jueves, 28 de febrero de 2013

Nos cuesta pensar en el dinero




Porque al concepto dinero lo asociamos, comparamos y hasta fusionamos de muchas maneras, nos cuesta pensar en él.

Pensar es una tarea impopular porque es demasiado frustrante. Alguien puede pasarse horas pensando sin alcanzar alguna conclusión que justifique el esfuerzo.

Recordar siempre fue considerada una función normal, fácil, útil, hasta que a alguien se le ocurrió pensar sobre la memoria. Pensar sobre la memoria es menos útil que recordar.

Lo peor es pensar sobre cómo funciona el pensamiento. En esta tarea fracasamos once de cada diez «pensadores».

Pero nuestro estado de ánimo es lo más valioso y por eso el cerebro acomoda las ideas de tal manera que si la conclusión fuera triste, incómoda o deprimente, entonces se altera lo suficiente como para que no haga daño al pensador.

La informática es algo muy nuevo para la humanidad y su tarea principal consiste en acumular, procesar y entregar información.

Junto con ella están desarrollándose las Ciencias de la documentación, porque no solo es necesario archivar sino que esta función sería innecesaria si no pudiéramos encontrar lo que guardamos. La función «archivar» nunca puede ser remplazada por la función «esconder».

Los bibliotecólogos hace siglos que vienen trabajando sobre el tema y han llegado a encontrar categorías que nuestro pensamiento considera muy prácticias: los libros pueden guardarse teniendo en cuenta 1) el autor; 2) el título; 3) el tema; 4) la fecha de edición.

Por lo tanto, para poder encontrar un libro determinado, tenemos que crear por lo menos cuatro archivos.

Ahora me voy solo aparentemente de estos temas referidos al pensamiento y a las categorías conceptuales.

Nuestro pensamiento asocia, compara y hasta fusiona ideas. ¿Cómo hacemos para pensar, guardar y comprender algunas ideas?

Porque al concepto dinero lo asociamos, comparamos y hasta fusionamos de muchas maneras, nos cuesta pensar en él.

(Este es el Artículo Nº 1.805)

miércoles, 27 de febrero de 2013

El dinero define las individualidades



 
Cuando pagamos con dinero estamos marcando, reafirmando,  corroborando, nuestra radical separación, (no vinculación), de quien nos cobra.

¿Quienes reciben lo que produzco, tienen que pagarme o colaborar conmigo para que pueda seguir produciendo?

Cuando el psicoanálisis funciona como procedimiento terapéutico, requiere que el analizante le pague honorarios al analista.

¿Por qué tiene que pagarle?

Una respuesta superficial diría, (y con mucha razón), que tiene que pagarle porque el analista es alguien que tiene sus gastos personales y familiares, como cualquier otra persona.

Una respuesta más rebuscada, más inaccesible ... aunque no por eso más valiosa, puede decir que el dinero que pasa de las manos del paciente a las manos del analista posee la fuerza simbólica como para que ambos tengan bien claro de quién son las dificultades psicológicas que se están analizando.

En otras palabras: cuando el paciente saca de su bolsillo el dinero con el que pagará los honorarios del profesional, está siendo consciente de que los problemas psicológicos son suyos, exclusivamente suyos y de nadie más.

Por su parte, cuando el analista está recibiendo ese dinero está siendo consciente de que los problemas psicológicos no le pertenecen, está siendo consciente de que no debe involucrarse en la situación del analizante, por más ganas que sienta de ayudarlo como a un hermano.

Repito la pregunta inicial: «¿Quienes reciben lo que produzco, tienen que pagarme o colaborar conmigo para que pueda seguir produciendo?»

Como vimos en el tratamiento analítico, el dinero separa a las personas: los circunscribe cada uno a su estricta individualidad.

Cuando el hombre le paga a la prostituta está quedando claro que él no la ama y cuando ella toma el dinero está quedando claro que ella no lo ama.

Muy diferente sería si ella tuviera sexo con su amigo porque ambos disfrutan gratificándose mutuamente.

(Este es el Artículo Nº 1.804)

martes, 26 de febrero de 2013

Los monos descienden del ser humano




Las doctrinas filosóficas y religiosas que desprecian la materia suelen también rechazar las funciones corporales, la riqueza y el dinero.

Los humanos somos animales tan subdesarrollados que pasamos toda la vida tratando de entender lo más elemental, porque lo más elemental nos produce asco, vergüenza, indignación.

Lo más elemental acabo de mencionarlo: somos animales.

Somos tanto más imperfectos que ellos que intentamos imaginariamente invertir los términos al punto de considerarlos inferiores a nosotros.

A veces pienso, (quizá en broma), que Charles Darwin se dio cuenta de que los animales son seres humanos más desarrollados, pero cuando se lo comentó a sus amigos lo aconsejaron que no planteara esa teoría porque se exponía a perder la vida a manos de algún exaltado defensor de nuestra superioridad.

Lo que me interesa comentarles tiene relación con la pobreza patológica.

El cuerpo tiene características que delatan esa condición animal de la que renegamos.

La imaginación, la fantasías, las ilusiones, las quimeras, los sueños, los espejismos, las utopías, los ideales, el misticismo, las religiones, son algunos de los recursos que tenemos los humanos para apaciguar la envidia que nos producen nuestros descendientes más evolucionados: los animales.

El cuerpo es rechazado explícitamente por muchas personas cuya neurosis o psicosis tienen niveles elevados de irrealidad.

La sexualidad es una función imprescindible pero que nos recuerda la falta de pudor que observamos en los que alguna vez fueron humanos y tuvieron la fortuna de superarse.

Cuando la vida nos abandona, nuestros cuerpos se descomponen igual que los cuerpos de nuestros derivados: el cadáver de un perro y el de un humano, se degradan de forma idéntica.

Todas estas reflexiones, que podrían ser malsonantes para los radicales negadores de nuestra condición animal, están acá para señalar que el rechazo de la materia suele asociarse al desprecio de la riqueza.

Artículo sugerido

 
(Este es el Artículo Nº 1.803)

lunes, 25 de febrero de 2013

La envidia por desinformación

 
Muchas personas creen que si tuvieran dinero suficiente dejarían de sufrir. Por eso envidian y odian a los ricos erróneamente.

«La Naturaleza nos provoca dolor y placer para que el "fenómeno vida" no pare», dice el lema de un blog (1) donde se alojan varios artículos que he redactado sobre los dolores inevitables.

En síntesis, esos artículos tratan de explicar por qué «vivir duele». Parecería ser que la vida no tiene nada de mágico, como piensan quienes creen en el espíritu, el alma y demás explicaciones místicas sobre la Naturaleza.

Dentro de mi concepción materialista de los acontecimientos que observamos, el dolor y el placer son estímulos movilizantes, que nos llevan a apartar la mano del fuego para no perderla y que nos llevan a disfrutar de las relaciones sexuales para conservar la especie.

Pero nuestra fisiología incluye conductas sociales, actorales y políticas. Algo en nuestro cuerpo nos permite comunicarnos, simular y disimular.

Si bien nuestro cuerpo genera un ruido capaz de movilizar a varias personas y que solo se detiene cuando alguien «le da de comer a ese pequeño que no para de llorar», también es capaz de simular un llanto movilizante para inspirar lástima y activar a varias personas para que nos ayuden,... aún cuando podríamos valernos por nosotros mismos.

Es en estas comunicaciones entre adultos que podemos encontrar falsedades, manipulaciones, conductas extorsivas, que son propias de nuestra especie pero que nos hemos puesto de acuerdo en condenar por malignas, indecentes, tóxicas.

La envidia también es un dolor provocado porque quien la padece no soporta un bienestar ajeno al que no puede acceder.

Ese bienestar puede ser real o imaginado.

Muchas personas creen que los ricos no sufren porque el dinero todo lo calma.

Por eso suponen que están sufriendo porque no son ricas, entonces los envidian erróneamente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.802)


domingo, 24 de febrero de 2013

Sobre situaciones EMBARAZOSAS




Para lograr que nos amen podemos aplicar estrategias muy variadas, originales, creativas, tan insólitas como meternos en situaciones EMBARAZOSAS.

Algunos dicen que las ciencias economías son en realidad ciencias de las pasiones, de los interéses, de los gustos, de las preferencias, de los deseos, de las necesidades.

Para quienes resisten las metáforas agrego: «la economía trata de los motores humanos».

Somos animalitos muy endebles, frágiles, paridos dos años antes de tiempo, dependientes, sometidos a un embarazo post-parto de unos 20 años.

En otras palabras, lo que los humanos hacemos a los 20 años, otros mamíferos lo hacen poco tiempo después de nacer.

Esta debilidad es la que nos vuelve muy dependientes del amor. Necesitamos que nos amen porque el amor no es otra cosa que el sentimiento que inspira nuestra vulnerabilidad entre algunas personas que necesitan ayudar a los débiles.

Los recursos que utilizamos para despertar ese sentimiento entre quienes podrían ayudarnos son muy variados, originales, personales, e inclusive insólitos.

Demás está decir que para lograr que nos amen tendremos que conservar el aspecto de personas débiles, porque los fuertes parecen no necesitar ayuda y, por lo tanto, no necesitan amor.

Pero con esta lógica resulta que estamos condenados a ser pobres, débiles, vulnerables.

El rol de «madre» por un lado se muestra débil y digna de amor y por otro lado se muestra fuerte, proveedora, alimentadora.

¡Ya está! ¡Tenemos la solución! ¿Cómo podríamos asumir el rol de «madre», para inspirar amor y respeto a la vez?

Algunas son tan dichosas que gestan niños realmente. Esas ya tienen resuelto el problema, pero los demás, es decir, las que no se embarazan y todos los varones, ¿qué podemos hacer?

Una de las soluciones, poco recomendable, consiste en meterse en problemas, en líos, en complicaciones, en dificultades, es decir, en situaciones EMBARAZOSAS.

(Este es el Artículo Nº 1.801)