No somos responsables de nuestra mala suerte ni
tenemos derecho a vanagloriarnos por los aciertos logrados por nuestra buena
suerte.
Si fuera posible seguirle los
pasos en las aventuras de una semilla de pino, encontraríamos que algunas, no
tan fuertes, han tenido la suerte de caer en terrenos muy fértiles y terminaron
siendo las bisabuelas de enormes bosques de grandes pinos, sin embargo otras,
genéticamente perfectas, no han tenido la suerte de caer en terrenos fértiles,
han caído en el mar o han caído en un terreno montañoso y terminaron no
germinando nunca, siendo los resultados de una y otra semilla muy diferentes a
los que podría haber imaginado cualquier mente racional.
Teniendo en cuentas las
notorias diferencias que existen entre una semilla de pino y un ser humano,
pueden ocurrir suertes similares: personas no bien dotadas pueden fundar un
imperio y otras, más inteligentes y esforzadas, pueden fundir su empresa unipersonal.
Esta comparación entre una
semilla y un ser humano que acabo de plantear, puede estar expuesto a un
destino similar.
Si la pequeña ficción llega a
ser conocida por alguien que necesita suponer que la suerte existe y es
determinante, el ejemplo quizá llegue a ser conocido por varias generaciones,
pero si esta pequeña ficción llega a ser conocida por alguien que necesita
creer en el libre albedrío y que necesita ejemplos de cómo el destino de
cualquier semilla o ser humano depende de la voluntad que ponga para encontrar
un terreno fértil o para transformar la pequeña empresa unipersonal en una
multinacional, seguramente la pequeña ficción caerá en el olvido..., como
aquella semilla de pino que acuatizó en el mar o que aterrizó en la montaña.
Unos y otros administradores de
esta pequeña ficción actuarán según sus circunstancias vigentes en el momento
de conocerla. ¡Pura suerte!
(Este es el Artículo Nº 1.901)
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