viernes, 31 de mayo de 2013

La enemistad conmigo




¿Será cierto que hago todo lo posible para fracasar, como si la condición de perdedor fuera una pieza imprescindible de mi identidad?

Seguramente ya existen pero por algo no me enteré aún. Quizá no se han logrado comunicar eficientemente con los clientes potenciales.

Me refiero a una academia de negociación, a un instituto de retórica, a un taller donde la gente se reúna para encontrar ingeniosas maneras de polemizar con la gente tan común como nosotros.

— Quiero desarrollar la habilidad para discutir con un funcionario público que notoriamente está retaceando su mejor esfuerzo para entregarme una solución que merezco y que está solo en sus manos;

— Necesito encontrar maneras de negociar con mi cónyuge una manera equitativa de repartirnos las tareas, las preocupaciones, el esfuerzo económico, físico y emocional de nuestra familia;

— Me gustaría poder neutralizar pacíficamente los métodos violentos, demasiado agresivos, amenazantes, tramposos, insidiosos, astutos, seductores;

— Tendría que encontrar formas de no caer de rodillas ante algunas promesas que se me presentan como infinitamente confiables, inclusive cuando provienen de personas que ya han demostrado que incumplen sus juramentos con total desparpajo;

— Preciso aumentar mi velocidad de respuesta para que lo que debería haber dicho no se me ocurra cuando perdí toda oportunidad de decirlo;

— Debería encontrar la fórmula para que las emociones no jueguen a favor de mi ocasional oponente. Tantas veces quedé paralizado, obnubilado, con la mente en blanco, cuando más necesitaba la lucidez para evitar perder lo que otros más voraces quería quitarme, que cada vez que me enfrento a una discusión lo primero que acude a mi mente es que me traicionaré, que haré todo lo posible para fracasar, como si a esta altura de mi vida fuera más importante conservar mi tradición de ser un perdedor porque esa característica es imprescindible para mantener mi identidad.

(Este es el Artículo Nº 1.896)

jueves, 30 de mayo de 2013

Las prohibiciones estimulan




Las prohibiciones estimulan la transgresión y lo autorizado se torna indiferente, pero transgreden solo quienes tienen un deseo abundante, caudaloso.

Cuando la madre, o quien haga las veces, higieniza al pequeño también acaricia su piel y al hacerlo, la estimula, la erotiza, la libidiniza, la convierte en zona erógena, es decir, zona del cuerpo especialmente apta para estimular el deseo e intercambios sexuales.

Por lo tanto, en esas primeras experiencias en el mundo exterior, fuera del útero, continúa la gestación.

Quien posea un cuerpo apto para el amor tiene más posibilidades de llevar una vida satisfactoria que otros. La falta de sensibilidad epidérmica es determinante de la apatía, el desinterés por los demás, por la sexualidad.

La sexualidad es la función más importante porque de ella depende la disposición para cuidarse, alimentarse y reproducirse.

Nuestras culturas hacen un tratamiento curioso de una función tan importante para la vida individual y de la especie: la reprime, le agrega prohibiciones, tabúes, misterios, amenazas.

Algo que podría explicar esto es la siguiente hipótesis que les propongo en este artículo:

Cuando las empresas dedicadas a la generación de energía eléctrica deciden construir una represa (1) para acumular el agua de un río, no la construyen en cualquier lugar: eligen aquellos cursos de agua que aseguren un caudal abundante y permanente.

Una represa es un muro que interrumpe artificialmente un curso de agua para aumentar la energía que mueva las turbinas generadoras de electricidad. Un pequeño caudal ni las movería.

Mi hipótesis es que las culturas reprimen la sexualidad precisamente para aumentar su energía, para que los humanos se reproduzcan más, se cuiden mejor.

Esto también explica por qué todo lo prohibido es más tentador. Las prohibiciones estimulan la transgresión y lo autorizado se torna indiferente.

Eso sí, transgreden solo quienes tienen un deseo abundante, caudaloso.

 
(Este es el Artículo Nº 1.895)


miércoles, 29 de mayo de 2013

Estudiamos para ser fáciles de usar




Cuando estudiamos rendimos varias pruebas que  nos enseñan a ser fáciles de entender para nuestros futuros clientes y empleadores.

Si usted tuviera que comprar una nueva máquina que lo ayude en las tareas, ¿tendría en cuenta la facilidad de manejo? Por supuesto que sí.

Las máquinas fáciles de usar no solamente son amistosas para quien las compra sino que además son económicas pues para operarlas no tenemos que contratar a un costoso ingeniero electrónico sino que con un operario mínimamente calificado, merecedor de un bajo costo salarial, puede ser utilizada con el máximo rendimiento.

Las máquinas mejor concebidas, diseñadas con el mayor ingenio (perspicacia, viveza, inspiración), se caracterizan por ser fáciles de usar, mientras que las máquinas peor concebidas, diseñadas con el menor ingenio, se caracterizan por ser difíciles de usar.

Las versiones más avanzadas en software compiten por ser intuibles, amigables, simples.

Estos cuatro párrafos están acá para establecer una referencia para compartir con usted un comentario ligeramente distinto.

Aunque para el amor propio de muchas personas es ofensiva la comparación con una máquina, tarde o temprano debería asumir que los empleadores o los clientes no se preocupan mucho por sus cualidades humanas sino por su productividad.

¿En qué sentido un trabajador puede ser comparado con una máquina?

Retomando lo que decía al principio, los empleadores y los clientes son personas que no quieren romperse la cabeza ni están dispuestos a contratar a un psiquíatra para administrar los recursos humanos, para organizar el desempeño de los colaboradores.

Usted, yo, todos, somos haraganes, preferimos las opciones que nos demanden el menor esfuerzo.

Para recibir un certificado de estudio tenemos que rendir varias pruebas, enfrentar muchos desafíos, acostumbrarnos a complacer las exigencias de profesores que, en definitiva, nos enseñan a ser fáciles de entender para nuestros futuros clientes y empleadores.

(Este es el Artículo Nº 1.894)

martes, 28 de mayo de 2013

Así funcionan los libros de auto ayuda



 
Los libros de auto-ayuda bloquean nuestra capacidad crítica. Esta violencia nos libera gratamente de la responsabilidad de pensar.

Dramaticemos una situación muy poco probable aunque no imposible.

Por circunstancias que no vienen al caso, usted es amenazado de muerte si no comete una grave infidelidad en la empresa para la cual trabaja.

Imaginemos que es secuestrado en la calle, lo suben a un vehículo cuatro hombres con los rostros semi-cubiertos por lentes negros y le dicen que si no roban unos planos de la ciudad que están bajo su custodia en el lugar donde trabaja su familia sufrirá las consecuencias.

Rápidamente es liberado y lo llaman al día siguiente para instruirle dónde debe dejar esos planos.

De más está decir que cuando se descubra el robo de los planos usted será culpabilizado. Sin embargo, si se puede probar que lo hizo bajo amenaza, la responsabilidad caerá sobre quienes lo secuestraron y coaccionaron.

Como dije esto es una dramatización. Por eso es exagerada respecto a lo que deseo comentarles.

Ahora les comento algo infinitamente más liviano aunque estructuralmente semejante.

Cuando usted leer un libro o escucha una conferencia en la que el autor hace continuas referencias a cuáles fueron las prestigiosas fuentes en la que se basó para decirle lo que le está diciendo, ocurre lo siguiente:

1) Cuando el escritor o disertante se hace acompañar por esas referencias tan importante equivale, para quien lo escucha, a quedarse sin la posibilidad de discutir, rebelarse, cuestionar, criticar. Esas doctas (prestigiosas) referencias equivalen al grupo de cuatro violentos y amenazantes secuestradores pues usted no tendrá más remedio que aceptar las propuestas del escritor o disertante;

2) Por su parte usted, inconscientemente, se sentirá gratificado porque se sentirá eximido de la responsabilidad de cuestionar, criticar, pensar, juzgar.

Así funcionan los libros de auto ayuda.

(Este es el Artículo Nº 1.893)

lunes, 27 de mayo de 2013

Según parece hay que esperar




Casi ningún joven obtiene una calidad de vida digna y estable. Estos logros vienen con las canas, después de la quinta década.

En otro artículo (1) les comentaba algunas características de los préstamos pactados a muy largo plazo, 25 años, por ejemplo. El ejemplo utilizado refería a la compra de una vivienda.

El caso también puede ser comentado desde el punto de vista del ahorro, es decir, quienes compran una casa mediante un préstamo a largo plazo logran mejorar su patrimonio, pues en la juventud comienzan a pagar una cuota mensual y cuando cancelan el préstamo se encuentran con un capital muy superior al que tenían al principio.

Algo similar ocurre con las retenciones de los sueldos que hacen los institutos previsionales.

Estos son autorizados por nosotros a quedarse con una parte de nuestros ingresos mensuales y cuando terminamos la etapa laboral, a los 60, 65 o 70 años, según los sistemas previsionales, comienzan a pagarnos una mensualidad que eventualmente puede ser suficiente para cubrir todas nuestras necesidades sin que debamos trabajar (jubilación, pensión, retiro).

Algunas personas disfrutan haciendo alarde de mucha fuerza de voluntad, de disciplina inquebrantable, de un gran tesón, pero lo cierto es que la perseverancia es una condición propia de muy pocas personas y, parece una paradoja, no está presente en quienes se ufanan de ser muy pacientes, tenaces, persistentes.

La mayoría de las personas necesitamos alguna ayuda para obtener logros tan importantes, que tanto dependen de un trabajo de hormiga, de avances milimétricos que se observan en tiempos aburridores, interminables, monótonos.

Algo parece ser una constante: casi ningún joven obtiene una calidad de vida digna y estable. Estos logros vienen con las canas. Quizá podamos encontrar que recién después de la quinta década de existencia podamos ver una razonable disponibilidad económica.

Según parece, hay que esperar.

 
(Este es el Artículo Nº 1.892)