Los inmaduros se quejan ante cualquiera sin darse cuenta que el ocasional auditorio difiere de la madre que lo consentía.
Con llamativa frecuencia
encontramos personas que se quejan ruidosamente de su mala suerte para
conseguir los ingresos económicos que necesitan para vivir con su familia.
El psicoanálisis alienta a los
inmaduros porque suele proponer que el subdesarrollo emocional, causa habitual
de la ineficacia en el plano laboral,
podría estar causado por errores en la crianza, especialmente de la
omni-culpable madre.
Los sindicatos también
alientan a los inmaduros porque les ofrecen una especie de familia adoptiva.
Bajo el lema «unidos venceremos» invitan a los afiliados a que se sientan como una
gran patota mafiosa en la que los hermanos forman una cofradía de apoyo mutuo
en contra de los empleadores.
...y no
solo contra los empleadores, porque cuando digo «patota mafiosa» estoy pensando
en los perjuicios que inescrupulosamente están dispuestos a causarles a los
usuarios del servicio que cumplen, pero que dejan de cumplir cuando los
sindicatos les dicen que tienen que hacerlo como forma de presionar a los
patrones.
Aunque
algunos optimistas dicen que, en esta era de explosión tecnológica, «el pez
veloz se come al lento», en términos de reivindicaciones salariales continuamos
con la lógica milenaria según la cual «el pez fuerte se come al débil».
Efectivamente,
los sindicatos bien organizados pueden llegar a acumular más fuerza que los
gobiernos, siempre que estos sean democráticos, porque ni en Cuba, ni en China,
ni en Corea del Norte, están autorizados.
Como decía
al principio, los emocionalmente inmaduros suelen quejarse, quejarse y
quejarse, parece que lloraran a gritos ante cualquier interlocutor porque el
subdesarrollo que padecen les impide darse cuenta que el ocasional interlocutor
no es la madre nutricia, aquella que lo calmaba con su propio cuerpo convertido
en leche tibia.
(Este es el Artículo Nº 1.921)
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