El mercado laboral pide «vocación de servicio» a los proveedores o empleados para asegurarse buen desempeño a precio bajo.
Tenemos que ganarnos la vida para que sea digna y disminuyan razonablemente las molestias que padecemos por escasez, frustración, pobreza.
Las molestias pueden bajar a un mínimo pero nunca a cero.
Como he mencionado en varios artículos de otro blog (1), el «fenómeno vida» depende de estímulos agradables y desagradables que recibimos de la naturaleza: hambre, saciedad, cansancio, descanso, aburrimiento, diversión.
Para que podamos ganar el dinero que necesitamos tenemos que hacer un esfuerzo para satisfacer a otras personas (clientes o empleadores).
Es un esfuerzo en tanto tendremos que hacerlo sin ganas. Quienes se satisfacen por nuestro esfuerzo nos pagan porque no es nuestra intención beneficiarlos porque sí.
Podemos ayudar a que alguien caído se levante, podemos ayudar a un amigo explicándole matemática, podemos cocinar porque quien lo hace habitualmente está de licencia, pero la continuidad en la realización de un esfuerzo se convierte en un castigo que sólo puede ser aliviado con una remuneración satisfactoria.
El mismo esfuerzo puede hacerse por placer personal. Si tenemos «vocación de servicio», nos sentiremos gratamente remunerados si nos piden ayuda y nos dan la oportunidad de colaborar porque eso nos complace.
En algunas circunstancias quien tiene «vocación de servicio» puede poner dinero de su bolsillo para facilitarse la tarea que redundará en beneficio de terceras personas. En otras palabras, alguien puede pagar para trabajar.
El mercado laboral concentra la mayor cantidad de ofertas en el Sector Servicios: vigilancia, informática, salud, docencia, entretenimiento, comunicación.
Quienes se encargan de reclutar empleados o proveedores para cubrir esas vacantes hacen especial hincapié en la «vocación de servicio» de los candidatos.
De esta forma la tarea no es esforzada sino complaciente, al punto que sería cumplida por una mínima remuneración.
(1) Blog destinado a las molestias que demanda el «fenómeno vida»
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13 comentarios:
La vocación de servicio es una cualidad tan escasa que, dadas las leyes del mercado, debería estar muy bien remunerada.
En la infancia se aprende que todo cuesta esfuerzo. Cuando los esfuerzos se hacen por temor a un castigo o represalia, ya sea real o imaginario, ese esfuerzo se realiza de manera compulsiva. De ese modo, no se percibe como esfuerzo porque no hay conflicto. El esfuerzo se hará porque no se concibe otra posibilidad. No habrá tironeo entre la obligación de cumplir y las ganas de buscar el placer.
Si en determinado momento cesa la amenaza, entonces habrá que enfrentarse a las ganas de desobedecer, al impulso por abandonar todo esfuerzo. Supongo que se hará más difícil, si uno no está acostumbrado a enfrentar esa disyuntiva.
Si quieren empleados con vocación de servicio, que vayan a buscar a las carmelitas descalzas, que vayan.
Quizás para algunas personas sea más difícil mantener la asiduidad, cumplir un horario, acatar órdenes, permanecer aseado, que estar sin trabajo.
Vivir la angustia y la vergüenza de estar desocupado me llevó a fantasear con la idea de pagar para poder trabajar.
En algunas circunstancias, hasta quien tiene vocación de servicio, la deja olvidada.
Uno puede sentir compensados los esfuerzos si es grata la tarea, pero siempre precisa algo de que vivir.
Para mantener un esfuerzo necesitamos:
que sea remunerado
o que sea gratificante
o que reporte algún beneficio
o que no haya otra alternativa.
A menudo nos sentimos mal en el trabajo porque tanto la remuneración, como las gratificaciones y los beneficios son pocos. Seguimos porque no queda otra alternativa.
El Paraíso es ese lugar imaginario donde las molestias llegan a cero y las gratificaciones no necesitan descanso.
A mis mayores siempre les molestó que me guiara por la ley del mínimo esfuerzo. Si a ellos les molestaba, seguro que era porque se esforzaban demasiado.
Algunos esfuerzos sólo se consideran gratos en condiciones muy particulares. Yo, por ejemplo, sólo hice fierros mientras estuve en la cárcel.
Cuando concurría a los boy scouts siempre estaba ávido por realizar algún esfuerzo que se convirtiera en la buena acción del día. Llegué a estar particularmente entrenado en detectar viejitas en apuros, ciegos para cruzar la calle, pelotas perdidas en los árboles. Pero un día perdí esta inagotable fuente de alegrías. Cuando empecé a afeitarme tuve que dejar a los scouts, y ya no tenía a quien contarle mi hazaña del día. Es más, si se las contaba a mis compañeros de trabajo me tomaban de punto. Así fue que finalmente dejé a un lado mis buenas acciones. Pienso retomarlas cuando tenga un hijo.
Tiene que mantenerse una relación adecuada entre el esfuerzo y el beneficio, de lo contrario, tarde o temprano se producen revueltas.
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