Las cooperativas de ayuda mutua para la construcción
de viviendas familiares luchan contra la inevitable mezquindad humana.
Las cooperativas de vivienda
son organizaciones que generalmente funcionan bien y cuando no funcionan bien
es porque el sistema de ayuda mutua no es lo ideal para un ser humano que no
tiene más remedio que ser mezquino por la simple razón de que es dramáticamente
débil, vulnerable y muy necesitado de recibir ayuda en vez de darla.
Para compensar esta miseria
energética, nos inventamos roles de generosidad, de amor al prójimo y de
cooperación que solo funcionan precariamente, con miles de fallas,
incumplimientos, robos, estafas, mentiras.
Por lo tanto las cooperativas
de vivienda por ayuda mutua funcionan bajo presión moral, reglamentos muy
severos y hasta bullying especializado en evitar irresponsabilidades.
Sé que suena muy extraño que
asocie el acoso (bullying) a tareas que parecen tan santas, bienintencionadas,
solidarias, pero es así: los cooperativistas que cooperan, indignados con los
remolones, los vagos, los campeones de la irresponsabilidad, se las ingenian
para ejercer presión, muchas veces recurriendo al pragmático principio de que «el fin justifica
los medios».
Pero, insisto, los seres humanos no somos aptos para el funcionamiento
cooperativo si no es bajo presión económica, moral y hasta física, aunque los
enamorados de ese formato organizacional (el cooperativismo) tengan que decir
que yo digo lo que digo porque soy un descreído, un negativo, un fascista, un
nazi o un abominable capitalista.
Más allá de estas críticas que le hago al cooperativismo, lo cierto es
que al final muchas familias de escasos recursos económicos pueden acceder a su
vivienda digna.
Excepto para quienes salen beneficiados con los subsidios que los
estados tienen que entregarle a esas cooperativas, el resto de la población
protesta contra tales privilegios.
Los humanos resolvemos las injusticias provocando otras injusticias.
(Este es el Artículo Nº 1.874)
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