lunes, 28 de febrero de 2011

¿Para cuándo me dijo que lo quería?

Los seres vivos (los humanos incluidos) buscamos nuestra conveniencia, ventaja, ganancia, hasta que un límite infranqueable nos detenga.

— Cuando utilizo un taxi, el conductor tratará de sacar el mejor partido de mí: si hay poco trabajo, intentará hacer el recorrido más largo y si hay mucha demanda, tratará de terminar conmigo para que suba otro pasajero cuanto antes.

— Lo que realmente quiero es que mi perro sea guardián, pero que inicie su alarmante ladrido recién cuando el ladrón se aboque a abrir la segunda cerradura de mi puerta y no cuando alguien toca el picaporte sin querer o cuando la vecina saca su perrita en celo a pasear.

— El fontanero (sanitario) manejará su discurso a partir de una sutil percepción de mi estado de ánimo según sea el tono de voz que utilice al hablarle por teléfono. Si me nota muy desesperado, me dirá que tiene muchos compromisos y que demorará en llegar ... aunque haya estado esperando mi llamado para poder pagar una factura vencida. «La desesperación incrementa los honorarios», dice él para sus adentros porque eso le enseñaron sus maestros.

— El mozo de un restorán, el botones de un hotel o la enfermera de un hospital, si conocen su oficio, poseen el talento suficiente para saber quiénes dejarán buenas propinas y quienes no adhieren a esa antigua tradición.

Existen lugares en los que las vacantes se licitan entre interesados que pagarán al empleador una parte de las propinas que sabrán conseguir. El sueldo, en este caso, lo cobra el empleador.

— Los médicos con experiencia, poseen un ranking en sus mentes. Los mejores pacientes son lo que molestan poco, obedecen ciegamente, hacen regalos y tienen enfermedades crónicas pero que responden bien al tratamiento. Expulsarían —si pudieran—, a los pacientes irritantes, desobedientes, desagradecidos, con enfermedades incurables de mal pronóstico.

Artículo vinculado:

¡Bah! ¿Qué me importa?

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domingo, 27 de febrero de 2011

La rentabilidad de las prohibiciones

El antiguo testamento ya daba consejos sobre rentabilidad, aunque utilizando una alegoría apta para los lectores de aquella época.

Cuando oímos la palabra «fruta» recordamos el alimento que nos proveen ciertas plantas y árboles.

Otro significado, similar pero más abarcativo, nos sugiere la ganancia, el logro, el resultado: «El fruto de nuestro esfuerzo».

Sabemos que el prefijo dis- significa negación, carencia, ausencia (disnea [dificultad para respirar], dislexia [dificultad para hablar], discordia [desentendimiento]).

Dejemos estos tres párrafos momentáneamente a un costado y vayamos a la leyenda de Adán y Eva.

Esta historia bíblica (y otros textos muy antiguos), intenta enseñar normas de conducta a pueblos muy primitivos, creyentes en seres míticos (Dios), capaces de terribles castigos a los desobedientes.

En este contexto Dios acordó con Adán y Eva que podían aprovechar todo lo que había en el frondoso y abundante paraíso, siempre y cuando no comieran la fruta prohibida (manzana).

Nuestros abuelos (Adán y Eva), actuaron como lo harían algunos que conocemos: Si la orden es «coman lo que quieran, menos esto», la curiosidad nos llevará a olvidarnos que tenemos todo un paraíso para disfrutar e intentaremos hacer exactamente lo que menos nos conviene, eso es, comer de la fruta prohibida.

La consecuencia ya todos la conocemos: Dios se puso furioso y nos echó del paraíso, agregando el parto con dolor y tener que transpirar para conseguir comida, como si la expulsión de la abundancia no hubiera sido poco.

En suma: Si juntamos ambas ideas planteadas, podemos concluir que para dis-frutar es precisos privarse (dis-) de lo prohibido (fruta).

Por ejemplo, tenemos que dejar que mamá se quede con papá cortando el cordón umbilical, buscar otra mujer, formar una familia y olvidarnos de las relaciones incestuosas.

Para dis-frutar es preciso abandonar, renunciar, gastar, invertir. Asumir la castración, diría un psicoanalista (1).

(1) Control y descontrol: un precario equilibrio

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sábado, 26 de febrero de 2011

Raza, nombre y edad de su perro

Las personas fuertes siguen siéndolo si son humildes y las débiles siguen siéndolo si son arrogantes.

Cuando necesitamos pedir dinero prestado, buscamos ayuda con familiares, amigos o empresas financieras.

A estas tres personas podemos dividirlas en dos grupos:

— los que no se dedican a prestar dinero (familiares y amigos); y

— los que se dedican a aprestar dinero (bancos, tarjetas de crédito, cooperativas de ahorro).

Observemos estos detalles:

— 99 veces de cada 100, familiares y amigos tienen un patrimonio menor al de cualquier empresa financiera.

Dicho de otro modo, quienes no se dedican a prestar dinero tienen menos plata que los que sí se dedican a auxiliarnos financieramente.

— 90 veces de cada 100, familiares y amigos nos prestarán dinero sin cobrarnos intereses y 100 de cada 100 empresas financieras nos cobrarán algo más de lo que nos dieron.

— Los familiares y amigos se conforman con la información nuestra que ya poseen mientras que los bancos son casi impúdicos;

— Los familiares y amigos suelen no hacernos firmar algún documento ejecutable legalmente en caso incumplimiento. Los bancos nos harán firmar cuanto documento puedan necesitar para exigirnos judicialmente el cobro.

— Los expertos en prestar dinero, los que poseen patrimonio más grande, aquellos que se cansan de repetirnos que no dejemos de pedirle plata prestada, no solo caerán en la más absoluta indiscreción sobre nuestros datos personales, sino que podrán pedirnos garantías, referencias y demás recaudos de aseguramiento.

En suma:

1º) Quienes más riqueza tienen y más fuertes son, toman muchas precauciones porque se reconocen vulnerables;

2º) Quienes menos riquezas tienen y más débiles son, menos vulnerables se creen;

3º) Quienes más riquezas tienen, actúan con más humildad (se reconocen vulnerables), mientras que aquellos que menos tienen, actúan con más arrogancia (se creen invulnerables).

Conclusión: nos da más ganancia la humildad que la arrogancia.

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viernes, 25 de febrero de 2011

El acoso del deseo

El vocablo profusión significa abundancia pero encubre la promesa de recuperar nuestra maravillosa primera infancia.

Los psicoanalistas creemos que las personas no hablan sino que son habladas.

Esto que suena tan extravagante sugiere la idea de que un ventrílocuo nos tiene sentados en su rodilla, hablando bajo nuestra responsabilidad pero con sus ideas.

Por lo tanto, ¿qué queremos decir con que somos marionetas?

Lo que queremos decir los psicoanalistas es que estamos determinados:

— por una cantidad enorme de factores (genéticos, corporales, funcionales, históricos, culturales, coyunturales);

— por nuestro inconsciente;

— por nuestro idioma. Un ejemplo lo encontramos cuando decimos los niños para referirnos a un grupo de niñas y varones, priorizamos a estos últimos.

El presente artículo se refiere a otra particularidad de nuestro idioma que facilita el que seamos hablados.

En algunos artículos de reciente publicación (1), hice referencia a que los humanos quedamos perpetuamente condicionados por nuestra primera etapa de vida, es decir, las 40 semanas intrauterinas y los primeros 18 meses de vida extrauterina, cuando aún percibimos la realidad como un todo fusionado, sin poder discriminar que somos individuos, que los demás también lo son y que el universo está compuesto por piezas relacionadas pero no fusionadas.

Cuando decimos que el mercado capitalista tiene una profusión de artículos para la venta, queremos decir que son muchos, abundantes, variados, pero en realidad, en tanto somos hablados, lo que estamos diciendo es: existen muchos artículos que prometen restablecer el estado de fusión que sentimos cuando éramos muy pequeños.

El corte del cordón umbilical metafóricamente indica que hemos reconocido que somos individuos separados del resto, dotados del energizante e intenso deseo de volver a fusionarnos.

El consumismo funciona con quienes no soportan desear pues lo sienten como un acoso agresivo que intentan anular comprando artículos supuestamente aptos para recuperar la fusión (profusión).

(1) Vivo con ella porque es mi madre

Los ciudadanos con pañales

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jueves, 24 de febrero de 2011

Los ciudadanos con pañales

El totalitarismo de izquierda estimula los sentimientos infantiles de solidaridad para masificarnos y gobernarnos fácilmente.

Copio y pego parte de un artículo escrito por mí hace más de un año (1)

«La solidaridad es un sentimiento infantil.

«Los adultos no se vuelven solidarios sino que permanecen solidarios.

«En algunos artículos ya publicados (2) he comentado con ustedes que en nuestras primeras etapas de existencia no podemos diferenciar los elementos integrantes de la totalidad.

«Sentimos formar parte de algo confuso, indiscriminado, global.

«Como casi todo lo que nos remite a la infancia, este sentimiento es tierno, amoroso, placentero, pero en realidad está mal ubicado en la adultez.

«No es fácil criticar a las personas solidarias porque para muchos es como condenar a los niños, es como poner en duda el amor a los semejantes, es como proponer bajar la edad de imputabilidad criminal a menores de edad.»

Escribo hoy: El vocablo solidaridad remite a sólido, de una pieza. Sugiere un estado fusional, por eso, en el artículo parcialmente copiado, digo que la solidaridad instala el sentimiento de formar parte de algo confuso (con-fusión), indiscriminado, global.

Los regímenes totalitarios sólo buscan estar en el poder y sus gestores (líderes, déspotas, tiranos) recurren a los procedimientos más eficaces pues en ellos el afán de poder anula cualquier análisis o escrúpulo.

Un método muy usado es el de la violencia. Amedrentando al pueblo para que obedezca ellos logran su objetivo sin analizar las consecuencias.

Otro método muy usado, especialmente por los gobernantes de izquierda, es estimular beatíficamente (con mística, religiosidad, amor sublime), que los gobernados conserven la emotividad infantil, para que sean solidarios y se conviertan en un solo ejemplar.

La masa solidaria equivale a un solo ciudadano, especie de niño grandote, ingenuo, obediente, de mediocre productividad, aplastado por un Estado siempre sobredimensionado.

(1) El subdesarrollo solidario

(2) «Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
Tú y yo: ¡un solo corazón!
«Átame el zapato, ma»

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miércoles, 23 de febrero de 2011

El fin de los servicios maternales

Si nuestro inconsciente adulto insiste en que alguien nos alimente como mamá, viviremos en la pobreza material y con resentimientos hacia esa sociedad que nos destrata con desconsideración, mezquindad y tacañería.

Si vamos de lo general a lo particular, nuestra conducta está determinada por las características propias de los seres vivos, de los mamíferos, de los humanos, de nuestra historia personal y de las condiciones reinantes en cada momento de nuestra vida.

Por esto, si existiera el libre albedrío, tendría una incidencia insignificante.

He comentado (1) que todos estamos expuestos a fenómenos que ocurren en el vientre de nuestra madre y durante el primer año y medio de vida.

Ese comienzo nos marca una tendencia que luego repetiremos con bastante exactitud e insistencia.

La repetición no es con el mismo formato original sino como una metáfora.

Por ejemplo:

— tratamos de reproducir en nuestro hogar algo tan cómodo como lo que nuestro inconsciente recuerda del útero donde fuimos gestados;

— tratamos de que nuestra heladera sea grande y procuramos mantenerla bien provista, como imaginamos los senos de nuestra madre;

— nos enamoramos de alguien que nos mime como aquel primer ser humano que nos enseñó a amar, nos mostró cómo reacciona nuestro cuerpo a las caricias, al balanceo, a la tibieza, a la suavidad, a los ricos perfumes, a la higiene.

El realismo y capacidad de tolerancia esperable en nuestra adultez, nos permitirá, en mayor o menor medida, conformarnos con objetos y situaciones similares aunque no idénticas, a las vivencias inconscientemente registradas en nuestra niñez.

Si bien aquellos objetos y situaciones infantiles no volverán jamás, podremos (o no) conformarnos con los bienes y servicios que podamos conseguir y podremos tolerar (o no), tener que trabajar para ganarnos un salario, aunque mamá nunca nos pidió nada a cambio de todo lo que nos dio.

(1) La insatisfacción vitalicia

Mi mamá y mi marido me miman

La lucha nuestra de cada día

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martes, 22 de febrero de 2011

La insatisfacción vitalicia

El consumismo funciona porque la maravillosa vida intrauterina algún día se termina.

La historia de todo ser humano es muy triste porque comenzamos ricos y vivimos el resto de la existencia con mucho menos de lo que tuvimos al principio.

Según fuentes generalmente dignas de confianza (me refiero a los psicoanalistas que exhiben éxitos terapéuticos), la riqueza inicial es la vida intrauterina más un período posterior al parto que dura poco más de un año.

Durante el embarazo, vivimos en la máxima satisfacción que cualquiera de nosotros puede conocer.

Los acontecimientos que siguen nos van imponiendo la privación de ese paraíso y no paramos de intentar recuperarlo.

Observe que nadie se acuerda de la vida dentro del útero y difícilmente recuerde lo que ocurrió en el primer año de vida, pero sin embargo hay evidencias (por nuestros sueños, actos fallidos, síntomas psicosomáticos) de que fue lo mejor que nos ocurrió: Temperatura ideal, alimentación balanceada, ingravidez y comodidades superiores al mejor hotel con servicio “todo incluido”.

Como aquella riqueza queda en nuestro inconsciente como frustración no verbalizada (porque el lenguaje se desarrolla más tarde), sentimos que algo nos falta y no sabemos exactamente qué es.

Este anhelo inespecífico, que no podemos expresar en palabras (inefable) porque cuando se generó aún no sabíamos hablar, lo llamamos deseo.

Como un deseo insatisfecho puja por realizarse y como este deseo primitivo no sabemos cuál es, entonces comenzamos a hacer tanteos durante toda la vida.

Por ejemplo: Vamos a ese hotel all inclusive cinco estrellas, disfrutamos, gastamos una fortuna y cuando volvemos, nos parece que fue insuficiente ... entonces ahorramos durante veinte años para comprar la casa de nuestros sueños, pero luego que la habitamos, otra vez aparece la interminable insatisfacción, y así hasta morir porque el deseo original nunca se cancela.

Artículo vinculado:

El feto millonario

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lunes, 21 de febrero de 2011

Ama al semejante ... de tu misma religión

Aunque se oculte por razones éticas, cuando las religiones estimulan el amor entre sus feligreses inevitablemente provocan el desamor a quienes no sean feligreses.

Una importante rama de la psicología se denomina Gestalt y está especializada en analizar las consecuencias psíquicas que se verifican a partir de cómo percibimos.

En varios artículos (1) he utilizado esta teoría para comentar ciertas particularidades de nuestra mente.

Nuevamente recurro a ella para contarles sobre cómo se organizan muchas personas para mejorar sus condiciones competitivas en la ardua tarea de ganar el dinero suficiente para acceder y conservar una aceptable calidad de vida.

Ya he mencionado (2) la formación de agrupaciones con el objetivo de obtener una mayor fuerza para defender sus intereses.

Observemos que la palabra religión define al conjunto de normas referidas a una divinidad. Por ejemplo, el catolicismo es una religión que legisla ciertas normas referidas a Dios y a Jesús Cristo.

Pero además el vocablo religión está formado por la unión de dos ideas: el verbo «ligar» (unir), antecedido por la partícula «re» que intensifica el significado del verbo.

Por lo tanto, el vocablo religión alude en su origen a la unión reforzada de personas.

De esta forma desembocamos en el concepto de corporación (2), sindicato, gremio, es decir, agrupamientos de personas con intereses compartidos que se fortalecen contra los intereses del resto de la comunidad.

Dado que en las religiones se favorece el amor entre sus integrantes (feligreses) y teniendo en cuenta el fenómeno perceptivo desarrollado por la Gestalt (percibimos por contraste del tipo blanco sobre negro, etc.), llegamos a comprender cómo es inherente a las religiones el desamor hacia quienes no la integran.

Y este desamor es el sentimiento más adecuado para el régimen de libre competencia del capitalismo.

En suma: las prácticas religiosas tonifican la agresividad competitiva.

(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor

(2) Las corporaciones también sirven para abusar

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domingo, 20 de febrero de 2011

La risa, dinero infalible

En los hechos, hay una interesante semejanza entre la gracia que nos produce un chiste y la famosa plusvalía marxista.

Esta vez, no dejes de leer (1).

Un blooper es un error que hace reír.

Suelen ser filmaciones, casuales o provocadas, en las que alguien se cae, hace el ridículo, tropieza, es burlado.

Los elementos que provocan la risa final, son:

1º) Un actor-víctima (a quien le ocurre algo);

2º) Una persona que registra (filma) lo ocurrido;

3º) El trabajo mental que realiza quien lo mira. Ese trabajo produce alegría, risa, satisfacción.

Me importa hacerles un comentario sobre este último elemento.

El trabajo mental ocurre porque los humanos somos buscadores insaciables de placer. Nuestra cabeza olfatea continuamente para tratar de encontrar oportunidades de divertirse, entretenerse, reírse.

En el caso del blooper, el placer encontrado podría describirse como «¡Qué suerte que no me ocurrió a mí!»; «¡Esa persona es más tonta [torpe] que yo!»; «¡Seguro que de mí no se burlarán tan fácilmente!».

Este anhelo típico de nuestra especie (¿o de todas?) de buscar ventajas, ganancias, oportunidades, es el resorte que nos lleva a reírnos de alegría (no por ansiedad o manía) cuando éstas (ventajas, etc.) aparecen repentinamente, sin haberlas buscado, como si fueran un regalo de la suerte.

¿Qué ocurre en el mercado laboral?

Algo que denunció Carlos Marx y que prácticamente constituye el eje conceptual del comunismo.

Ese afán de aprovechar todas las oportunidades permite que los capitalistas puedan apoderarse de algunas horas de trabajo, haciendo que el empleado produzca más tiempo del que realmente se le paga.

Así como nos reímos de un buen chiste, el capitalista, en vez de gratificarse con la risa, se gratifica con esa ganancia adicional que logra extraer de su empleado, aprovechándose de la oportunidad ... como lo haríamos cualquiera de nosotros.

(1) La malicia es la sal de la vida

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sábado, 19 de febrero de 2011

Importemos los anillos de Saturno

Lo único que podemos mejorar no es la naturaleza sino nuestra capacidad de adaptarnos a ella.

Los seres humanos pertenecemos a la naturaleza, igual que los vegetales, los animales, los minerales.

El funcionamiento mental nos impide acceder a ciertos conocimientos. Algunos no logramos entenderlos y otros no logramos aceptarlos.

En otras palabras, ignoramos por falta de inteligencia suficiente y por falta de realismo suficiente.

A pesar de que pertenecemos a la naturaleza, la mayor parte del tiempo estamos pensando que la naturaleza nos pertenece a nosotros.

¿Logras captar el grado de error que padecemos?

Como digo en otro blog (1), el fenómeno vida existe mientras el cuerpo pueda reaccionar adaptativamente a los estímulos penosos y placenteros que existen en la naturaleza.

Dado que nosotros estamos contenidos en ella y no al revés, por más vueltas que le demos al asunto, nunca podremos eludir lo que forma parte del funcionamiento universal (estimular a los seres vivos).

Quizá estemos en condiciones de entender un poco más cómo funcionan los dolores (hambre, cansancio, disnea) para llegar al límite básico y mínimo imprescindible, como para no sufrir de más e innecesariamente.

Es casi seguro que nuestra falta de inteligencia nos lleva a padecer sufrimientos extras, que podríamos evitar tan solo con entender que debemos abandonar la pretensión de controlar la naturaleza que nos contiene y aceptando que nuestra impericia y negligencia nos impide adaptarnos mejor a los requerimientos básicos e ineludibles de la naturaleza.

Dicho de otro modo, es probable que el orden natural no necesite que nos preocupemos, nos angustiemos, temamos un futuro inexistente, que suframos por algo que ocurrió hace años, o que elaboremos múltiples planes defensivos contra otros tantos temores que sólo están en nuestra imaginación pero que nos convencen como si fueran verdaderos.

(1) Vivir duele

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viernes, 18 de febrero de 2011

Necesito que me necesites

Nuestras carencias, falencias, deseos, necesidades, (huecos, faltantes, vacíos) tienen valor para los demás. Nos quieren por lo que tenemos y también por lo que carecemos, por nuestra riqueza y por nuestra pobreza.

Las ideas que contradicen la lógica habitual, el sentido común, las creencias populares, suelen no entenderse fácilmente.

Acá va una de esas perlitas difíciles de entender en un primer intento: Nuestras carencias son atractivas. Dicho de otra forma:

Lo que nos falta puede constituirse en nuestra mejor ofrenda (obsequio, entrega, riqueza).

Trataré de explicarme con la mayor claridad posible. Comenzaré planteando la lógica habitual para luego comentar esta que parece ser menos conocida.

Lo más fácil de entender:

a) Necesito conseguir un empleo para ganar un sueldo. Quiero y cuido mi trabajo porque me permite ganar el dinero para mis gastos. Entonces, lo quiero porque tiene trabajo y me da dinero.

b) Necesito conseguir a alguien que me acompañe. Quiero y cuido a esa persona porque me evita la soledad que me angustia. Entonces, quiero a esa persona porque tiene el gusto de estar conmigo y me da su tiempo, su presencia.

Lo menos fácil de entender:

El vínculo que se establece en el caso a), se crea y se prolonga en el tiempo, porque mi empleador tuvo la suerte de encontrar a alguien (yo) que le ofreció su carencia, necesidad. El empleador recibió el valor, el obsequio de mi carencia y gracias a este vacío que le entrego, él resuelve una necesidad suya debido a una carencia mía.

El vínculo que se establece en el caso b) [con un cónyuge, por ejemplo], se crea y se prolonga en el tiempo, porque esa persona tuvo la suerte de encontrarme carenciado y necesitado. Que yo demande compañía, que me sienta sólo, es un valioso regalo que recibe de mí.

Artículos vinculados:

La musculatura de la carencia

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jueves, 17 de febrero de 2011

Uno contra cinco

La motivación determina los resultados. Los guerrilleros ponen en jaque a los ejércitos porque uno de ellos motivado, equivale a varios de los otros que luchan por un sueldo.

El Estado está compuesto por un conjunto de instituciones especializadas en diferentes funciones: Economía nacional, Justicia, Orden interno, Defensa territorial, etc.

Naturalmente, cada una de esas reparticiones están atendidas por personas que ganan un sueldo.

El sueldo que cobran por la tarea que realizan, es pagado con los impuestos que abonamos los ciudadanos.

Aunque a veces nos olvidamos, esta carga tributaria está justificada por los servicios que recibimos de cada repartición del Estado.

Por ejemplo:

— Economía se encarga de administrar los dineros del propio Estado y del país;

— Justicia pone en práctica las leyes que aprueban los legisladores, juzgando a quienes las transgreden;

— Orden interno evita los disturbios, los desentendimientos violentos entre ciudadanos, detiene a los infractores para ser juzgados, entre otras tareas;

— Defensa territorial cuida que el territorio no sea invadido por otros Estados o particulares, colabora en los desastres naturales, etc.

Si bien los Estados disponen de mucho poder porque cuentan con grandes recursos económicos y legalmente los hemos autorizado a tomar decisiones trascendentes, no son tan fuertes como imaginamos.

Aunque está reñido con la lógica, nuestros Estados son relativamente débiles.

La causa principal está en que es imposible lograr que los trabajadores públicos quieran defender los intereses de su empleador.

Por este motivo es que la lucha armada entre los ejércitos nacionales y los guerrilleros ideologizados, da resultados paradójicos.

Los soldados-empleados públicos no logran triunfos terminantes sobre guerrilleros que cuentan con menos recursos, porque estos defienden los objetivos ideológicos, tanto o más que a la propia vida.

Un empleado público (soldado del Estado), jamás pondría tanto empeño en su tarea de defender las instituciones.

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miércoles, 16 de febrero de 2011

Los especialistas no se entienden

Cada vez podemos aprovechar menos lo mucho que sabemos porque la mayoría de los especialistas cree que su especialidad es la única importante, desprecian a las demás y el diálogo es escaso o inexistente.

No tengo fe en que la ciencia pueda resolver al problema de la pobreza patológica y milenaria que nos avergüenza.

En realidad no nos avergüenza tanto porque los humanos, al creernos los reyes de la creación, no podemos percibir los errores de la especie.

A medida que la búsqueda de información, la clasificación y acumulación de datos se torna más compleja, me atrevería a decir que cada vez sabemos menos.

Es que tanta información no cabe en nuestros modestos cerebros y por eso cada uno de nosotros no tiene más remedio que especializarse en una pequeñísima parte de un todo que parece cada vez más grande.

Cinco siglos antes de nuestra era, existían personas que hoy podemos llamar sabios porque sencillamente, sabían todo lo que había para saber.

No pasaron muchos siglos de nuestra era y los sabios ya empezaron a escasear hasta extinguirse definitivamente hace más de un milenio.

La cantidad de conocimientos aplastó literalmente nuestra capacidad de memoria, retención y, sobre todo, de comprensión.

Por eso existen los especialistas: personas que aplican toda su capacidad de comprensión, estudio y recordación a una mínima parte del conocimiento existente.

Para colmo de males los especialistas recibieron el fervor popular. Una mayoría cree que saber mucho de poco, es un signo indiscutible de inteligencia, de elevación, de estatus.

Por eso es que cada vez podemos utilizar menos los conocimientos: porque cada especialidad tiene su lenguaje (jerga), su lógica y cree ser la más importante. Esto impide definitivamente que los especialistas puedan dialogar como para integrar (juntas, aunar) conocimientos que terminen con la pobreza patológica.

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martes, 15 de febrero de 2011

Control y descontrol: un precario equilibrio

Quienes no pueden vomitar, dar, perder, sembrar, podrían estar perdiéndose un rápido alivio estomacal, ganancias sustanciosas y una vida sexual plena.

En unos pocos artículos he mencionado el vínculo que existe entre la producción económica y la reproducción sexual (1).

Más recientemente, en otros artículos, he mencionado la relación que existe entre la capacidad de dar, perder y sembrar con las posibilidades de recibir, ganar y cosechar (2).

Ahora intentaré establecer una relación entre ambos conceptos.

Una relación sexual es un intercambio intenso de sensaciones y emociones.

Para simplificar, escribiré sobre las relaciones sexuales entre dos personas de diferente sexo y para lectores que tienen alguna experiencia en el tema.

Hombres y mujeres tenemos algunas características en común, pero lo realmente digno de comentario es que tenemos más diferencias de las que imaginamos.

Los varones pensamos en términos de erección, penetración, orgasmo y eyaculación. Ellas no sé bien en qué términos piensan pero no son tan específicas.

Mi último gran descubrimiento (3) es que para ellas, tener o no orgasmo es algo bastante relativo y que cuando les resulta imperioso, están creyendo que no parecerse al varón es un defecto que habría que superar, aunque sea teatralizando sensaciones que ni les interesan.

En cualquier relación, pero más notoriamente en la sexual, la posibilidad de darse, entregarse, permitir que la naturaleza y el otro hagan lo que quieran con uno, más concretamente, perder el control, es imprescindible.

Cuando en otro artículo (4) ironizaba sobre las dos categorías de la población mundial, capaces o no de vomitar para aliviar una mala digestión, estaba adelantando las pautas de este otro fenómeno.

Es probable que esa parte de la humanidad que trata por todos los medios de no vomitar, quizá se esté perdiendo además de ese alivio, la posibilidad de disfrutar sexualmente con más plenitud.

(1) El orgasmo salarial

Primero cobro y después hago

Menos orgasmos y menos salario

Las mujeres fecundan gratis

(2) El subgrupo de vomitadores voluntarios

La agricultura y los juegos de azar

(3) Los orgasmos inútiles

(4) El subgrupo de vomitadores voluntarios

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lunes, 14 de febrero de 2011

El subgrupo de vomitadores voluntarios

Quienes evitan el vómito como acción terapéutica, rehúsan dar para recibir, invertir para ganar o sembrar para cosechar.

La humanidad se divide en dos grandes grupos:

— uno, integrado por quienes, cuando se sienten mal del estómago porque la comida les sentó mal, no dudan en provocarse el vómito para expulsar el contenido estomacal y propiciar así una pronta recuperación, y

— otro grupo integrado por quienes hacen todo lo posible para no vomitar a pesar de saber que esa solución acortaría notoriamente su malestar.

Me consta que no es habitual establecer una categorización tan abarcativa tomando como referencia la relación personal con el vómito.

Aprovecho para afirmar que carece de importancia la popularidad o no de un criterio, cuando de él podemos extraer alguna conclusión que nos preste utilidad.

Las convulsiones que acompañan el vómito, seguramente son molestas, las arcadas incontrolables nos perturban emocionalmente, pero la interrupción casi inmediata de los malestares digestivos dejaría fuera de toda duda apelar a ese recurso (el vómito provocado).

Ya puedo proponer la opinión de que esa parte de la humanidad que se opone a vomitar, está actuando negligentemente, no está haciendo una valoración sabia de los costos y beneficios, hace una elección adversa.

Una primera conclusión que podemos extraer de estas observaciones es que muchos seres humanos están inhibidos para dar, perder, devolver, abandonar, inclusive cuando ese acto promete ganancias significativas.

Una primera hipótesis que podemos elaborar a partir de la conclusión anterior, es que para muchas personas es difícil invertir, arriesgar, dar, sembrar (1).

Hasta las enfermedades mentales más severas poseen una cierta coherencia, aunque no siempre podemos comprenderla y menos aún, compartirla.

Es coherente pensar que cuando alguien se resiste a vomitar para aliviarse, también se resiste a dar, invertir, sembrar, privándose de recibir, ganar, cosechar.

(1) La agricultura y los juegos de azar

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domingo, 13 de febrero de 2011

Gane U$S 1.000 diarios desde su cama

El consumismo aumenta la cantidad de pobres, explotados y con familias disfuncionales.

Podemos agruparnos en dos grandes categorías:

1º) Los que disfrutan siendo proveedores, protectores, serviciales; y

2º) Los que disfrutan siendo demandantes, protegidos y asistidos.

La gran población occidental está influida por el consumismo.

Se trata de una cultura que se trasmite de padres a hijos, en la que subyace un elogio a quienes se las ingenian para comprar bienes y servicios que les permitan vivir con las necesidades y deseos satisfechos, sin esforzarse.

El éxito de esta propaganda de reculturización y adoctrinamiento, aumenta la cantidad de integrantes de la segunda categoría (demandantes, protegidos y asistidos).

Esta propaganda, provoca por lo menos tres fenómenos:

1º) Una minoría (los proveedores, protectores y serviciales), no adhiere al consumismo y se aprovecha de él, lucrando con la intensa demanda de la mayoría;

2º) Los devotos del consumismo (los demandantes, protegidos y asistidos), se empobrecen y son explotados por los no consumistas.

3º) Como las parejas también son sociedades de apoyo mutuo, las combinaciones posibles son:

a) un proveedor con otro proveedor, donde las responsabilidades se reparten equitativamente;

b) un proveedor con un demandante, siempre que el primero acepte de buen grado asumir más responsabilidad que su cónyuge;

c) un demandante con otro demandante, donde ambos imaginan que el otro debería ser el proveedor y lo/la riñen por no serlo. Esta asociación seguramente no tendrá muy buena calidad de vida dada la baja productividad que podrán lograr y seguramente el vínculo tienda a romperse por mutuas recriminaciones.

En suma: Los del pequeño grupo de proveedores, protectores y serviciales, tienen posibilidades de enriquecer y disfrutar de un vínculo amoroso satisfactorio y los del gran grupo de demandantes, protegidos y asistidos, tienen posibilidades de empobrecer y sus vínculos amorosos quizá sean conflictivos e inestables.

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sábado, 12 de febrero de 2011

No hay mal que por mal no venga

Los pacientes del psicoanálisis no pagan para que los profesionales tengan ingresos económicos, sino como condición imprescindible para recuperar la salud.

Cualquiera diría que el dinero que un analizante le entrega a su analista, es para pagar el tiempo que éste le dedica, o por las recomendaciones que pudiera darle, o por el ejercicio de un misterioso arte de modificar los pensamientos patológicos que lo atormentan.

Esta suposición se sostienen en la creencia de que la cura psicoanalítica es como cualquier otra transacción comercial, tales como:

— Le entrego dinero al panadero porque este me entrega pan;

— le entrego dinero al sanitario porque este desobstruye una cañería;

— le entrego dinero a un taxista porque este me traslada.

Pues bien, así funcionan las transacciones en un sistema capitalista, excepto con los psicoanalistas.

Lo único que importa en un tratamiento psicoanalítico es que el paciente cuente con la mayor cantidad de posibilidades de terminar con los insoportables padecimientos psíquicos que lo obligaron a consultar.

La entrega de dinero es curativa en sí misma.

Por ejemplo:

«En tanto le pague al psicoanalista para que me quite un conflicto y en tanto utilice dinero que poseo porque lo gané con mi esfuerzo y privándome de darme algunos gustos, estoy reconociendo interiormente que la enfermedad es de mi estricta responsabilidad. Pago mi curación porque no es culpa de nadie.»

Lamentablemente, todas las enfermedades pueden tener algo placentero porque nuestra psiquis, en un desesperado intento de consolarse por el daño que le tocó padecer, se inventa atenuantes del tipo «no hay mal que por bien no venga».

Obsérvese que una consigna tan mística, milagrosa y sobrenatural, alienta al sufriente a quedarse enfermo, esperando ese bien que le promete el refrán.

Quien paga con su esfuerzo personal, demuestra ante sí mismo, que realmente no quiere ese beneficioso padecer.

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viernes, 11 de febrero de 2011

Las corporaciones también sirven para abusar

Vale recordar que “la unión hace la fuerza” y también la prepotencia.

Algo que valoro especialmente es que el psicoanálisis tiene un particular desapego por las instituciones que intentan darle un carácter corporativo.

Los médicos, abogados, escribamos, ingenieros, y casi todos los demás oficios y profesiones, se unen para ganar fuerza («La unión hace la fuerza»).

¿Fuerza contra quién?

Con mi mayor respeto y consideración hacia mis colegas-trabajadores, esa fuerza termina siendo en última instancia contra los clientes, usuarios o pacientes.

Las corporaciones fortalecen a sus integrantes para obtener mayores ventajas del resto de la comunidad (de los clientes, del gobierno, de otras corporaciones).

Si bien está en nuestra cultura —y todos repiten orgullosos la consigna «La unión hace la fuerza»—, no estamos teniendo en cuenta que los mismos propaladores de ese gesto de elevada moral, intentan usar esa fuerza con intenciones abusivas.

Como decía al principio, valoro al psicoanálisis porque tiene un mínimo apego a las corporaciones, de hecho no la tenemos y de hecho, somos menos fuertes que todos los que se unen contra la comunidad.

En definitiva, los seres humanos somos «hijos del rigor», «triunfalistas» y confundimos miedo con amor.

En este contexto, queda la sensación de que los que no se unen contra los demás, son débiles, tontos, perdedores.

Y, desde abajo del podio de los ganadores, digo que tienen razón aunque no me dan ganas de aplaudirlos.

Los psicoanalistas somos así: rehusamos unirnos contra la comunidad.

Los humanos somos violentos, prepotentes, amamos a quien tememos, aplaudimos a los ganadores, y aún así, ninguna especie se merece tanto amor humano como la nuestra.

El rechazo indirecto de esta propuesta de amar a los humanos a pesar de ser como somos, hace que muchos cada vez quieran más a su perro.

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jueves, 10 de febrero de 2011

El hurto es un delito simpático

Nuestra psiquis no es muy categórica cuando condena el robo.

«Deuda vieja es deuda muerta», dice un refrán.

Los refranes pretenden convertir un hecho verosímil en una verdad concluyente, a fuerza de ser expresada y reiterada, de forma sencilla y recordable.

El diccionario lo define así: «Dicho popular agudo y sentencioso que suele contener un consejo o una moraleja:»

Los refranes se parecen a los eslóganes:

— «Si es Bayer, es bueno»;
— «[Coca-cola] La chispa de la vida»;
— «Just do it [Tan solo hazlo... con Nike]».

El diccionario define al eslogan de esta manera: «Fórmula o frase breve con fin publicitario o propagandístico, generalmente aguda y fácil de recordar»

Con estos mínimos ingredientes, intentaré armar un comentario referido a los endeudamientos incumplidos, a la impuntualidad en los pagos, también llamados morosidad.

El refrán nos informa que un préstamo puede ser la antesala de un robo, siempre y cuando la morosidad logre envejecer la deuda hasta que muera.

Esa es una estrategia que utilizan muchos deudores que logran quedarse con el dinero que recibieron en préstamo de forma similar a como lo hacen un ladrón, un estafador, un chantajista.

En los hechos, las modalidades por las que el dinero cambia de manos de manera fraudulenta no son importantes a la hora de catalogarlos.

Lo que sí llama la atención es el sentimiento que genera en una mayoría esta modalidad engañosa de apropiarse del dinero ajeno.

— De las profesiones conocidas, la de cobrarle a los morosos es tan impopular como la de los funebreros;

— Los ladrones de bancos generan grandes simpatías, admiración, (quizá también) envidia;

— Anida amorosamente en el corazón de muchos buenos ciudadanos, la imagen del romántico ladrón Robin Hood.

En suma: ¿Creemos realmente que el robo es un delito o sólo queremos castigar a quien nos perjudique personalmente?

Artículo vinculado:

Dr. Robin Hood
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miércoles, 9 de febrero de 2011

La admiración hacia quienes desconfían de nosotros

Los proveedores poderosos nos obligan a pagarles por adelantado, y paradójicamente, eso hace que confiemos más en ellos.

En otro artículo (1) retomé la antigua metáfora de comparar a los humanos agresivos con lobos y a los humanos mansos con corderos.

El texto pretende aportar otro punto de vista más sobre las posibles causas de la pobreza patológica, porque algún día, ustedes y yo, encontraremos las soluciones que hace milenios venimos buscando.

Son muy pocas las personas que admiten ser cobardes.

Si bien son pocas las personas que hacen ostentación de valentía (por temor a que alguien los desafíe a demostrarlo), la mayoría nos mantenemos en un punto medio, en el que desearíamos que nos cataloguen de valientes sin pedirnos alguna demostración.

Esta polivalencia afectiva (queremos pero no queremos, desearíamos ser considerados valientes pero mejor que nadie trate de comprobarlo, nos fascina identificarnos con héroes, heroínas, superpoderosos, líderes muy populares, ...), esta polivalencia afectiva —repito—, no hace más que debilitarnos, deprimirnos, aportarnos inseguridad, bajar nuestra autoestima. En resumidas cuentas, nos afinca en el polo de la cobardía aguda, crónica y sistemáticamente negada.

Ahora veamos otro artículo (2) donde les comento que cuando compramos una mercancía o un servicio donde nos cobran por adelantado, nos están obligando a confiar en ese proveedor y —simultáneamente—, están desconfiando de nuestra vocación de pago, honestidad, responsabilidad.

Acá encontramos una relación lobo-cordero. Quien cobra primero tiene la fuerza y agresividad suficiente como para imponernos sus condiciones, nos obliga a confiar en el lobo.

Ocurre entonces, que como nos cuesta reconocer nuestra cobardía, no solo pagamos lo que nos piden sino que estamos dispuestos a defender a nuestro lobo para demostrar que pagamos por adelantado, no por miedo sino por convicción, haciendo uso de nuestro idílico libre albedrío.

(1) La cadena alimentaria de los caníbales urbanos

(2) La confianza mata al hombre o a su santo protector

Artículo vinculado:

El amor atamorizado

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martes, 8 de febrero de 2011

La cadena alimentaria de los caníbales urbanos

Por alguna razón ecológica, hay muchos humanos depredables y pocos depredadores.

Podemos soñar con que llegará un día en que lobos y corderos pasten mansamente compartiendo la misma pradera. Lo que no podemos es creer seriamente que eso llegue a ocurrir, por una razón nada menor: los lobos son carnívoros y los corderos son herbívoros.

Más aún: ambas especies pertenecen a una misma cadena alimentaria y está previsto por la naturaleza que el lobo se coma al cordero, más tarde o más temprano, dependiendo de cuándo tenga hambre.

Por su parte el cordero tienen que saber (por instinto) que debe alejarse del lobo lo más posible precisamente porque de eso depende que siga viviendo.

Así es que tenemos la realidad de los lobos, la realidad de los corderos y un tercer elemento que nos interesa a los humanos: qué interpretación le damos a estos hechos.

Como nos ocurre muy a menudo, debaten entre sí dos grupos de opinión:

— unos, muy apegados nostálgicamente a su débil y vulnerable infancia, toman partido por los débiles y vulnerables corderos y se dedicarán a perseguir para juzgar y condenar a los lobos;

— otros, muy apegados a su actual coyuntura, a las circunstancias que les toca vivir en el presente, se dedican a observar, estudiar y copiar a los lobos, para aprender cómo se hace para alimentarse de los corderos, que, en este caso, equivale a decir, cómo hacer para utilizar en su provecho a los nostálgicos infantiles.

Pero los corderos humanos cuentan con una ventaja que no tienen los corderos lanudos: La legislación, el sistema judicial y la policía, evitan que el aprovechamiento los ponga en riesgo de vida o sea exageradamente abusivo.

Por alguna característica humana que desconozco, existen pocos hombres-lobo y muchos hombres-cordero que se corresponderían con los ricos y pobres, respectivamente.

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lunes, 7 de febrero de 2011

Voy a improvisar un discurso y vuelvo...

La tecnología ha popularizado el acceso a la presidencia de cualquier país.

Quienes tienen acceso a CNN en español, habrán visto cómo algunos presentadores de noticias, acomodan un pedal antes de comenzar a decirnos las noticias.

El teleprompter es un monitor (pantalla) que muestra un texto, tan cerca del objetivo de la cámara, que nos hace pensar que el informativista habla de memoria o improvisando. Dependerá de su habilidad actoral para mostrarse más o menos natural, espontáneo, conocedor de las noticias que nos trasmite.

Para mejorar el efecto, el lector televisivo puede regular con el mencionado pedal, la velocidad con la que prefiere recibir el texto previamente escrito por un equipo de redactores.

Se ha constatado que los televidentes creemos con mayor convicción las noticias, cuando quien las presenta es tan espontáneo como un amigo que nos cuenta lo que él mismo vio.

La credibilidad de los televidentes equivale a dinero porque todos queremos estar bien informados, queremos saber la verdad, deseamos conocer hasta en los mínimos detalles qué está pasando en nuestro vecindario, en nuestro barrio, en nuestra ciudad, aunque también nos interesa saber qué les pasa a comunidades más distantes, siempre y cuando la lejanía esté compensada por una mayor gravedad, atrocidad o espectacularidad.

El teleprompter ha cobrado notoriedad porque ahora sabemos que lo que veíamos como discursos improvisados del presidente de la gran democracia del norte (Estados Unidos), no son más que disimuladas lecturas de textos que quizá ni ayudó a redactar.

En suma: ahora sabemos que el presidente Barack Obama es un presentador de discursos, un buen lector, un gran actor, lo cual no le quita méritos, pero al menos es bueno saber que si usted y yo sabemos leer, estamos más cerca de acceder a la presidencia de nuestro país.

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domingo, 6 de febrero de 2011

La confianza mata al hombre o a su santo protector

Pagar antes o después de recibir la mercancía o servicio, evidencia la confianza que se tienen los intervinientes.

Para entender nuestra psiquis, es preciso mirar detrás del «biombo».

Corresponde explicar qué es «el biombo».

Hay suficientes pruebas de que nuestras acciones están casi totalmente determinadas por nuestro inconsciente.

No sabemos por qué somos rabiosamente puntuales, aunque si nos preguntan, daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la puntualidad real está detrás del biombo (por ejemplo, mamá odia a quienes llegan tarde y yo no viviría sin su amor) mientras que la explicación es un relato que hemos construido (o plagiado, copiándoselo a otros) para no mostrarnos tan superficiales, caprichosos, antojadizos.

No sabemos por qué desearíamos hacer una limpieza étnica matando a los homosexuales, aunque si nos preguntan daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la homofobia real está detrás del biombo (por ejemplo, horror a la propia homosexualidad) mientras que la explicación es un relato que podrá creer nuestro público, quienes nos rodean, inclusive nosotros mismos.

Veamos un caso muy frecuente en ciertas culturas.

Ante los perjuicios sufridos con una enfermedad, algunas personas

a) contratarán los servicios de un experto que primero cobra para luego comenzar a trabajar en la curación. En muchos países esto está organizado de tal forma que los potenciales usuarios del servicio, pagan una pequeña cuota mensual por si algún día necesitaran recibir atención médica;

b) entablarán un diálogo con su dios, santo o virgen, utilizando o no los servicios de un intermediario (sacerdote), prometiéndole (al personaje imaginario) determinado sacrificio, contribución u ofrenda, si logra la curación.

Detrás del biombo, en el primer caso el curador no confía en el usuario (por eso le cobra antes) y en el segundo, el usuario no confía en el santo curador (por eso le paga según los resultados).

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sábado, 5 de febrero de 2011

Los dioses son tan humanos como hace falta

La riqueza del Vaticano no puede ser repartida porque provocaría la furia de Dios y, en vez de hambre, tendríamos desgracias aún peores.

Sólo es necesario observar qué hacen los fieles con sus dioses, santos y personajes poderosos, para tener un mapa bastante confiable de cuáles son sus sentimientos personales.

Esto es así porque las figuras imaginadas con poderes especiales, son creadas a imagen y semejanza de quienes las diseñan para su posterior adoración y aprovechamiento.

Los dioses siempre son más poderosos que sus fieles. Por eso fueron creados, para utilizar su fuerza extraordinaria en la protección, defensa y privilegios de sus fieles y creadores.

Para que esta invención funcione, también tienen que existir semejanzas entre el todopoderoso y sus beneficiarios, porque si no existieran estos elementos en común, no sería posible entablar el diálogo dios-ser humano que habilite las intensas transacciones que el humano inventor necesita tramitar con él.

Por ejemplo, cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo imaginan violento, justiciero y vengativo, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también lo son ... aunque no puedan ejercerlo con todo su esplendor porque carecen del poder, inmortalidad e indestructibilidad que le asignaron al personaje inventado.

Cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo suponen sensible a los regalos, generoso con quienes comparten con él la mejor parte de los dones recibidos y sensible a los sobornos, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también tienen esas preferencias.

Y finalmente, a quienes no logran explicarse cómo algunas iglesias —en especial la Católica—, toleran la convivencia de riquezas obscenas con semejantes hambrientos, debo decirles que, a los devotos de esas religiones —y por lo tanto a los dioses por ellos creados— los pone furiosos y vengativos devolver los regalos, ofrendas o sobornos.

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viernes, 4 de febrero de 2011

La prostitución parece universal

Trabajar es un drama al que le restamos importancia porque no sabemos cómo resolverlo.

Los seres humanos somos animales amaestrados para vivir en sociedad.

Desde que nacemos, los adultos nos prohíben ciertas conductas, deseos, preferencias al mismo tiempo que nos rediseñan hasta que seamos de su agrado.

Como decía en otro artículo (1), nuestros instintos y deseos reprimidos, son recluidos en el inconsciente desde donde permanentemente tratarán de manifestarse (en los sueños, actos fallidos, enfermedades psicosomáticas, etc.)

Por ejemplo, los deseos homosexuales reprimidos de los varones, suelen expresarse teniendo actividades deportivas que impliquen una fricción corporal para luego bañarnos todos juntos.

Los deseos homosexuales reprimidos de las mujeres, suelen expresarse más abiertamente porque ellas aplican una gran ingenuidad a dormir juntas, acariciarse, besarse, juntarse para utilizar un baño público.

Estas hipótesis permiten suponer que uno de los procesos inconsciente es el siguiente:

— Para ganar dinero, mi cuerpo está a disposición de una tarea conveniente para quien me pagará por lo que mi cuerpo produzca para él (fabricar, limpiar, enseñar);

— Durante ese tiempo en que mi cuerpo es usufructuado por otro y no por mí, es probable que mi inconsciente interprete que estoy vendiendo (cediendo, alquilando, prestando) mi cuerpo.

— Por lo tanto mi cuerpo equivale a dinero,

— ... y cuando pago algo, lo pago con mi cuerpo (la Biblia dice «ganarás el pan con el sudor de tu frente», siendo que el sudor formó parte de mi cuerpo).

Observe que nuestro instinto de conservación se niega rotundamente a que se afecte nuestra integridad física.

Para los niños es muy grave que le corten el pelo, las uñas, la pérdida de los dientes temporales o que la madre deseche sus excrementos.

Conclusión: ganar dinero trabajando es mucho más angustiante de lo que estamos dispuestos a reconocer. Inconscientemente, es casi una tragedia.

(1) El terrorismo de Facebook y Twitter

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jueves, 3 de febrero de 2011

El fantasma de la ópera, era pobre

Las peores acciones e intenciones de un ser humano, también son humanas.

Las vicisitudes de Erik (nombre del fantasma) ponían la carne de gallina.

La novela y la obra teatral hicieron las delicias del público europeo a principios del siglo pasado, porque eso era lo que a ellos más les gustaba.

El joven tuvo la mala suerte de tener un aspecto físico feo, terrible, monstruoso, asociado a una inteligencia brillante.

Estos dos extremos forjaron la tensión dramática para que el novelista tuviera a su disposición una enormidad de situaciones más que entretenidas.

La mayoría de sus problemas tenían que ver con la imposibilidad de vincularse como cualquiera de nosotros necesitamos.

Eso lo indujo a tener actitudes y actuaciones tanto sublimes como condenables.

La obra es muy explícita, directa y lineal: el protagonista era objetivamente muy desagradable a la vista. Por eso vivía ocultándose y perpetrando sus llamados de atención como si fuera un fantasma.

Ahora volvamos al siglo 21, a nuestra cotidianeidad y a quienes poseemos un aspecto físico fácil de olvidar y un talento menor al de Einstein.

Con estos recursos personales, que nos permiten sentirnos integrantes de una gran mayoría, podemos llegar a tener dificultades similares —aunque menos teatrales— a las que padeció Erik.

Efectivamente, si por algún motivo desafortunado, nos hemos convencido de que somos unos monstruos porque sabemos que tenemos deseos inconfesables, aspiraciones vergonzosas, intenciones bestiales, nuestra situación comenzará a complicarse.

Algo que podemos saber sin mucho análisis, es que nadie es capaz de hacer algo que no sea humano. Por lo tanto, lo peor de nuestros secretos anhelos, está dentro de la especie que nos contiene.

Lo que más nos complica es la eterna soberbia, el narcisismo, ese deseo inmortal de ser especiales, superiores, diferentes, aunque nos perjudique.

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miércoles, 2 de febrero de 2011

Los ricos son campeones

Nos complace que exista un ganador (rico) y muchos perdedores (pobres).

Es importante llegar a un entendimiento de la lógica de «suma cero» sobre la que he estado escribiendo últimamente (1).

El núcleo problemático de este concepto está en suponer que «cuando alguien gana, simultáneamente alguien pierde».

La existencia de juegos mundialmente apasionantes (fútbol, rugby, tenis), que dan placer premiando a quien genere más perdedores, refuerza la idea de que «cuando alguien gana, siempre alguien tiene que perder» (2).

Refuerza la idea de que toda transacción (negociación, intercambio) debería ser de «suma cero» porque esa idea la tenemos asociada al placer de la competencia deportiva.

En otras palabras, la situación en la que uno gana y muchos pierden, nos gusta, nos alegra y perfecciona nuestra calidad de vida.

En cada torneo (campeonato, desafío, competencia) el cuerpo produce estados de ánimo similares a los que obtenemos con el alcohol, la marihuana o la cocaína.

Por lo tanto, cuando participamos de alguna transacción, negociación o intercambio, procuraremos que el otro pierda para obtener el placer que nuestra mente asocia convenientemente. Nuestras acciones buscarán que haya perdedores: condición necesaria e imprescindible para obtener el placer de negociar.

Esta asociación que determina nuestras acciones, está a su vez determinada por un defecto de nuestra inteligencia que llamamos «metonimia» (3).

Un campeonato mundial nos muestra algo similar a una foto instantánea.

Efectivamente: bajo circunstancias que difícilmente volverán a repetirse, un equipo de jugadores logra ganarles a todos los demás.

Nuestro defecto mental (metonimia), nos hace creer (equivocadamente) que el equipo ganador es el mejor equipo del mundo en lugar de pensar que fue el equipo que en esta oportunidad, le ganó a los demás.

Estas equivocaciones placenteras (suma cero + metonimia), aumentan nuestras ganas de que exista un solo ganador (preferentemente yo mismo) y muchos perdedores.

(1) ¡Tranquilos! Hay para todos

La poligamia comercial

¿Quién tiene lo que me falta?

Un trozo de PBI con Coca-Cola


(2) El podio de los perdedores, es más grande

(3) Las opiniones universales son imaginarias

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martes, 1 de febrero de 2011

La ineficiencia de la cama obligatoria

Existen semejanzas entre el monopolio y la monogamia.

Un monopolio se reconoce porque es el único proveedor de un cierto bien o servicio.

Por ejemplo: en un país o región, la energía eléctrica es provista legalmente por la empresa Electricidad Nacional del Estado (E.N.E.).

Veamos otro caso: en un país o región, los únicos productos lácteos que se consiguen son producidos por La vaquita Manuela. No tiene competidores porque son los mejores.

La imaginaria compañía de electricidad constituye un monopolio legal ya que están prohibidos otros proveedores. En el segundo caso, se trata de un monopolio natural, porque en los hechos, nadie es capaz de igualar a ese único proveedor de lácteos.

El mercado de oferta y demanda que existe en un país o región puede tener diversos niveles de desarrollo (perfección, eficacia, madurez).

Cuando el bien o servicio es imprescindible y el mercado está insuficientemente desarrollado, es mejor que el Estado imponga un monopolio, para entregarle la responsabilidad de ese suministro a quien demuestre ser el más capaz.

Este único proveedor puede cumplir su tarea a satisfacción de los usuarios o puede aprovecharse de la exclusividad abusadoramente.

Cuando existe un proveedor que aniquila sistemáticamente a sus competidores, porque no aparece nadie capaz de igualar la calidad de sus productos o la baratura de sus precios, entonces se convierte en una empresa monopólica de hecho, naturalmente, por sus propios méritos.

En definitiva, lo único que importa es que en ese país o región, los pobladores tengan una calidad de vida digna, estén satisfechos y no padezcan abusos.

Utilizo el término ‘abuso’ porque el monopolio se parece mucho a las relaciones de pareja (matrimonio, concubinato) monogámicas.

La exclusividad del vínculo (monogámico-monopólico) puede subsistir bajo la presión legal (con posibles abusos) o porque, de hecho, «no existe un cónyuge mejor».

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