La principal razón por la cual la mayoría de las personas no somos ricas es que nos aterroriza perder. Los ganadores no se espantan ante la posibilidad de un fracaso; los perdedores sí.
Si hubiéramos tenido este sentimiento al comienzo de nuestras vidas, aún no habríamos aprendido a caminar... y mucho menos a andar en bicicleta o en patines.
El miedo a perder tiene otro aspecto interesante. Como la incertidumbre nos angustia, inventamos la creencia de que podemos adivinar nuestro futuro. Quienes tenemos miedo a perder, hacemos un pronóstico de nuestro fracaso. Como es más importante demostrarnos que somos capaces de adivinar el futuro, procuramos que el vaticinio pesimista se cumpla (cosa que, por otra parte, no es algo tan difícil de lograr).
Termino recordando el proverbio: «Dime con quién andas y te diré quién eres». Los cobardes nos juntamos con cobardes y cuando alguno de los nuestros fracasa, en lugar de alentarlo lo acusamos de incompetente, irresponsable, imprevisor. Evitar que nuestros amados perdedores nos abucheen, es otro poderoso motivo para no arriesgarnos. La aprobación de estos compañeros de fracaso nos cuesta el módico precio de vivir en la indigencia espiritual y económica.
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