Si pudiéramos aceptar que los seres humanos somos parte de la naturaleza y no sus amos, podría justificarse la redistribución de la riqueza.
Los desastres naturales, tales como las inundaciones, los huracanes y los sismos, provocan enormes pérdidas materiales que afectan el patrimonio personal de los damnificados.
Aún (año 2012) continúa la reparación de los daños en Estados Unidos, Haití, Chile, Japón.
Las guerras internas o entre países, los conflictos armados por cuestiones políticas, religiosas o económicas, provocan enormes pérdidas materiales que afectan el patrimonio personal de quienes se ven desplazados por los grupos en conflicto.
Aún continúa la reparación de los daños en los Balcanes, Afganistán, Colombia, entre otros.
Es posible pensar que, si bien las inundaciones, huracanes y terremotos son notoriamente fenómenos naturales adversos, algunas acciones humanas son igualmente incontrolables y destructivas.
Es razonable pensar que para ambos «desastres naturales» nos surja la necesidad (el impulso, el deseo) de ayudar a quienes tuvieron la mala fortuna de padecer una pérdida patrimonial por causas ajenas a su voluntad.
A pesar de que con particular frecuencia nos sentimos amos absolutos del planeta, como si nos perteneciera y fuéramos responsable de él (acciones ambientalistas y ecologistas), es posible sostener que los humanos formamos parte de la naturaleza como cualquier otro existente (seres vivos o inertes).
Si podemos aceptar que es oportuna la solidaridad con los damnificados por fenómenos naturales, provocados por agentes humanos o no humanos, entonces podemos dar un paso más y preguntarnos hasta qué punto no es un asunto que también nos concierne a todos compensar solidariamente los efectos indeseables que tiene el mejor sistema de convivencia que hemos encontrado: el capitalismo.
Este razonamiento justifica las políticas sociales redistributivas.
En suma: El capitalismo es un fenómeno natural de origen humano, cuyos efectos y defectos perjudiciales merecen ser atendidos solidariamente.
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