Donde los ciudadanos tienen las necesidades básicas satisfechas, el nivel de dignidad es alto y el valor del dinero es moderado.
Si un joven que se está formando
para algún día ingresar al mercado de trabajo recibe el dato de que «el cliente siempre
tiene razón», sin darse cuenta organizará su estrategia según como se
posiciones frente a esta consigna.
Los habrá que huyan furiosos de un servilismo tan humillante y los habrá
que concurran atraídos por esa norma que, si bien luce algo sacrificada, es muy
sencilla de entender y hasta de cumplir, siempre que la hipocresía esté
autorizada.
En muchas mentes está la idea de
que esa consigna proviene del ámbito de la prostitución, en el que el cliente
hace valer el poder de compra de su dinero al extremo de poder acercarse al
despotismo, al abuso, a la falta de límites, a la perversión.
Una exclamación muy frecuente es
la de quien, pretendiendo ciertas características del servicio que está
comprando, alega diciendo « ¡para eso pago!», con lo cual intenta
dejar constancia que el valor de su dinero es poco menos que ilimitado y, ¿por
qué no?, también mágico.
La descripción completa de esta escena que teatraliza pedagógicamente el
eslogan de que «el cliente siempre tiene razón», es la descripción de una
relación de servidumbre y del tipo amo-esclavo.
En los hechos estos fenómenos no ocurren y todo queda en que
aquellos que pretendían tanto poder de compra de su dinero muy a menudo se
encuentran con que las personas interesadas en el dinero no son en realidad tan
proclives a ser obsecuentes con los clientes.
Quizá todo dependa de la cultura reinante en cada pueblo.
Donde los ciudadanos tienen las necesidades básicas
satisfechas el nivel de dignidad es alto y el valor del dinero es moderado.
(Este es el Artículo Nº 1.850)
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