sábado, 27 de enero de 2007

Soy pobre porque forniqué con mamá

En psicoanálisis tenemos asumido que lo único que cuenta es la realidad psíquica. La realidad material es algo que pudo estar ahí, pero es secundaria. La realidad psíquica es la que puede aspirar a ser causa de algún efecto trascendente para nuestra calidad de vida, para nuestro bienestar, para nuestra felicidad. A la realidad material me la imagino como todo aquello que sucede fuera del cine cuando estoy metido dentro de la película que me hace experimentar emociones, recuerdos, ¡vivir!

El tema del incesto siempre me ha llamado la atención porque recuerdo con mucha nitidez cuántas ganas tenía de ser el amante de mi madre, que por otra parte era muy parecida a Araceli González pero no tan artificial.

Cuando comparto estos recuerdos, la mayoría de las veces provoco expresiones de asombro, de escándalo o de extrañeza. Asombro de quienes seguramente tuvieron las mismas fantasías que yo pero que jamás las comentarían, no tanto por pudor sino para disfrutarlas mejor en su intimidad afectiva; de escándalo de quienes consideran que se disfrutan mejor los deseos si se pueden transformar en una tragedia griega, con abundante conflictiva social, moral, religiosa; y extrañeza de quienes no recuerdan haber tenido fantasías de ese tipo. Estos me miran como si yo fuera un marciano.

En los ambientes donde me muevo, esta última categoría es la mayoritaria y he concluido que son los más eficaces conservadores del placer que tuvieron con la realidad psíquica de tener relaciones sexuales con sus co-sanguíneos.

Asumiendo que el Edipo es universal, afirmo que todos somos incestuosos pero esta experiencia puede haber sido simbolizada o no.

No es simbolizada cuando está tan negada que no se tiene ni la más pálida idea de los apasionados encuentros amorosos que se tuvieron con papá, mamá, el hermano o la tía.

En estos casos puede suceder que el sujeto evite inconcientemente todo aquello que pudiera estropear tan bien guardadas experiencias y por eso no quiere recibir dinero, no quiere participar en transacciones porque el dinero les recuerda el placer y la transacciones les recuerda los actos sexuales (¡las transas!) en sí mismos, con lo cual pierden el brillo de semejante tesoro. Recordarlos, evocarlos de cualquier manera, es una forma de estropearlos, y por eso, no quieren saber nada del dinero ni de las transacciones mercantiles, porque ambos evocan demasiado bien esa realidad psíquica del incesto. El dinero amenaza con simbolizar el incesto y esto rompe el sortilegio (para los lacanianos: empaña el agalma).

Alguien podría pensar que las personas que huyen del dinero son malos comerciantes, ineficaces agentes económicos. ¡Error! Su economía es muy sabia porque atesoran el rico patrimonio del goce incestuoso, jamás superado en calidad por ningún otro tipo de fortuna. Conclusión: podrán padecer una pobreza material, pero disponen de un inconciente macanudo, capaz de ofrecer satisfacciones que la mediocre realidad material nunca podrá alcanzar.

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sábado, 20 de enero de 2007

DG ahí

— ¿Qué le pasa don Binladen que anda refunfuñando tan molesto?

— Es que la gente debe pensar que uno es idiota. Fijesé que todo el mundo está de vivo. Al panadero un día de estos le voy a decir algo. Siempre que le voy a pagar el pan, aprieta unos botones, la máquina hace un ruidito como para emitir el ticket y ¡jamás lo emite!

— Bueno pero a usted lo que le importa es que le venda buena mercadería y que le cobre lo justo. Lo del ticket es un problema de la DGI (1). Usted no se va a poner de inspector.

— No señor, está equivocado. Lo que le digo es que si yo gasto $ 123.- porque $ 23.- son de IVA, me tiene que cobrar solo $ 100.- si no me da el ticket. El precio que me cobra es el normal pero yo lo que quiero es que si no registra la venta, que no me cobre el 23% del IVA (2). ¡Se lo está robando! ¿Por qué no me lo descuenta? A mi me importa un bledo la DGI, lo que me recalienta es que el tipo me cobra un impuesto para disfrutarlo él. Si me lo descontara como hacen todos los demás cuando me preguntan si quiero boleta o no, estaríamos fenómeno. ¿Yo para qué quiero la boleta? ¡Lo que me interesa es gastar lo menos posible!

— Bueno, pero mire que eso pasa en muchos lados. Sin ir más lejos el otro día mi señora tuvo que consultar a un oculista muy renombrado, le cobró mil doscientos pesos y no le entregó ni un almanaque. Ellos están obligados a retener el 5% del IMESSA (3) y también se lo quedó él.

— Y bueno, es un chorro igual que el panadero. ¿Qué confianza le puede tener a un oculista si en sus propias barbas le está haciendo una evasión de impuestos? No me extrañaría que cuando le hizo la receta de los lentes también le haya sugerido que fuera a una óptica determinada.

— ¡Embocó! ¡Usted se las sabe todas Binladen!

— ¡Qué voy a saber! Estoy podrido de que me tomen el pelo. Se creen que uno vive dentro de una botella. A la sobrina que le pago el psicólogo tampoco le entregan un puto comprobante legal. ¿Qué puede salir de ese tratamiento? A mi no me importa que el tipo esté divorciado cuatro veces ni que el hijo mayor sea drogadicto, pero que se pase de vivo, eso no se lo banco...

— El otro día tuve que comprar un microondas y me dieron tremenda boleta con pie de imprenta, desglose del impuesto,...

— Ahí está, ¿ve? Compra un electrodoméstico y todo es legal y transparente…

—…, la casa está abierta al público, con un cartel luminoso en la puerta, Planilla de Trabajo (4) a la vista...

—… o sea que también está inscripta en el Banco de Previsión social; pero cuando se tiene que atender la salud, está lleno de clandestinos. Lo atiende un tipo que no se sabe si se recibió o no, en un apartamento escondido, tan informal como un vendedor de sombreros en la playa. ¿Sabe lo que hace el psicólogo de mi sobrina cuando ella le lleva el dinero? Se hace como que la plata no le interesa y le dice «Déjelo ahí» y ella tiene que llevarle el importe justo y dejárselo arriba de una mesita. Ya le dije a mi sobrina: «Ese tipo es un trucho y nos está subestimando a vos y a mí».

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(1) Dirección General Impositiva de Uruguay
(2) Impuesto al Valor Agregado: Gravamen al consumo de bienes y servicios.
(3) El Impuesto Específico a los Servicios de Salud, grava con un 5% a todos los actos de salud. La Reforma Tributaria aprobada en diciembre de 2006 y cuya entrada en vigencia está fijada para el 01-07-2007, sustituyó este impuesto por el IVA básico del 10%. (Artículo 26 – Inciso D)
(4) Formulario que contiene la nómina de empleados legalmente autorizados a trabajar en ese local.

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sábado, 13 de enero de 2007

Increíble pero ¡funciona!

— Ah, ¡qué tiempos aquellos! ¡Ni te imaginás todo lo que teníamos que hacer con tu abuela para parar la olla!

Cuando yo me recibí, mi padre no demostró alegrarse mucho, a pesar de que no le había perdido ningún año y que tenía calificaciones bastante buenas. Mi madre sin embargo me regaló un traje, camisa, corbata, zapatos, medias. Todo de primera. Mi padre, ante tanta algarabía de mi madre, la miró a ella, me miró a mí y me dijo: — ¿Cuándo empezás a colaborar con los gastos de la casa?

Era bravo el viejo, pero buen tipo; tengo que reconocerlo. Una promesa de él era como un contrato firmado ante escribano. Era tolerante pero eso sí, te decía con las palabras justas cómo se había dado cuenta de que te querías pasar de vivo. Nunca se hacía el distraído para lavarse las manos.

Así fue como empecé a trabajar en la administración de una fábrica que pedía personal por los avisos económicos de El Día, un diario que hace años que cerró.

Yo quería trabajar como psicólogo pero el viejo me cortó en seco. Su apoyo económico se había terminado exactamente cuando él me había anunciado que se terminaría: el día que me recibiera.

Pasó el tiempo y con tu abuela queríamos casarnos. El sueldo de la fábrica era bastante bajo y yo que quería atender pacientes. ¡No te imaginás la frustración que tenía! Nada parecía salirme bien. El dueño —otro veterano tan severo como mi padre— sabiendo que me quería casar, me autorizó a que hiciera dos horas extras todos los días y así pude ganar un poquito más, pero trabajaba duro diez horas de lunes a viernes y cuatro horas los sábados. La siesta que me dormía el sábado de tarde era imprescindible para poder salir a pasear con tu abuela.

Un día ella me dijo que un pariente andaba con problemas y si yo no podría atenderlo, porque alguna vez que nos habíamos cruzado con él, quedó muy bien impresionado por mi forma de escucharlo. Le dije que únicamente podría verlo un sábado de tarde quitándole una horita a mi siesta.

Sabés que a partir de esa «primera vez», empezaron a surgir interesados en consultarme y yo a pedirle al dueño de la fábrica que me achicara el horario reduciendo el salario porque te juro que lo que más quería era casarme con tu abuela y trabajar como psicólogo. A los pacientes los tomaba solamente si veía que eran como para mí y siempre que pudieran pagarme el importe que dejaría de recibir de la fábrica.

Así fueron pasando los años, —en aquella época todo se lograba de a poco—, nos casamos con tu abuela, después vino tu tío, después tuvimos a tu mamá, y llegó un momento en que con tu abuela nos animamos a que dejara la fábrica porque a esa altura ya estaba trabajando medio horario de lunes a viernes. Estuve un año más yéndole los sábados de tarde mientras el dueño capacitaba a la persona que tomó para ocupar la vacante que yo le provoqué.

Tuve mucha suerte porque mi nombre se fue conociendo y llegué a tener una pequeña lista de espera gracias a la cual se volvió legítimo que aumentara mis honorarios porque con tu abuela queríamos que los chiquilines estudiaran en el José Pedro Varela, lo cual fue una gran inversión porque hoy veo que los dos están bien ubicados. Además quisimos mudarnos del Prado para Malvín que era el barrio donde ella se crió y a mí me daba lo mismo, pero a la casa esta que nos compramos ¡no te imaginás cuánto la quiero!

— Está bien abuelo, pero yo te preguntaba qué me aconsejás a mí que estoy recién recibida de psicóloga.

— ……… Amá.

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domingo, 7 de enero de 2007

Si es caro, mejor para todos


Cuando el otro día hablé con mi cuñado se mostraba orgulloso al decirme que el psiquíatra con quien se atiende le está costando $ 500.- por semana, o sea $ 2.000.- por mes.

En su familia siempre tuvieron la costumbre de aludir a los elevados costos como forma de realzar sus anécdotas y protagonismo, pero en esta ocasión a mí me sonó como que (pudiendo pagar) pagando mucho, él se sentía exonerado de realizar cualquier tipo de esfuerzo adicional para mejorar su salud.

Me parece que la lógica en este caso funciona al revés de lo que habitualmente se postula (que honorarios caros imponen al paciente un mayor compromiso con el tratamiento). Creo que en estos casos se produce como una suerte de delegación en el terapeuta. Su discurso sería algo así como: «Le abono lo que usted me cobra y no le pido rebaja, pero eso sí, ¡se me encarga de todo eh! ¡Para eso le pago!»

Si a esta lógica yo la llamara perversa, no estaría mal porque se acostumbra adjetivar de esta forma, pero me gustaría encontrar alguna otra forma menos gastada y —por lo tanto— más eficiente.

A ver, probemos con esto: «esta lógica forma parte del síntoma».

Efectivamente, en tanto que un síntoma es una solución de compromiso, es decir, un fenómeno con el que se conjugan variados intereses y que constituye la solución menos mala que encontró quien lo padece para resolver situaciones que de otra forma serían más graves, entonces cuando se produce este fenómeno de que los elevados honorarios del clínico desestimulan el compromiso del paciente, se logra:

1.- que el paciente conserve su síntoma, (1)
2.- con el alivio de no sentirse tan irresponsable ante los demás porque «está haciendo todo lo posible para curarse...», y
3.- el profesional obtiene interesantes recursos económicos, que si no surge ningún inconveniente, seguirán ingresando por largo tiempo porque a este paciente, así, nunca lo va a curar. (No es una «leyenda urbana». Conozco gente que bautiza a sus pacientes según el destino de sus honorarios: el Sr. Mutualistas, la Sra. Contribución y Patente, el Sr. Colegio de Martín, etc.)

Hace tiempo que vengo postulando la hipótesis de que para tener buenos recursos económicos en la industria de la salud, hay que pasar a formar parte del síntoma de los pacientes. Si bien parece una forma de parasitismo…, bueno, si, en realidad es una forma de parasitismo. Sea como sea, al no estar tipificado como delito dentro del código penal, entonces es legítimo. Aquellos que se pongan nerviosos con este planteo, quizá también deban consultar algún profesional como el mencionado más arriba, para compartir con él sus ingresos y sentir el alivio de que «están haciendo todo lo posible para curar… su afán de lucro», gracias a lo cual podrán conservarlo tanto como la enfermedad de mi cuñado.

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Cuando mi hija más chica leyó este texto me dijo:
— No me doy cuenta cuando escribís en serio y cuando escribís en broma.
— Te juro que no sé cómo resolverlo. Sólo te pido que me tengas paciencia.

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(1) Recuerdo a mi abuelo que tenía una silla espantosa y súper incómoda pero que no se la prestaba a nadie porque la había fabricado con sus propias manos.

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