiós leche, adiós huevos,
adiós dinero, adiós lechón,
adiós vaca y ternero.

¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.

No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.

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martes, 13 de julio de 2010

Cabalgar sobre las olas

¿Qué es tener salud mental?

Algunas respuestas son:

— estar feliz la mayor parte del tiempo;

— poseer la capacidad de actuar con acierto;

— ser exitoso (tener amigos, salud física, dinero suficiente).

Acepto que esas pueden ser buenas respuestas.

En este blog me dedico a reflexionar sobre la pobreza patológica, es decir, el estado de carencia material indeseado, el que genera síntomas dolorosos en quien la padece.

Es la pobreza contra la que se realizan infructuosas acciones para evitarla.

Los alcohólicos padecen una dificultad de salud que suele superarse apelando a un recurso que da resultado muy pocas veces, esto es, la voluntad reforzada por un trabajo de equipo.

Como estos equipos suelen ser organizados por congregaciones religiosas, conocemos la idea central expresada con su estilo característico.

La plegaria dice: «Dios, dame coraje para soportar la circunstancias inevitables, fuerza para transformar las modificables y sabiduría para diferenciarlas».

Es probable que la intención manifestada por este clamor, incluya los elementos esenciales de la salud mental.

La idea contiene una combinación de recursos psicológicos.

Incluye la actitud combativa, reivindicativa, revolucionaria, arriesgada, disciplinada, agresiva, para transformar la realidad.

Incluye la actitud tolerante, resignada, prudente, conservadora, ahorrativa, precavida, juiciosa, paciente, para aceptar lo inevitable.

E incluye la suerte.

El pedido que le hace el religioso a su Dios, no es otra cosa que la suerte de los laicos.

La realidad tiene su propia dinámica y esta está tan fuera de nuestro control, como los fenómenos naturales (viento, lluvia, sismos).

La exposición al tercer factor (suerte), debe ser tomada con nuestra actitud tolerante, resignada, prudente.

En suma: Contamos con salud mental, cuando podemos acompañar los vaivenes de la suerte que nos toca, como el jinete que se acomoda a cada movimiento del caballo o el marino a cada movimiento de su nave, sin dejar de conducirlos.

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lunes, 12 de julio de 2010

Monogamia: usina de apáticos

Hacemos los mejor que podemos y no lo mejor que desearíamos (1).

Recientemente les comentaba (2) que el comunismo es un sistema de organización social, muy bueno para repartir equitativamente los bienes y servicios, aunque ineficiente para producirlos.

La causa principal de su ineficiencia productiva es la aplicación del monopolio estatal en casi todos los órdenes de la actividad: fabricación, producción, comercialización.

Reconozco que la idea es atractiva: El Estado se encarga de todo y los intereses particulares quedan automáticamente subordinados a un poder central, que por pequeño, parece fácilmente gobernable y controlable.

La ausencia de competencia, también es una idea muy atractiva porque el estrés que nos provoca el esfuerzo de igualar a los mejores, es muy desgastante.

La naturaleza es básicamente económica, la inteligencia es esencialmente simplificadora, todos queremos hacer el menor esfuerzo posible.

Sin embargo, la productividad, rentabilidad y la calidad de vida, parecen recorrer otros caminos.

De hecho, los monopolios privados están prohibidos en todo el planeta.

Por su parte, los monopolios estatales, cuya existencia es defendida con argumentos referidos a estrategia (seguridad pública, salud, soberanía), y mejor aprovechamiento de las utilidades (porque las ganancias disminuirían la carga tributaria), terminan brindando servicios caros y de baja calidad porque la ausencia de competencia cultiva la mediocridad, la apatía, la indiferencia.

A este punto quería llegar.

Como decía en el primer párrafo, hacemos lo mejor que podemos y no lo mejor que desearíamos.

El monopolio genera mediocridad, apatía e indiferencia.

Cada ciudadano de un colectivo, es una unidad productiva, ya sea porque produce, porque consume o ambas cosas.

El matrimonio monogámico (monopólico, sin competencia), es el ideal, el más agradable, el más placentero ... como también parece serlo el régimen comunista, pero —por este mismo motivo— podría ser una causa de la mediocridad que termina en pobreza patológica.

Artículos vinculados:

La pobreza es causada por la monogamia
La presión arterial es ilegal
«Me engaña haciendo lo inevitable»
Gato encerrado en una sola canasta
Los instintos, ¿están para ser reprimidos?


(1) Ver los artículos del blog El libre albedrío y el determinismo

(2) La homosexualidad económica

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domingo, 11 de julio de 2010

Hay una regla sin excepción

Casi todos estamos dispuestos a ovacionar el desempeño de esos ciudadanos excepcionales, que hacen las cosas mejor que los demás, ya sea en el trabajo, el deporte, el arte.

Esos personajes suelen convertirse en referentes, ejemplos a seguir, modelos a copiar.

¿Por qué algunos sobresalen, descuellan, se destacan?

Claramente existen motivos genéticos, biológicos y funcionales que son determinantes de esa excepcionalidad.

Hago especial hincapié en la suerte.

No depende para nada de esas personas, el haber sido más sanos, fuertes, resistentes, inteligentes y haber contado con los estímulos adecuados para desarrollar esas potencialidades.

Por lo tanto, si bien es grato conocer gente así, no creo que sea justo asignarles responsabilidad y mérito en sus logros.

Tampoco correspondería aplaudir a alguien que llega a millonario por recibir una herencia.

Si en nuestra comunidad hemos llegado a establecer razonables formas de redistribución del ingreso, sabemos que esos afortunados ciudadanos excepcionales, tienen más para repartir que otros menos afortunados.

Por ese buen motivo, merecen ser especialmente cuidados. De su existencia y mejor desempeño, dependen muchas otras personas menos favorecidas con los recursos que la suerte les ha asignado.

En suma: los ricos, los empresarios, los emprendedores, los genios, merecen una consideración especial, porque su existencia y bienestar, redunda en beneficio de muchos.

Aunque sé que suena brutal para los oídos románticos: son ciudadanos que sirven mucho.

Sin embargo, es justo reconocer que existe un motivo para acceder a la excepcionalidad, que es patológico aunque los resultados utilitarios que le aportan al resto del colectivo sean igualmente satisfactorios.

Un conjunto importante de grandes personas, busca desesperadamente obtener el título de excepcional, porque lo que precisan es negar, olvidar, suponer, creer, que son la excepción a nuestra inevitable condición de seres humanos enfermables, sanables y mortales (1)

(1) Medicina defensiva
Economía médica

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sábado, 10 de julio de 2010

¡Sonríe! Algún líder trabaja gratis para ti

En otro artículo (1) les comentaba sobre los mecanismos de defensa que nos inventamos cuando somos aún muy pequeños, débiles e inexpertos.

Uno de ellos —la proyección— consiste en creer que lo que nos ocurre a nosotros, en realidad le ocurre a otro:

— en un accidente de tránsito, «fue el otro» quien condujo con torpeza;

— nos alivia saber que otras personas padecen la misma enfermedad que nosotros;

— la gente inculta no sabe lo que es bueno y por eso no compra el lustrador de botones que fabrico por miles.

Este mecanismo, al igual que los otros que integran una extensa lista (negación, formación reactiva, represión, etc.), aprovecha los errores mentales que padecemos, para que la vida no nos resulte tan compleja, penosa, insufrible.

Otra forma de aprovechar la proyección, consiste en pensar que los demás nos aman tanto como nos amamos a nosotros mismos.

El antiguo consejo que nos indica «no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti», incluye el consejo que podría redactarse «haz al otro lo que deseas que el otro te haga a ti».

La combinación del mecanismo de proyección con este consejo, nos da como resultado la suposición de que «otros me aman tanto como yo me amo» (proyección) y «otros harán por mí lo mismo que yo hago por mí» (cumpliendo el consejo).

Así como «no hay peor sordo que el que no quiere oír» y «no hay peor ciego que el que no quiere ver», podemos agregar que «no hay peor crédulo que el que no quiere aceptar la realidad».

Es para estos ingenuos que existen los libros de autoayuda, los gurúes que nos guían, los líderes amorosos que nos llevan desinteresadamente a un paraíso, los que «me aman tanto como yo me amo».

(1) Momento de cambio

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viernes, 9 de julio de 2010

Cuídate que te cuidaré y dame que te daré

La venta financiada ha sido un gran invento, que nos aporta satisfacciones que de otra forma no obtendríamos.

Si nuestro proveedor confía en que cumpliremos nuestro compromiso de pagarle en el plazo acordado, nos entrega hoy mismo ese objeto que disfrutaremos, pero le pagaremos en el futuro, lentamente, en pequeños pagos.

Por ejemplo, recibimos hoy un televisor, comenzamos a verlo, escucharlo y mostrarlo, pero estaremos dos años pagándole a su dueño un importe que en realidad es la suma de dos conceptos:

1) Si ese televisor cuesta $ 2.400 a quien tenga ese dinero y pueda entregarlo todo junto, entonces nuestro vendedor nos cobrará $ 100 durante 24 meses;

2) A esos $ 100, el vendedor le agregará el costo financiero, que es el valor del dinero, los intereses. Imaginemos que nos cobre $ 10, con lo cual, durante los próximos 24 meses, estaremos pagándole $ 110 (100 + 10).

Esta misma operación podemos pensarla de otra forma:

El dueño del televisor, nos lo alquila y nos cobra $ 10 de alquiler mensual por tenerlo y usarlo en nuestra casa. Nos pide como condición que además de pagarle esos diez pesos de alquiler por el televisor, le entreguemos mes a mes cien pesos durante dos años.

Si cumplimos con el pago del alquiler ($ 10) y con el ahorro forzoso de cien pesos mensuales que pactamos con él, entonces él «nos regala el televisor». Nos dice amablemente: «No le cobro más alquiler si me regala los $ 2.400 que tiene ahorrados en mi empresa».

Como habíamos acordado con él que estábamos dispuestos a donarle las 24 mensualidades, él confirma que el televisor ahora es nuestro.

Como se ve, esta operación mercantil difiere muy poco de los intercambios de obsequios que nos hacemos para demostrarnos amor entre familiares y amigos.

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jueves, 8 de julio de 2010

Para nuestra tranquilidad, la pobreza se repite

¿Cómo podríamos definir el psicoanálisis?

Una definición aceptable, sería decir que es el estudio que busca soluciones para resolver las carencias afectivas que el ser humano padece a lo largo de la vida.

¿Cómo podríamos definir a la economía?

Una definición aceptable, sería decir que es el estudio que busca soluciones para resolver las carencias materiales que el ser humano padece a lo largo de la vida.

El psicoanálisis y la economía hacen prácticamente lo mismo, pero como se especializan en resolver problemas de diferente naturaleza, utilizan insumos (información, datos, teorías, criterios) y métodos de trabajo, también diferentes.

El psicoanálisis atiende carencias que no ponen en riesgo la vida, mientras que la economía atiende carencias que sí la ponen en riesgo.

Mucha gente puede morir de hambre (economía) y poca gente puede morir de angustia (suicidio).

Sin embargo, una vez resueltos los problemas de supervivencia básicos, el psicoanálisis hace contribuciones más significativas para la calidad de vida.

Pero, en definitiva, el psicoanálisis es menos necesario que la economía si los valoramos desde el punto de vista de la cantidad de personas que atiende uno y otra ciencia.

Cuando los economistas necesitan averiguar cuáles son las conductas de los agentes económicos (productores, fabricantes, vendedores, intermediarios, inversionistas, consumidores), cuentan con dos opciones:

Opción 1) Se guían por los datos estadísticos y —creyendo que «la historia se repite»—, suponen que «el pasado predice el futuro»; o

Opción 2) Se guían por la psicología, tratando de entender la conducta de los agentes económicos.

La mayoría de las personas desea creer que «la historia se repite» para aliviar la molesta incertidumbre.

Conclusión: los economistas usan la estadística (opción 1), para que la historia realmente se repita (como quiere la mayoría de las personas), la pobreza continúe, conserven su trabajo y sigan siendo populares.

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miércoles, 7 de julio de 2010

Momento de cambio

Los mecanismos de defensa son reacciones automáticas que construye nuestra mente para aliviar o evitar ciertos problemas.

Les comento algunos de ellos.

La negación consiste en desconocer la realidad. Por ejemplo, nuestro cónyuge hace días que no duerme en casa y seguimos pensando que «ya volverá»; hemos rendido varias veces el mismo examen y pensamos «lo salvaré y me diplomaré cueste lo que cueste»; gastamos demasiado, pero «¡Dios proveerá!».

La proyección consiste en convencernos de que nuestro problema en realidad es ajeno. Por ejemplo, tropezamos con un árbol y nos indignamos con quien lo plantó ahí; nuestro cuadro de fútbol tiene un mal desempeño que se manifiesta en los resultados y acusamos ferozmente al juez de favorecer a los contrarios; nuestro aparato digestivo no está funcionando bien y le reclamamos a quien cocina que preste más atención a lo que hace.

La formación reactiva consiste en disimular un deseo censurable, al punto de manifestar exactamente lo contrario. La suegra amorosa con su yerno a quien no soporta porque «acapara» a su hija; el mujeriego que en realidad es un homosexual reprimido; el devoto de la moral que apenas puede controlar sus perversiones.

Todas estas soluciones las inventamos cuando fuimos pequeños, sin experiencia, muy débiles, con un cerebro mínimamente desarrollado, cuando no habíamos comenzado nuestra educación. Es decir: en el peor momento para inventar algo.

Sin embargo, de no mediar un psicoanálisis profundo, esas soluciones tan precarias, serán las que usaremos por el resto de nuestras vidas.

Por motivos similares, son pocos quienes comienzan su vida laboral donde realmente están conformes, porque la eligen cuando aún no saben bien quiénes son ni qué es trabajar.

Si usted no falleció, ¡puede cambiar! (los mecanismos de defensa y la forma de ganarse la vida). Si ya falleció, ¡no puede cambiar!

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martes, 6 de julio de 2010

Las armas lujosas

Algunos antropólogos descubrieron una conducta humana en estado puro, que luego nos permitió entender otras actitudes menos evidentes.

En algunas tribus de Estados Unidos y Canadá, hacían fiestas con un gran derroche, en las que los caciques hacían gastos y obsequios notoriamente excesivos.

Estos derroches festivos, generaban la obligación en los invitados de retribuir los agasajos y obsequios, tratando en lo posible de superar en lujo, gasto y exhibicionismo, al anterior.

Estas prácticas dieron lugar a un concepto denominado «destrucción suntuaria».

Cuando alguien rompe, malgasta, regala bienes muy costosos, lo hace para demostrar su fuerza. Es un alarde de grandeza, de poder, de superioridad.

El derroche colabora para que los pobres teman a los ricos, cuando son sus empleados, sus proveedores o se organizan para reclamar una mejor distribución de la riqueza y la justicia.

Otra característica de la «destrucción suntuaria» tiene relación con el miedo que inspiran las psicopatías.

Los psicópatas son personas que no responden a los criterios de la mayoría. Sus acciones no están ponderadas por los escrúpulos, la moral, las buenas costumbres y —mucho menos— por la ley.

La destrucción de bienes propios, sugiere que su dueño no está bien de la cabeza.

Quienes desean amedrentar (atemorizar) con este tipo de comportamiento, intentarán inducir el terror haciéndose pasar por psicópatas ricos.

El terrorismo consiste en provocar «destrucciones suntuarias» que inspiren pánico en la mayor cantidad de gente posible.

La consecuencia buscada es que más personas consideren que el sistema de convivencia en el que viven, se ha vuelto peligroso, porque convoca a estos psicópatas de quienes algún día pueden ser sus víctimas.

«Destrucción suntuaria» fue la que hizo Al Qaeda con la Torres Gemelas (11/09/2001) para demostrar que occidente es débil y está equivocado (?).

Nadie sabe evaluar los resultados de una «destrucción suntuaria».

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lunes, 5 de julio de 2010

¿Nos podemos conectar?

Habrá observado que algunos electrodomésticos vienen provistos de un cable, en cuyo extremo han instalado una clavija (enchufe, conector eléctrico) que no coincide con los receptores (hembras, toma-corriente) que tenemos en casa.

Para que el artefacto pueda ser usado, será necesario hacer algunos cambios:

— disponer de un adaptador-transformador;
— sustituir la terminal por otra que calce en el receptor electrificado que tenemos;
— cambiar esta para que pueda recepcionar la que acabamos de comprar.

Para que tengamos vínculos con la sociedad, es preciso que exista por lo menos un canal habilitado, es decir, que podamos hablar, escribirnos, dialogar, vernos, tocarnos, intercambiarnos bienes y servicios.

Excepto quienes conservan una existencia primaria porque viven exclusivamente de lo que producen y fabrican (herramientas, calzado, medicamentos), todos los demás dependemos —para ganarnos la vida— de la buena comunicación que logremos establecer con el resto.

Si establecemos la analogía con el electrodoméstico adquirido, la buena comunicación significa tener la conexión adecuada, compartir algunos códigos, usar el lenguaje con eficacia, crear y conservar vínculos con la sociedad.

Hoy contamos con la posibilidad de conectarnos con otras personas que están en la web.

Si queremos acceder a ese colectivo, deberemos saber usar una computadora y comprender la lógica de quienes ahí se presentan, ofrecen, demandan, cobran y pagan.

Muy importante! Para vincularnos con personas de otras culturas, necesitamos conocer cómo hablan, qué les gusta y qué no.

En suma: Porque «la convicción mueve montañas» y «si no lo veo, no lo creo», podemos acceder a una buena convicción «viendo» que para recibir la energía de los demás (dinero, trabajo, oportunidades, ofrecimientos), tenemos que poder conectarnos adecuadamente, aprendiendo sobre el lenguaje, los medios de comunicación y la idiosincrasia (forma de ser y sentir) de los demás.

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domingo, 4 de julio de 2010

Lo feo de ser lindo

Observe esto: sobre las miradas recibimos miles de escenas cinematográficas o descripciones literarias de esas imágenes.

Por el contrario, la literatura sobre cuánto necesitamos ser mirados, no abunda.

Todos necesitamos ser reconocidos, queridos, amados, reclamados, demandados, buscados.

Esta quizá sea la característica más fuerte de nuestro instinto gregario aunque simultáneamente, de la que menos hablamos y escribimos.

Ser mirados es una necesidad importante, significativa, cuya carencia resulta muy perturbadora.

En algunos artículos (1) he publicado ideas sobre una especie de antropofagia que ocurre entre nosotros, cuando sentimos deseos de comernos a una persona porque nos gusta, la deseamos, nos apetece.

Cuando nos miran, sentimos el regocijo de sabernos reconocidos. Quien nos mira, nos tiene en cuenta.

En principio no importa mucho cómo nos miran, sino lo que necesitamos es que lo hagan.

Pueden mirarnos con gesto de aprobación, de crítica, de amor, de furia. El gesto comienza a ser importante a partir del momento en que dejamos de preocuparnos porque «nadie nos mira».

Cuando tenemos confianza en que somos capaces de atraer la mirada de nuestros familiares, amigos, conocidos y extraños, entonces nos ponemos un poco más selectivos, y comenzamos a discriminar «lindas miradas» de «feas miradas».

Si estamos conformes con la cantidad de «lindas miradas» que recibimos, nos sentimos aprobados y procuramos repetir lo que venimos haciendo. Nos esforzamos por no cambiar lo que da resultado: aspecto físico, forma de hablar, ámbito social al que frecuentamos.

Por el contrario, tomamos distancia de las «feas miradas» porque nos desaprueban, desautorizan, parecen hirientes, dolorosas y hasta mortíferas.

Uno de los problemas que padecen las personas lindas, es que no pueden cambiar su forma de ser por temor a perder ese suministro narcisístico vital.

Esta favorable condición provoca el temor a cambiar, causándoles dificultades para madurar, vincularse y trabajar.

(1) «¡Me gustas tanto que te comería!»
¡Hola bombón!

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sábado, 3 de julio de 2010

Los regalos y la fuerza

Las leyes de la naturaleza, interpretadas por la inteligencia humana, son unas pocas, pero aplicadas a las diferentes circunstancias, parecen diferentes.

Por ejemplo, una de esas leyes es que «no hay efecto sin causa».

En otras palabras: la naturaleza, observada por un ser humano, muestra que cada fenómeno está precedido por una causa (algo lo provocó y no habría ocurrido sin esa causa).

No pensaríamos de esta forma si fuéramos eternos.

En esta forma de interpretar la realidad influyen nuestras características. Como nacemos y morimos, suponemos que todo tiene un principio y un fin.

Por lo tanto, pensar en el origen del universo es un planteo que resulta de imaginar que somos el modelo de todo lo que ocurra.

Si los humanos nacen, entonces todo nace. Si los humanos tienen padre, entonces todo tiene un padre.

Pero estas son ideas demasiado abarcativas. Hay otras más sencillas que pueden exponerse en un artículo de 300 palabras.

Hemos comprendido que «la unión hace la fuerza».

Si unimos dos hilos, tendremos un cordel más fuerte que cada uno de los hilos. Si trenzamos varios hilos, tendremos una cuerda aún más fuerte.

De modo similar, lo que yo pueda hacer solo, es mucho menos de lo que puedo hacer asociándome con otro y con ese criterio, un equipo tiene más fuerza que un dúo, y así sucesivamente.

Para aumentar nuestra fuerza nos unimos y por eso, hace miles de años, prohibimos que nuestros jóvenes se casen dentro de la familia y sí puedan hacerlo con jóvenes de otras familias. Así se unen dos grupos y aumenta la fuerza de todos.

Los regalos tienen el mismo objetivo: «Yo te regalo a ti y tú me regalas a mí». Esta obligación, trenza (une, asocia) a quienes participan del intercambio, porque «la unión hace la fuerza».

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viernes, 2 de julio de 2010

Pobres naturales y ricos artificiales

Para encontrar las causas de por qué tantos millones de seres humanos viven en condiciones de pobreza que no desean, es preciso desconocer deliberadamente todo lo que se ha pensado y actuado hasta ahora.

Mi postura podría simplificarse con la consigna: «Todas las hipótesis explicativas de la pobreza y las acciones realizadas para erradicarla, son erróneas hasta que demuestren lo contrario».

Por eso mis puntos de vista difieren del sentido común.

En realidad están apartados de lo que hasta ahora se ha propuesto ... y por ahora pienso que este es un buen procedimiento.

En esta línea, les propongo la siguiente idea.

Es muy probable que la organización natural (la anatomía y fisiología del universo, dentro del cual somos una parte), incluya el criterio —ya propuesto por Charles Darwin— denominado «selección natural».

Según él, se producen muchos nacimientos (en cualquier especie), para que luego sobrevivan como puedan, los más fuertes.

Casualmente a nosotros (los humanos) se nos ha ocurrido enmendar los criterios naturales y tomamos decisiones que se les oponen.

Por ejemplo, la medicina ha realizado grandes progresos tecnológicos capaces de salvarles la vida a personas que, de otra forma no habrían sobrevivido por su deterioro físico o funcional.

No caben dudas de que los inventores y fabricantes de esos recursos, lo hacen porque así se ganan la vida o acrecientan sus patrimonios.

Es ingenuo suponer que lo hacen desinteresadamente por puro amor al prójimo.

Así tenemos un escenario en el que los humanos menos educados (culturizados) se comportan más naturalmente, que los más culturizados.

Los pobres tienen más hijos y mayores índices de mortalidad, mientras que los ricos tienen menos hijos y menores índices de mortalidad.

Y agrego con suspicacia: los estudiantes de medicina suelen investigar y ensayar sus precarios conocimientos, con pacientes pobres. Los ricos jamás lo permitirían.

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jueves, 1 de julio de 2010

¡Ganamos, ganamos!

El dinero individualiza, aísla, identifica.

En la relación psicoterapéutica, es imprescindible que el paciente le pague al técnico para que ambos perciban claramente que uno y otro son personas en situaciones diferentes.

Alguien podría alegar diciendo, por ejemplo: «Deberían estar demasiado locos si no se dieran cuenta de que al tener cuerpos separados, son también personas separadas».

No alcanza con tener diferentes cuerpos para sentirse dueños, responsables y encargados de la propia existencia.

Por ejemplo, cuando escribo este artículo (julio de 2010), en Sudáfrica se disputa un campeonato mundial de fútbol.

Pues bien, con total convicción, los hinchas de cada equipo festejan y sufren los resultados como si se tratara de triunfos y fracasos personales.

Nadie dudaría de la salud mental de dos desconocidos que se abrazan ante un televisor, gritando eufóricos «¡ganamos, ganamos!», siendo que en todo caso fueron los once jugadores del encuentro quienes efectivamente obtuvieron el triunfo.

El fenómeno tiene sus raíces en aquella primera etapa de nuestra existencia (1) en la que, el escaso desarrollo neurológico, nos hacía pensar que estábamos fusionados con el resto del entorno, que no había ni diferencias ni separaciones entre nosotros y el entorno.

Esa sensación de que pertenecemos a un todo indivisible, poderoso, inmortal, conocido como la palma de nuestra mano, es motivo suficiente como para sentir una gran alegría.

De modo semejante, cuando nuestro terapeuta nos escucha gratuitamente, tenemos el placer (también imaginario, como en el fútbol), de que nuestros problemas no son nuestros sino de todos.

El hecho es que los problemas de todos en realidad no son de nadie y por lo tanto se resuelven, tarde, mal o nunca.

En suma: cuando no pagamos para restablecer nuestra salud a quien trabaja para resolver nuestro problema, la recuperación puede demorarse o no llegar nunca.

(1) Tú y yo, ¡un solo corazón!

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