Quienes suponen que fallecer es un fracaso propio de
ineptos quizá eviten cualquier riesgo lucrativo por temor al fracaso terminal.
Es normal que los humanos
auto-censuremos algunas ideas, creencias, convicciones, certezas, porque
reconocemos que son impresentables, vergonzosas, disparatadas.
Ese conjunto de suposiciones
quizá tenga una cierta coherencia interna, pues son ideas que entre ellas se llevan bien.
El inconsciente es una parte de la
psiquis ideal para alojarlas y tenerlas separadas de nuestro discurso
cotidiano. Para acceder a ellas tendríamos que levantar la auto-censura.
Esas ideas gozan de salidas
transitorias, de manera similar a lo que ocurre con los encarcelados cuando denotan
signos confiables de rehabilitación.
Al principio lo hacen muy
disimuladamente en forma de sueños indescifrables para quien las censura.
Podríamos decir que se escapan disfrazadas por el trabajo onírico. Por ejemplo,
alguien sueña con un comerciante que es descubierto utilizando una balanza que
pesa kilos de 900 gramos y ahí podríamos descubrir a nuestros deseos
impresentables de ser injustos.
Otra idea vergonzosa, que
generalmente mantenemos oculta pero que a veces se nos escapa en público, es aquella
que considera a la muerte como un fracaso personal, por falta de cuidado, por
torpeza.
Como digo en párrafos
anteriores esta suposición es digna de ser ocultada porque para la mayoría nos
morimos por razones ajenas a nuestra voluntad (inclusive en caso de suicidio,
aunque suene extraño).
Quienes secretamente suponen
que la muerte es evitable excepto para los descuidados, torpes, ineptos, suelen
pertenecer al gran grupo de quienes no toleran fracasar.
Estas personas con tan baja
tolerancia a la frustración, obligados por vergüenza a no confesar que imaginan
a la muerte como un fenómeno evitable, pueden optar inconscientemente por
evitar cualquier actividad lucrativa que los exponga a algún tipo de fracaso,
pues para ellas fracasar y morir es exactamente lo mismo.
(Este es el Artículo Nº 1.890)
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