Las exageraciones de los
medios de comunicación pueden discapacitarnos para conservar la noción de
proporcionalidad que equilibra nuestro juicio.
La idea principal de un artículo publicado hace más de dos
años (1) refería a que es difícil modificar una creencia popular, tanto sea en
sentido positivo como en sentido negativo, aunque justo es reconocer que nos
cuesta mucho ascender en la consideración social, pero que alcanza un desliz
desafortunado para que el buen nombre adquirido con años de una trayectoria
intachable se hagan añicos.
Con solo hacerle algunos retoques, eso que ocurre a nivel
social también podemos pensarlo a nivel individual.
Para ser breve y claro, no tengo más remedio que apelar a un
ejemplo doloroso, cruel, molesto.
Es frecuente que cada vez que ocurre algún hecho
desafortunado con alguno de nuestros conciudadanos (vecinos, pobladores de
nuestro país, individuos), los medios de comunicación, (periódicos, radios,
televisoras), hagan una cobertura muy amplia, intensa, dramática y
eventualmente escandalizante de ese infortunio personal.
Estoy pensando, por ejemplo, en un acto de mala praxis
médica, en un homicidio provocado por un delincuente que suponíamos
encarcelado, en un rapto con pedido de rescate.
Nuestro cerebro, nuestra sensibilidad, nuestras emociones se
conmocionan anormalmente si los medios de comunicación le dan a esas desgracias
personales una magnitud de tragedia nacional.
Nuestras mentes no pueden discernir que se trata de un caso
aislado, lamentable pero individual, personal, inherente a la mala suerte de
una persona o, eventualmente, de unos pocos allegados a la víctima.
Propongo pensar en que la exageración de los comunicadores
atrofia, distorsiona, empobrece nuestra capacidad de comparar, magnificar,
evaluar, ponderar, estimar, medir, justipreciar, valorar, calcular.
Peor aún, perdemos la noción de cómo responder con
proporcionalidad a un perjuicio, por ejemplo, golpeando a quien nos insulte.
En el ámbito laboral, esta discapacidad nos quita
competitividad y eficacia.
(Este es el Artículo Nº 1.838)
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10 comentarios:
Cualquier desgracia, cuando tiene rostro, nos llega más.
La ira nos lleva a responder de manera desmesurada ante pequeñas agresiones.
También sucede que simplemente estando cansados, malhumorados o algo frustrados, tendemos a reaccionar de forma exagerada e inadecuada.
En el ámbito laboral estas reacciones nos pueden perjudicar de manera irreparable.
Si ves un desprendimiento de tierra y casas cayendo al precipicio, o miles de casas arrasadas por el agua, pero se trata de una toma aérea, le prestaremos atención a lo inusual del fenómeno. Sólo nos emocionaremos si vemos un herido, si escuchamos hablar a las personas que sufrieron los daños, si vemos algún niño caminando solo y desorientado.
Lo mejor es no responder al agravio, siempre que controlarte no te genere violencia interna.
Para lograr eso que dice Mariana tenés que ser de madera.
No, simplemente tenés que tener claro que el problema es del que hiere. No tiene por qué generarnos violencia. Lo que sí puede causarnos, cuando el agravio viene de alguien que nos importa, es dolor.
Junto con Mieres pienso que es importante captar la dimensión que tienen las desgracias que afectan a millones de personas, a naciones enteras.
No entiendo la indiferencia de quienes sienten que están lejos y a salvo.
Si la prensa publicitara las tragedias personales de los vecinos de mi cuadra, todos los días llegaría a casa llorando.
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