domingo, 24 de julio de 2011

Las verdades personales

El conjunto de las verdades incuestionables que defendemos, sólo está ahí para aliviarnos de la molesta incertidumbre.

El cerebro se irrita ante la presencia de la duda.

Él nos pide certezas a cualquier precio, de cualquier calidad. Con tal que sean verosímiles (creíbles) alcanza.

Esto mismo también podría decirse así: una idea, creencia o suposición necesita ocultar, neutralizar, desactivar los efectos nocivos de la incertidumbre, duda, perplejidad.

Si nuestras preferencias están clasificadas con este orden de importancia, es probable que nuestra evaluación de la «veracidad de las verdades» sea mucho más antojadiza, utilitaria e irracional de lo que pensamos.

Un conocimiento (idea, creencia, supuesto) es aceptable si nos concede el placer de aliviarnos los efectos indeseables de la duda.

Cuando encontramos las mejores ideas, ideologías, religiones, no queremos abandonarlas porque estamos seguros de que ellas son las mejores pues nos aportan la mejor calidad de vida.

Poseemos una creencia sobre nuestras creencias que notoriamente está equivocada pero, como corresponde, la damos por buena, válida y correcta pues nos concede la anhelada sensación de seguridad que buscamos.

Esta idea buena y equivocada es la que nos hace pensar que el conjunto de creencias que poseemos, defendemos y difundimos, fueron adquiridas por ser las verdaderas.

Suponemos que tuvimos un momento en el cual nos dedicamos a investigar con gran rigor científico y llegamos a estas conclusiones que hoy conforman nuestra filosofía de vida y si no son discutibles es porque ya le hicimos todos los controles de calidad necesarios.

Nuestro discurso es: «pienso lo que pienso porque investigué, razoné y comprobé personalmente la veracidad de mis convicciones».

Todos sabemos que ese período de meditación profunda nunca existió.

Si aceptamos que nuestras creencias están ahí porque simplemente nos alivian de la incertidumbre, podríamos disfrutarlas sin tener que agredir a quienes utilizan otras diferentes.

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11 comentarios:

Alicia dijo...

El análisis que hacemos de la realidad que somos capaces de percibir, es sumamente limitado. Y eso es así cuando llegamos a hacer realmente algún análisis. Nuestras convicciones se basan fundamentalmente en la confianza que nos inspiran nuestros referentes. Pensamos lo mismo que piensan las personas a las que respetamos. Si tenemos prejuicios negativos respecto de una persona o un grupo, nunca vamos a dar como válidas sus opiniones.

Rulo dijo...

El católico noruego no opina lo mismo.

Marcos dijo...

Las personas poco racionales se permiten disfrutar de las creencias propias, pero son intolerantes con las ajenas.

Margarita dijo...

Sí Marcos, pero las personas racionales también están llenas de creencias.

Anónimo dijo...

En el trabajo no abro la boca porque sé que mis opiniones no serán tomadas en cuenta. Estoy descalificado a-priori.

Tiago dijo...

Somos muy camiseteros con nuestras ideas.

Yoel dijo...

Me resulta muy difícil no agredir, directa o indirectamente, al que piensa distinto. No me preocupa demasiado porque lo hace todo el mundo.

Ingrid dijo...

La convicción nos aporta poder de convencimiento, y eso es muy placentero.

Norton dijo...

Nuestras ideas son las que nos permiten llevar adelante nuestros deseos.

Manuela dijo...

Los que dudan sólo son aceptados por la filosofía. En la vida real se los repudia. Eso es estúpido e injusto. Lo digo, sobretodo, porque yo soy muy dubitativa.

Alejandro dijo...

Casi todo lo que hacemos tiene un fin utilitario, por eso alineamos nuestras ideas a nuestros fines. No nos queda otra porque la cultura nos impone que seamos coherentes.