Un útero vale por mil cerebros porque gestando ellas
logran una maravillosa sensación de trascendencia que los varones envidiamos.
Una imagen vale por mil
palabras, un símbolo vale por mil imágenes y un útero vale por mil cerebros.
Las dos primeras sentencias
corresponden a un adagio chino, la tercera es un agregado que hice yo y que trataré
de fundamentar en este artículo.
Una vez que los varones
logramos encontrar el equilibrio entre la necesidad de fundar una familia y los
ingresos económicos suficientes, aparece la segunda etapa de la vida masculina,
con una pregunta a prueba de genios: «¿Qué estoy haciendo en este trabajo
de mierda?».
Los varones jóvenes son unos desastres. A ellos se aplica mejor que a
nadie aquel otro adagio de nacionalidad desconocida que dice: «Para quien está
desorientado todos los caminos le dan lo mismo».
Sin embargo las mujeres tienen
todo resuelto. Ellas quieren ser madres y la humanidad entera quiere que sean
madres. Esa fuerte confluencia de intereses les allana el camino.
Si las mujeres se angustian es
porque no saben quién podrá fecundarlas pues ahí se encuentran con una legión
de varones desorientados, que no saben lo que quieren, que empiezan a estudiar
algo de rápida inserción laboral pero que es patéticamente aburridor, desearían
hacer algo más concreto pero resulta que ese sector está superpoblado de
potenciales competidores que lo espantan a dentelladas feroces, querría
dedicarse a lo que realmente ama, a lo que aplicaría toda su pasión, a lo que
le genera un entusiasmo delirante, pero el resultado de toda esa aplicación de
energía juvenil y masculina no tiene quién pague un peso por él.
Un útero vale por mil cerebros
porque gestando las mujeres logran una maravillosa sensación de trascendencia,
de realización personal, de «servir para algo», que los varones
envidiamos.
(Este es el Artículo Nº 1.875)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario