jueves, 30 de septiembre de 2010

Martillazos fuera del clavo

Casi todos estamos enterados de que nuestro planeta padece una crisis energética.

Dicho de otro modo:

sabemos que el petróleo que consumimos diariamente, no se renueva;

sabemos —por experiencia propia—, qué ocurre en nuestros hogares cuando se nos termina el combustible; y

sabemos que nuestra calidad de vida caerá estrepitosamente cuando la carencia sea global.

En otros artículos he mencionado la hipótesis de que la naturaleza, se vale de provocarnos dolor y alivio para que el fenómeno vida no se extinga.

Algo que hacemos, estimulados por estas agresiones de la naturaleza, es preocuparnos, con lo cual nos aumenta el estrés, el miedo, la angustia, y todo esto aumenta el dolor que la naturaleza nos provoca sin pedirnos autorización.

Es decir, lo que hacemos para evitar el dolor, es agregar más dolor.

Esta actitud contraproducente está provocada por nuestra creencia (anhelo, deseo) de que podemos gobernar la naturaleza y terminar de una vez por todas con esta mortalidad de la que, hasta ahora, no se ha salvado nadie.

Para tener el dinero necesario que nos permita acceder a una calidad de vida digna, los humanos consumimos energía, que reponemos respirando, durmiendo, alimentándonos.

La eficiencia de nuestro desempeño depende de lo que podamos ganar con nuestro trabajo. O sea, somos eficientes si ganamos lo necesario con la energía corporal que consumimos.

Por ejemplo, si un carpintero clava un clavo con un solo golpe de martillo, es más eficiente que otro que gasta energía en dar cuarenta golpes, diez de los cuales pegan sobre el clavo y otros treinta, en lugares próximos.

Estos comentarios están acá para terminar diciéndoles que nuestra angustia por la crisis energética, está parcialmente provocada por nuestra actual ineficiencia laboral, es decir, porque sentimos no estar ganando lo suficiente con el esfuerzo que hacemos.

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miércoles, 29 de septiembre de 2010

«¿Qué vínculo tenemos tu y yo?»

En cada sector de la economía (agricultura, por ejemplo), el valor del trabajo (salario, jornal, honorarios), tiene un precio promedio y —en casi todos los países— también existe un mínimo impuesto por el Estado, que intenta evitar el abuso explotador de algunos empleadores.

¿Cómo se determinan los precios en cualquier economía?

Alguien dijo que un bien se vende al precio que un loco esté dispuesto a pagar o al precio que un loco esté dispuesto a cobrar.

En otras palabras: si alguien quiere pagar un millón de dólares por un auto viejo y en mal estado, entonces ese es su precio (al menos en esta transacción).

De igual forma, si alguien quiere vender un Ferrari último modelo en un dólar, ese es su precio.

Pero los locos (diagnosticados como tales), son muy pocos y casi todas las transacciones que ocurren en un mercado, se realizan entre personas que intentan un beneficio máximo para sus economías personales.

Para definir qué es un precio entre personas que procuran beneficiarse saludablemente, se dice que el precio está en la intersección de las curvas de la oferta y la demanda.

Dicho de otro modo, el precio de un bien o servicio, es el que la mayoría paga y cobra por él.

A pesar de que esto no podría ser discutido porque objetivamente, cualquier apartamiento de esta lógica sólo provocaría un desequilibrio psicótico de los mercados, los precios suelen estar influidos por factores subjetivos.

El precio de los salarios suele estar influido por cuán bien o mal le está yendo al sector de la economía considerado (agricultura, por ejemplo).

Si transita un período de auge, los salarios suben y si transita un período de recesión, los salarios bajan.

Esta participación en los resultados, hace que los asalariados imaginen que son dueños (socios, copropietarios).

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martes, 28 de septiembre de 2010

Mejora la puntería, cerrando un ojo

En un artículo publicado hace poco (1), les hice algunos comentarios sobre la versión teatral, creada por Aristófanes, con algunas aventuras de Pluto, dios de la riqueza en la mitología griega.

Uno de los detalles de este personaje es que primero fue ciego —y según los griegos, incapaz de elegir correctamente a los beneficiados con sus milagros—, y luego recuperó la vista —y según los griegos, mejoró el criterio en la elección de los beneficiados con sus milagros.

Hoy podríamos decir lo contrario, en tanto el símbolo de la justicia que tenemos vigente, es una mujer con los ojos vendados.

Esto me hace pensar que, en esa especie de estado etílico (ebriedad) con la que pensamos los temas abstractos y emocionantes, hemos llegado a la conclusión de que la mejor justicia es ciega (o, por lo menos, con la visión fuera de servicio) y que, por lo tanto, el raciocinio dependiente de las percepciones visuales, nos marea más que despabilarnos (avivarnos, activarnos).

En suma: si el símbolo de la justicia tiene la visión inhibida y lo que todos buscamos es una justicia distributiva, todo lo que sean evidencias, nos llevan por mal camino (nos alejan de las anheladas soluciones).

Los temas económicos (la riqueza y su distribución), son estudiados por los economistas y los sociólogos.

Los políticos son conciudadanos como usted o como yo, pero caracterizados por su habilidad para hacerle creer a una mayoría que saben cómo lograr la tan deseada justicia distributiva.

Estos políticos, una vez convertidos en gobernantes, son asesorados (en temas económicos y sociológicos), por economistas y sociólogos.

Estos expertos usan estadísticas, encuestas, tendencias, sondeos de opinión, gráficas, para poder ver cómo estamos, hacia donde vamos y cómo estaremos.

El componente visual que tienen estas herramientas, es la causa principal que impide la justicia distributiva.

(1) La eterna historia
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lunes, 27 de septiembre de 2010

La luna está en el dedo

Es común que alguien se divierta cuando oye o recuerda aquello que dice: «El inteligente mira la luna cuando se la señalan, pero el idiota mira el dedo».

La situación que permite imaginar este diagnóstico tan sumario, es clara por demás.

Sin embargo, existen otras situaciones que pertenecen a la misma categoría, que no son tan obvias y que se convierten en verdaderas trampas para quienes antes se burlaban maliciosamente del incapaz.

Por ejemplo: Con su mejor buena voluntad, usted le cuenta a un amigo sobre un hecho ocurrido.

Su amigo, en vez de prestar atención al hecho que usted le cuenta, le pregunta «¿De dónde obtuviste esa información?»

En vez de mirar lo señalado (la luna, el hecho narrado), mira lo que señala (el dedo, la fuente de la noticia).

Queda definitivamente disimulado el impulso del idiota, cuando el autor pone en su libro la bibliografía que dice haber consultado para escribir el texto.

Se supone que todo libro que contenga información (teorías, datos, referencias), debe incluir la procedencia, para que los idiotas que quieran hacerlo, miren el dedo que señala la luna, y consulten, ratifiquen, confirmen.

Claro que los lectores no son tan exigentes como para tomarse ese trabajo. Dan por sentado que lo leído, interpretado y redactado por el autor, está bien.

En todo caso, le darán un vistazo a elementos tales como la cantidad de obras citadas, para evaluar la cultura del escritor.

Algo que aumenta mucho el prestigio, es incluir obras en otros idiomas, con sus títulos sin traducir.

La idea es que, cuanto menos entienda el lector, mayor será el prestigio del autor. Esto inflamará la envidia del lector quien, impulsado por este sentimiento, terminará admirando, respetando y recomendando a otros que compren el libro... para demostrarles que no es envidioso.

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domingo, 26 de septiembre de 2010

La boda Perverso-Neurótica

No está confirmado, pero el psicoanálisis podría tener razón.

Existen sobrados motivos para suponer que sus postulados son rechazados porque perjudica los intereses de gente con mucho poder.

Si esto fuera así, entonces el psicoanálisis llegará a ocupar el lugar que se merece, el día que se deje de molestar o que el poder de sus adversarios disminuya.

Este arte-científico postula que los seres humanos, amamos intensamente a quien nos cuidó al nacer, proveyéndonos lo que salvó nuestra vida.

Nuestra forma de amar quedó diseñada en esos primeros meses: el sentimiento que nos inspiró quien nos alimentó, abrigó, higienizó, acunó, luego continúa a lo largo del resto de la vida con pocas variantes.

También en esa primera ocasión ocurrieron las primeras decepciones, frustraciones y pérdidas, que diseñaron nuestra forma de enfrentar los problemas.

Cuando nuestro «primer gran amor» (generalmente mamá), comenzó a dedicarse a otras tareas y perdimos la exclusividad, fue terrible, tuvimos miedo, no supimos cómo salvar nuestra vida.

Finalmente logramos superar esa etapa y lo hicimos con un estilo neurótico o con un estilo perverso.

Nota: estos vocablos suenan demasiado dramáticos, pero una y otra forma no pasan de ser normales. Neurótico o perverso, son tan normales como ser alto o bajo, flaco o gordo, blanco o negro.

A quien optó por el estilo neurótico, lo vemos quejándose porque supone que algo malo hizo para que la madre deje de atenderlo con tanta dedicación. El neurótico se cree culpable y no se cansa de lamentarse.

Quien optó por el estilo perverso, no asume la pérdida, insiste, no se siente culpable, lucha incansablemente (y hasta neciamente) por recuperar lo que —según él— nunca debió perder.

Ese primer amor perdido suele estar representado (simbolizado) por el dinero.

Los neuróticos se quejan de la pobreza y los perversos son insaciables.

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sábado, 25 de septiembre de 2010

Es muy rico (sin dinero pero con Kétchup)

Aunque suene trágico, «somos concebidos para morir».

Luego de aquel hermoso momento en que papá y mamá fornicaron como poseídos por el demonio, quedaron exhaustos, quizá sin respiración, sin habla, sin una gota de energía para acariciarse, mirarse embelesados o decirse palabras de amor, un óvulo fue penetrado por el espermatozoide más atrevido, agresivo, violento, invasor, desconsiderado, competitivo, impiadoso, carente de todo tipo de escrúpulos.

Cuando fuimos embarazo de mamá, provocamos distintas reacciones. No todas felices.

Casi nunca hablamos ni especulamos sobre cómo fuimos gestados, esperados, aceptados, rechazados.

Parecería ser que —en la etapa de la civilización que estamos—, aún preferimos ser fruto de una inmaculada concepción y nos cuesta imaginar que alguna vez nuestros padres desearon matarnos, antes o después de nacer.

Pero algo debemos de saber porque en nuestra psiquis conviven ideas de vida e ideas de muerte.

Los temores a la muerte, que se nos presentan bajo la forma de angustia por perder a un ser querido o cualquier otra cosa que nos parezca de vital importancia (derechos, empleo, prestigio), contienen esa semilla de muerte con la que nacemos para que algún día —lo más tarde posible— germine.

Hace tiempo publiqué un artículo (1) en el que les comentaba que algunos pobres patológicos, no desean ser «ricos» porque este adjetivo también significa «sabroso».

Esta equivocación inconsciente, los hace huir de una condición que los pondría en riesgo de vida: ser comidos, devorados, tragados.

Algunas personas también son pobres patológicos por la razón opuesta, esto es, desean ser «ricos», sabrosos y devorables.

Cada vez que tienen dinero, los vemos abocándose a pésimos negocios, prestando dinero que saben incobrable, haciendo obsequios caros y demás actos, que en su inconsciente son imaginados como que otros los devoran, los apetecen, se alimentan con su cuerpo nutritivo y delicioso.

(1) ¡Hola bombón!
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viernes, 24 de septiembre de 2010

Einstein sólo tenía buena memoria

Apegarse a la lógica, al razonamiento, a los prejuicios, los refranes, la sabiduría popular, la tradición, equivale intelectualmente, a no abandonar los aparatos (bastón, muleta, andador) que usan niños y minusválidos cuando no están en condiciones de caminar sin caerse.

Liberado del sentido común, puedo afirmar que nacemos sabiendo.

La sabiduría que poseemos no es la concreta, específica y coyuntural de nuestra vida actual (la mesa es color verde, acaba de nacer quien descubrirá la causa y sanación del cáncer).

La sabiduría que poseemos es la universal (matemática, física, química).

Si usted se permite abandonar el sentido común, puede pensar que las teorías formuladas por Albert Einstein, las conocía cualquiera sólo que él las recordó.

Estoy aludiendo a la propuesta hecha por Platón 400 años antes de Cristo y que luego alguien llamó teoría de la reminiscencia.

Hay quienes afirman que el inconsciente contiene esos conocimientos universales (matemática, etc.), y que se muestran como talento, intuición, descubrimientos.

Existen muchos motivos para que una mayoría de personas suponga que realmente es libre de hacer lo que quiere.

Muchas de esas razones las he expuesto en mi blog titulado Libre albedrío y determinismo.

Sí creo que podemos auto observarnos, interpretar nuestra conducta y elaborar algunas conclusiones, evaluar algunos resultados y aprender a partir de ahí.

Pero nuestra evolución se ve enlentecida cuando suponemos que los desaciertos económicos que nos mantienen en la pobreza, son negativos y desafortunados para nuestra existencia.

Más nos valdría averiguar, por qué perder dinero, ser incapaces de mejorar nuestros ingresos o vivir rodeados de carencias, está en sintonía con nuestras características generales, son fenómenos que nos equilibran y que estaríamos peor si no ocurrieran.

En suma: el interrogante que nos estimule recordar la sabiduría olvidada es: «¿Por qué me beneficio dolorosamente en vez de beneficiarme placenteramente?»

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jueves, 23 de septiembre de 2010

Mariposas en el estómago

«Cuando tomo un somnífero, mi esposa se duerme enseguida»; «cada vez que estoy con él, mi cuerpo responde a su adrenalina»; «los fracasos de mis hijos, me frustran».

Una lectura superficial alcanza para darnos cuenta de que este tipo de experiencias son populares, conocidas, alguna vez nos ocurrieron.

Creemos ser únicos, independientes, autónomos pero si lo analizamos con detenimiento, observamos que tenemos una actitud hacia los compañeros de trabajo, otra con los familiares, otra hacia las entrevista de trabajo.

Si nos encontramos con gente que fue querida, como ocurre con antiguos vecinos, compinches estudiantiles, primeros amores, algo nos permite reiniciar el vínculo como si recién se hubiera interrumpido.

Este es un fenómeno del que no sabemos mucho, pero que cada uno puede investigarlo con los elemento que cuente.

Es un prejuicio suponer que la única información válida es la provista por alguien que publicó un libro o se autoproclama asesor.

Si, como digo en el primer párrafo, la situación de una persona nos genera un cambio (alegría, tristeza, entusiasmo, amor, confianza, excitación), podemos pensar que nuestras actitudes también provocan lo mismo en los demás.

Sin arriesgar demasiado, podemos afirmar que hasta ahora, todo lo que nos ha ocurrido en la vida, ha estado condicionado (influenciado, alterado, modificado) por cómo estimulamos a quienes establecieron algún tipo de vínculo con nosotros (padres, hermanos, amigos, empleadores).

Una vez aceptada esta hipótesis, podemos decir que nuestra suerte ha estado influenciada (en mayor o menor medida) por lo que hicimos, provocamos, generamos.

Dedicamos varias décadas a estudiar sobre el universo, la historia, la filosofía, restándole ese tiempo y energía a obtener información, datos, características, de quien más influencia tiene y tendrá en nuestra calidad de vida.

Es delirante la afirmación «querer es poder», pero mejoran los resultados con el «conócete a ti mismo».

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

La admirada frigidez de los sabios

Millones de personas sueñan con la paz, la serenidad, un estado de reposo en el que el ánimo no esté agitado, ni estresado, ni perturbado.

Supongo que ese anhelo implica no tener ninguna pasión (deseo, cólera, miedo) y no tener ningún vicio (costumbre incontrolable de hacer algo con exceso).

También supongo que procuran igualar la situación ideal de un sabio, dotado de tan buen juicio, superioridad y madurez, que no se siente fuertemente atraído por nada y que, gracias a esa condición, su psiquis (alma, espíritu), está en reposo y con plena lucidez.

La pasión es una inquietud provocada por algo concreto y me preocupa cuando se habla negativamente de «inclinación». Por ejemplo, «la pasión es la inclinación a (realizar cierto acto)».

El verbo original (inclinar), significa la pérdida de la condición vertical, que tanto puede ser para acostarse como para torcer levemente el tronco en actitud de reverencia.

Seguramente la actividad sexual sea tan importante como conservar la salud y la vida, porque sólo tenemos que cuidarnos como individuos y como especie.

Para reproducirnos, es clásica la posición horizontal por lo cual, cuando se condena a la pasión por tratarse de una «inclinación a», estamos ante la represión del deseo sexual.

Ser apasionados es condenado porque el deseo sexual es condenable (excepto que se realice bajo ciertas condiciones que la cultura ha reglamentado prepotentemente).

Desde mi punto de vista, este es un defecto que tenemos los animales humanos.

Como carecemos de un período de celo, entonces tenemos que recurrir a la sanción, la prohibición, la condena, el castigo, la represión agresiva, para que nuestra reproducción no provoque un estallido demográfico.

En suma: La condena a nuestras pasiones nos quita vitalidad (alegría, entusiasmo, productividad, energía, actitud constructiva) precisamente porque en nuestra especie no es posible controlar instintivamente la superpoblación.

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martes, 21 de septiembre de 2010

Ametralladoras unisex

En un artículo anterior (1), les decía que la depresión anímica genera —en quien la padece— una fuerte apatía, desgano e incapacidad para trabajar.

Naturalmente, este fenómeno orgánico, anímico o psíquico, es muy penoso para quien lo padece y además produce grandes pérdidas económicas por horas no trabajadas.

Les decía que no se sabe qué es la depresión, qué la causa ni cómo se cura.

La psiquiatría logra disminuir el padecimiento (calmando la angustia, mejorando un poco el nivel de actividad), pero por ahora no puede prometer curaciones.

Por su parte, el psicoanálisis y demás técnicas verbales, lo que hacen es tratar de modificar las ideas (desvalorización, pesimismo, suicidio) que agravan la compleja situación física.

En el nivel laboral, quienes padecen depresión, necesitan ausentarse de sus responsabilidades, a veces una o dos veces por año.

Una de las hipótesis que viene a cubrir la falta de conocimiento que tenemos sobre este fenómeno, refiere a la agresividad.

Ambos sexos tratamos de resolver las dificultades con un monto de agresividad similar.

Por razones físicas (musculatura, adrenalina) y culturales, los varones despliegan su agresividad, actuando a veces con prepotencia, otras con atrevimiento, otras con golpes o insultos.

Por razones físicas (musculatura, adrenalina) y culturales, las mujeres NO despliegan su agresividad hacia los demás, sino hacia sí mismas.

Esto les produce un enorme gasto de energía, abatimiento físico, dolores, desgano, frustración, provocándoles los fenómenos depresivos (angustia, decaimiento, irritabilidad), que las obliga a quedarse muchas horas o días acostadas, por falta de fuerza para levantarse.

A partir de estas diferencias, constatamos que

— la cantidad de hombres encarcelados es notoriamente superior al de las mujeres encarceladas;

— hay más depresivas que depresivos.

En suma: La agresividad puede canalizarse hacia sí mismo o hacia los demás. En un caso provoca depresión y el otro conflictos sociales, respectivamente.

(1) Depresión: enfermedad o estado


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lunes, 20 de septiembre de 2010

«No consigo nada porque se robaron todo»

En un artículo (1) anterior, decía que en el inconsciente de algunas personas puede estar la inhibición de sentirse «rico» porque piensan que esa condición refiere al significado «alimento sabroso».

Dada la irracional conducta de nuestro inconsciente, esas personas pueden huir del dinero porque —si lo tuvieran y se convirtieran en «ricos»—, sus vidas correrían peligro porque otras personas desearían —literalmente— devorarlas.

Como siempre ocurre, «el pecado está en la mente del pecador», es decir, que no son pocas las personas que tienen extrañas tentaciones, deseos, intenciones, y que —para sorpresa de ellos mismos—, no se explican cómo logran reprimirlos.

A todos nos ocurre: a veces nos alarman algunos pensamientos, deseos, fantasías.

Felizmente, son poquísimos quienes pasan al acto y realizan crímenes atroces ... que, en el pensamiento, alguna vez pasaron por nuestra cabeza.

Observe que aquello que interpretamos en las acciones o discursos de los demás, no son otra cosa que nuestras propias ideas que le atribuimos al otro.

Por lo tanto, si enfrentados a nuestra necesidad de ganar dinero para solventar los gastos propios y de nuestra familia, pensamos que:

— Nadie quiere ayudarnos, es porque intuimos que no nos gusta ayudar;

— Los demás quieren robarnos, es porque intuimos que nos gusta apropiarnos de los bienes ajenos y que, si no lo hacemos, es por temor a ser descubiertos y castigados;

— Otros agotarán todos los recursos sin dejar nada que podamos aprovechar (ganar, participar), es porque intuimos en nosotros una voracidad tan feroz, que hasta agotaríamos cualquier fuente de recursos (seno materno, contenido de la heladera, bosques, agua potable, etc.).

En suma: Nuestro diagnóstico de las posibilidades que tenemos de ganarnos la vida, está condicionado por nuestras intenciones más inconfesables.

Una evaluación pesimista de los recursos disponibles en el mercado, surge de nuestros deseos depredadores, agotadores, exterminadores.

(1) ¡Hola bombón!

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domingo, 19 de septiembre de 2010

El hortelano del perro

«A mi perro le falta hablar» dicen muchos perrotenientes (1).

Cuando alguien habla así, lo que en realidad está diciendo es que el animalito dice muchas cosas pero sin usar el lenguaje humano.

Los perros (y casi todos los animales), tienen una actitud ambigua que los humanos interpretamos como más nos gusta.

Me interesa comprender cómo hacen ellos para vivir de nosotros, para ser nuestros parásitos bienvenidos, para ser nuestros amos haciéndonos creer que son nuestros esclavos.

Seguramente se trata de algo que hasta ahora se ha resuelto negando la verdadera condición del vínculo.

Desde hace miles de años, los perros encontraron la forma de vivir de los humanos a cambio de algunas tareas, pero también a cambio de nada.

Muy pocas personas explotan el trabajo de los perros y muchas personas explotan el trabajo de otros humanos.

Una hipótesis de estilo psicoanalítico diría que la mudez de los perros es un elemento esencial.

Según parece, el idioma somete a los usuarios. Si usted observa con detenimiento, sólo podemos pensar obedeciendo las normas gramaticales del lenguaje.

Pensamos construyendo silenciosamente oraciones que cumplen reglas sintácticas estrictas.

Para escribir «hijo celeste El simpatizo como», tengo que hacer el esfuerzo de concatenar palabras elegidas aleatoriamente.

Aunque los perros sólo quieren a otros perros (observe cómo los prefieren cuando pueden optar entre ellos y usted), tienen la habilidad de hacernos creer que nos prefieren.

Con cuatro o cinco gestos polivalentes (polisémicos) como son mirarnos a los ojos, mover la cola, agachar la cabeza, no evacuar sus desechos digestivos dentro de la vivienda y pocas cosas más, ellos tienen casa, comida, abrigo, servicios veterinarios, caricias y paseos.

Ellos no hablan, pero inspiran en nosotros oraciones gramaticalmente correctas, cuyos contenidos incluyen lo que más deseamos: ser amados tal cual somos, sin juzgarnos, con nuestros olores naturales.

(1) Creo que acabo de inventar esta palabra. Así como terrateniente es quien tiene grandes extensiones de tierra, un perroteniente es quien supone tener «un perro maravilloso».

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sábado, 18 de septiembre de 2010

La depresión: enfermedad o estado

¿Cómo puede ser que no me haya dado cuenta antes?

¡Esta situación es desastrosa! La gente que me rodea no me respeta, me desvaloriza, hasta hay quienes se burlan de mí.

He sido muy ingenuo, he caído en mi propia trampa imaginando un mundo ideal, suponiendo que el ser humano es noble, generoso, condescendiente, amable, bienintencionado.

Pero ¡basta! ¡esto se terminó!

Este esclarecimiento me provoca mucha tristeza. Desde que me di cuenta de cómo son las cosas, no tengo ganas de trabajar, he perdido el apetito, me cuesta afeitarme, bañarme, concentrarme.

Mi familia está preocupada porque paso muchas horas durmiendo, hablo poco, a veces me da por llorar y si intentan alentarme, me ponen de mal humor.

Ya me sugirieron consultar al psiquíatra, pero esa idea me ofende, aunque si no me ofendiera, tampoco tendría ganas de levantarme para ir a un sanatorio.

………

El texto anterior describe una forma de pensar que tiene alguien diagnosticado como deprimido.

Nadie sabe qué es la depresión.

Sólo tenemos hipótesis que orientan ciertas técnicas terapéuticas con resultados variados.

Cuando una persona mejora, suponemos que la hipótesis es correcta y cuando no mejora, suponemos que la hipótesis también es correcta, pero que el paciente no respondió al tratamiento como era de esperar.

Entre quienes nos dedicamos a estas dolencias, sabemos de nuestra ignorancia, pero jamás lo confesamos porque nuestros honorarios (ingresos económicos) dependen de que los pacientes crean en nuestro poder curativo.

Por eso, cuando no se curan, la culpa es de ellos. Son los pacientes los que no responden adecuadamente.

Como enfermos, sanos (enfermos potenciales) y profesionales, necesitamos creer que los profesionales sabemos, aceptamos nuestra jactancia por poseer una sabiduría que no es tal.

Mientras tanto, los deprimidos dopan su angustia hasta que la naturaleza los libere de esa carga.

Artículos vinculados:

La depresión constructiva

La anatomía del valiente

El diagnóstico perfecciona la enfermedad

Vivir o ser vivido

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viernes, 17 de septiembre de 2010

Sigamos apostando con amor

En Uruguay circula una noticia (2010) que tiene todas las características de una leyenda urbana: un modesto obrero de la construcción, ganó dos millones de dólares en un sorteo, pero prefiere mantenerse en el anonimato.

Como le comentaba en otro artículo (1), esta noticia es verosímil y deseable.

Sin embargo, es probable que la noticia sea falsa.

Quizá la verdad sea

— que los organizadores del sorteo se quedaron con la fortuna;

— que lo haya ganado una sola persona muy rica;

— que lo tenga un extranjero;

— o un empresario que se lleva mal con sus trabajadores;

— un proxeneta;

— alguien muy endeudado pero que no piensa pagarle a nadie porque eso es lo que siempre quiso, tuviera o no dinero.

Lo llamativo es que las noticias que circulan, nunca son de esta índole.

En general, los grandes premios parecen responder a una justicia ideal, bondadosa, que gratifica milagrosamente los valores instalados en nuestra cultura.

Los grandes ganadores son gente buena, digna, discreta, trabajadora, que declara compartir los sueños que tenemos la mayoría, que seguirá trabajando como hasta ahora, que hará donaciones y regalos generosos.

Suelen confesar algún sentimiento según el cual, «ser millonario no es para tanto», aplacando así nuestra envidia.

Pienso que estas noticias no son tales sino que se trata de publicity.

Defino este vocablo como la práctica de crear y difundir información (noticias,) favorable a ciertos intereses empresariales, para que otros medios la amplifiquen gratuitamente.

Las empresas dedicadas a organizar sorteos, detentan el monopolio de saber quiénes son los ganadores (porque vendrán a cobrarlo).

El momento del pago es propicio para que los ganadores autoricen emitir cualquier rumor (información, noticia) que no los perjudique, aunque sí beneficie a quienes les están entregando el gran premio.

A partir de ahí, el engaño-publicitario lo hacemos funcionar los propios destinatarios.

(1) «Barack Obama tiene un pasado oscuro»

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jueves, 16 de septiembre de 2010

La poligamia comercial

Las creencias, prejuicios, refranes, supersticiones, forman parte de nuestro sistema operativo mental.

Sin tomar conciencia de ello, pensamos tomando en cuenta mucha información no confirmada, aplicamos procedimientos cuyo principal mérito es que siempre se hizo así, suponemos que si los demás tienen cierta convicción, es porque lo habrán meditado el tiempo suficiente.

Una de las convicciones más arraigadas referidas a la economía, sostiene que en un país, las relaciones de intercambio cumplen la regla de suma cero, esto es, que para que uno gane inevitablemente otro tiene que perder.

Comenté este fenómeno en dos artículos anteriores (1).

La falta de crecimiento en los intercambios, impone un sentimiento de culpa a quien resultara ganancioso, con lo cual, la mayoría de las buenas personas -que predominan en cualquier colectivo-, tratarán de ganar poco, porque suponen que un afán progresista irá en detrimento del bienestar o patrimonio de otros vecinos.

En suma 1: la creencia en que las relaciones de intercambio económico impone una suma cero, obliga a esa mayoría de ciudadanos a procurar disminuir al máximo sus ingresos, generándose por esta vía la pobreza patológica.

Si la relaciones de intercambio funcionan con una lógica de NO suma cero, es principalmente porque los mercados son abiertos y no cerrados.

Para que sean abiertos, los agentes económicos tienen que practicar el comercio exterior, deben exportar parte de su producción y quizá también importar algunos productos a sus clientes extranjeros.

Esto sólo ocurre si los exportadores admiten vincularse con otros pueblos, países, mercados (así agregarán riqueza extra a la comunidad, para que las relaciones comerciales permitan que todos ganen en vez de que sólo pueda ganarse a costa de pérdidas ajenas).

En suma 2: Para que podamos transar (intercambiar, negociar) con otras economías, NO podemos ser comercialmente monógamos sino que deberemos ser comercialmente polígamos.

(1) ¿Quién tiene lo que me falta?

Un trozo de PBI con Coca-Cola

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

«Si no te gusta la sopa, toma dos platos»

Anatómicamente, el pene está cubierto por un forro de piel llamado prepucio.

En condiciones normales, esta cobertura puede retraerse para que el glande (cabeza del pene), quede totalmente descubierto.

En algunos varones, la estrechez del prepucio impide la retracción completa.

A esta particularidad se la denomina fimosis y con una pequeña intervención quirúrgica, se resuelve.

Este acto médico se denomina circuncisión.

También se llama de esta forma al ritual de los judíos.

Esta tradición tiene miles de años, porque según la leyenda, su fundador (Abraham) recibió la orden directamente de Dios.

Esa marca en el cuerpo es irreversible y, en tanto es utilizada como dato identificatorio de pertenencia, asegura seguir siendo judío.

¿Cómo se siente alguien que no puede divorciarse, cambiar de parecer, arrepentirse?

Durante el octavo día de vida, el pequeño es circuncidado y queda incorporado a ese pueblo.

No sé cómo se sienten quienes han sido incluidos de forma irreversible e inconsulta a una religión.

Sin embargo, tengo una idea de las molestias que me provocan las normas culturales en la que vivo desde que nací, y sin haber sido operado del pene.

Con o sin glande al descubierto, todos estamos subordinados de forma inconsulta a leyes, normas, usos y costumbres.

Los judíos aumentan la apuesta y, además de cumplir con la cultura general, se subordinan también a las normas de su religión.

Ellos conforman un pueblo que llama mucho la atención, por la influencia que ejerce sobre todos nosotros, a pesar de las vicisitudes con las que conviven desde hace siglos.

¿«A pesar de las vicisitudes» o «gracias a ellas»?

En suma: Las enfermedades psíquicas surgen por el conflicto de los deseos y la cultura, mientras que la fortaleza psíquica surge de la energía que se genera por una acertada administración de ese conflicto.

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martes, 14 de septiembre de 2010

El instinto gregario y la pobreza

La creatividad, originalidad, competitividad, requieren asumir cuotas de soledad significativamente mayores a las que asume el común de la gente, dedicada a profundizar los lazos sociales, inclusive cuando para lograrlo es preciso defender filosofías de vida que incluyan la escasez material (pobreza).

La soledad es considerada un factor de riesgo sanitario, especialmente en personas con algún deterioro psicofísico.

Pero aún quienes gozan de plena salud, tampoco pueden negar cuánto nos influye el instinto gregario, es decir, la necesidad de ser amados, reconocidos, aceptados.

En un artículo anterior (1), comento que las experiencias de vida rediseñan permanentemente nuestro carácter (forma de reaccionar típica de cada uno) para adaptarnos, armonizar, sintonizar con el entorno (clima, disponibilidad de recursos, condiciones sociales).

Este fenómeno adaptivo que diseña (forja, forma, determina) nuestro carácter, incluye la resistencia a la soledad que cada uno posee.

Con escasísimos conocimientos sobre el tema, me parece (pongo a su consideración, sugiero la hipótesis de) que el pueblo judío logra buenos resultados en su gestión económica, porque compensa la soledad que provoca la actitud competitiva (original, creativa, poco común) con un intenso apego a su colectividad.

Algo similar (creo que) ocurre con los integrantes del Opus Dei y la masonería.

Los integrantes de estas instituciones (religiosas o no) pueden ser activos agentes económicos en el sistema capitalista, porque se apoyan mutuamente sin tener que someterse a los criterios lucrativos más populares.

Claro que estas instituciones no solamente neutralizan el costo de la soledad que deriva de ser diferente a la mayoría, sino que también permiten establecer vínculos de confianza derivados de la propia pertenencia.

Estos comentarios se vinculan con otros anteriores (2), en los que proponía la idea de tomar distancia de aquellas personas que, por su actitud ante el bienestar material, dificultan nuestro afán de progreso (familiares, amigos, colegas).

Nota: la imagen corresponde al símbolo de la Unión Europea.

(1) El carácter es una característica que me caracteriza

(2) La envidia es progresista

Dime con quién andas y sabré tu patrimonio

¡Indíqueme cómo debo vivir!

A veces se gana y a veces se aprende

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lunes, 13 de septiembre de 2010

Está permitido gozar, pero no es obligatorio

Cada tanto, la humanidad cambia de rumbo. En el nuevo camino, aparecen nuevas condiciones de vida.

La mayoría de las veces, estas innovaciones no son muy creativas, porque simplemente son iguales a las anteriores, pero exactamente al revés.

Cuando los valores morales cambian radicalmente, se dice que existe una subversión (poner patas arriba).

Para muchos interesados en informarse sobre la historia reciente, es sabido que la subversión se consideró un delito, perseguido y castigado ferozmente.

Uno de los cambios más trascendentes y menos visibles, tiene que ver con la dictadura democrática en la que vivimos casi todos los pueblos.

En la época de José Stalin (Rusia, 1878-1953), era normal matar a miles de ciudadanos por las dudas, como forma de mantener un alto nivel de terror.

Ahora, Stalin (imagen) podría hacer lo mismo, sin tanto derramamiento de sangre.

Los sistemas informáticos permiten saber casi todo de nosotros, la privacidad de nuestras acciones es bastante escasa y los gobiernos, con guante de seda, aplican sus elegantes métodos manipuladores.

El contexto de este artículo favorece recordar otro (1), en el que hacía mención a una especie de genocidio laboral que esos adelantos informáticos —que están revolucionando nuestra era—, provocan entre quienes no pueden aprender cómo funcionan.

En cuanto a la subversión moral, agrego otro detalle.

Hasta hace unas décadas, era bueno, sano, inteligente, no gozar o hacerlo con moderación.

Se premiaba la vida ascética, frugal, simple, ordenada, saludable, religiosa.

El consumismo, la publicidad y la cultura, están promulgando autorizaciones en diferentes rubros de la conducta (sexual, educativa, delictiva).

Este descenso en la represión es siempre bienvenido —aunque estamos más controlados que nunca—, pero ocurre que un grupo importante de personas, acostumbrados a obedecer ciegamente los dictados de la moda, ahora creen que gozar se volvió obligatorio.


(1) La ametralladora del progreso

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domingo, 12 de septiembre de 2010

Intercambio de cariñosos rehenes

No necesito justificarlo: todos procuramos darle permanencia a lo placentero e inexistencia (o brevedad) a lo que molesta.

La niñez es una etapa de nuestras vidas con características especiales.

No necesito justificarlo: los niños no pueden participar en la producción económica.

Cuando un niño trabaja con menos de doce años, algo inconveniente está ocurriendo en esa sociedad (explotación, hambruna, prostitución).

Estas ideas muy genéricas están acá para señalar un punto que puede ser interesante.

Las personas que disfrutan de los niños, procuran que sus hijos conserven esas características.

Por el contrario, quienes no gustan de los niños, procuran que sus hijos terminen cuanto antes esa etapa infantil.

Surge rápidamente el idealismo: «Nadie debería ni frenar ni acelerar el desarrollo normal de un ser humano, para gratificar la conveniencia propia».

Esta propuesta es razonable, pero detrás de cada eslogan moralista, hay un esfuerzo de voluntad por ser lo que se debería ser, reprimiendo lo que nuestros instintos nos sugieren.

En suma:

1º) Algunas personas gustan de los niños y otros no.
2º) Todos tratamos de conservar los estímulos gratos y evitar los desagradables.
3º) Quienes gustan de los niños procurarán que estos conserven las características infantiles el mayor tiempo posible.
4º) Quienes gustan de los niños, e intentan preservar sus características infantiles, procurará que estos empiecen a trabajar lo más tarde posible.

Lo diré de otra forma:

Es probable que muchas inserciones laborales se vean postergadas, porque alguno de los progenitores prefiere ayudar económicamente a su hijo, con tal de conservar el mayor tiempo posible las características infantiles que son de su agrado.

Estos hijos, estimulados para no crecer, son eternos estudiantes, incapaces de ganar dinero, pero adorables, mimosos y expertos en Play Station.

El secuestro puede terminar cuando los padres les conceden la libertad a cambio de un nieto.

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sábado, 11 de septiembre de 2010

La parte económica del ambientalismo

¿Dónde está el dinero que necesitamos usted y yo para vivir diariamente?

Este año 2010 se publicó un libro en Uruguay titulado Globotomía. Del ambientalismo mediático a la burocracia ambiental (1), escrito por el oceanógrafo uruguayo Aramis Latchinian.

Este científico cuenta con el apoyo generoso de un canal de televisión para abonados del gobierno departamental del Montevideo, lo cual ya es extraño.

Es extraño que un canal de televisión solventado por el pago de impuestos de todos los montevideanos, sólo sea accesible a quienes paguen por ver.

Acá tenemos un primer dato para tomar en cuenta a una eventual respuesta a la pregunta inicial: el dinero no necesariamente está donde lógicamente podría estar.

Es más: la lógica es una función que entorpece comprender la conducta humana.

He tenido la oportunidad de ver alguna de las entrevistas con las que él publicita la venta del libro y me pareció una persona interesante, atractiva, entretenida.

Él dice que los movimientos ecologistas mundiales, son un efecto más de la eterna costumbre que tenemos los pueblos, de pensar en el fin del mundo para luego hacer cosas urgentes que puedan evitarlo.

Ante la urgencia y gravedad de la situación, todo hay que hacerlo ya, irreflexivamente, y sin discutir, esto es, obedeciendo ciegamente a quienes lograron entronizarse en esos lugares donde «saben» qué ocurrirá.

A partir de ahí, el precio del petróleo sube porque —según los ambientalistas— la energía atómica es temible y si usamos biocombustibles, estamos quemando alimentos.

Yo también creo que el miedo nos convierte en dóciles consumidores, que la urgencia nos anula la toma de decisiones personales y que el terror es un eficaz estimulante laboral.

En suma:

Alguien divertido, usando un canal estatal, está vendiéndonos su arte para mejorar el patrimonio legítimamente y por añadidura, teoriza sobre nuestros miedos.

(1) Breve video de Youtube
Primera parte
Segunda parte

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viernes, 10 de septiembre de 2010

La sUERTE de la mUERTE

Un razonamiento posible sería éste:

1º) La verdadera meta, objetivo, destino del ser humano, es la muerte.

2º) Nuestro instinto de conservación nos predispone mal contra el único destino de la vida. Nos oponemos categóricamente a morir.

3º) Por lo tanto, si alguien sólo puede ir para un lugar y afectivamente no quiere avanzar en esa dirección, se negará a recorrer el camino.

4º) Como la vida no es otra cosa que el camino hacia la muerte, rechazar la muerte inevitable implica rechazar la vida.

Este parece un problema que no tiene solución.

Es razonable afirmar categóricamente que «está mal todo lo que termina mal».

También existe otra manera de observar estos hechos tan trascendentes que nos involucran.

Vemos que hay personas que no toleran las malas noticias, se ponen de mal humor, se ofuscan y hasta desearían matar al mensajero.

Tal estado de ánimo se corresponde con la creencia, ilusión o esperanza, de que alguien pudo hacer algo para evitar lo que nos perjudica.

El principal ingrediente de estas vidas es «la culpa».

Todo lo que me ocurre y me gratifica, es «gracias a alguien» y todo lo que me ocurre y me mortifica, es «por culpa de alguien».

A partir del momento que un espermatozoide cualquiera fecunda un óvulo que estaba ahí (en el vientre de nuestra madre) por casualidad, ya comienza nuestra suerte.

Todo lo que ocurre después, es parecido a la evolución que tiene cualquier semilla en un germinador o un huevo cuando es empollado por un ejemplar adulto.

No hay suficientes motivos para que nuestra evolución como individuos de la especie, tenga un camino más premeditado (dirigido, orientado, gobernado) que una semilla, un huevo o cualquier feto mamífero.

En suma: amargarse la vida porque moriremos, es realmente inútil, erróneo y particularmente molesto.

Artículos vinculados:

La sUERTE angustia tanto como la mUERTE

Vidas circulantes o estancadas

Vivir o ser vivido

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jueves, 9 de septiembre de 2010

Ser o tener, esa es la cuestión

En tres artículos anteriores, he compartido con ustedes la importancia que tiene en nuestras vidas, organizarnos en base a lo que somos o en base a lo que tenemos (1).

Muy brevemente, en nuestras vidas cursamos una etapa (la niñez), en la cual nos quieren por lo que somos (niños, hijos de, graciosos, bellos, ingenuos, etc.).

Por ser como somos, recibimos comida, protección, caricias, amor.

Luego, todo eso tiende a cambiar y pasamos a ser amados por lo que tenemos: buena conducta, buenas calificaciones en los estudios, espíritu de colaboración, etc.

En la vida adulta, tenemos vigor y responsabilidad para tener una familia, para gestar o fecundar hijos, para cuidarlos y mantenerlos.

Nuestra búsqueda de aquel amor que recibimos gratuitamente, cuando éramos pequeños, suele quedarnos en algún lugar como una nostalgia, como una etapa maravillosa que desearíamos conservar o, al menos, repetir.

De hecho, queremos volver a ser amados por lo que somos, aspiramos al amor incondicional, sin que nos pidan nada a cambio. Queremos amor desinteresado.

Mientras estemos ocupando la posición de SER alguien amado, dejamos de ser alguien que es amado por lo que TIENE, y viceversa.

El dinero es un objeto (herramienta, mercadería, instrumento), que es objeto de atracción y de rechazo.

Por generar estos sentimientos es que casi nadie siente indiferencia hacia él.

Propongo la hipótesis de que muchas personas, inconscientemente, se identifican con el dinero, imaginan ser dinero, fundamentalmente para no resultar indiferentes ante los demás, aunque preferentemente para ser amados.

Por lo que digo más arriba, quien ES deja de TENER. Al niño lo queremos por lo que ES pero no por lo que TIENE.

Conclusión: Quienes anhelan inconscientemente SER dinero, no pueden TENERLO.

En otras palabras, quienes desean SER el objeto valioso no puede TENER el objeto valioso y devienen pobres patológicos.

(1) ¿Cuánto me cobras?
Polígamo, monógamo o gay
Sinagoga S.A.

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Un trozo de PBI con Coca-Cola

En la convivencia con otros niños, aprendemos que la torta hay que repartirla bien para que nadie salga perjudicado.

También aprendemos con otros niños, que en los juegos, si alguien gana, alguien pierde.

Otra dura lección tomada en la infancia la recibimos cuando nos damos cuenta que los compañeros más fuertes abusan de los más débiles.

Con estos grandes conceptos (que si alguien gana otro pierde y que no faltan quienes quieran perjudicarnos), llegamos a la vida adulta.

A nivel de economía de mayor tamaño (macro-economía), las cosas son algo diferentes.

En algún momento de nuestras vidas, nos enteramos que el PBI es la suma de la producción de bienes y servicios que se realizan en un país durante un cierto período de tiempo.

También averiguamos que cuando los políticos y medios de comunicación hablan de la torta, están usando una metáfora para referirse al PBI.

Como esto nos remite a lo aprendido en la infancia, suponemos que si alguien se lleva un pedazo más grande del PBI-torta, otro tendrá que conformarse con menos.

A mediano o largo plazo, el PBI siempre crece, y se padece una recesión durante los breves (aunque penosos) períodos en los que el PBI decrece.

El PBI (torta) siempre crece gracias a las ganancias por lo que vendemos a otros países, por las ganancias que genera el consumo entre nosotros (interno) y por las inversiones destinadas a generar mano de obra nacional.

Por otro lado, la convicción de que los poderosos siempre abusan de los débiles, se mantiene por muchas razones.

— Nos gusta pensar que los demás son malos y que nosotros somos buenos;
— Nos gusta creernos eternamente niños o jóvenes (por coquetería y romanticismo);
—Nos alivia descalificar a quienes consiguen y conservan más privilegios que nosotros.

Conclusión: Las nociones infantiles, en la adultez confunden.

Artículo vinculado:

¿Quién tiene lo que me falta?

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martes, 7 de septiembre de 2010

Los pobres más famosos

Creo que podemos confiar en que Jesús existió, aunque la inmaculada concepción no sea fácil de creer.

El Quijote de la Mancha (imagen), también existió, pero como un personaje literario creado por Miguel de Cervantes (1547-1616).

Un personaje menos conocido es Oblómov, protagonista de una novela escrita por el ruso Iván Goncharov (1812-1891).

Tanto Cristo como los personajes mencionados, pasaron a la historia con tal fama, que sus nombres generaron adjetivos (cristiano, quijotesco y oblomovista).

El adjetivo más significativo es «cristiano», porque califica a un conjunto de religiones que agrupan a millones de personas.

Lo «quijotesco» es señalado con menor precisión y refiere a quienes tiene ideas y actitudes tan alocadas como el original.

Por su parte, «oblomovista» se dice a quienes no consideran que trabajar valga la pena, pues esto caracteriza al personaje ruso.

El motivo de este artículo es que las tres grandes figuras del imaginario universal, tienen un fuerte desapego por la riqueza material.

Cristo recomendaba la pobreza.

El Quijote estaba clínicamente loco y su vida era un delirio, pasando de una aventura a otra, sin preocuparse por los bienes materiales.

Oblómov era un joven de la nobleza rusa, totalmente desinteresado en el trabajo, con una actitud que hoy tipificaríamos como enfermo de depresión.

Si la publicidad se nos presenta con gran insistencia diciéndonos que compremos un cierto desinfectante, o que sólo el Tamiflú podrá salvarnos de la gripe H1N1, o que los vehículos marca Volvo están pensados para que los pasajeros viajen cómodos y seguros, es probable que tomemos nota de la recomendación, pero sin influir demasiado en nuestras vidas.

Sin embargo, como los grandes personajes predican con el ejemplo, sus lecciones pasan a formar parte de nuestra personalidad.

En suma: cuando nos identificamos con los grandes personajes, copiamos también su afición a la pobreza.

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Oblómov, Cristo, quijote, pobreza, identificación, desapego, dinero,

lunes, 6 de septiembre de 2010

La tregua cansadora

En un artículo publicado el año pasado (octubre de 2009) (1), decía textualmente «La revolución industrial en Inglaterra (siglo 18) enfrentó violentamente a los dueños de las máquinas con los obreros que se quedaron sin trabajo por «culpa» de ellas.»

Esto ocurría hace tres siglos.

En un artículo reciente (2), les decía que hace más de dos siglos, el parlamento inglés prohibió el comercio de esclavos.

En suma 1: La introducción de tecnología, generó desocupación y fuertes conflictos sociales.

Posteriormente, se prohibió la esclavitud, quizá como forma de paliar la desocupación de las clases trabajadoras.

En los hechos, todos necesitamos trabajar pero, si nos dieran a elegir, optaríamos por vivir de alguna renta que otro se encargara de pagarnos.

Con esta frustración a cuestas, procuramos conseguir un trabajo y, cuando lo tenemos, desearíamos no tener que trabajar.

Al estar motorizados por estos dos sentimientos opuestos, el mercado —siempre atento a encontrar oportunidades para realizar sus ventas con afán de lucro—, se dedicó a atender ambos extremos de la contradicción.

Los inventores han encontrado mil formas de facilitar nuestras tareas, disminuir el esfuerzo que tenemos que hacer para preparar alimentos, construir edificios y hasta para masturbarnos.

Por su parte, los inventores dedicados al otro extremo de nuestra bi-polaridad, han creado artefactos y estilos de vida dedicados a gastar toda la energía que ahorramos con las máquinas facilitadoras.

Es decir, ahorramos cien calorías porque la puerta de la cochera se abre con un control remoto accionado por una leve presión de nuestro pulgar, salimos con el auto, vamos a un parque, costanera o bosque, y gastamos ahí las cien calorías que habíamos ahorrado con el control remoto.

En suma 2: Ahorramos para despilfarrar. Nos evitamos esfuerzos para luego esforzarnos en tareas sin un objetivo práctico.


(1) Sistema inmunológico explotador


(2) La esclavitud de los animales no humanos

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domingo, 5 de septiembre de 2010

La estupidez (1) y el capital verbal

La escasa inteligencia humana queda demostrada, al constatar que los idiomas poseen miles de palabras.

Si fuéramos más inteligentes, podríamos entendernos perfectamente con diez o doce sonidos, para lograr todo lo que necesitamos: comer, abrigarnos, defendernos de los depredadores, reproducirnos y poca cosa más.

Como seres vivos, dependemos del fenómeno vida que nos obliga a realizar actos que lo perpetúen (estimulados por excitaciones dolorosas y placenteras).

La función lingüística permite la interacción con otros seres humanos, porque el fenómeno químico «vida», depende de acciones individuales y colectivas.

Seguramente se está produciendo algún tipo de atrofia funcional por la cual, los idiomas cada vez utilizan más vocablos para que el instinto gregario pueda operar.

En suma: para ayudarnos colectivamente a comer, abrigarnos, protegernos y reproducirnos, necesitamos agregar miles de palabras a estos cuatro verbos.

Pero esas otras palabras que necesitamos —además de las cuatro fundamentales—, remiten a esas cuatro.

Si usamos los vocablos pantalón, pollera, calzado, etc., etc., estamos hablando de «abrigo».

Si usamos los vocablos tallarines, papas, carne, etc., etc., estamos hablando de «comida».

Sin embargo, vemos que cuando usamos el vocablo «dinero», podemos estar refiriéndonos a cualquiera de las cuatro palabras fundamentales (comer, abrigarnos, etc.).

Aunque pretendamos negarlo, es obvio que ¡Vivir duele!.

Los humanos reaccionamos evitando el dolor y buscando el placer. Ambas sensaciones nos obligan a tomar decisiones, gastar energía, trabajar.

Por lo que vengo diciendo, es razonable pensar que muchas personas concentran su atención en el dinero, en tanto éste representa adecuadamente a las cuatro necesidades fundamentales que parece saciar.

Quienes asumen que la vida depende de alguna dosis de padecimiento y en tanto suponen que el dinero es un calmante universal, pueden optar sabiamente por aplicar su mejor esfuerzo a prescindir de este calmante mortífero.

Esta no sería una pobreza patológica sino estratégica.


(1) Según el diccionario, estupidez significa "Torpeza notable en comprender las cosas".

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sábado, 4 de septiembre de 2010

¿Quién tiene lo que me falta?

En el siglo dieciséis, Michel Montaigne (1533 -1592) fue el filósofo francés que propuso: «en economía, no se saca provecho para uno sin perjuicio para otro».

Esto ocurre así cuando existe violencia del estado para que alguien reciba un beneficio extra otorgando un subsidio o una exoneración, cuando los sindicatos logran distorsionar la libre contratación o cuando un asaltante roba un banco.

Los casos citados, como usted verá, incluyen un asalto como un elemento más de las condiciones para que, en un mercado libre, alguien gane lo que otro pierde.

De lo contrario, cuando nada de eso ocurre (arbitrariedad, monopolio, abuso, robo), las transacciones realizadas en un régimen de derecho, producen ganancias para ambos participantes.

Dicho de otro modo —y utilizando terminología de la teoría de los juegos—, en las transacciones comerciales libres, se produce un fenómeno de suma positiva.

Alguien gana mucho dinero y gasta poco. Ahorra en un banco. Un empresario pide un préstamo y el banco se lo concede a un cierto interés y plazo.

El empresario compra un terreno, contrata a un ingeniero y cien obreros, quienes, trabajando durante dos años, construyen un edificio.

El empresario vende el edificio en más de lo que le costó, devuelve el préstamo acrecido en sus intereses y ¿cuál es el resultado?

El dueño del terreno, (suponemos que) ganó al vendérselo al empresario.
Los cien obreros y el ingeniero ganaron su salario durante dos años.
El empresario obtuvo su ganancia al vender el edificio.
El banco obtuvo su ganancia por haber prestado el dinero.
El ahorrista, cobra los intereses que el banco le paga por sus ahorros.

¿Quién perdió? Nadie. Todos ganaron... ¡Aunque usted no lo crea!

¿Por qué imaginamos víctimas?

Porque nos sentimos mejor suponiendo que lo que no tenemos, no conseguimos o extraviamos, nos fue robado.

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viernes, 3 de septiembre de 2010

Sufrir para gozar (sin masoquismo)

Dígame sinceramente qué no le gusta hacer.

Bien, entiendo, no le gusta la neurocirugía, lo marea el olor a desinfectante de los quirófanos, a las enfermeras sólo las querría para pasear un fin de semana con ellas y los parientes de los enfermos le parecen personas insufriblemente desconformes.

Ahora, le pregunto: ¿Está seguro de que su trabajo no tiene algo de neurocirujano? Por ejemplo, ¿no tiene que vender carne en un supermercado? ¿No está encargado de los recursos humanos de una empresa? ¿Recuerda ahora que su jefa usa tanto perfume que lo marea?

Es muy probable que si usted se cansa trabajando, es porque lo que hace, no le gusta.

En nuestra inconsciente puede estar la idea de que sólo podemos ganar dinero sacrificándonos.

Me animo a decir (y varios de ustedes estarán de acuerdo conmigo), que esta idea no es tan inconsciente sino que a nivel consciente, muchas personas parecen jactarse del esfuerzo que tienen que hacer para ganar el dinero suficiente.

Pues bien, en nuestra psiquis, la represión convierte deseos prohibidos en contenidos del inconsciente, desde donde comienzan a actuar clandestinamente, sin que lo sepamos.

Los deseos inconscientes están ahí porque la cultura los reprimió, pero eso no significa en absoluto que nuestra hedonista condición humana los deseche en forma definitiva.

Nuestra vocación incestuosa es de las primeras ocupantes del inconsciente. Ahí se quedan frustradas y buscando la oportunidad para satisfacerse.

Cada dinero ganado equivale a una transgresión de la prohibición del incesto. Lo que con ese dinero podemos comprar, equivale (en el inconsciente) a un acto incestuoso.

Por esto es que para ganar dinero necesitamos sufrir: porque ese dinero dará satisfacción a necesidades y deseos (comer, pasear), que nuestro inconsciente querrá interpretar como satisfacción indebida de esos deseos, que terminaron ahí porque la cultura los reprimió.

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jueves, 2 de septiembre de 2010

«Para enriquecer hay que ahorrar»

En asuntos económicos, hay personas a las que:

— les va bien, es decir que tienen dinero suficiente o de más;

— les va regular, es decir que suelen tener dinero escasamente suficiente y eventualmente padecen alguna escasez transitoria; o

— les va mal, es decir, permanentemente tienen menos dinero del que necesitan para satisfacer las necesidades y deseos básicos.

Una mayoría pensamos y actuamos de forma similar.

Por ejemplo, pensamos que nuestra situación (buena, regular, mala), obedece a un conjunto de causas, sobre las cuales es posible ejercer un cierto control.

Por ejemplo, si alguien tiene mucho dinero, las causas son: recibió una herencia, es muy inteligente y hábil para los negocios, avaro, afortunado, y otras causas por el estilo.

Yo diría que ninguna de estas suposiciones puede demostrarse a cabalidad. Lo más que puede lograrse es que un conjunto de personas se ponga de acuerdo, con lo cual las causas de la riqueza se establecen por consenso.

Si un mafioso dispone de autos lujosos, mucho personal a su cargo, grandes mansiones y soborna a los funcionarios menos nobles, decimos —por consenso— que «la causa de su gran patrimonio está en las enormes ganancias que logra el crimen organizado».

El criterio para explicar cualquier otra situación económica, es similar: imaginamos, nos ponemos de acuerdo y ya quedamos convencidos de que la causa de la riqueza de Fulano es (y debe ser) aquella que imaginamos muchas personas.

Una vez instalada en nuestras cabezas esta convicción, pasamos a la segunda etapa que comienza con la pregunta ¿puedo copiar la receta de esa forma de vida que deseo para mí y mi familia?

Sea cual sea la respuesta, será tan poco confiable como la premisa que le dio sustento, esto es, la explicación más votada, más creíble, con más opiniones favorables. La fantasía más popular.

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

La acción inactiva

¿Pueden dos personas decir la misma oración y sin embargo, no ponerse de acuerdo?

Si. Cuando Juan y Pedro dicen «es mío» respecto a un mismo objeto (un auto, un dvd, un libro), están cumpliendo la propuesta. Si bien ambos dicen lo mismo, los dos están muy en desacuerdo.

Otra curiosidad lingüística refiere a los signos de puntuación. Estos
desempeñan un papel fundamental en la determinación del significado.

Circula en la web el siguiente ejemplo:

«Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda».

Observe que si agregamos una coma después de «tiene», el enunciado dice que el «hombre» es valioso, pero si la agregamos después de «mujer», el enunciado dice que la «mujer» es valiosa.

Recién en la segunda mitad del siglo 20, alguien se dio cuenta de un hecho increíble.

Me parece que aún no hemos tomado conciencia de lo que descubrió este filósofo inglés (John Langshaw Austin [1911-1960]).

En varias conferencias que finalmente (1955) se publicaron en un libro titulado Cómo hacer cosas con palabras, señaló que existen dos tipos de oraciones:

1) las descriptivas (María es bella) y
2) las performativas (Juro decir la verdad).

El objetivo de este artículo es poner énfasis en las oraciones performativas (realizativas), porque no describen sino que constituyen un acto en sí mismo. Mientras se están enunciando, se están realizando. Digo «juro» mientras estoy jurando.

Ahora observe cómo esta expresión lingüística puede confundirnos.

Para que sea correcta, el verbo sólo puede estar conjugado en presente del indicativo (juro), y no en futuro (juraré) ni en pasado (juré).

A veces, sin darnos cuenta, creemos realizar una acción por el solo hecho de pronunciar:

— «Desde el lunes, buscaré trabajo»,
— «¡Basta de gastos superfluos!»,
— «Año nuevo, vida nueva».

Artículo vinculado:

Pollera o pantalón

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