«La mentira tiene patas cortas», dice el refrán y parece que es cierto,
aunque también es cierto que esas patas cortas pueden moverse a gran velocidad
y desempeñarse con particular eficacia.
Siempre oímos y leemos que las
personas que triunfan son personas que disponen de una gran fuerza de voluntad.
No paro de gritar a los cuatro
vientos: «Querer NO es poder». No es verdad que podemos mentirnos y salir
airosos.
¿Por qué digo «mentirnos»? Porque lo que realmente nos da energía,
audacia e ingenio, no es la voluntad sino la necesidad auténtica, el deseo
mortificante, la penuria lacerante, la escasez angustiante, el hambre que nos
corroe las entrañas, la desesperación que nos impide dormir.
Cuando alguien propone el «voluntarismo», está proponiendo la solución
imaginaria, la misma que lo lleva a suponer que «Dios proveerá», que «No hay
mal que por bien no venta», que «Ya vendrán tiempos mejores», que «Después de
siete años de vacas flacas siguen siete años de vacas gordas».
Por supuesto que podemos engañarnos. Lo hacemos todo el tiempo. Cuando
creemos en seres mágicos que vendrán en nuestra ayuda (dioses, santos,
vírgenes, animales totémicos, conjuros omnipotentes), cuando suponemos que todo
es fácil, cuando imaginamos que existen semejantes a nosotros que han
encontrado una fórmula para vivir sin esforzarse, para pasar todo el tiempo
riéndose, para nunca sentir dolores, que encontraron la receta para acertar a
la lotería, cuando pensamos que todo eso existe, nos estamos engañando como a
niños.
Las personas que triunfan, esto es: que tienen lo necesario para vivir
dignamente, aunque no les sobre nada ni vivan en una palacio rodeados de sirvientes
y lujo, esas son personas triunfadoras porque realmente sienten hambre y
angustia.
(Este es el Artículo Nº 1.926)
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