Si alguien se siente dueño de
otra persona su ambición está saciada y ya no desea poseer más nada.
Muchas veces comento con ustedes que es
posible hacer comparaciones, metáforas, traspolaciones de un tema a otro con la
posibilidad de extraer alguna hipótesis que ahora, o algún día, pueda sernos de
utilidad.
En este caso compararé la capacidad estomacal
con la ambición de poseer.
Es oportuno recordar acá otro texto sobre la «ambición», en tanto esta palabra en
su origen refería a recorrer el ambiente, el territorio, buscando algo para
comer, algo útil, algo para la diversión.
En ese
mismo texto decía que en su origen la palabra «ambición» estaba vinculada a la
acción de «merodear».
Efectivamente
estas ideas son comparables a nuestra alimentación en tanto comer con mucho
apetito se parece a buscar, merodear, conseguir con ambición.
Tanto el
hambre como la ambición tienen algún límite.
Aunque es
más notorio en la acción de comer, pues la sensación de saciedad es conocida
por todos, la ambición también tiene su límite pues llega un punto en que nada
de lo que aún no tenemos nos resulta atractivo, deseable, necesario.
El motivo
de este artículo es proponerles una hipótesis más de por qué algunas personas
padecen pobreza patológica, es decir, aquella escasez molesta e inevitable.
Muchas
personas sienten que el pronombre posesivo «mí» significa realmente una
posesión. Por ejemplo, cuando se oyen decir, sin que nadie los corrija, «mi
hijo», «mi padre», «mi cónyuge», pueden creerse dueños del hijo, el padre y el
cónyuge.
Si
alguien se siente dueño de otra persona es muy probable que su ambición haya
llegado al límite y ya no sienta deseos de poseer más nada. En estos casos
estaríamos ante una pobreza patológica
porque esa posesión imaginaria lo colma, se siente rico, sin más necesidades.
(Este es el Artículo Nº 1.911)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario