La identificación se parece a un embarazo en el que gestamos, por ejemplo, la actitud frente al dinero de alguien que admiramos.
Imaginemos las aventuras de un
cultivador viajero, curioso, experimentador, divertido, que conserva gran parte
del niño que todos fuimos.
Este personaje, vestido con
ropas de gran colorido, tiene pasión por viajar por todo el mundo plantando
semillas de naranjos.
Todos conocemos el delicioso,
(y colorido), jugo que proveen los frutos de este árbol. Uruguay es un gran
productor de ellos y esa bebida forma parte habitual de nuestra dieta.
Con su finísimo paladar,
nuestro personaje visita los árboles que fue plantando en África, Asia, Europa,
Oceanía y América, para deleitarse con los variadísimos sabores del jugo de los
frutos que surgieron de las semillas de un mismo ejemplar, oriundo de Uruguay.
No necesitaría hacer tanto
esfuerzo para darse cuenta de esa variedad si tan solo observara qué distintos
son entre sí los hijos de un mismo matrimonio..., pero a él le gusta hacerlo
así y tiene un padre millonario que se lo financia.
Existe un proceso psicológico mediante el cual un
sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma
sobre el modelo de éste.
En otras palabras, las diferentes tierras donde el
naranjero plantaba las semillas las transformaban en un árbol cuyos frutos
tenían un sabor característico, propio, diferente al de otros naranjos
germinados en otras tierras.
Llamamos «identificación» al
proceso de asimilación de un rasgo de otra persona para transformarlo en un
rasgo nuestro que resultará de la mezcla.
La identificación se parece a un embarazo en el que gestamos, por ejemplo, la actitud frente al dinero de alguien que
admiramos y después, sin darnos cuenta, terminamos siendo tan pobres o tan
ricos como él, pues nuestra personalidad así fue gestada.
(Este es el Artículo Nº 1.877)
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