lunes, 15 de agosto de 2011

El narcotráfico tabacalero

La prohibición de un consumo aumenta su rentabilidad y disminuye la cantidad de participantes.

Los seres humanos consumimos drogas desde siempre.

Por algún motivo la pérdida de lucidez nos complace; provocar alteraciones de la conciencia se constituye en un hábito gobernante de nuestras vidas (vicio). El consumo de sustancias calmantes, hipnóticas, adormecedoras reproducen los efectos de aquella deliciosa leche materna capaz de hacernos felices.

También nos gusta crear normas prohibidoras (frustrantes, autoritarias) de prácticas placenteras para perjudicar a unos pocos.

Disfrutamos de las injusticias, los privilegios y la corrupción, ya sea utilizándolos o criticándolos con indignación.

El narcotráfico está sabrosamente condimentado, le provoca al cuerpo social un conjunto de noticias escandalosas y muy pocos renunciarían a ellas. En otras palabras, la sociedad está enviciada con el narcotráfico y no puede privarse de tanta inmoralidad.

No importan mucho ambos extremos de una breve cadena (cultivo, procesamiento, traslado, distribución) de participantes.

Los productores se ganan la vida fabricando la mercancía, los consumidores la compran porque así disfrutan de la vida de la mejor manera, como pueden, como hacemos todos.

Sin este negocio se perderían muchas ganancias. Si la fabricación y venta de sustancias psicoactivas estuvieran legalizadas, las ganancias serían menores y más repartidas, incluyendo gente incapaz de correr riesgos.

Las leyes, la justicia y quienes las aplican están encerrados en los laberintos burocráticos donde trabajan muchos funcionarios tranquilos, moralistas, riesgofóbicos, sin grandes ambiciones, satisfechos con sueldos modestos.

Los funcionarios y ciudadanos con más agallas, ambición y temeridad, toleran y patrocinan la corrupción. Los políticos, jerarcas y empresarios inescrupulosos encuentran mejores oportunidades lucrativas con los consumos prohibidos.

Si el tabaco pudiera convertirse en un consumo completamente ilegal, los intervinientes de esa cadena productiva no pararían de festejar.

A eso llegaremos cuando quienes siembran el pánico culminen la tarea.

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6 comentarios:

Gabriela dijo...

La verdad es que indignarnos nos gusta. Aunque también están las indignaciones que nos duelen, pero son las menos. Además esas por lo general nos llevan a actuar en consecuencia. La indignación placentera nos sirve como tema de conversación apasionado. Nos gusta ponerle emoción a lo que decimos. Nos genera la ilusión de que vivimos intensamente.

Filisbino dijo...

Qué agallas se precisan para tolerar y patrocinar la corrupción?! Es exactamente al revés. Agallas hay que tener para oponerse a esas mafias.

Lucas dijo...

La pérdida de lucidez te ayuda a conectarte con tu inconsciente. Eso es lo que tiene de bueno. Es liberador, por eso nos gusta.
Claro que cuando se instala el vicio, lo que podía ser liberador te transforma en esclavo.

Raquel dijo...

Las normas prohibidoras de prácticas placenteras perjudican a unos muchos.

Marcia dijo...

Después de todo, ser riesgofóbico no es tan malo. El miedo es un mecanismo que forma parte de nuestro instinto de conservación, no?

Ma. Eugenia dijo...

En qué sentido dice que los participantes constituyen una breve cadena?