jueves, 29 de julio de 2010

Mi primer oficio

Unos de mis primeros trabajos cuando vine a la capital para estudiar, me lo dieron para hacerme un favor.

En un enorme galpón, muy frío porque era invierno, tenía que doblar unos alambres con una máquina.

El trabajo debía hacerlo de noche, cuando los demás obreros se habían ido.

La iluminación era escasísima porque ahorraban energía eléctrica y sólo contemplaba la mínima visibilidad que requería el vigilante en sus esporádicas rondas.

Sentía lástima de mí, pero soñaba con todo lo que lograría cuando terminara los estudios y consiguiera una ocupación más rentable.

La emoción más fuerte la tuve el día de mi cumpleaños, porque el escenario (frío, penumbra, soledad), era exactamente lo opuesto al que tenía cuando vivía con mis padres.

Esa noche, los anhelos, promesas y hasta utopías, cobraron un vigor enorme.

Cuando tomé confianza en la tarea y con el vigilante, me animé a interrumpir la tarea para recorrer el resto de la planta.

Alguien me dijo ¡hola! con mucha simpatía.

Era una joven casi de mi edad, encargada de la limpieza de las oficinas y cuya jornada laboral comenzaba poco antes de mi salida.

Nos gustamos inmediatamente y ya el primer fin de semana fuimos a un parque de diversiones, a tomar y comer algo y sobre todo, a descargar las respectivas curiosidades.

Me contó que le gustaba limpiar porque todos los días se sentía muy útil, sentía que las oficinas tenían un antes y un después de ella, también encontraba cosas que la gente le agradecía con cartitas amorosas.

Estaba contenta con su protagonismo y su poder transformador.

— Mi padre también vive muy feliz —me contó—, aunque está viejito y achacoso. De madrugada reza para que salga el sol y el resto del día, dice que descansa.

Fue una suerte comenzar como doblador de alambres.

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10 comentarios:

Evaristo dijo...

Creo que moriré sin conocer una limpiadora tan espiritual y un padre que sea feliz con tan poco.

La historia era muy creíble, pero la verdad que ese final...

M. Eugenia dijo...

Los alambres eran muy fuertes? Ud debía hacer mucha fuerza? Terminaba cansado? Se sentía solo en la capital? Cómo le fue con la chica?
Odio los cuentos que te dejan tantas interrogantes!!

López dijo...

Dado el tema del blog, M. Eugenia no preguntó lo más importante: cuánto le pagaban?

Rosana dijo...

Me parece que este relato deja una enseñanza. Hasta el trabajo más humilde puede hacernos felices, depende qué sentido le demos a lo que hacemos.

Canducha dijo...

Lo que dice Rosana está muy lindo para un cuento, pero los trabajos más humildes te dejan una jubilación paupérrima. Así que dejémonos de pavadas.

Martín dijo...

Lo más horrible de ese trabajo era la soledad. Menos mal que antes de que ud se fuera llegaba esa chica. De ahí podían salir a gastar la noche, total ninguno de los dos tenía que levantarse temprano.

Graciana dijo...

Te aseguro Martín, que la chica debía tener otro trabajo. Se levantaría a las 5 de la mañana
-cuando su padre hacía salir el sol gracias a sus rezos- y seguramente a las 6 ya estaba trabajando. Terminaba en un lugar y luego iba a otro. Apenas le quedaría tiempo para comer algo al mediodía.
Vos no conocés la vida, nene.

Sultán dijo...

Si esta historia se desarrollara en el apresente, el vigilante podía ser unA 2-22. Y ahí solos en ese enorme galpón en penumbras...
Guau!

Macarena dijo...

El Licenciado lo que dice es que es una suerte empezar desde abajo y conocer la sabiduría de la gente sencilla.

narizota dijo...

Seguro que si yo recorría el resto de la planta me encontraba con unos traficantes de droga que para sobornarme me daban parte de la merca.
Seré una basura, un drogadicto de mierda, pero no van a negar que tengo mala suerte.