La esperanza es una enfermedad que a veces nos ayuda alentándonos y otras nos perjudica postergando nuestras decisiones.
En oportunidades anteriores he
recordado la leyenda según la cual la esperanza es la única enfermedad que no
se escapó de la caja que abrió Pandora.
Nuestra mente tiende a pensar
que lo que nos gusta siempre es lo mejor, pero la esperanza funciona como
estímulo y también como freno, porque nos alienta cuando tenemos que esperar
que algo evolucione, ocurra, se resuelva, pero nos adormece cuando preferimos
postergar deliberadamente alguna acción o decisión difíciles.
Los familiares y los amigos
juegan un papel muy importante en cómo administramos la patológica esperanza. Su influencia se manifiesta
tanto cuando nos alientan para que nos enfermemos un poco más de esperanza,
como cuando nos presionan para que mejoremos nuestra salud respecto a ese
padecimiento (la esperanza).
El embarazo normal es un buen ejemplo. Mientras evoluciona
la gestación la madre está feliz, la sociedad la mima, el niño no la molesta,
pero cuando nace las cosas se complican bastante por todas las tareas,
preocupaciones y relativa desorganización familiar que provoca el nacimiento.
El malogrado filósofo musical, John Lennon, habría dicho: "La vida es aquello que sucede mientras planeamos el futuro".
Los proyectos son una forma de embarazo.
Cuando los planes y los proyectos demoran indefinidamente su puesta en práctica
estamos manipulando la duración del embarazo para postergar en lo posible la
sobrecarga de dificultades que aparecen junto con el recién nacido.
Mientras quienes nos observan justifican que nuestros proyectos están tomándonos un tiempo prudencial, podemos seguir disfrutando de los efectos placenteros de la esperanza, pero llega un momento en que quienes nos observan empiezan a pensar que estamos postergando irresponsablemente el parto, que estamos abusando de la esperanza, que tendríamos que curarnos de tanta esperanza.
(Este es el Artículo Nº 1.925)
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