Creer en el espíritu es un resabio del pensamiento
infantil que provoca desprecio hacia los materialistas que trabajan por dinero.
En términos generales nos
llevamos bien con quienes se nos parecen y nos llevamos mal con quienes son
radicalmente diferentes.
Suele ocurrir que los puntuales
se lleven mal con los impuntuales, los comunistas con los capitalistas, los
materialistas con los espiritualistas.
Cuando nos comparamos con los
demás y encontramos la coincidencia de muchas características, tendemos a
identificarnos con ese otro y, así como nos amamos narcisísticamente, incluimos
a quienes tanto se nos parecen por un impulso también narcisista.
Dicho de modo más amplio, los
narcisistas nos amamos a nosotros mismos y a todo lo que se nos parezca. Cuanto
mayor sea el parecido, más probabilidades hay de amar al otro y viceversa,
cuanto menor sea el parecido, menos probabilidades hay de amar al otro.
Me concentraré en las personas
que se diferencian y no se toleran porque unos son materialistas y los otros
son espiritualistas.
Desde mi punto de vista existen dos buenas
razones para que una mayoría de personas sea espiritualista y huya del
materialismo.
Una de esas razones es que los
niños tienen naturalmente el pensamiento mágico necesario para ser
espiritualista, con lo cual podría pensarse que las personas no son
espirituales sino que se quedan espirituales, continúan utilizando el
pensamiento mágico de la infancia.
Otro motivo, quizá más
importante, es que las posturas espirituales creen en la inmortalidad del alma,
con lo cual logran zafar de esa gran angustia que padecemos quienes no podemos
creer que después de la muerte haya algo más, que la vida continúe.
Por esa intolerancia que
comenté al principio, quienes creen en el espíritu tienen un cierto desprecio
hacia quienes son tan materialistas que trabajan por dinero y que morirán
definitivamente.
(Este es el Artículo Nº 1.889)
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