Mi abuela sabía más por bruja que por vieja. Era una mujer terrible, divorciada dos veces y dos veces viuda, pero ¡qué lindos regalos que me hacía! Su visita el día de mi cumpleaños era la más importante y los zapatos que dejaba en su casa el cinco de enero eran los más rentables y milagrosos. ¡Y no vayan a pensar que ella gastaba mucho dinero! Su ingeniosidad también era terrible. ¡Cómo captaba el deseo de los demás! Este talento lo usaba indistintamente para el bien o para el mal. Todo dependía de que uno tuviera buena o mala suerte con ella.
Pero lo que les quería contar era un dicho que ella usaba a menudo: «Si lo querés: andá; si no lo querés, mandá».
Fuera de contexto requiere una explicación: ella quería decir que cuando uno tiene un deseo muy importante, tiene que satisfacérselo sin esperar que otros colaboren, y cuando uno tiene un deseo poco importante, puede pedir ayuda porque si el otro no cumple, no importa demasiado.
Esta fórmula también sirve para darse cuenta cuán importante es un deseo para alguien. Si la persona lucha personalmente por satisfacerlo, entonces el deseo es importante, pero si le pide a otros que se lo satisfagan, entonces el deseo no es importante.
Cuando observo el tratamiento que la mayoría de los pueblos le dan al problema de la pobreza, me convenzo de que el deseo de erradicarla no es importante, porque permiten que cualquiera ayude al menesteroso. Dejar que cualquiera se haga el bondadoso como misión de vida o por el tiempo que le dure la filantropía, autorizar que actúen organizaciones que voluntariamente «hacen lo que pueden» (cuando tienen ganas), permitir la mendicidad, son formas clarísimas de que esos pueblos no tienen el deseo ferviente de erradicar la pobreza. Si lo tuvieran impondrían a sus gobernantes la obligación indelegable de solucionarla.
¿Existe algún país que deje librado a los impulsos individuales la administración de justicia, o la economía nacional, o la seguridad interna y territorial, o el control de las epidemias? Claro que no, porque el deseo de preservar estos valores jamás se dejaría en manos de comedidos bienintencionados.
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