En algún momento a alguien se le ocurrió la idea de que estaría bien donarle a la iglesia un 10% de las pertenencias. Por esto lo llamaron diezmo. No me extrañaría que la ocurrencia haya surgido de la misma iglesia porque esta integrada por gente muy inteligente.
Según me comentaron, los donativos se hacían con gran beneplácito de los amables donantes, porque no solamente entendían que con eso pagaban un servicio de intermediación con Dios muy confiable sino que además servía para demostrarle a los demás cuán rico uno era. Como nunca faltan los avivados, había gente que donaba más del diez por ciento para que todos imaginaran un poder económico mayor.
Las cosas han cambiado. La lógica actual nos lleva a que procuremos pagar de menos y además mejora nuestra imagen social cuanto menos riqueza exhibamos.
Para agravar aún más las cosas, aquel salomónico diezmo que automáticamente hacía que pagaran más quienes más tuvieran y viceversa, hoy se ha transformado en el stalinista «porcentaje progresivo»: a mayor fortuna mayor porcentaje.
Este estímulo fiscal al empobrecimiento es como un palo en la rueda para cualquier intento progresista.
Esta política de estado hacia la anemia económica es patológica y por eso insisto en que el psicoanálisis es una herramienta más idónea que la economía para sacarnos del subdesarrollo.
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