Vivo en Montevideo, capital de
Uruguay. Por eso vivo enfrente a una de las ciudades más grandes del mundo:
Buenos Aires, capital de Argentina.
El resto de Latinoamérica no
lo sabe, pero mis vecinos son un enorme teatro, tan grande que a su vez adentro
tienen otros teatros.
Solo ellos y nosotros nos
damos cuenta de la sutil diferencia que tenemos en el habla. El resto de la
humanidad no sabría distinguir quién es porteño (nativo de Buenos Aires) o
uruguayo.
Anoche (abril de 2013) escuché
por televisión las declaraciones de una abogada, política y, por supuesto
también actriz no diagnosticada, porteña, llamada Elisa María Avelina Carrió,
cuya abreviatura según quienes la aman o le temen es Lilita.
Son muchos quienes le temen porque se ha especializado en
hacer denuncias de corrupción, sin embargo, y este es el único motivo por el
que la menciono, según ella dijo en dicha entrevista, «Yo solo le temo a Dios
porque a ningún ser humano hay que tenerle miedo».
Dada su condición actoral no puedo saber si ella se refirió
a Dios metafóricamente o literalmente, pero debería suponer esto último porque
el Estado argentino tiene una religión oficial (la católica).
Aunque siempre hablo en contra de quienes tienen esta
creencia, esta vez debo hacer un comentario ligeramente diferente.
Cuando analizamos los diferentes integrantes de nuestro
colectivo, nos encontramos con las personas que no dudan, que están convencidas
y que actúan en consecuencia.
Más concretamente: si alguien (Carrió) cree en la existencia
de un poder superior y niega la posibilidad de que otros semejantes a ella
podrían ponerla en peligro, se convierte en un proyectil humano, en alguien que
embiste ciegamente, gracias a Dios.
(Este es el Artículo Nº 1.864)
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