Condenamos enfáticamente el trabajo infantil remunerado con dinero para restarle importancia y gravedad al sometimiento laboral, estudiantil y familiar.
Si me promete no escandalizarse
entonces le digo que el trabajo infantil existe en todo el planeta pues cuando
nuestros niños van a estudiar desde los tres o cuatro años están trabajando
para convertirse en ciudadanos útiles para un sistema patrocinado, apoyado y
respetado por los adultos.
En cada minuto conviven en
nuestro planeta adultos con sus hijos estudiando.
Podemos decir que esos adultos
emplean a sus hijos en la tarea de rediseñarse, reformularse, reciclarse,
transformarse, dejar de ser como vinieron al mundo, abandonar sus deseos
personales para adquirir los deseos de los adultos-empleadores-padres.
Si me promete no escandalizarse
también podemos pensar que no hay trabajo peor que el trabajo infantil que
hacen nuestros amados hijos.
En casi cualquier tarea de
adultos estos suelen tener tiempo de distraerse mientras producen. Un obrero
que acciona una máquina durante varias horas puede pensar en su deporte
predilecto, en el regalo que le hará a su novia, en la discusión que tuvo con
el cuñado, pero la tarea de auto-educarse, la tarea de transformarse uno mismo
no admite distracciones.
Desde este punto de vista que
le estoy comentando la situación tiene la siguiente estructura:
Los pequeños trabajan
produciéndose cambios en sí mismos, en talleres especializados (escuelas), bajo
la supervisión de los padres quienes son los verdaderos empleadores porque lo
remuneran con todo lo que le «pagan»: alimentación, vestimenta,
alojamiento, recreación.
Por supuesto que los gastos que hacen los padres-empleadores en
materiales de estudio y pago de honorarios de los docentes son costos
inherentes al proceso laboral-educativo.
El énfasis que ponemos en condenar el otro trabajo infantil, el que
hacen por dinero, tiene por objetivo restarle importancia a este otro
sometimiento laboral, estudiantil y familiar.
(Este es el Artículo Nº 1.898)
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