La «imperfección programada» es una forma rentable de permitir
que los compradores amen lo que compraron.
Un joven que a veces me hace
comentarios sobre lo que publico en los blogs, me llamó para hacerme otro tipo
de comentario.
Hace unas semanas se mudó a un
apartamento casi lujoso, de un edificio muy vistoso que inauguraron hace poco
en una zona residencial de Montevideo.
Este lector estaba
justificadamente indignado por todas las deficiencias que encontró en un
edificio al que esperaba encontrar perfecto,
sobre todo por la perfección que durante los
años de construcción le habían exigido en los pagos mensuales.
Cuando me llamó, el ofuscado comprador ya se había comunicado con los
otros propietarios con quienes iniciaron gestiones ante los propios
constructores, (salteándose a los intermediarios encargados de la
comercialización), reclamándoles la solución de una extensa lista de
desperfectos, imprevisiones, cosas mal terminadas, descuidos, apartamientos de
la memoria descriptiva con la que pactaron la compra, y un par de sugerencias
de algo que no estaría mal que los constructores agregaran aunque no habían
sido pactadas.
En principio supuse que se trataba de una consecuencia natural del mal
desempeño que tienen algunos proveedores, tanto sea de un pequeño electrodoméstico
como de un complejo habitacional.
La situación se me presentó ideal como pretexto para hablar con una
colega muy vinculada al sector inmobiliario de esta ciudad.
Ella me dijo que esos empresarios eran de los mejores y que quizá ya
estuvieran aplicando un nuevo criterio llamado «imperfección programada»,
consistente en administrar «motivos de reclamación» para que los copropietarios
tuvieran motivos para conocerse, organizarse, formar una comisión, elegir un
presidente y movilizarse para «exigir» ciertos cambios.
Con esta «imperfección programada», los compradores aman el edificio que
ellos «perfeccionaron». Además, negociar con el copropietario-presidente es más
rentable que hacerlo con cien propietarios.
(Este es el Artículo Nº 1.866)
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